sábado, 26 de noviembre de 2016

LOS FUNERALES DEL PAPÁ GRANDE

Por Eduardo García Aguilar
Fidel Castro fue un personaje de ficción que supera con creces todas las novelas hispanoamericanas de caudillos, tiranos y dictadores escritas en América Latina y España. Supera a Tirano Banderas, el personaje del barbudo español Valle Inclán, que resume en un símbolo típico a todas las variantes de tiranuelos tropicales; supera al longevo matusalén de El Otoño del Patriarca de García Márquez, que vivía en un mundo caribeño modernista lleno de metáforas y adjetivos, entre lianas y vegetaciones exuberantes pobladas de cacatúas, papagayos y loros; supera al delirante Doctor Francia, relatado por el paraguayo Augusto Roa Bastos con una largo tejido de palabras, monólogos e imprecaciones pocas veces visto, asfixiante y explosivo; supera a todos los líderes máximos, héroes infalibles, omnipotentes, omniscientes, omnívoros y omnipresentes que inspiraron a tantos autores magistrales y causaron pena o suscitaron esperanzas a lo largo de los siglos.
Llegó al poder muy joven como los grandes héroes clásicos, desde Alejandro Magno a Napoleón, y lo disfrutó a lo largo de las décadas interminables que pasaban una tras otra, acumulando en la agenda centenares de tentativas de asesinato, crisis, bloqueos, amenazas, enfermedades, hambrunas, éxodos, fusilamientos, giras internacionales, cumbres mundiales, proclamas, discursos, fiestas y traiciones. Dotado de una elocuencia letrada sin par, el abogado podía pronunciar discursos que duraban muchas horas y hasta días y eran escuchados atentamente por sus admiradores o por todos aquellos que eran obligados a permanecer de pie transidos de admiración por el héroe, la encarnación contemporánea de todos los héroes posibles, un David isleño que se enfrentaba al Goliat del Imperio.
Uno tras otro sus peores enemigos, presidentes de Estados Unidos, generales, disidentes, directores de la CIA y el FBI, escritores, intelectuales, papas, espías, agentes secretos, fueron cayendo agarrados de súbito por la parca, mientras él se acercaba al siglo como las leyendas, enhiesto, aureolado por una lengüeta de fuego histórica, con el extraño halo que cubre a los héroes de todos los tiempos que por donde pasan, como los centuriones romanos, generan un extraña energía de poder, magnética, volcánica, huracanada, tenebrosa, lumínica.
Gran atleta en su juventud, alto, corpulento, barbado, emblema de la virilidad como máximo macho latino que era, macho alfa, falo de todos los falos, gorila de los gorilas, rey de la tribu, gallo quiquiriquí del gallinero repleto, mono bonobó insaciable de las selvas africanas, todas las mujeres se le rindieron a sus pies y esperaban en el harém isleño suspirando por su visita inesperada a una hora imprevista que podía ser a comienzos de la tarde o al final de la madrugada y tras la proeza genésica, el gran reproductor partía a inaugurar fábricas, supervisar cosechas de azúcar, controlar la producción de tabaco y fumarse unos tantos, revisar las decisiones de ministros de economía o generales o líderes del benemérito y glorioso, infalible Partido Comunista, líderes agrarios, o a entrevistarse con papas, jefes de Estado amigos o enemigos, guerrilleros heróicos de aquí y de allá, poetas, escritores amigos, estrellas de cine, primeras damas, futbolistas, nadadores, boxeadores y muchos más.
Lezama Lima, Cabrera Infante, Reynaldo Arenas, Severo Sarduy, Eliseo Diego, los poetas de Orígenes, Dulce María Loynaz, Cintio Vitier, el padre Gastélum, Virgilio Piñeira, ex compañeros de armas exiliados, luchadores por los derechos humanos, militantes homosexuales, bailarines, cantantes, estrellas del mambo y la salsa, Dámaso Pérez Prado, Celia Cruz, ancianos rumberos, Wilfredo Lam, amigos fusilados por traición, balseros, todos unos tras otro fueron vencidos y enterrados desde lejos por el portentoso anciano que un día se jubiló y se retiró a su vivienda, desde donde vio gobernar a su hermano menor Raúl, nombrado por él a dedo, y donde recibió a una romería de visitantes vestido ya con traje deportivo Adidas, tenis Nike y en silla de ruedas.
En la iconografía de casi un siglo se le ve con los Premio Nobel Ernest Hemingway, Jean Paul Sartre y Gabriel García Márquez, con sus discípulos Hugo Chávez y Evo Morales, en barcos de pesca o en alta mar, junto a un enorme pez espada tan grande como el que figura en El viejo y el mar, también se le ve con estrellas de cine, divas, cantantes de rock y de Opera, magnates occidentales, periodistas internacionales, convertido siempre en un ídolo, ícono pop mundial de tanto rango como Frank Sinatra o Elvis Presley, John Lennon, Mick Jagger, Maria Callas, Pavarotti, Charles Chaplin, Pablo Picasso, Salvador Dalí, Cantinflas y tantos más cuya lista sería interminable. Ícono como Mao Tse Tung, Ho Chi Mihn, Mandela, Arafat, De Gaulle, Indira Gandhi y líderes de los países llamados No Alineados.  
Crecimos bajo la férula ideológica de Castro en una América Latina encendida que requería a mediados del siglo pasado héroes crísticos como el Che Guevara, el mártir máximo tras el cual se inmolaron en las montañas varias generaciones de jóvenes latinoamericanos tratando de hacer la Revolución y traer el paraíso en la tierra que propugnaban los catecismos barbados publicados y enviados desde la isla, entonces enfeudada a la Unión Soviética en el contexto de la guerra fría.  
Todo aquello fue la reacción a siglos de tiranía de un Imperio que siempre tomó al continente como su patio trasero y colocó a su guisa decenas de dictadores y caudillos sangrientos en Centroamérica y Suramérica, nombres nefastos que torturaron, mataron, se apoderaron de todas las tierras y empresas, esclavizaron, hambrearon, apalearon a la población sin piedad. Porfirio Díaz, Pérez Jiménez, Rafael Leonidas Trujillo, Juan Vicente Gómez, Juan Domingo Perón, Gustavo Rojas Pinilla, Anastasio Somoza, François Duvalier, Alfredo Stroessner, Marcos Pérez Jiménez, Fulgencio Batista, Rafael Videla, Hugo Banzer y Augusto Pinochet, son apenas algunos de esos nombres nefastos.
Pero el paraíso en la tierra nunca llegó y Fidel Castro se fue con él para compartir en el más allá con todos aquellos iluminados que sometieron a sus pueblos durante décadas a nombre un ideario que nunca se aplicó y con los adversarios que sembraron el terror a nombre la plutocracia, el oro y el nepotismo compartido. El último patriarca latinoamericano se ha ido de muerte natural. No murió en la trinchera, sino de viejo en la cama. Ahora vienen los funerales del Papá Grande, que ojalá sean los de todos los patriarcas y Líderes máximos del mundo, de los cuales la humanidad está hastiada.