lunes, 6 de octubre de 2014

OKTOBERFEST EN MUNICH

Por Eduardo García Aguilar
Oktoberfest en Múnich
Nadie puede imaginar que los bávaros puedan ser más locos y rumberos que los caribeños cuando se trata de agotar las incontables fiestas que celebran todo el año, la mayor de las cuales es la famosa Oktoberfest de Múnich, que termina el primer domingo de octubre, y a la que acuden millones de alemanes ataviados con las prendas típicas de la región a bailar, beber enormes jarras de cerveza, divertirse en las atracciones y juegos mecánicos, comer salchichas, albóndigas y piezas de cerdo y res que, preparadas in situ, generan una inmensa humareda de barbecue rupestre.
Antes de Oktoberfest, que se inició en 1810 con las celebraciones de la boda de Luis de Baviera y se realiza desde entonces como un verdadero ritual báquico a fines de septiembre y comienzos de octubre, se llevan a cabo otras muchas, como la fiesta del bosque, la llegada del verano y tantas otras celebraciones multitudinarias relacionadas con el futbol y el equipo local Bayern Múnich, cuando toda la gente inunda las calles para celebrar los triunfos o llorar las derrotas. También los jóvenes practican la fiesta posmoderna punk, house, rock, latino, disco, en los centenares de bares y discotecas instaladas en Kulturfabrik, complejo situado en la antigua sede de la fábrica de sopas Maggi, originarias de la región.
Por todas las calles y avenidas de la urbe muniquesa se ve a los millones de convivios paseándose en carrozas o a pie, casi todos marcados desde temprano por el efecto de las diversas cervezas, tambaleándose, brincando, resbalándose y gritando con alegría para desfogar todas las energías y liberarse del estrés del trabajo, unas semanas antes de que llegue el invierno y cubra todo con su gélida capa de nieve. Por eso se suben a las mesas ebrios a bailar a lo largo de la tarde y entrada la noche, cuando el griterío alcanza a oírse desde lejos, como si tratara de exorcizar los pasos crecientes del hielo invernal.
En el inmenso parque Theresienwiese de Múnich se instalan enormes carpas y construcciones provisionales de las diferentes marcas de cerveza que están activas durante todo el día y donde la fiesta y la libación de la cerveza supera todos los récords posibles. Un sector museográfico en vivo reproduce las fiestas antiguas y en una inmensa taberna comen, beben y bailan las danzas tradicionales. Allí en cada una de esas enormes casetas circulan millones de personas durante las dos semanas de las festividades, ataviados los hombres con su calzones bávaros de cuero café que va hasta las rodillas, medias hasta la mitad de pantorrilla, tirantes, camisas de cuadros coloridas y sombreros de fieltro con plumas o adornos.
Las mujeres, muchas de ellas rubias, altas, hermosas y simples lucen una variedad infinita de faldas, chalecos y delantales típicos de las campesinas de antaño y van con trenzas y todo tipo de adornos, a veces tan ebrias como los propios hombres, corpulentos ellos y rozagantes de tanta alimentación e ingestión del divino líquido.
El bávaro es un pueblo sencillo, de origen campesino, conservador, rubicundo, que habla el alemán con un acento peculiar, mucho más marcado en los pueblecillos que se suceden en las escarpadas montañas de Los Alpes, junto a ríos, lagos, cascadas o encrucijadas viales que se han practicado desde hace mucho tiempo, en especial por los comerciantes y traficantes desde el Imperio Romano o el Medioevo y mucho más atrás, hace seis mil años, en los tiempos del Ötzi, el hombre de Smilaun, cuando vivían los pueblos dedicados a la pesca fluvial y lacustre, tribus consideradas después como bárbaras y paganas.
Desde las altísimas montañas cercanas de los Alpes bávaros, sus valles, precipicios y bosques, han surgido las más ignotas tradiciones, los relatos infantiles, la poesía natural de los románticos, la música de las tabernas de paso, en fin de cuentas todas las expresiones culturales de un pueblo de aserradores, mineros, ferreteros, talabarteros, artesanos, campesinos, zapateros, relojeros, panaderos, carniceros, carretilleros e infinidad de otros oficios sencillos. Por los muchos cañones de ríos, quebradas y riachuelos, entre la piedra horadada por el agua del deshielo de los glaciares alpinos, los aserradores transportaban los troncos de los árboles, una de las actividades más típicas, necesarias y prósperas de aquellos viejos tiempos y cuyo eco histórico aun se escucha.
Anclados en el catolicismo más devoto, los pueblos de las montañas y los campos de Bavaria se asemejan en su religiosidad a los latinoamericanos con sus procesiones permanentes llenas de imágenes de vírgenes y cristos sangrantes, sus iglesias modestas y la imaginería de la estatuaria y la iconografía periféricas que pervive en los caminos y se dibuja en los exvotos de las carreteras y en las paredes de la casas de estilo austriaco, pues Austria y Bavaria siempre han estado unidos por lazos culturales profundos.
También en estas zonas hubo a través de los siglos importantes y violentas guerras de religión y rebeliones campesinas míticas que perviven en la poesía y la literatura a través de sus héroes. Y apenas en el siglo pasado fue en estos pagos donde se originó el Nacional-Socialismo de Adolfo Hitler, el führer que fraguó en la capital regional Múnich en los años 20 sus primeros pasos terribles hacia la llegada al poder del nazismo, al lado de su asesinos y sicarios, entre ellos otro bávaro, Himmler.
Hitler solía vestirse con esas calzonarias de cuero y el sombrero típico cuando descansaba en las montañas de la zona y en especial en la cumbre de su mansión alpina en las alturas de Berchtesgaden, uno de los pasajes alpinos más bellos de la zona. En materia paisajística el gusto del führer no puede ponerse en duda al recorrer las montañas de donde provienen los festejantes y observar las estrellas como tal vez lo hacía el temible Adolfo en las noches despejadas, cuando soñaba en el dominio del mundo de la raza superior en que creía.
Los nazis solían celebrar esas fiestas rituales en las grandes tabernas de Múnich al calor de la cerveza y la exquisita comida campesina, por lo que al visitar esos lugares sentimos cierto escalofrío. Sin duda, una buena parte de los adultos de hoy son los nietos de aquellos nazis que sembraron el terror inicial y llevaron a todo el país a la catástrofe y a uno de los genocidios más espantosos de la historia. Pero no puede imputársele a sus descendientes los horrores de sus ancestros, pues todos los países y pueblos del mundo han conocido los más grandes horrores y las más sangrientas guerras de exterminio, a las que han sucedido largas y prósperas épocas de paz.
Por eso, al festejar con esta gente alegre en la noche, al escuchar la música típica de los grupos entre la gritería total, al degustar el cerdo, las albóndigas, los peces ahumados, las salchichas y esgrimir las gigantes jarras de cerveza repletas y espumosas, celebramos que hoy todo esto se lleve a cabo en paz en una Bavaria cubierta de nubes, estrellas y sol, la Bavaria rodeada por los Alpes y sus paisajes de sueño loados por los más grandes poetas de la lengua germana como Goethe, Hölderlin, Novalis, Von Kleist y tantos otros que libaron y amaron sin fatiga.
* Publicado en Expresiones. Excélsior. 5 de octubre de 2014