sábado, 9 de enero de 2016

WILFREDO LAM Y ANSELM KIEFER EN EL POMPIDOU

Por Eduardo García Aguilar

En el Centro Pompidou se encuentran lado a lado, en el sexto nivel del extraño edificio, dos exposiciones retrospectivas excepcionales, una dedicada al cubano Wilfredo Lam (1902-1982) y otra al gran artista alemán contemporáneo Anselm Kiefer (1945). Poco a poco la gloria de Lam asciende colocándose ya al lado de su amigo Picasso gracias a una vasta obra sincrética donde se expresan sus diversos orígenes, pues desciende de chinos y negros y nació y creció en su natal isla caribeña Cuba y vivió en Suecia, Estados Unidos España y Francia.

Kiefer, por su lado, es un titán del arte que a sus 70 años nos asombra con una vasta obra expresada a través de óleo, acrílico, cerámica, tierra, arena, fotografía, plomo y está en permanente conexión con la poesía y la literatura, y los temas apocalípticos del siglo, ya que es lector atento y pensador permanente.
 
El museo, inaugurado en enero de 1977 por el presidente Valéry Giscard d'Estaing en presencia de varios presidentes africanos, suscitó en su momento críticas porque sus jóvenes arquitectos encabezados por Renzo Piano hicieron en medio de París uno de los edificios más extraños, que inclusive hoy causa impresión a los visitantes cuando emprenden la subida por las escaleras tubulares de nave espacial y observan sus intrincadas estructuras coloridas a medida que ascienden hasta un nivel desde donde se tiene una soberbia vista de la ciudad.

A lo largo de estos cuarenta años de historia la institución ha realizado exposiciones de arte contemporáneo del siglo XX en adelante, que van del dadaísmo, cubismo, futurismo, surrealismo, suprematismo, expresionismo hasta arte pop, caricatura, video, y diversas expresiones actuales de las artes plásticas. Allí se han celebrado ciclos de conferencias, debates, homenajes y retrospectivas de grandes artistas como Bonnard, Kandisnsky, Max Ernst, Dalí, Picasso, Braque, Giacometti, Duchamp, Kandinsky, Münch, Balthus, Warhol, Francis Bacon, David Hockney y muchos más.

El lugar revivió y dio vida a una zona insalubre situada no lejos del centenario mercado de Les Halles y es hoy un centro de experimentación, dotado de una gran biblioteca y diversas instituciones para estudios e investigaciones artísticas y posee una explanada donde perfomeros y artesanos callejeros se manifiestan libremente durante todo el año, atrayendo a personas de todas las edades. Es la fiesta permanente del arte contemporáneo y a lo largo del año se muestra la colección propia del museo, una de las tres más importantes del mundo, así como obras prestadas por otros museos del orbe.

Esta vez subí las escaleras tubulares salidas de una escena de Star Wars porque deseaba ver la retrospectiva del gran pintor cubano Wilfredo Lam que termina este 15 de enero y debía reencontrarme allí con La Jungla, ese maravilloso cuadro que pintó en Cuba y se ha convertido en una de las grandes obras del siglo XX, prestaba en esta ocasión al Pompidou por el Museo de Arte Moderno de Nueva York. He querido mirar de cerca sus trazos, observar de manera minuciosa el trazo de su mano, pero la alarma se ha puesto a sonar y tuve que alejarme a una buena distancia de esta colorida obra donde se resumen su trazo y el intrincado mundo de sus selvas tropicales.

Las diversas etapas de la actividad de Lam son expuestas con generosidad, desde sus primeros dibujos de infancia y juventud cubanas hasta su paso por España, Estados Unidos, Francia, Suecia y otros países donde residió. Alto, espigado, armado como un totem sincrético, Lam fue admirado por sus contemporáneos, pues lejos de la vanidad y el bullicio de otras estrellas, solo vivía para su arte y el amor y de ahí su cercanía con los poetas, entre ellos el gran René Char y su diálogo con otras figuras de la literatura. El trazo inconfundible de su obra se despliega en varias salas y uno sale renacido tras el contacto con este mundo visual cincelado en más de seis décadas.

Un respiro, una mirada a la ciudad bañada en pleno invierno bajo el sol y paso a la otra sala de al lado a ver la retrospectiva de Anselm Kiefer, uno de los artistas vivos que más admiro y cuya obra impactante y profunda me hace palpitar con taquicardia. Ya hace unos años había visto su monumental obra Caída de Estrellas en los amplios espacios del Gran Palais, compuesta por enormes ruinas de cemento acompañadas por cuadros enormes y objetos oxidados y rotos de todos los tamaños, donde realizaba una metáfora del apocalipsis.

El olor del óleo fresco me recibe en la primera sala. Se siente que Kiefer ha estado ahí hace poco instalando las obras, ya que tiene su inmenso taller en el campo. La retrospectiva se inicia con una serie de obras de juventud donde ironiza sobre al pasado nazi de su padre y trata de exorcizar la tragedia germana de su generación con imágenes donde él alza la mano como Hitler en medio de enormes espacios desolados o boscosos.

Libros calcinados, acuarelas, fotografías, dan paso a enormes obras realizadas con diversos materiales y sobre telas de texturas variadas, en las que dialoga con poetas del siglo XX como Paul Celan e Ingeborg Bachman. Y poco a poco nos introduce en las grandes mitologías germanas, desde Los Nibelungos hasta la generación romántica que tanto le llama la atención, todas ellas relacionadas con la obsesión de los bosques y las montañas alpinas, la marcha a pie sobre musgos, líquenes, hongos, champiñones, cascadas, lagos, ríos. En otra parte expone unas cajas al interior de las cuales los más extraños objetos dialogan con la poesía y la literatura germanas de todos los tiempos y los textos sagrados desde el paganismo griego y las mitologías nórdicas hasta la Kabala y los textos bíblicos.

Este día ha sido para mi un viaje profundo a los misterios del arte a través de dos artistas con los cuales se comprueba que la expresión estética es el lenguaje más universal y una de las formas de salvarnos en medio de las amenazas de nuevos holocaustos y deflagraciones apocalípticas. Y de nuevo bajo las escaleras tubulares del Centro Pompidou y llego a la explanada donde el aire fresco golpea la piel y llena los pulmones. Los niños corren y juegan. Un saltimbanqui lanza enormes pompas de jabón. El arte es vida, nos hace renacer, es la universidad permanente y el sendero que lleva a la libertad por encima de fronteras y etnias cerradas. El arte nos hace renacer a todos desde las cenizas.