viernes, 21 de febrero de 2014

RETORNO A CASABLANCA

Por Eduardo Garcia Aguilar
He vuelto a la gran metrópoli marroquí Casablanca para participar invitado como escritor al XX Salón Internacional del Libro de esta ciudad, uno de los encuentros editoriales y libreros más importantes del continente africano, que en esta ocasión está dedicado a los 15 países de África del Oeste reunidos en la Cedeao y a diversos temas multiculturales, de género y de sociedad.
Hace ya más de una década estuve en este puerto en un encuentro similar, por lo que gracias al matiz del tiempo puedo percibir los cambios experimentados en este país. Casablanca es no solo en este 2014 la gran metrópoli y el pulmón económico del país, sino una urbe con pasado que ha sido pujante desde el empuje dado por el protectorado francés en las primeras décadas del siglo XX.
De 1920 en adelante se construyó una ciudad estilo Art Deco con miles de bellos edificios de ese estilo que perviven a lo largo del tiempo y algunos de los cuales están siendo restaurados, convertidos en hoteles, residencias o sedes de oficinas empresariales, mediante un programa que animan infatigables amantes de la ciudad que se resisten a ver desaparecer las joyas de aquel tiempo, escondidas en callejuelas y vericuetos de barrios céntricos descuidados.
Este viernes he caminado cuadra por cuadra, avenida por avenida tratando de palpar esa vieja ciudad moderna e imaginarla en esas décadas de entreguerras, cuando se convirtió en un faro africano con mirada hacia el Atlántico y las Américas, por lo que al llegar la guerra se volvió punto de refugio provisional para quienes huían de la persecución nazi o del franquismo hispano y el fascismo italiano.
Por esa razón fue escenario ficticio de la gran película Casablanca, interpretada por Humphrey Bogart e Ingrid Bergman, que relata el ambiente febril y moderno de la ciudad llena de inmigrantes y fugitivos que pasaban el tiempo en espera de poder huir en avión o barco en los bares y hoteles magníficos que proliferaban en aquel entonces, como el Excelsior, cuyo edificio se ve hoy en la Plaza de las Naciones Unidas, frente a la bella y vieja Medina.
Situada frente al mar, la caótica y contaminada ciudad, está llena de cafés con mesas exteriores donde junto a una taza de té de menta los habitantes leen el diario, juegan cartas y agotan las horas a otro ritmo. Es indudable que a diferencia de otros países de la región, Marruecos no ha cedido a la tentación de encerrarse o fanatizarse y abre las puertas a otras tendencias políticas al interior de su sistema legislativo. Su apertura a las inversiones, al auge de internet, a la televisión permanente y en vivo y a las tecnologías modernas, a la publicidad desbordada, a los negocios con el exterior, lo hace un país como tantos otros del mundo occidental, con problemas, pero próspero.
Sus lazos fuertes con Francia posibilitan asimismo que sea un centro de diálogo y reflexión intelectual sobre los problemas culturales de la región, además de que en su seno viven otras culturas y religiones que encuentran canales de expresión, aunque la dominante sea otra.
Además cuenta con una diáspora propia de emigrantes instalada en el mundo que va y viene desde Europa y Estados Unidos y permea poco a poco a la sociedad, modernizándola, como ha ocurrido poco a poco con los países latinoamericanos y asiáticos.
Y a su vez por su mayor tolerancia y pujanza económica Marruecos también atrae importantes flujos migratorios de otros países, en especial africanos, tema abordado con la exposición de las obras escritas en Marruecos por los habitantes originarios de terceros países. Una muestra de esa apertura es que las lenguas oficiales del Salón Internacional de la Edición y del Libro de Casablanca (SIEL) son el francés, el árabe y el bereber, esta última una minoría milenaria otrora discriminada que ahora por ley es reconocida plenamente tras recuperarse el alfabeto de su lengua ancestral.
Es posible pues en esta esquina africana frente al Atlántico y el Mediterráneo discutir todavía sobre esas culturas como en los tiempos de la película Casablanca, cuando los inmigrantes desesperados que huían de la guerra la convirtieron en una torre de babel momentánea y cuando todas las lenguas se hablaban en esos bares llenos de desterrados sin brújula.
El feminismo en Marruecos fue tratado desde el inicio por autoras como Aïcha Barkaoui y Yasmine Chami, habitantes de Casablanca, y el asunto del compromiso militante es abordado por una serie de blogueras y escritoras de Marruecos, Argelia, Túnez y otros países. La libertad de la mujer y la conquista de sus derechos fue uno de los motores de la reciente Primavera Árabe, que en muchos casos ha querido ser detenida, controlada y frustrada por las fuerzas retardatarias.
En este ambiente marítimo y portuario, con aires de un sencillo, vivo y colorido mundo popular, da gusto participar en una fiesta dedicada al libro cuya vigencia sigue siendo cuestionada, pero cuya pervivencia es una necesidad humana aquí o en Cafarnaun para que la humanidad sea más tolerante y supere los prejuicios y las taras que perviven desde hace milenios y siempre amenazan el espíritu de la Ilustración y la tolerancia.
Publicado en La Patria, Manizales, Colombia, el domingo 17 de febrero de 2014