martes, 16 de diciembre de 2014

MIRADAS ESTÉTICAS A LA CIUDAD NATAL

Por Eduardo García Aguilar

Siempre he pensado que Manizales es uno de los secretos más importantes de América Latina, una ciudad de una inmensa belleza no solo por los paisajes que la rodean desde el balcón geológico que habita a partir de su fundación reciente en el siglo XIX, sino por la arquitectura de su centro histórico principal y de los barrios antiguos, que como Hoyofrío y Los Agustinos, sobrevivieron a los incendios que la devastaron en los años veinte del siglo pasado y que aun sobreviven milagrosamente, pese a la fuerza de la cultura del cemento, arrodillada desde hace más de medio siglo al reino todopoderoso del Dios automóvil.

Quienes tuvimos la fortuna de nacer y crecer en Manizales ignoramos a veces las joyas arquitectónicas que se encuentran todavía en muchos lugares, esquinas, cuadras secretas, plazas, empinadas calles, rincones olvidados, porque ellas hacen parte natural de nuestra visión desde la infancia y son como un reflejo natural del imaginario personal, un poblado ámbito onírico que nos constituye y nos alimenta desde siempre.

Hace poco, al observar las fotos que ha tomado Beatriz Gómez a muchas construcciones y rincones de su ciudad natal con un amor lleno de sorpresa y que han circulado por Facebook, muchos han reaccionado con un gran entusiasmo, como si se sintiera la necesidad de salvar la ciudad para siempre y reconocer a todos aquellos que contra viento y marea han luchado en estas décadas aciagas por rescatar y conservar el ámbito donde nacimos los Manizaleños.

La mirada de Beatriz Gómez tiene mucha fuerza porque es la de un nativo que regresa después de mucho tiempo y constata que no todo está perdido y comprueba que durante la ausencia ciudadanos conocidos o anónimos, expertos, arquitectos, artistas han cuidado el patrimonio, aunque por supuesto mucho se ha perdido. Sus fotos nos vuelven a despertar y nos tocan porque nos muestran el privilegio que tenemos los que nacimos y crecimos allí. Como ella, otras personas amantes de la ciudad comparten día a día en las redes sociales las fotos de la ciudad donde viven y que alguna vez elogió Neruda, quien la visitó y la admiró, como una "fábrica de atardeceres".    

Barrios enteros y edificaciones míticas fueron arrasadas sin contemplación desde los años 60, merced a un mal llamado proceso de modernización por el cual se hicieron ensanches inútiles, se mutilaron plazas como la de Caldas o Fundadores para dar paso a avenidas, y eso sin contar la demolición de centenares de casas antiguas llenas de historia que eran el orgullo de barrios donde hoy solo se percibe la desolación de las avenidas contaminantes, el ruido de los vehículos y la incongruencia de centenares de horrendas fachadas de cemento construidas sin orden alguno, en una proliferación salvaje y caótica.

La ciudad fue el fruto de un extraordinario impulso colonizador que en unas cuantas décadas creó en el albor del siglo XX un nuevo departamento y una capital pujante rodeada a su vez hacia todos los puntos cardinales por varias poblaciones que son joyas intactas de la arquitectura de la guadua y el bahareque, cuya belleza conservada e intacta en muchos casos daría para un catálogo de rango mundial. Además de esas casas familiares o construcciones gubernametales, escolares o religiosas, pervive en esos ámbitos el fantasma de unos pobladores y una cultura regional muy original que por fortuna fue y es objeto de estudios de expertos de distintas disciplinas. Lo que ocurrió en esa región fue la emergencia de un mundo nuevo que erigió una especie de espacio mediador entre dos poderosas instancias que vivían en guerra, como son la vieja Antioquia y el viejo Cauca, cuyas culturas difieren en muchos aspectos, como ya lo advertían en sus crónicas los viajeros europeos que se aventuraron a esos confines y relataron lo visto en siglos pasados.

Manizales fue arrasada por dos incendios y esa catástrofe animó a sus élites y habitantes de entonces a recrear algo que sorprende hoy todavía al experto o al simple viajero. Con recursos económicos extraordinarios y un impulso colectivo en el que participaron notables arquitectos, artistas y constructores provenientes de varios países de Europa, surgió esa ciudad que parece a veces el delirio de un genio loco coronado por la soberbia Catedral neogótica y decenas de edificios inolvidables, cada uno de los cuales tiene su historia y la huella de uno o varios artistas viajeros.

A quienes nos dedicamos a las labores del espíritu y las artes, contar con una ciudad natal de este rango es una verdadera fortuna. En mi caso personal, en casi todas mis novelas y relatos he tratado de exorcizar esas imágenes captadas en la infancia y la adolescencia, construcciones y lugares que recorríamos cada día y que nutrieron nuestros mejores momentos de formación. En mi primera novela Tierra de leones (1983) visité desde lejos a través del sueño de un loco llamado Leonardo Quijano esas construcciones espléndidas como la Catedral, la antigua Estación del ferrocarril, la Gobernación, el Palacio de bellas artes, el edificio Escorial y tantos otros, incluso el magnífico Teatro Olympia, joya arquitectónica destruida para dar lugar a un estacionamiento. Y en otras novelas como Bulevar de los héroes,  El viaje triunfal y la que escribo en estos momentos, he vuelto a visitar esos lugares como si se tratara de viajar a los confines de la más secreta memoria.

Se dice que la literatura por lo general es un arreglo de cuentas con la infancia y la adolescencia y que por lo regular las obras de los autores se nutren de esos ámbitos, como ocurre con Gabriel García Márquez al recrear el mundo vivido en el pueblo natal y las ciudades y lugares de la región de la que es originario. Pero todas las artes a su vez tienen en la tierra natal una cantera natural. Por eso en estos momentos hay en Manizales fotógrafos, poetas, narradores, arquitectos, urbanistas, dramaturgos, ensayistas, historiadores, músicos, ecologistas, pensadores de todas las generaciones que tienen la certeza de que la ciudad donde nacimos es una joya material y paisajística para conservar. Cada día hay una mirada que la reconstruye y la plasma. Y serán tantas las miradas que el sueño de sus constructores se plasmará en la conservación de un ámbito que futuras generaciones tal vez disfrutarán en paz muy emocionadas y orgullosas cuando ya no estemos aquí quienes nacimos en el siglo XX.