lunes, 21 de diciembre de 2015

LOS ESCRITORES LATINOAMERICANOS DE PARÍS

Luisa Futoransky
Por Eduardo García Aguilar

Aunque los escritores latinoamericanos que viven hoy en París pasan casi inadvertidos en América Latina porque la ciudad ya no es considerada faro cultural del continente desde hace décadas, hay herederos de esa tradición que siguen activos, creando una obra que no por desconocida u oculta carece de fuerza e interés.

A lo largo de los últimos dos siglos ha habido oleadas de latinoamericanos que decidieron instalarse en la ciudad, ya sea de manera voluntaria o durante largas temporadas de exilio político. Los próceres de la era de la independencia venían al centro de las nuevas ideas de la Ilustración en medio de la efervescencia de la Revolución francesa que derrocó a los antiguos regímenes monárquicos vigentes durante más de un milenio.

En la actualidad, los latinoamericanos, pese han que han pasado de moda, presentan sus libros en la Casa de América Latina y realizan actividades permanentes mientras escriben sus obras: las argentinas Luisa Futoransky (ver foto) y Alicia Dujovne Ortiz, los peruanos Jorge Najar, Mario Wong, Alejandro Calderón (ver foto) y autores de Argentina, Uruguay, Colombia, Centroamérica y Chile, entre otros países, hacen parte de esa larga lista de escritores residentes en esta ciudad, de donde tal vez no se vayan nunca.

Alejandro Calderón 
Francisco Miranda vivió en estas tierras e incluso su nombre está inscrito en el Arco del Triunfo como héroe de la Revolución y tras él el joven Simón Bolívar residió en dos temporadas, en 1805 y 1806, cerca del parque de Palais Royal, en las calles Richelieu y Vivienne, entre las cuales está situada la vieja Biblioteca Nacional de Francia. La zona del Palacio Real, cerca del Louvre, era sitio de encuentro juvenil de bohemios, militares, revolucionarios, editores, escritores, libertinos, viciosos y cortesanas.

Rubén Darío
A lo largo de dos siglos, centenares de letrados latinoamericanos de todos los países recién independizados visitaron la ciudad y vivieron largas temporadas aquí gozando de la rica vida cultural y sería interminable hacer el catálogo de memorias, diarios y libros escritos por ellos e inspirados por esa gran experiencia de coincidir en los tiempos de Napoleón Bonaparte o en la décadas posteriores marcadas por el auge de los Románticos, encabezados por Victor Hugo y otros muchos poetas, músicos, dramaturgos, pintores y pensadores. 

En la actualidad uno puede deambular por los pasajes construidos en la primera mitad del siglo XIX, muchos de los cuales existen, como Panoramas, Jouffroy, Brady y tantos otros que permanecen intactos y bien restaurados para mostrar a quienes los visitan dos siglos después cómo esta ciudad era una verdadera caja de maravillas que sorprendía a todos en aquellos tiempos de riqueza y auge, cuando este país era sin duda una de las dos grandes potencias mundiales al lado de Inglaterra.

Los pasajes eran lugares cubiertos y laberínticos llenos de tiendas, cafés, librerías, oficinas, donde la joven burguesía se guarecía de la intemperie exterior y el mal estado de callejuelas, avenidas y bulevares empantanados, sucios por las deposiciones de los equinos que halaban las carrozas y por el incremento de pútridos desperdicios.

Adentro, elegantes románticos tomaban chocolate, café, té o bebían y comían mientras departían sobre lo divino y lo humano, en tiempos de gran auge del mundo editorial y de las ideas. Sobre ellos, el gran autor judío-alemán escribió múltiples ensayos donde con precisión describe aquellos ambientes y sus consecuencias para la cultura de la época.

César Vallejo
Leer diarios, correspondencias y memorias de viajeros de todos los rincones de América Latina nos acerca a esa realidad multitudinaria de la capital mundial de aquellos tiempos, la metrópoli cosmopolita inigualada que fue. Pienso por ejemplo en el diario del general Francisco de Paula Santander, que nos cuenta sus experiencias día a día. Y, como él, prácticamente no hubo jurista, intelectual, político o magnate de aquellas épocas que no hiciera la visita obligada a la Ciudad luz y contara su periplo con admirado lujo de detalles.

Miguel Angel Asturias
En la segunda mitad del siglo XIX, desde la generación de los parnasianos hasta los simbolistas, otros personajes escribieron a su vez sobre el auge de la capital bajo el reino del Segundo Imperio, como el franco-uruguayo Lautréamont, los hermanos Angel y Rufino J. Cuervo y el poeta modernista José Asunción Silva, oriundos de Colombia, y después toda la generación de modernistas latinoamericanos encabezados por el nicaragüense Rubén Darío (ver foto), el guatemalteco Enrique Gómez Carrillo, el colombiano José Maria Vargas Vila, el mexicano José Juan Tablada y el argentino Leopoldo Lugones, entre otros.

Para publicar y hacerse conocer, un latinoamericano tenía que venir a Francia, donde la editorial Garnier o la casa editora de Ch. Bouret editaban prácticamente todas las novedades del continente en español y luego las exportaban por barco a las jóvenes repúblicas hispanas de ultramar. Inclusive los autores españoles del momento también acudían a París a trabajar en las empresas de ese rico y fogoso panorama editorial que convirtió en fenomenales best-sellers a Vargas Vila y Gómez Carrillo.

En el siglo XX, después del episodio de los modernistas que adoraron París, las drogas y la absenta, otras dos generaciones se instalaron y reinaron aquí: los autores de los años de entreguerras y la generación latinoamericana del boom en los años 50 y 60.
Julio Cortázar
En la primera, toda una pléyade se instaló por décadas en tan cálido ambiente bohemio. Encabezados por Miguel Angel Asturias (ver foto), que fue el primer best seller latinoamericano traducido en francés con Leyendas de Guatemala, vivieron y escribieron aquí el poeta peruano César Vallejo (ver foto) y sus compatriotas César Moro, los hermanos García Calderón, el ecuatoriano Gangotena, el mexicano Alfonso Reyes, la venezolana Teresa de la Parra, la argentina Victoria Ocampo, entre otros que tejieron relaciones con los hipanófilos Valéry Larbaud y Roger Caillois.

Carlos Fuentes
La segunda generación, antes y después del boom, con Pablo Neruda, Alejo Carpentier, Octavio Paz, Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes (ver foto), Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa,  Elena Garro, Severo Sarduy, Julio Ramón Ribeyro, Marta Traba, Marvel Moreno, entre otros, ganó en esta capital un reconocimiento fenomenal inigualable, antes de que la literatura latinoamericana pasara de moda y perdiera protagonismo a fines del siglo XX y los tres primeros lustros del siglo XXI.

Pero pese a que ahora son preferidas otras literaturas asiáticas, nórdicas, anglosajonas, africanas y  mediorientales en detrimento de las nuestras, los escritores latinoamericanos, argentinos, peruanos, uruguayos, brasileños, chilenos, mexicanos y centroamericanos que vivimos aquí seguimos llevando la antorcha de esa relación amistosa y amorosa entre los nativos del continente americano y una ciudad que sigue cada vez más bella y activa, iluminada por la fuerza de un pasado cuyos rastros y fantasmas perviven entre calles y edificios centenarios conservados como joyas que se resisten a desaparecer.

domingo, 6 de diciembre de 2015

BOTERO EN LOS ELÍSEOS

Por Eduardo García Aguilar
No lejos del palacio presidencial del Elíseo y de las avenidas que van hasta el Arco del Triunfo y que ya están iluminadas para las fiestas de Navidad y año nuevo, Botero, gran parisino, convocó este 2 de diciembre a coleccionistas, magnates, críticos y amigos de vieja data a la galería Hopkins de la lujosa Avenida Matignon para inaugurar una “Selección de obras recientes”, que estará exhibida dos meses.
Una puerta blindada de metal color violeta se abre accionada desde el interior como si fuera una caja fuerte y adentro amables damas reciben los abrigos de viejos millonarios, admiradoras damas crepusculares, amigos y estetas o críticos que suben por las escalinatas y caminan por dos salones desde cuyos ventanales se ven las luces de las Tullerías o las cúpulas del Grand y el Petit Palais construidos para la gran Exposición Universal de 1889, ambientes todos ellos muy proustianos en este invierno de 2015.
De inmediato el observador ingresa a ese mundo del gran pintor colombiano nacido en Medellín en 1932, universo lleno de colores, frutas y voluminosos personajes familiares extraidos de su imaginario pueblerino, como en estos dos cuadros de 2013, "Danzarines", donde dos parejas bailan brincando sobre botellas regadas o "Los músicos y la cantante", donde una mujer vestida de rojo y amplia cabellera rubia canta acompañada  por un grupo de hombres modestos que tocan  batería, guitarra y flauta traversa en un escenario cálido de Antioquia.
Son unos cuantos cuadros grandes, impecables, con un fondo bucólico de remansos verdes, tejados y cúpulas de iglesias, obras maestras que nos recuerdan al Botero discípulo de Ingres y Piero della Francesca, habituado desde muy joven a los museos de Madrid e Italia y del mundo, en busca de una expresión personal que un día descubrió al dibujar en Nueva York el orificio central de una mandolina que de inmediato adquirió nuevas dimensiones y lo cambió todo.
Donde quiera que se le vea, en una galería de Nueva York, en el museo Maillol o en su taller, Botero está ahí presente con gafas de aro de carey oscuro, casaca negra, o traje impecable de telas italianas y su figura semeja la del matador que una vez quiso ser de adolescente, listo para la faena, con la mirada lúcida, alerta, de quien viene de regreso de todas las batallas contra la modernidad y el pop en medio del cual emergió llevando la contraria en ese Nueva York de los años 60 dominado por Warhol donde dominaba el arte pop, el expresionista abstracto o el geométrico, tan lejanos a su mundo de origen, la Antioquia colombiana donde la gente se desplazaba y todavía se desplaza a caballo por colinas y montañas exuberantes llenas de pájaros, lianas, follajes y frutas maravillosas.
Más adelante, el espectador que apura el champán y deglute los pasabocas se topa con "Mujer en el Sofá", de 2013, hembra inmensa y desnuda de cabello negro que reposa alargada, serena, onírica, mientras guarda el banano a mitad mordido entre sus manos. O se encuentra con "Pareja en el prado", de 2012, ella vestida de azul de metileno y él fumando con camisa violeta y corbata roja mirando hacia el cielo. Ambos hacen la siesta en una colina desde donde se ven los tejados y las cúpulas de un pueblo que bien puede ser un villorio de su tierra natal, Santa Rosa de Osos o Sonsón, o uno de su querida Toscana, Pietrasanta, situados en viejas ex colonias de la España de Carlos V y Felipe II, en los tiempos del reino de Nápoles.
Y frente a frente, dos cuadros de 2013 donde por separado se ve a un hombre y a una mujer haciendo el pic-nic en un universo límpido de absoluta poesía, cuyo fondo contrasta con el aparente caos colorido de sandías, naranjas, bananos, vasos, cubiertos y restos que deja paulatinamente el solitario convite. 
Todos esos personajes están poseídos por una extraña tristeza existencial, igual a ese "Matador" de 2014, o la pareja de "El balcón" sobre fondo bucólico, de 2013, o "La plaza", también del mismo año, que nos lleva a esa infancia lejana de Colombia, porque gran parte de su obra al óleo es extraída de ese magma sepia de los mundos idos de la infancia, la violencia, la soledad y el dolor de su país de origen, que en este mundo reciente de su pintura se percibe en la mirada árida de los seres humanos presentados y el silencio espectral de sus ambientes de pesadilla por fuera del tiempo y la realidad estrictos.
También en esta ocasión se exponen unas cuantas esculturas escogidas para la ocasión: un "Pájaro" en mármol blanco, de 2014, una "Mujer desnuda en el lecho" en bronce, de 2006, una "Mujer a caballo" en bronce, de 2008 y más al fondo, para recordar el inicio de la aventura de sus volúmenes, un dibujo, "Guitarra en la silla", de 2006.
Botero está en el salón del fondo, en la oficina central de la galería, situada más allá de otra sala donde domina una enorme escultura en bronce de Lobo y en una pared, un pequeño cuadro de Max Ernst. Unas cuantas personas esperan para acercarse a saludar a la leyenda y pedirle les firme el catálogo de pasta dura envuelta en tela de un color amarillo intenso como el que aparece en algunos de sus cuadros. Bellas mujeres jóvenes le piden firmar el catálogo para su madre o la abuela y le dan un papel con el apellido exacto para que no se equivoque. A veces es la abuela misma la que se le acerca con lentitud y le expresa su admiración y casi le besa el anillo como si fuera el papa. 
Otros amigos lo abrazan o los impertinentes tratan de acaparar los preciosos segundos otorgados. Su esposa, la escultora griega Sofia Vari, atiende a los amigos en la otra sala y está pendiente cuando baja por un momento las escaleras.  Botero acaba de llegar de China, donde inauguró una exposición retrospectiva con motivo de los 35 años de las relaciones diplomáticas entre Colombia y la potencia oriental y en enero inaugurará otra muestra en la gran capital económica de ese país, Shanghái. 
Botero está ahí en el sofá y firma con paciencia a las decenas de asistentes. Es Botero y a estas alturas, con sus 83 años bien vividos, Botero es Botero: medio siglo de fama y éxitos permanentes. Cifras estratosféricas por algunas de sus obras lo atestiguan y lo posicionan como uno de los más cotizados del mundo. Como los grandes maestros de los últimos siglos, bebe el tiempo como Monet, Picasso, Maillol y Tamayo y su vocación es longeva. Cargando su gloria en vida, recorre en su periplo permanente Nueva York, México, Mónaco, Roma, Londres, Medellín, Bogotá, Tokio, Pekín, Berlín, Buenos Aires, Rio de Janeiro. Pero ahora está fugazmente en París como si las luces intermitentes de los Campos Elíseos fueran instaladas solo para él.    
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 * Publicado en Expresiones. Excélsior. México D.F. 6 de diciembre de 2015.

jueves, 3 de diciembre de 2015

LUZ MARINA ZULUAGA Y EL UNIVERSO

Eduardo García Aguilar's photo.


Por Eduardo García Aguilar
El primer recuerdo que tengo de la existencia de la sociedad multitudinaria y de la colectividad como tal es cuando, a punto de cumplir yo cuatro años, llegó el 16 de agosto de 1958 a Manizales la nueva Miss Universo Luz Marina Zuluaga (1932-2015).
Desde la ventana de la casa en esa esquina del Parque Caldas vi con mi familia pasar por la carrera 23 el cortejo precedido por policías motorizados, carabineros a caballo y flanqueado por una larga fila de uniformados, en medio del griterio y los aplausos conmovedores de la muchedumbre agolpada en las aceras.
La ciudadanía estaba orgullosa por partida doble: como nacionales del país galardonado mundialmente en Miss Universo y como provincia, al ser la reina oriunda de la ciudad. Aquella apoteosis quedó marcada para siempre con lujo de detalles: la atmósfera eléctrica de la ciudad, la solemnidad excepcional de la celebración en ese parque entrañable de la infancia, todo ello con la conciencia primigenia de pertenecer a una patria y a un terruño.
Y como en toda apoteosis celebratoria, lo más importante fue el carácter pacífico y popular del acontecimiento, que dio al pueblo instantes de convivencia y euforia, lejos de la violencia reinante, con las atrocidades que oíamos contar a los adultos. Diríase que esa noticia popular regocijante para el país significaba un receso en la letanía de La Violencia que tuvo su punto catastrófico 10 años antes, con el asesinato del líder liberal Jorge Eliécer Gaitán. O sea que a tres semanas de cumplir mis cuatro años, ese hecho significó mi bautizo como ciudadano.
Años después, cerca de los nueve, la noticia de la muerte de John F. Kennedy y el posterior asesinato de Lee Harvey Oswald por Jack Rubi me comunicó con la realidad mundial y el hecho de ser súbdito de un imperio. La noticia me llegó en uno de los patios de la casa de la carrera 19 con 25 y me acuerdo haber marcado con tiza la fecha y estado al tanto de la noticia por la radio. Después vendría la terrible foto del padre guerrillero Camilo Torres, masacrado por las fuerzas del orden y en esa misma casa comentar el hecho con mi padre Alvaro. En ese entonces, el gobierno colombiano celebraba esa muerte con felicidad y decía que la guerrilla se había exterminado para siempre. Un año después sería el turno del Che Guevara, convertido ahora en un mito general junto a Santa Claus.
Sin embargo, al lado de la Miss Universo Luz Marina y J. F. Kennedy, tal vez el recuerdo más impresionante y de rango cósmico es el de la observación familiar, en esa misma casa de la 19, de la llegada del hombre a la luna, en un enorme televisor empotrado en un mueble, de donde salían las imágenes en blanco y negro de la flotación sobre el satélite de Neil Amstrong antes de posar la bandera estadounidense sobre el suelo lunar.
Allí, a los 15 años, descubrí la pertenencia al universo y a una humanidad capaz de abandonar terruño, patria y mundo para ir al encuentro del cosmos. O sea que entre la irrupción de Miss Universo en mi ciudad y la salida del hombre hacia el Universo, sólo había transcurrido una década de recuerdos, que entonces parecían una eternidad y ahora son sólo un pedazo de vida impregnado por fortuna en la memoria antes de que llegue el Alzheimer.
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* Con motivo del fallecimiento este miércoles de Luz Marina Zuluaga.

domingo, 22 de noviembre de 2015

EL APOCALIPSIS DE LOS ILUMINADOS




 Por Eduardo García Aguilar

André Malraux dijo alguna vez que “el siglo XXI será religioso o no será” y como una profecía bíblica su precepto parece realizarse con creces a lo largo de estos primeros tres lustros caóticos iniciados con el derribo de las Torres Gemelas de Nueva York por Al Qaida, comandado por el millonario saudita Osama Bin Laden, al que sucede ahora otro más poderoso y con más vastas redes mundiales, el Estado Islámico que busca imponer un utópico califato global.

Ahora que la capital europea Bruselas se encuentra este sábado en estado de alerta máxima bajo la amenaza de inminentes atentados y que día tras día suceden tomas de rehenes y atentados suicidas en Yemen, Egipto, Malí, Libia, Líbano, Sudán, Siria, Turquía, Irak, Pakistán, uno cree vivir dentro de una pesadilla o al interior de una película catastrófica hollywodense como Blade Runner.

La reserva de suicidas convertidos al islam fanático parece inagotable y lo más sorprendente es que en esas filas hay miles de jóvenes nacidos en Europa, que desde hace unos años han ido cayendo en las redes de la clerecía islamista y poco a poco encuentran un sentido a sus vidas al unirse a la causa del sanguinario califato.

Tras la caída de La Unión Soviética que controlaba esas regiones con otros idearios y el fin de la guerra fría el mundo quedó huérfano de causas absolutas. El marxismo-leninismo, religión que movió montañas a lo largo del siglo XX en la Unión Soviética y sus satélites, en la China de Mao Tse Tung y en casi todos los países del Tercer Mundo, especialmente América Latina, el sudeste asiático y Africa, ha sido reemplazada en las juventudes extremistas de hoy por el fanatismo islamista opuesto a un Occidente para ellos cruel, satánico y pecaminoso.

Al leer los perfiles de los jóvenes asesinos suicidas de Daesh, casi todos nacidos en los años 80 y 90, sorprende la forma tan acelarada como cambiaron sus mentalidades, por lo regular a través del uso permanente de las redes sociales, donde son captados y adoctrinados por la organización. La mayoría hace apenas uno o dos años llevaban vidas comunes y corrientes de fiesta, conciertos, alcohol, en los suburbios de las capitales y de repente cambiaron de hábitos, asumiendo el riguroso puritanismo coránico y el deseo del martirio a nombre de Alá.

Luego los muchachos viajaron a Siria para enrolarse en las filas de ese Ejército y de ahí, tras las pruebas de fuego iniciáticas de los fusilamientos, degollamientos y combates bajo los bombardeos de Occidente regresan a conformar las células dormidas que atacan y siembran el terror en Francia, España, Bélgica, Suecia, Italia,Dinamarca.   

Muchas de las armas y recursos con que cuenta el Ejercito Islámico fueron suministrados hace poco por Occidente mismo, que envió materiales de guerra a los escenarios sirio, iraquí y libio para ayudar a supuestos rebeldes, pero que finalmente cayeron en manos de estas fuerzas comandadas por expertos miltares iraquíes o mediorentales entrenados tiempo atrás por las propias fuerzas occidentales, como en su momento lo fue el propio Bin Laden. O sea que el monstruo es en cierta forma el propio Golem creado por un Occidente errático desde los delirios bélicos de tenebrosa era de los Bush.

El conflicto ahora ha entrado en una etapa cuyo control tardará años pues esta generación de extremistas no solo sueña con el paraíso que les depara Alá en un cielo lleno de huríes, sino que agita sus mentes delirantes con un lenguaje que recuerda el de los primeros mahometanos creadores de califatos y dispuestos a llegar a Roma y a dominar el mundo para imponer a todos la religión del profeta.

Todas las generaciones humanas han tenido a sus iluminados y no se debe olvidar que antes las utopías llevaron a muchos a sembrar el terror a nombre de ideales absolutos. Hubo  largas y sanguinolentas guerras religiosas que opusieron a protestantes y católicos, católicos y cátaros, cristianos y judíos y los genocidios, persecuciones y expulsiones fueron la ley durante siglos. En 1492 los Reyes católicos Fernando e Isabel expulsaron a judíos y musulmanes de España obligándolos a huir a Bagdad, Tierra Santa, Estambul y Fés y durante siglos reinó la inquisición y la caza de brujas en los territorios de la cristiandad.

A nombre de la cristiandad ejércitos guiados por la cruz sembraron el terror en muchas partes y en los territorios descubiertos y conquistados impusieron a sangre y fuego la religión a los nativos, ante la mirada complaciente de jerarcas o la crítica de curas excepcionales como Bartolomé de las Casas.

Después de los años de la Ilustración llegó la razón convertida en Utopía y con la Revolución francesa una generación guillotinó a los desviados y tras cortar la cabeza al Rey saquearon iglesias y conventos y pretendieron expulsar a Dios de la tierra.

Más tarde vendrían otras utopías y fue el turno de los anarquistas y los revolucionarios que soñaban con un mundo feliz dominado por el proletariado bajo los cánticos de La Internacional, pero que a fin de cuentas condujo a la creación de feroces regímenes totalitarios y baños de sangre. Luego llegaron Hitler y sus nazis y Mussolini y sus falangistas y Franco y sus hordas que sembraron el terror y llenaron Europa de campos de concentración y fosas comunes.

A su vez América Latina, vapuleada por el imperio norteamericano, generó una era de guerrilleros que se fueron a las montañas a seguir el ejemplo del martir máximo, el Che Guevara y a nombre de un sueño diversos ejércitos mataron y estuvieron dispuestos a sacrificarse por una causa como lo hizo el padre Camilo Torres y despues de él decenas de miles de jóvenes iluminados.

Habrá que esperar entonces a que la fiebre baje para que todo retorne a una relativa calma, pero es probable que la humanidad esté condenada a vivir cíclicamente el febril delirio de la muerte por una razón muy simple: cada generación nueva de iluminados creerá que matando a nombre de una utopía puede forzar el mundo a convertirse en lo que nunca fue ni será. 
     
 * Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo, 22 de noviembre de 2015. 



 



sábado, 14 de noviembre de 2015

Y LA GUERRA LLEGÓ A PARÍS

Por Eduardo García Aguilar

Los terribles atentados que ensangrentaron París este viernes con saldo de más de cien muertos en siete lugares distintos, entre ellos el popular salón de conciertos Bataclán, estaban ya anunciados y eran ineluctables, y quienes vivimos aquí desde hace tiempo sabíamos que los terroristas atacarían en las zonas de fiesta, allí donde la gente de todas las edades y orígenes, locales o turistas, salen a divertirse entre luces, humos, cuerpos  y copas, para ratificar la fama que esta ciudad ha tenido desde siempre como sitio de esparcimiento, arte y poesía, cantados por poetas, novelistas y artistas populares de todos los tiempos, desde el medieval François Villon hasta Edith Piaf, Charles Aznavour o los contemporáneos como Zaz.      

El primer sonido del gong del terror en el contexto de la guerra actual que sacude la mitad del mundo sonó a comienzos de enero, cuando nos enteramos de que los yihadistas atacaban en la sede del semanario satírico Charlie Hebddo, acribillando a una decena de artistas irreverentes, no lejos de los lugares donde otra vez volvieron a hacerlo ahora, cerca de Bastilla y República, que los fines de semana están llenas de gente que va y viene y circula entre bares, salas de conciertos, cines, restaurantes o que simplemente deambula junto a los canales y los bulevares.

Todo es cuestión de azar y las personas que se vieron atrapadas este viernes en medio del horror mientras escuchaban un concierto de rock o comían en restaurantes y perecieron bajo las ráfagas de kalashnikov de los fanáticos islamistas, son las víctimas simbólicas de una tragedia que nos afecta a todos. Ellos murieron ahora, pero los habitantes de París sabemos que la sopresa podía surgir en una estación de metro, supermercado, bar, sala de concierto, biblioteca, escuela, universidad o museo.

Muchas veces pensé y le dije a algunos amigos cuando hablábamos en algún idílico parque, plaza, café o junto a los canales, que todo esto era solo provisional, porque Europa ha vivido en paz solo en las últimas seis décadas después de vivir toda la historia  en una sucesión interminable de guerras, la última de las cuales fue la Segunda Guerra Mundial, cuando de aquí salían trenes enteros de humanos hacia los campos de concentración o de trabajo alemanes. A través de la literatura, los libros de historia, el teatro y los filmes sabemos el horror que vivieron los resistentes de la ciudad, que tuvo la suerte de salvarse de ser destruida, pese a  la orden dada por Hitler de hacerla desaparecer, cuando preguntaba en el búnker nazi a sus lugartenientes, con su mirada sicótica: "¿Arde París?"

París no ardió y desde entonces tras la Liberación se vivieron largas décadas de prosperidad y paz. Pero esa paz idílica de las últimas décadas vivida por los habitantes de esta gran  jaula de oro ha desaparecido y no se sabe que nos deparará el futuro. Solo sabemos que el terrorismo es masivo y las guerras que incendian el Maghreb, Africa subsahariana, Oriente Medio y Asia son de tal magnitud que millones de refugiados ingresan o tratan de entrar a Europa para huir de la muerte segura en su países, devastados por los conflictos oscuros en que los ha sumido una plutocracia mundial que no tiene principios ni corazón. Y que las fuerzas yihadistas de los ejércitos islámicos quieren hacer el mayor mal posible a Europa, destruirla, aterrorizarla y terminar el sueño de esta ciudad luz y de todos los que viven y gozan en paz. Terminar el sueño de la democracia, la libertad de pensamiento y de culto y la libertad de gozar y amar libremente. Terminar el sueño de la tolerancia por la que abogaba hace siglos Voltaire. Un mundo laico, respetuoso de los otros y sus culturas.

Estamos en plena conmoción, pero si miramos la historia, podría vislumbrarse algún optimismo porque no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista y es posible que esta locura yihadista sea una fiebre que un día desaparecerá como ha desaparecido en otras épocas en que incluso el mundo del Islam creó una gran cultura, poesía, ciencia. Los occidentales tendrán que reconocer sus graves errores cometidos en las zonas incendiadas en la actualidad y admitir los horrores de la colonización, la esclavitud y de las múltiples guerras que por codicia han realizado en esas ricas regiones. Y buscar reuniones multilaterales para bajar la tensión y calmar a esa juventud suicida que ve en Occidente un satán despreciable y vive en la miseria y el desprecio permanente sin más ilusión que los falsos paraísos por los que mueren. 

Las fuerzas del fanatismo crecen en Europa y las de los nostálgicos del hitlerismo a su vez incrementan su presencia y poder político en todos los países, beneficiándose en río revuelto. Ya graves atentados han afectado a Noruega, Suecia, Dinamarca, Inglaterra, España, con saldo de centenares de muertos. Solo faltaba Francia en el cuadro y el momento llegó.

Cuando hacia la medianoche comenzaron a llegar las noticias nos invadió el dolor de saber que la historia había vuelto a atrapar a esta ciudad que sabe desde hace milenos de masacres, guillotinas y guerras sin fin. No es nada nuevo y solo lo habíamos olvidado por unas décadas como si aplazáramos, exorcizáramos en silencio la maldad humana presente en todos los martirizados países del mundo.

La sensación que experimento ahora, después de la terrible carnicería que provocaron este viernes los fanáticos yihadistas en pleno corazón de París, descrita por Ernest Hemingway como la ciudad de la fiesta, es la de una profunda náusea provocada por la certeza de que la guerra ha vuelto a estas calles de donde se había alejado hace siete décadas, cuando se liberó de la invasión nazi y empezó una larga era de paz y progreso y convivencia de gente de todos los orígenes y creencias.

París es una ciudad popular y en sus barrios viven africanos, asiáticos, mediorientales, magrebíes, ibéricos, europeos del este, italianos, turcos, latinoamericanos, rusos, japoneses, australianos, indios, paquistaníes y franceses de todas las regiones. Es una ciudad de tolerancia republicana donde gente que ha llegado aquí desde hace tiempo huyendo de la pobreza o de las guerras ha podido educar a sus hijos y montar sus negocios gracias a una escuela gratuita y abierta y a las facilidades para montar pequeños negocios. 

Ahí en esas zonas multirraciales llenas de jóvenes fiesteros y mestizos y gente de bien, estudiantes, maestros, trabajadores, que salen a divertirse los fines de semana, los terroristas yihadistas han sembrado el terror. En el salón Bataclán, donde centenares de personas escuchabn un concierto de rock, los degolladores de infieles del Ejército islamico quisieron repetir allí el espectáculo macabro que parcatican desde hace un tiempo en los teatros y las ruinas de Palmira.

Ahí llegaron hoy al grito de Alá Akbar y dejaron un reguero de sangre y más de cien cadáveres de gente inocente.  Intentaron también hacer atentados suicidas en el gigantesco estadio de Francia, donde había un partido amistoso entre Francia y Alemania que por fortuna no tuvo la amplitud sanguinaria que esperaban. En enero nos vimos horrorizados por la masacre de Charlie Hebdo, donde murieron los mejores caricaturistas del país. Y a lo largo de estos meses muchos atentados fueron frustrados.

Era asunto de tiempo y ahora por fin lo lograron. Pero esto es solo el comienzo de una era de incertidumbre para todos nosotros. Todos esos lugares ensangrentados situados en la zona popular de la ciudad por Bastille o République los conozco muy bien y los frecuento mucho en las tardes y las noches. Yo hubiera podido estar por ahí como tantes veces. Todos los habitantes de esta ciudad podríamos haber estado ahí. Esa es la terrible realidad. La guerra ha llegado a París y tal vez no se vaya en mucho tiempo.

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* Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. 14 y 15 de noviembre de 2015. La bella foto de una esquina de París es del gran fotógrafo francés Atget.

sábado, 17 de octubre de 2015

BORGES EN LA ERA INTERNET



 Por Eduardo García Aguilar

Por donde pasaba Borges parecía ser la concreción en vida de una nueva deidad. En México, al  salir de la sala Ollin Yoliztli, una noche de los primeros años 80, vi como varios jóvenes admiradores se tiraron al suelo y empezaron a seguirlo arrodillados, arrastrándose al grito de “¡gloria eterna para usted maestro!” y lloraban y acoplaban sus manos en signo de adoración, poseídos, locos, delirantes.
     La escena impresionante que ahora rememoro me parece similar a a esos actos histéricos en que los fanáticos de alguna secta religiosa entran en trace como se ha visto en todas las épocas ante las milagrerías de los iluminados. Lo mismo que vi en México ocurría en Quito, Bogotá, Medellín, Santiago de Chile, Londres, Madrid, Tokio, y París, ciudad donde desde hacía ya muchas décadas se le había consagrado como leyenda viviente. Se le veía junto a un globo, al lado de las pirámides de Egipto, sabio e infinito junto a las de Teotihuacán, ciego pero inquieto hasta el final, devorándose al mundo con su novia Kodama.
     Francia lo adoraba y las calles de París lo vieron pasar muchas veces. En el hotel de la rue des Beaux Arts donde murió Wilde, hay una placa en su nombre. Desde las traducciones de Roger Caillois, Borges fue adoptado por la tierra de Montaigne y Voltaire. En 1964 L’Herne dedicó un número especial a su obra, en los años 70 Michel Foucault lo hizo protagonista de Las palabras y las cosas y Gallimard en la colección Pléiade publicó sus obras completas en edición establecida, presentada y anotada por el francés Jean Pierre-Bernès, uno de los últimos confidentes del maestro autorizados entonces por María Kodama.
     Para Borges la gloria era la mayor incomprensión y aunque al principio sólo vendió en un año 37 ejemplares de uno de sus libros, en las dos últimas décadas de su vida se volvió una especie de fetiche hacedor de milagros.  Pero a diferencia de otros pavosrreales, Borges tomó la tragedia de su gloria con gran sentido del humor y proverbial modestia. Siempre fue un escritor marginal, rebelde, subversivo, anarquista, arbitrario. Argentino elitista y de derechas como su amigo Bioy Casares, cometió la torpeza de elogiar y buscar al repugnante dictador chileno Augusto Pinochet, lo que, según algunos conocedores, lo alejó del Nobel de literatura que parecía llegarle en bandeja de plata  
     Contra la corriente no escribió novelas porque su timidez lo hubiera incomodado entre tantos personajes, mezcló prosa y poesía en volúmenes y fue un gozoso conversador antes que aprendiz de tribuno. Su reino fue el estilo. De él dijo Emile Cioran que “la desgracia de ser reconocido cayó sobre él. Merecía algo mejor. Merecía seguir en la sombra, en lo imperceptible, seguir inasible e impopular”.   
     En un texto publicado en la revista Magazine littéraire,que le ha dedicado varias ediciones, el hispanista Gérard de Cortanze, afirma que hay “volver de nuevo a esta obra vasta y enigmática” y a un Borges “humanizado y más caluroso” lejos de la leyenda aceptada de “un intelectual abstracto y gélido”. El último exégeta Bernès trata de mostrarlo por su lado como “el viejo anarquista tranquilo”, según la propia y final autodefinición del poeta, poco antes de morir en Ginebra luego de casarse con María Kodama y participar con entusiasmo en la preparación de su obras completas para La Pléiade. 
     Bernès cuenta los últimos días previos a la muerte, en junio de 1986, y dice que tiene “la certeza de que preparaba su muerte por una especie de imitación de las muertes literarias que lo precedieron” y por eso le dijo, fiel a su gran preocupación, que “yo no se en que lengua voy a morir”.
     Borges fascinó en los 60 y 70 a toda la juventud latinoamericana que aprendía de memoria sus enigmas e ironías y lo tomó como modelo de escritor: el que deambula siempre por la biblioteca eterna y pasa de un lado al otro del mundo y de un milenio al otro con la alegría de un sabio modesto que está seguro de que todo conduce a la muerte y al olvido. El reino y la maestría de Borges en aquellos años se mira hoy con nostalgia: en todas las ciudades que visitó se vio rodeado por esa juventud entusiasta hoy envejecida o muerta que lo quiso no como una estrella fugaz de opereta literaria sino como el maestro que nos hace amar el milagro de la palabra, el libro, la vida, la muerte, la gloria, la eternidad, el olvido, el polvo, el desierto.
     Nacido según la Fundación San Telmo el 23 de agosto de 1899 y para otros el 24 del mismo mes, Jorge Luis Borges sigue en su nube de gloria en este siglo XXI de guerras religiosas, aunque es menos leído y poco conocido por las nuevas generaciones latinoamericanas y menos aun por los lectores internacionales, poco afines ya a ese tipo de autores desplazados por una literatura concreta, útil, periodística, literatura fácil de divertimento y sin estilo o matices, literatura para viajes, vacaciones o playas.
    Pero Borges sigue vivo reproduciéndose hasta el infinito para los curiosos en la red internet que él presagió en El Aleph y se necesitarían muchos años para visitar todos esos sitios llenos de sopresas, datos, referencias, juegos, enigmas y delirios y viajar por los múltiples enlaces borgianos en la telaraña mundial, gobernada por una magnífica inteligencia virtual y artificial donde el personaje que él fue para nosotros es un ahora un punto imperceptible a punto de desaparecer. 
     En tiempos de Borges la Gran Biblioteca estaba cerca de la gente, era una biblioteca amable, generosa, personal, llena de gracia y alegría; ahora, por el contrario, ha sido vaciada y en su lugar reina el hielo de los supermercados. Silvia Barón Superviele dice que para Borges “la Enciclopedia y la Biblioteca son análogas porque son imágenes del infinito” y esa búsqueda del infinito quiere ser desterrada de la literatura. Aunque en la red virtual su palabra crece hasta el infinito, parece también desaparecer reproduciénose, fluir escondiéndose ante la mirada ciega de un Borges que flota en el espacio como un astronauta perdido.
          


lunes, 12 de octubre de 2015

LAS OBSESIONES DEL PREMIO NOBEL


Por Eduardo García Aguilar

La noticia anual del nuevo Premio Nobel de literatura anunciado por la Academia Sueca en las primeras semanas de octubre de cada año ha sido siempre una fiesta para los amantes de las letras, a veces una deflagración personal cuando se trata de un conocido del ámbito cultural al que pertenecemos, un autor admirado y leído, u otras cuando el galardonado es una figura que sale de la sombra desde un país exótico, por lo regular con nombre casi impronunciable.

Quienes fuimos infectados por la literatura desde muy temprano hemos tenido una relación especial con esos autores cubiertos por el aura del premio otorgado a lo largo de más un siglo, pues abundan las ediciones y biografías de los afortunados y las leyendas en torno a sus vidas, como es el caso del sorpresivo Nobel Albert Camus, nativo de Argelia, hijo de española analfabeta, premiado muy joven, y quien murió poco después en un accidente automovilístico.

La Academia premiaba entonces al militante por la paz que tenía una posición ambigua y polémica en torno al propio conflicto sangriento que encendía su tierra natal y terminaría en la desgarradora independencia de Argelia y el éxodo de millones de colonos franceses y nativos en barcos llenos que huían de la masacre segura y quienes se enfrentarían luego a la hostilidad de los habitantes de la metrópoli, que persiste aun bien entrado el siglo XXI.

El premio a Camus fue aun mas polémico, pues un joven le ganaba la partida a las otras dos grandes figuras de las letras francesas de ese momento, los cascarrabias André Malraux y Jean Paul Sartre, subidos ambos en altos pedestales de gloria construidos por los fieles de sus respectivas tendencias políticas: el gaullismo de derecha moderada en el caso del primero y la extrema izquierda marxista en el caso del otro.

La muerte prematura del apuesto Camus, con su figura de galán de cine, aumentó su leyenda y poco a poco el tiempo le fue dando la razón. Muy temprano, los adolescentes infectados por la literatura leyeron en esos tiempos El extranjero, La caída y otras de sus obras o se aventuraron a leer las diversas colecciones de ensayo sobre los asuntos de su época. Y nunca olvidarían a Mersault, personaje de su corta obra de ficción más famosa.

Unos tres lustros después se le otorgó el Premio Nobel a Alexandre Solyenitzin, oscuro escritor de provincia en la Unión Soviética, pequeño profesor de ciencias genial cuyas obras estaban prohibidas pero pasaban de mano en mano y constituían la más fenomenal crítica al sistema totalitario soviético, por lo que había sido apresado y enviado a las cárceles del famoso gulag.

Escritor dotado de una inteligencia y talento extraordinarios y fuerza de carácter afin a lo que se ha dado en llamar el alma rusa, Solyenitzin escribió obras notables, entre las que se destaca El primer círculo, donde caricaturiza al propio tirano Stalin y describe, entre otras cosas, los ambientes cerrados donde científicos y técnicos son obligados a trabajar para el régimen en cárceles privilegiadas, perfeccionando los sistemas de telefonía y de escucha que no le gustan a Stalin.

Las obras de ese autor, entre las que figuran Un día en la vida de Iván Denisovich y El archipiélago de Gulag, son ya enormes clásicos y su rango se encuentra al nivel de los más  grandes escritores rusos, como Tolstoi y Dostoievski, entre otros que han sabido contar la peculiaridad de esa gran cultura de extremos, violenta, sentimental, cruel y festiva que hoy sigue dando noticias y es el tema que le valió el sorpresivo premio a la nueva galardonada, la periodista bielorrusa Svetlana Alexiévich, autora de Voces de Chernóbil y El fin del hombre rojo.

Muchas décadas después la lucha contra los sistemas totalitarios y sus derivas sigue dando tema a los escritores y premios a los perseguidos. Un poco eurocentrista en las última década, la Academia ha galardnado uno tras otro, a autores poco conocidos de los ex países satélites de la Unión Soviética. Tal es el caso del húngaro Imre Kertez, la rumana de lengua alemana Herta Müller, la polaca Wyslava Symborska.

La Europa central y del este parece ser por ahora el centro de las preocupaciones de los académicos suecos al galardonar figuras exóticas para el resto del mundo como la austríaca Elfriede Jelinek, el sueco Thomas Trastörmer  o los franceses Jean Marie le Clezio y Patrick Modiano, tras lo cual de vez en cuando se premia a algún outsider chino o africano o a viejos consagrados como Doris Lessing o Günter Grass. Estados Unidos y América Latina le interesan menos por ahora.

No es para menos. Europa es e la actualidad un taller en plena ebullición y cambios, situada en el centro de un mundo en guerra donde los polvorines son muchos y variados en Ucrania, los balcanes, Oriente Medio, el sudeste asiático y casi todo Africa, cuyos problemas estallan también al interior de estas naciones en pleno proceso de cambio, inmigración y mestizajes múltiples.

Está todavía muy fresca la guerra en Europa. Las cenizas de la gran conflagración de la Segunda Guerra Mundial están todavía calientes y los escritores de todas las generaciones abordan los temas de la violencia vivida por padres, abuelos y bisabuelos en el siglo XX. Las fronteras aun son frágiles y los rencores persisten en España, donde las cicatrices del franquismo aun no cierran, o en Francia, donde el dolor de la Ocupación nazi sigue vivo, o en Italia, donde Mussollini y la falange sigue latente, por lo que los fantasmas del fascismo y sus exterminios de extranjeros tientan aun a grandes sectores de la poblacion local en los suburbios y los campos.

Por eso la literatura europea sigue muy viva, es abundante y variada, y está casi siempre relacionada con todos los dolores de judíos, gitanos, rusos, polacos, alemanes, franceses, griegos, serbios, húngaros, españoles, ucranianos, búlgaros, rumanos, checos, el de las víctimas de los diversos totalitarismos en fin de cuentas.

Los peligros de que está rodeada Europa y el miedo de que estalle una nueva guerra en los mismos lugares donde se iniciaron las anteriores, convierte al Nobel en un galardón bastante eurocéntrico. Pero aun así, no deja de abrir ventanas necesarias a los lectores y creadores ávidos de nuevas literaturas, voces y temas.      




domingo, 4 de octubre de 2015

LA CARAVANA DE GARDEL



Por Eduardo García Aguilar

Uno de los grandes escritores colombianos y latinoamericanos actuales, sin duda merecedor del Premio Cervantes y otros galardones internacionales si esas instancias exploraran más allá de autores de best sellers o ligados a esferas de poder y de intriga, es sin lugar a dudas Fernando Cruz Kronfly (1943), autor de una vasta obra que incluye nueve novelas, diversos libros de relatos y ensayo, e incluso poesía.

Cruz Kronfly pertenece a la generación de autores colombianos que empezaron a publicar muy jóvenes en los años 60 y fueron eclipsados desde el inicio por la irrupción del boom latinoamericano y la deflagración atómica de Gabriel García Márquez, y a la que pertenecen novelistas como Germán Espinosa (1939), Oscar Collazos (1942) y Rafael Humberto Moreno Durán (1946), para solo mencionar algunos de los ya fallecidos. Y entre los vivos Albalucía Angel, Fanny Buitrago y Roberto Burgos Cantor, entre otros.

Antes de que la narrativa colombiana diera un viraje casi total a la sicaresca, centrada en la temática del narco y la violencia criminal o hacia  la comercialización a ultranza de la mano del escándalo autobiográfico o el neocostumbrismo escatológico muy preciado por los lectores locales, esta generación se caracteriza por su amplia cultura, la práctica del ensayo y el diálogo con otras culturas y la reflexión sobre el acto de escribir en el contexto de su agitada época, no desde el ángulo de la fácil demagogia emocional sino del pensamiento riguroso y del cotejo académico y universitario.

Hijos del Extremo Occidente, definido así con lucidez por el ensayista francés Alain Rouquié, Cruz Kronfly y sus compañeros de generación, nacidos casi todos en los años 40 y que publicaron sus primeros textos en la revista Eco u otras publicaciones de alto nivel existentes antes de la frivolización de las letras colombianas, estaban al tanto de todas las corrientes del pensamiento mundial y ejercían el arte de novelar con una mirada mucho más amplia que la actual, menos preocupada en satisfacer al lector de novelas McDonald o a los editores chatarra, que en romper cánones, abrir laberintos y establecer vasos comunicantes.

Cruz Kronfly, abogado de la Universidad Gran Colombia de Bogotá, ha sido profesor de la Universidad del Valle en Cali, que le otorgó el dotorado Honoris Causa en Literatura. Allí en esa ciudad del occidente colombiano, centro de una gran actividad poética, cinematográfica y dramatúrgica de vanguadia en el siglo XX, ha vivido el autor entregado a su trabajo académico y de escritura.

De la vasta obra narrativa de Cruz Kronfly se destacan Falleba, La ceremonia de la soledad, El embarcadero de los incurables, La ceniza del Libertador y sus dos más recientes, La vida secreta de los perros infieles y Destierro, entre otros libros que abordan los avatares del deseo y la soledad, también publicados por la excelente editorial Sílaba de Medellín. En el campo del ensayo, figuran La tierra que atardece, Amapolas al vapor y La sombrilla planetaria, a través de los cuales conocemos su sólido pensamiento sobre nuestra época.

Pero hoy nos ocuparemos brevemente de La caravana de Gardel, que acaba de ser reeditada en Colombia por Sílaba y fue llevada al cine este mismo año por el director Carlos Palau, cineasta de la generación del llamado Caliwood, de Cali, y cuyo principal exponente de leyenda es el suicida Andrés Caicedo, autor de la mítica novela Que viva la Música.

La caravana de Gardel muestra la capacidad juguetona de Cruz Kronfly de salirse de sus propios senderos. Si en gran parte de su obra muy contemporánea nos introduce a los aposentos de parejas modernas confrontadas a la neurosis citadina, la asfixia del cuerpo y a las derivas del deseo, desde ángulos interiores y en ámbitos intelectuales y reflexivos, fragmentarios, desolados, en La caravana de Gardel viaja hasta el pasado, introduciéndonos primero al año 1935, cuando murió Carlitos Gardel en Medellín en un accidente aéreo.

Quince años después del accidente Cruz Kronfly nos lleva también a la trágica época de la violencia partidista en Colombia, a través de la voz de un personaje, Arturo Rendón, que participó en el traslado imaginario o real del cadáver del rey del tango por los caminos y montañas del occidente colombiano, a pie, a lomo de mulas, por camion o vía férrea para llegar al puerto de Buenaventura, desde donde el sarcófago viajaría en barco hasta Buenos Aires.

Rendón vuelve 15 años después a la ruta por donde transcurrió el traslado del cadáver del tanguero, en busca del tesoro que tal vez extrajo del catafalco gardeliano su compañero de aventura, el pillo Heriberto Franco. Pero Rendón ya es otro. No queda nada del humilde arriero. Ahora es un joven tanguero urbano que se ha despojado de su pasado agrario y viste como Gardel, con traje completo, chaleco, sombrero Stetson alón, mancuernas, pelo engominado y es un inveterado mujeriego.

El retorno de Rendón es el pretexto para hacer un viaje por una zona del país marcada por las masacres de la Violencia, cuando los ultramontanos conservadores liderados por Laureano Gómez buscaban exterminar a liberales y comunistas y cuando lo agrario, feudal y ultracatólico trataba de exteminar a machete el pecaminoso auge de lo liberal, ateo, librepensador y proletario que irumpía en pueblos y ciudades: o sea la modernidad urbana que transformaba a la vieja colombiam tema predilecto de Cruz Kronfly.

La novela es un cuadro de época, minuciosa reconstrucción de un tiempo ido en el que vamos de la mano de La leona y la gata, dos putas amantes de Rendón que frecuentan cantinas y hoteles de paso con el joven y adorado tanguero, un duro que busca su objetivo sin saber o tal vez sabiendo su fatal destino.

La caravana de Gardel es solo una de sus nueve novelas, terrible y llena de humor, pero es una ventana a la obra de este gran autor colombiano que ojalá los lectores latinamericanos y españoles descubran pronto, porque es el más importante novelista colombiano de su generación y de los más destacados de América Laina, al lado de Ricardo Piglia y César Aira y por eso ya es hora de leerlo y escucharlo porque está entre nosotros más lúcido que nunca.  

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  * Publicado en la sección Expresiones de Excélsior, México. D. F.,  el domingo 4 de octubre de 2015.

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sábado, 26 de septiembre de 2015

OKTOBERFEST CON INMIGRANTES

Por Eduardo García Aguilar
Unos seis millones de alemanes de todas las regiones, pero especialmente de Bavaria y Austria, y turistas del mundo entero, se dan cita desde este 19 de septiembre y hasta el 4 de octubre de 2015 en la enorme plaza Theresienwiese de Múnich para disfrutar durante dos semanas de la Oktoberfest, que celebra este año la versión 182 y fue iniciada con motivo de la boda de Luis I de Baviera.
En esta ocasión la Oktoberfest es excepcional, pues en las últimas dos semanas Múnich ha recibido cientos de miles de inmigrantes mediorientales de diversas obediencias que huyen de las guerras y aspiran a ser acogidos en El Eldorado alemán, o en algunos países nórdicos como Suecia, abiertos al ingreso de estas poblaciones a la deriva como en los tiempos bíblicos. Los fiesteros bávaros saldrán de la estación central por el norte y los inmigrantes por el sur, separados por las autoridades para evitar conflictos.
Creada para celebrar las bodas del famoso rey, la fiesta se quedó para siempre y es una celebración espectacular que llena las calles de bávaros ataviados con su prendas típicas: bellos trajes largos, amplios, escotados y coloridos para las hembras y calzonarias, camisas de cuadritos, tirantes, sombreros tiroleses, botas y medias tobilleras orladas para los hombres.
La estación central (Hauptbanhof), situada en un barrio poblado por turcos, se convierte en un hervidero de gente que acude cada día por centenares de miles y luego recorre las calles hacia los hoteles o las casas de familiares y amigos. Muchos de ellos son parejas de enamorados o grupos de amigos, hombres y mujeres.
Proliferan los jóvenes alegres que pronto llegarán a la Theresienwiese, donde desde hace ya un mes están instaladas gigantescas carpas provisionales con capacidad cada una para más de 5000 comensales y bailarines que vibran al ritmo de las orquestas típicas bávaras.
Es una ciudad dentro de la ciudad. Y además de las carpas, se destacan los gigantescas atracciones de todo tipo, expuestas como en las ferias foráneas que todos recordamos, con la rueda de Chicago, los carros chocones, aparatos para sentir emociones imposibles y todo tipo de milagrerías de recuerdo infantil, donde grandes y chicos retornan a la infancia.
Este tipo de ferias se dispersaron por el mundo a mediados del siglo XIX, en especial en  las ciudades europeas, estadounidenses y latinoamericanas y que todavía provocan felicidad y regocijo anual a las familias, que recorren las avenidas provisionales entre todo tipo de comestibles como chuzos de carne o pescado, salchichas, chorizos, albóndigas y por supuesto las diversas y deliciosas cervezas que en Múnich se toman en enormes jarras de varios litros.
La fortaleza de hombres y mujeres para consumir la cerveza en estas jarras es impresionante, pero los efectos se dejan sentir y hacia las tarde o en las noches las calles se ven llenas de borrachos, vigilados a lo lejos por la policía para evitar problemas.
Tal es la preocupación ahora de las autoridades, pues en las semanas anteriores ocurrió el éxodo más espectacular de refugiados en las puertas de Europa, en especial en Múnich, donde más de medio millón han llegado en trenes o por carretera, en su mayoría sirios, afganos, iraquíes, kurdos, palestinos y otros que huyen de las guerras del Oriente Medio donde el Ejército islámico toma regiones y ciudades y luego procede a torturar y matar a los que ellos llaman infieles de otras obediencias o matices de la misma loca religión islámica creada por Mahoma, un profeta poseído de visiones, quien escuchaba voces que le dictaban los textos sagrados.
Será interesante ver lo que pasará con todos los recién llegados, muchos de los cuales nunca habían salido de sus regiones y que ahora vivirán y convivirán con seis millones de alemanes y turistas dedicados a la fiesta desbordada y delirante. Será un contraste total para ellos, que acaban de salir de una  vida de bombardeos y ejecuciones masivas, llegar a una ciudad dedicada a la fiesta ancestral como en los cuentos de Grimm o Hoffmann y otros cuentistas románticos de las montañaas alpinas y los bosques germanos llenos de brujas, gnomos y flautistas de Hamelin.
Toda la vida han escuchado los cantos de los muecines islámicos, las plegarias y sermones de los imanes, se han inclinado en total sumisión al interior de las mezquitas y las mujeres además han sido sojuzgadas por una sociedad patriarcal que las confina al hogar, las cubre con burkas y las lapida por adúlteras o libres.
Y de repente desembarcan en una bella ciudad de sueño, barroca, limpia, cruzada por un río libre y boscoso y llena de hermosos templos católicos. Los niños no olvidarán jamás estos primeros días de libertad y los adultos tal vez se cuestionarán sobre el mundo medieval y cruel donde han vivido bajo la dictadura de fanáticos y violentos islamistas que recuerdan a sus congéneres de los tiempos de
la Inquisición medieval católica.
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*Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. 19 de septiembre de 2015






domingo, 13 de septiembre de 2015

¿ NERUDA EN EL LAGO DE ARANGUITO?

Por Eduardo García Aguilar
En Bolivia habían matado el año anterior al Che Guevara y proliferaban por todas partes las  imágenes de ese otro Cristo muerto con los ojos perdidos en las nubes de la inocencia. Dos años antes también habían matado al cura guerrillero Camilo Torres. En la calle los manifestantes esgrimían fotos de los guerrilleros ultimados y lanzaban encendidas consignas revolucionarias.

Alumnos de bachillerato y universitarios al unísono se lanzaban a un compromiso inevitable con la revolución y el cambio y, como nunca en el  país y en todo el continente, aumentaba la prédica del orgullo latinoamericano, la reivindicación de las raíces y el aborrecimiento de la odiada madre patria que nos había colonizado y del imperio yanqui que nos saqueaba, según insistían los ideólogos silvestres desde púlpitos improvisados.

Con el cuerpo del Che Guevara fresco aún en la memoria, en el Instituto Universitario los estudiantes sentían con mayor intensidad práctica la necesidad de manifestar en las calles y participar en el movimiento estudiantil.  Dejaban de ir a clase para salir a las manifestaciones a favor de los obreros
huelguistas de la fábrica de textiles Única y empapelaban la paredes de ese colegio destinado a formar futuros técnicos. Hicieron huelga, bloquearon las puertas, homenajearon al Che Guevara, gritaron vivas a la Revolución.

En ese año 1968 la agitación cundía por todas partes y la visita de Pablo Neruda a la ciudad en octubre para el Festival  Internacional de Teatro Universitario encendió aún más los espíritus con un feroz latinoamericanismo antiimperialista. Todo mundo leía el Canto General del chileno futuro Premio Nobel, considerado con su voz gangosa y su corpulencia araucana un patriarca de la América encendida, especie de guía, papa de las izquierdas imparables que tarde o temprano llegarían al poder para esparcir la felicidad sobre la tierra.

El  clímax de libertad llegó a lo máximo con la presencia en la de Pablo Neruda, el ídolo que insuflaba energía con su palabra. Su llegada a Manizales fue como un terremoto y su figura enorme,  gruesa, rostro hinchado, nariz de mapache, paso torpe de leviatán indonesio, era un imán que atraía a todos desde los rincones desclavando relojes.

A Neruda algunos miembros del grupo literario del colegio, el disidente Centro Cultural Independiente, lo seguían desde lejos, casi espiándolo, cuando se paseaba con su esposa Matilde Urrutia por las calles de Manizales durante esos días que estuvo en la ciudad. Dieron libre para ir al recital al Teatro Fundadores el 8 de octubre de 1968 y miles de personas de toda las edades y orígenes acudieron a escucharlo al moderno foro. Incluso era tal la algarabía y el entusiasmo, el deseo de no quedarse afuera, que el público rompió una de las gruesas vidrieras de las modernas puertas de entrada, causando un estruendo de cristales.

El teatro estaba repleto, como puede verse en las fotos de la época publicadas en La Patria, donde yo me veía, arriba, en el escenario, junto a quienes nos subimos en tropel y mirábamos desde la escena al público sentado abajo, en la platea, engrandecidos por estar al lado del poeta. Ahí hicimos guardia
y esperamos el final para dirigirle unas palabras. Le sustraje un  recorte de papel con el que marcaba el volumen del Canto General, del que había leído apartes ante el entusiasmo de la multitud y que decía en letras de plumón verde « 13. Pobreza ».

Poetas adolescentes lo persiguieron juntos por la ciudad, asediándolo desde lejos cuando salía del Hotel Ritz a pasear solo o acompañado, como esa tarde de bello crepúsculo cuando caminó por la
carrera 23 hasta Chipre para ver el atardecer color fuego que se extendía hacia el occidente, sobre las altas montañas tras las cuales se encuentra el Chocó, el río Atrato y el Océano Pacífico. Lo
acompañaban Iván Cocherín, José Naranjo, su esposa Matilde y dos miembros de la organización del Festival de Teatro.

Iba con su proverbial cachucha, que era su imagen de marca, camisa de cuello abotonado, sin corbata, y chaqueta deportiva color beige marca Polo. Caminaba paquidérmico, lánguido elefante, por la avenida que bordea el vasto precipicio que da al valle del Cauca, a la hondonada gigantesca que se encuentra entre las dos cordilleras. Subió hasta el mirador, llamado  Lago de Aranguito y se detuvo a observar un mono enjaulado que hacía piruetas y se masturbaba frente a los espectadores.

Tocó con sus manos las hojas de las plantas y las enredaderas que  componían un vivero alrededor de arcadas instaladas allí para tal efecto, e incluso olió las diferentes flores, en especial un entramado de bellas orquídeas que colgaban a la entrada del famoso estadero.  Y exclamó abriendo los brazos hacia la inmensidad : « ¡Manizales, en definitiva, es una fábrica de atardeceres ! ».

Más tarde entró al café restaurante del Lago de Aranguito con los acompañantes y los poetas adolescentes se instalaron en una mesa  cercana, mientras afuera los colores, los haces de luz fucsia y naranja intensos tajaban las nubes, se multiplicaban y adquirían el colorido magnífico de una oculta deidad fosforescente. José Naranjo conversaba con él y le hacía unas preguntas que publicó después en el dominical de La Patria.

Luego se fueron a acompañarlo al Hotel Ritz, en la carrera 22. El poeta y la esposa estaban algo fatigados. Les sirvieron trucha de la región con papitas al vapor y ensalada. Les dieron vino chileno. Neruda le regaló a los poetas impúberes una edición empastada del Canto General y otros libros. Fue la noche más feliz de sus vidas.

Más tarde los adolescentes salieron a la calle sin poder creer lo que  había ocurrido. Se sentían los poetas más colmados del mundo. Veían a Rimbaud en el firmamento. Walt Whitman los saludaba desde el nevado de El Ruiz.  No sé si todo esto que cuento fue verdad o mentira, ficción, sueño o delirio. Pero pudo ocurrir en el Festival Internacional de Teatro Universitario de 1968,  hace casi medio siglo, o sea toda una eternidad cósmica.

* Publicado en el diario LA PATRIA. Manizales. Colombia. 13 de septiembre de 2015.
* Fotografia del ya desaparecido Lago de Aranguito y del restaurante que había allí en aquellos tiempos.

sábado, 5 de septiembre de 2015

EL MENSAJE DEL NIÑO AYLAN KURDI




 Por Eduardo García Aguilar

La foto dramática del niño migrante Aylan Kurdi hallado muerto en una playa turca luego de que sus manitas se desprendieran de las de su padre y se ahogara en aguas del Mediterráneo, desencadenó una reacción continental ante la tragedia del éxodo de millones de personas que huyen de las múltiples guerras que afectan el Medio Oriente, el continente africano y regiones asiáticas.

Ya son miles los ahogados en los últimos años en aguas del Mediterráneo, cuando las precarias embarcaciones en las que se hacinan con la ilusión de tocar costas europeas naufragan ante la indiferencia de Occidente, en parte responsable de las guerras desatadas en esas regiones por la codicia plutocrática y las políticas bélicas erráticas, como las ocurridas en Irak o Libia.

A esos muertos se agregan yemeníes, etíopes, sudaneses, chadianos, nigerinos, libios, tunecinos que huyen de otros ejércitos yihadistas como Boko Haram o de guerras civiles y atraviesan los desiertos saharianos por donde transitan hacia Libia o los que han quedado atrapados en zonas de Irak o Siria dominadas por los fanáticos salafistas del Ejército islámico, que ahorca, lapida, fusila, incinera o decapita a quienes consideran infieles a los preceptos del Corán.

Millones de sirios de diversas obediencias están en campamentos turcos, kurdos, libaneses. Son familias de clase media arruinada, gente trabajadora, que abandona todo para huir de la muerte con sus hijos en busca de otra oportunidad sobre la tierra, tal y como ocurría con la familia del Aylan, cuyo cuerpecito inerme se convirtió en el símbolo de este terrible drama contemporáneo mundial.

Porque el éxodo no se da solo en esas regiones asiáticas, africanas y mediorientales en guerra sino también en  nuestro continente latinoamericano, donde bajo la apariencia de gobiernos democráticos se da el éxodo de la población en países como Colombia, Nicaragua, Honduras, El Salvador, Guatemala y México, asediada por las fuerzas del orden coludidas con bandas criminales, cárteles de droga y mafias de toda índole.

Se olvida que solo en Colombia ya son millones de desplazados que huyeron a otros países de la región y del mundo en busca de oportunidades, a los que se agregan los desplazados interiores que nutren tugurios y suburbios precarios de las ciudades, zonas sin ley donde reina la muerte, lejos de los barrios de ricos que en cada ciudad son cotos vigilados y aislados del resto de la población, y donde las clases altas y los mafiosos practican la política del avestruz.

En los países centroamericanos limítrofes con México el drama es mayúsculo. Son países sin ley dominados por la corrupción y las bandas criminales, las famosas “maras” asesinas que reclutan jóvenes para robar y matar. De la pobreza huyen cientos de miles de jóvenes hacia el norte en buses o subidos a los trenes en largos viajes por el gigantesco y peligroso territorio mexicano, en cuyas rutas encuentran muchas veces la muerte.

La frontera de Estados Unidos, donde reina un muro, es también asaltada por esas poblaciones centroamericanas y mexicanas y de otros países del mundo que sueñan con llegar a ese país en busca de trabajo o de la compañía de familiares que ya ingresaron con antelación. El mundo se ha convertido entonces en una gigantesca ratonera, un barco ebrio, loco y perdido en medio del mar, a donde se suben los miserables que deja la guerra librada a cielo abierto por las grandes potencias que conquistan los recursos naturales del planeta y los territorios por donde transitan.

La imagen de ese niño tierno tirado como desecho en una playa turca fue el símbolo que desbordó por un momento el vaso de la indiferencia. Centenares de benévolos alemanes se volcaron en Munich a la Estación central para recibir miles de migrantes que llegan en trenes, ofrecerles comida, abrigo, orientación, juguetes a los niños y una sonrisa de amistad.

Porque hasta ahora la población europea veía a esos migrantes con desconfianza, como si fueran algo abstracto, bichos, alimañas, ratas, animales sin rostro, cuando son familias jóvenes, gente de bien que ha dejado casas, negocios, enseres, para escapar a la muerte decretada por los ejércitos de todo tipo, tanto los bombardeos occidentales como los fusiles y las horcas del fanatismo islamista. 

Desde los tiempos de los tiempos de la Segunda Guerra Mundial no se veía un éxodo bíblico de tal magnitud. Es un éxodo imparable que no parece tener solución, mientras los grandes consorcios y capitales financieros y los magnates del mundo siguen engordando sus capitales hasta el infinito e incrementando la miseria de miles de millones de humanos periféricos.

Y aunque hay fuerzas neo nazis, conservadoras, godas, que vociferan en contra de los migrantes que llegan a Europa porque los suponen amenaza contra una supuesta raza o civilización autóctona blanca y milenaria, se ha visto también una ola de solidaridad en personas de todas las edades que se acerca a los campamentos europeos a mirar a los ojos a esos jóvenes africanos y mediorientales, parejas con niños tiernos y sonrisa llena de futuro, para darles un nombre y ayudarlos.

Esa misma ola de solidaridad europea reciente debería darse en América Latina, en Colombia, México, Centroamérica, en Los Andes, llegar a esos barrios de ricos apertrechados entre lujos custodiados por el ejército, ahítos de acumular y conservar privilegios y tierras y el Apartheid racial y de clase que les suministra servidumbre barata. El mismo éxodo se da en Colombia día a día en las capitales y en Chocó, Cauca, Nariño, Guajira, Tolima, Llanos,  ante la indiferencia casi general.

En Colombia han muerto miles de niños como Aylan Kurdi acribillados, violados, tasajeados a lo largo de un siglo por pájaros, chulavita, paramilitares, hacedores de falsos positivos, guerrillas, cárteles o por el hambre y el olvido.

Como en los viejos tiempos ocurría con los famosos gamines abandonados por la guerra, hoy hay millones de niños Aylan Kurdi colombianos, centroamericanos, mexicanos desplazándose de un lado para otro, de Venezuela a Colombia, de Guatemala a Guatepeor, mientras los líderes vociferan e incendian, siembran el odio y la guerra con sus miradas de sicópatas insaciables, cuyo único objetivo es conservar privilegios, dinero, oro, lujo, tierras, mansiones, servidumbre.  Por eso el ángel Aylan Kurdi, ahogado y tirado en una playa turca, es el símbolo del fracaso de la humanidad y del homo sapiens, el más cruel animal que ha producido la tierra.