sábado, 29 de marzo de 2014

ARGENTINA EN EL SALÓN DEL LIBRO DE PARÍS

Por Eduardo García Aguilar
Del 21 al 24 de marzo se realizó el Salon del Libro de París, que en esta ocasión estuvo dedicado a Argentina y fue inaugurado por el presidente de Francia François Hollande y la presidenta argentina Cristina Kirchner. Francia es uno de los países donde la lectura predomina y el libro sigue muy vivo en manos de todos los habitantes, por lo que no solo hay best sellers tontos sino un espacio grande para la gran literatura, el ensayo, la poesía, la crítica, la filosofía y el pensamiento, como lo atestigua el vigor efervescente de esta feria librera anual que se realiza en la Puerta de Versalles.
El enorme pabellón central de Argentina exponía unas fotos de Julio Cortázar tomadas en su tiempo en el apartamento del argentino por Sara Facio, unas de las cuales son de la divertida velada íntima en que el autor de Rayuela y Gabriel García Marquez decidieron usar las máscaras de terror con las que jugaba el hijo de la editora Ugné Karvelis, quien compartía entonces la vida con el cronopio.
Se exponía también un cuaderno de Cortázar con las anotaciones preparatorias para su novela principal, que marcó toda una época y leíamos y anotábamos antes de irnos a París tras los pasos de esos personajes marginales y poéticos que vivían en buhardillas y deambulaban por las calles de la ciudad bajo el mando de la inolvidable y ficticia Maga.
Omnipresente en esas bellas y gigantes fotos en blanco y negro, Cortázar, cuyo centenario se cumple este 2014, fue el padre putativo de esta fiesta del libro, que subrayó la importancia de la literatura argentina, cuya riqueza y solidez múltiples surge de la actividad de millones de inmigrates e hijos de inmigrantes pobres de todos los rincones del mundo, quienes hicieron de Buenos Aires la París del Sur.
Como un acontecimiento central, la editorial Grasset, la misma de García Márquez y Alvaro Mutis, publicó por primera vez en francés la novela olvidada y relegada de Leopoldo Marechal, Adán Buenosayres, que en su tiempo fue reprobada porque el autor era peronista y la intelectualidad borgiana de entonces odiaba al peronismo como lo odia hoy.
En el pabellón argentino también estuvo presente Mafalda, que recibía al público sentada en una pequena silla infantil y cuyo creador Quino fue una de las figuras centrales de la fiesta librera. Y además estaban los fascímiles de las portadas originales de los grandes libros argentinos del siglo XX en sus ediciones inolvidables de Sur, Losada, Suramericana y otras editoriales que entonces renovaron las letras del  continente.
Entre los invitados figuraron las escritoras Luisa Futoransky, para muchos merecedora ya del Premio Nobel y Luisa Valenzuela, así como Mempo Giardinelli y Noé Jitrik, entre una cincuentena de creadores argentinos presentes. Desde ese pabellón vibraba la fuerza de la literatura de ese gran pais sincrético. Entre las mesas y las estanterias blancas se palpaba la presencia de Jorge Luis Borges, Victoria Ocampo, Roberto Artl, Alejandra Pizarnik, Enrique Molina y tantos otros autores que nos nutrieron y nos nutren.
Porque la literatura argentina es tan fuerte que ha resistido a la uniformización monotemática impuesta a las literaturas de otros países latinoamericanos. Los colombianos hemos sido reducidos a escribir solo novelas de sicarios y narcotraficantes y lo único aceptado es una narrativa bendecida por San Pablo Escobar. Toda literatura ajena a los temas del narco y el secuestro está probibida en Colombia y los grandes autores universales de ese país condenados al ostracismo. Argentina, por el contrario, resiste con decenas de autores que guardan la antorcha de esa gran fuerza literaria que salva al continente de la banalidad ambiente.
Para luchar contra eso, por primera vez Colombia estuvo presente con un stand de la Cámara Colombiana del Libro y el ministerio de Cultura, que expusieron la Biblioteca Básica colombiana, unos 350 libros del siglo XX, en un proyecto fundamental orientado por Conrado  Zuluaga, Guido Tamayo y Ana Roda.
Colombia también enmendó el craso error de hace unos años, cuando vino a Francia en el marco del programa Les belles étrangères, coordinado por el Centre National des Lettres (CNL), una delegación de 15 varones malencarados, sin la presencia de una sola mujer, pues se argumentaba que en Colombia no había mujeres escritoras dignas de ser invitadas a París.
Esta vez estuvieron presentes las jóvenes escritoras Lucía Estrada, Melba Escobar, Gloria Cecilia Díaz y la feminista franco-colombiana Florence Thomas, quienes en varias mesas redondas abrieron la ventana a  la literatura colombiana escrita por mujeres, que encabezan hoy la gran Maruja Vieira, merecedora ya del Premio Reina Sofía de Poesía y la narradora mayor Fanny Buitrago, merecedora del Premio Cervantes.
En la jornada final tuve la fortuna de participar a nombre de Colombia en una mesa redonda con autores mexicanos, argentinos, centroamericanos y con la presencia del ex embajador, poeta y ensayista Geraldo Holanda Cavalcanti, presidente de la Academia de Letras de Brasil, para hablar del viejo boom y de un probable nuevo auge de la literatura latinoamericana en Europa. Planteé allí que no hay tal nuevo boom, porque las literaturas latinoamericanas fueron reducidas a la novela comercial monotemática creada por el marketing y se encajonó en cubículos de temas nacionales para autistas, como el narcotráfico y el sicariato.
Ahora los europeos miran hacia las literatura norteamericana, africana, asiática y América Latina no genera ya el sueño romántico que propició en los años 60, cuando apareció la Revolución y el mito crístico del Che Guevara sobre los que se aupó el boom que condujo a la coronación irrepetible de García Márquez. En ese debate estábamos, cuando apareció un grupo de batucada  brasileña y los argentinos cedieron en ceremonia oficial la antorcha a Brasil, que será el país invitado del Salón en 2015.

domingo, 16 de marzo de 2014

CUATRO NOVELISTAS FRANCESAS TERRIBLES

Por Eduardo García Aguilar
En su novela "Rendez vous" (2009), Christine Angot, una de las novelistas más exitosas y elogiadas por la critica parisina, lleva a extremos la gran neurosis que la caracteriza y la hizo famosa con su primer libro, "Incesto", donde relata con detalle su larga relación amorosa de diez años, desde los 14 a los 24, con su progenitor, un, para ella, burgués cínico que la traumatizó para siempre y la llevó a una vida marcada por el psicoanálisis y las relaciones sexuales y amorosas complicadas con hombres casados.
Cada libro de Angot es un verdadero escándalo, pues cuenta con lujo de detalles y con nombre propio las aventuras amorosas vividas durante su temporada de silencio literario. Mujer delgada, ágil, de cabello corto, que viste de manera moderna con jeans carísimos que se amoldan a su cuerpo, y zapatos deportivos futuristas de altas marcas, Angot goza con toda lucidez de su fama y el aura de perverso erotismo que la cubre con un halo de atracción. Con gusto establece relaciones sexuales con lectores y lectoras que la admiran y cuyos detalles luego cuenta en la novela de turno.
Su literatura hace parte de una corriente mundial establecida por el negocio editorial multinacional y que consiste en escribir novelas autobiográficas de escándalo con mucho contenido sexual, donde se despotrica y se hace la perorata soez e incesante contra el mundo y la sociedad para solaz de los espectadores del circo: lesbianas aquí, homosexuales allí, pedófilos acullá, sadomasoquistas en la esquina, asesinos, sicarios, curas, esposas, nobles, proletarios, políticos, narcos, son los protagonistas de estas obras de éxito comercial que tienen un público preciso y rentable.
Después de contar los detalles de su largo incesto, las novelas de Angot relatan su historias con parejas de diverso tipo: banqueros, aristócratas, actores, músicos, escritores, algunos fracasados, otros exitosos, extendiéndose al relato y burla de la vida miserable de las respectivas esposas de los mismos, algunas de las cuales, indignadas, la han demandado por revelar secretos íntimos. Los juicios en el Palacio de Justicia de París, transmitidos por televisión, aumentan las ventas para alegría de Flammarion, Gallimard, Stock y otras editoriales.
Como Virginie Despentes y Marcela Iacub, entre otras novelistas francesas de su generación, nacidas alrededor de los 60 en la clase media, y por lo regular en conflicto con sus madres o abandonadas desde temprano por su padres, sufridas en la adolescencia, estas autoras se han hecho famosas y ricas con sus libros autobiográficos.
Virginie Despentes es autora de un famoso libro, "Cógeme", elogiado por la crítica y llevado al cine en una película que estuvo a punto de ser prohibida. De joven fue violada y se prostituyó durante varios años antes de emprender una carrera literaria donde cuenta el profundo desprecio que siente por los hombres. En su famosa novela "Cógeme", la autora de estilo "trash", siempre vestida de jeans deslavados, tenis y sensuales camisetas, las dos chicas protagonistas matan de manera atroz a todos los hombres con quienes se acuestan.
Despentes residió un tiempo en el barrio popular de Belleville, y después de años de errancia y pobreza se ha convertido ahora en un ícono exitoso al lado del terrible Michel Houellebecq, galardonado hace unos años con el premio Goncourt y considerado por la crítica el más grande escritor vivo de Francia. Autora de "Teoría King Kong" y otros libros celebrados, Despentes terminó por adherir definitivamente al lesbianismo, que relata en cada una de sus esperadas obras, siempre llenas de detalles de su vida personal y hoy es una militante aguerrida.
Marcela Iacub, articulista de origen argentino muy leída del diario Libération, persiguió y sedujo al exministro Dominique Strauss-Khan después de su caída en desgracia por un affaire con una mucama en Nueva York, hasta hacerlo su amante, con el objetivo específico de escribir una novela de éxito contando el asunto, lo que escandalizó en su momento y llevó al decepcionado amante a demandarla por violación de la privacidad. En esa novela describe al exdirector del Fondo Monetario Internacional como un burgués viejo y gordo al que compara con un cerdo desaforado de sexo, pero elogia su vigor erótico y reconoce que se enamoró de él.
Este género autobiográfico fue inaugurado por la sulfurosa crítica de arte Catherine Millet con su libro "La vida sexual de Catherine M.", donde relata sus aventuras vividas, según ella, con miles de amantes en los años 60 y 70, en una actividad desbordada sobre autos, en sótanos, ascensores, oficinas, callejones, apartamentos, bosques, y mil lugares más. Millet sería así la madre putativa de las tres heroínas actuales de la novela sexual autobiográfica que domina el panorama literario francés actual.
Confieso que me encanta leerlas a todas y disfruté el libro de la mayor de todas, Catherine Millet, por su lucidez y gran prosa. Despentes, Angot y Iacub, cada una a su manera, son frutos de esta era en la que vivimos todos desnudándonos en la red y donde el viejo amor cortés o el amor convencional del siglo XIX se han hecho añicos al menos en Occidente. Vivimos ya dentro de una narrativa interactiva y ombliguista mundial donde ninguna retórica o adorno es admisible.
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* Publicado en La Patria, Manizales, 16 de marzo de 2014.


sábado, 8 de marzo de 2014

LA ISLA DE LEOPOLDO MARÍA PANERO

Por Eduardo García Aguilar

Hace unos años me encontraba en la isla Las Palmas de Gran Canaria, donde estuvo Cristóbal Colón antes de partir hacia América y por las noches recorría callejones antiguos poblados por fantasmas de viajeros que ahí se apertrechaban y realizaban sus últimos rezos previos a la aventura en ultramar.
En el casco viejo se siente la historia y al cruzar las plazoletas iluminadas por la luna se capta la paz de los aljibes nocturnos. Sobre la piedra de las calles deambulan espectros de agitados viajeros, monjes, escribanos, espadachines, conquistadores de metal. Y uno se sienta entonces en un banco de piedra para mirar de frente la modesta iglesia donde Colón y sus hombres solían asistir a los oficios religiosos antes de que las tres carabelas partieran raudas en 1492 y después en otros viajes en busca del Atlántico desconocido.
La iglesia de piedra estaba ahí antes del descubrimiento de América y los hombres que la visitaban entonces vivían en un mundo donde tales islas eran lo más lejano conocido hacia Occidente, como si estuvieran situadas al borde de un precipicio o cascada apocalíptica, lo que no deja de ser cierto, pues emergieron del fondo de las aguas gracias a la actividad de las placas tectónicas y son la punta visible de altísimas montañas sumergidas en el agua salada del océano.
De noche me internaba en viejas tabernas situadas en pétreas edificaciones de mil años y allí escuchaba la música andaluza de fusión o a veces la caribeña, porque los canarios poblaron Venezuela, Dominica y Cuba, creando vasos comunicantes que aun persisten. Los emigrantes aventureros convertidos décadas después en "indianos", como se les llamaba entonces, regresaban ricos a la Gran Canaria a pasar sus últimos años en la tierra de origen disfrutando de su plata.
También solia buscar los restaurantes de comida de mar, donde de noche disfrutaba deliciosos platos de pescado fresco en un ambiente de taberna y después de los vinos volvía a fatigar las callejuelas empredadas que desearía practicar otra vez. Pero eran solo paseos de la noche Canaria bajo la luna y las estrellas. Desde el Hotel, al lado del viejo Ateneo decimonónico, percibía la iluminación de esa plaza artística más moderna y en el bar restaurante del primer piso lleno de gente seguía con el vino y el bullicio. Vida de isleño en la confluencia de los mares.
El día lo dedicaba a la exploración de libros y otras calles modernas, lejos de la piedra antigua. Las Palmas de la Gran Canaria es la tierra de Benito Perez Galdós (1842-1920) y la Feria del libro que visitaba estaba dedicada a este personaje enorme, que es como una montaña de la literatura española e hispana en general, un realista hermano de Tolstoi, Dickens y Zola, escritor río que hacía política y escribía en los periódicos como era entonces de uso para todos los escribidores.
Una delicia recorrer esa feria Canaria volviendo a tocar los libros publicados en España, ediciones que nos acompañaron muy temprano y se reencuentran en los puestos de libros de ocasión que pululan en los laberintos de la fiesta librera. Pérez Galdós estaba en todas partes, padre y monumento de la isla.
En uno de esos lugares empecé a mirar al azar libros usado y encontré en una de las estanterías dos libros del poeta y narrador colombiano Nicolás Suescún, autor de Retorno a casa, uno de los grandes cuentos de la narrativa colombiana. Y junto a esos libros de Suescún, otros de autores colombianos de su generación, como si se tratara de un pequeño islote colombiano entre el océano de libros hispanos recalados en las playas de la gran isla.
En esas estaba, con los libros de Suescún en mano, observando el precio, cuando un demente, alto, de rostro muy arrugado, pálido, devastado, desdentado, desarreglado y de mirada intensa y desquiciada se me acercó y me dijo, "no, no compre esos libros" y me llevó con él a una mesa donde tenía expuestos los suyos. ¿Me espiaba porque tal vez vendía él su biblioteca o la de su familia, llena de libros colombianos cuya posición en la estantería conocía?
Era Leopoldo María Panero (1948-2014), poeta que acaba de fallecer en la isla, donde se internó de manera voluntaria hace años en un establecimiento siquiátrico. Allí se sentía protegido de la civilización de los "normales", adultos con quien peleaba desde su adolescencia, excrecencias del viejo franquismo y probablemente mucho más peligrosos que los hermanos de Antonin Artaud.
Establecí con él un diálogo donde se refirió a que María Mercedes Carranza fue novia de su hermano y me contó otras historias íntimas de su relación con Colombia, conocida a través de su "cuñada". Y al final me convenció de comprarle su libro "Así se fundó Carnaby Street", que me dedicó con letra caótica de vampiro, al mismo tiempo que apuraba un cigarrillo sin filtro.
Hijo del viejo poeta y prohombre franquista Leopoldo Panero y hermano del poeta Juan Luis, Leopoldo María perteneció a una familia autoritaria afín al viejo caudillo, con la que estuvo relacionado el poeta colombiano Eduardo Carranza en sus tiempos de diplomático laureanista y que ha sido descrita en El desencanto, de Jaime Chávarri, documental de culto porque mostró la decadencia de una época, el fin de un largo episodio nacional español.
De esa familia bien con muchos secretos en los escaparates falangista salió este muchacho frágil golpeado por años de drogadicción y sufrimiento y lucha sin tregua con el mundo repugnante donde nació. Gran poeta elogiado por la crítica, al final seguía siendo el mismo muchacho destruido tal vez por una familia y un país rancio oloroso a franquismo contra los que se rebeló.
"Asi se fundó Carnaby Street" está otra vez en mis manos y su autor ha muerto este 5 de marzo en ese hospital de Las Palmas de Gran Canaria donde se sintió seguro, mientras se convertia en un poeta clásico en vida. Muchos de sus textos impresionan porque son los de un poeta que sabe perderse por las encrucijadas y las cavernas más secretas, al otro lado de los acantilados y los precipicios llenos de líquen y musgo.
Su contemporáneo, el exquisito dandy Perre Gimferrer (1948), lo sabía, y aunque es lo más opuesto al maldito, lamenta y teme hoy tal vez su pérdida desde su altísima torre de marfil catalana. Y desde los manicomios y las torres de marfil del mundo, quienes leímos algunos de sus poemas y lo conocimos por fortuna en la esquina del tiempo, también lo despedimos porque fue un santo atormentado que habitó la poesía.

domingo, 2 de marzo de 2014

DIEZ POEMAS COLOMBIANOS EN ÁRABE

Por Eduardo García Aguilar
El ministerio de Relaciones Exteriores y la Embajada de Colombia en Marruecos lanzaron en el XX Salón del Libro de Casablanca una bella edición de Diez poemas colombianos traducidos al árabe, editados de manera impecable por el Taller de Edición Roca, una selección elaborada por los poetas Juan Felipe Robledo y Catalina González y vertida a la lengua del desierto por Ahmad Yamani.
Centenares de ejemplares del bello libro fueron distribuidos entre los lectores marroquíes y africanos que acudieron en masa al encuentro librero y ante el público un muy buen lector marroquí recitó el más conocido poema de José Asunción Silva, Nocturno, que a veces parecía sonar mejor en aquella lengua que en el castellano original.
Bello gesto el de lanzar al viento una muestra de poesía colombiana en aquellos parajes que por milenios han sido reino de guerras y poesía, junto a encantados desiertos y oasis donde beduinos y sultanes solían apurar las largas horas de espera en las tiendas, dedicados a justas de versos, mientras tomaban té y descansaban los lánguidos camellos de Guillermo Valencia, ausente en esta ocasión al lado de Álvaro Mutis.
El libro, que por obvias razones no podía extenderse hasta el infinito, pues sabemos que en cada colombiano yace un poeta, incluye los poemas La Creación, de los Koguis; Afecto 45, de la Madre Castillo; De noche, de Rafael Pombo; el Nocturno de Silva; la Canción de la vida profunda, de Barba Jacob; el Relato de Sergio Stepansky, de León de Greiff; Llanura de Tuluá, de Fernando Charry Lara; Morada al Sur, de Aurelio Arturo; Raíz antigua, de Meira del Mar y el misterioso Canto del extranjero, de Giovanni Quessep.
Robledo y González volaron como cigüeñas tiernas y sabias sobre toda la poesía colombiana de medio milenio para escoger con tino estas obras imprescindibles de nueve poetas muertos y uno vivo y luego llevarlos desde sus nidos lejanos de Colombia a las extensiones infinitas del mundo árabe, presididas ellas por el silencio, los espejismos, la sed y las ventiscas de arena.
El XX Salón de libro de Casablanca es uno de los más importantes encuentros libreros del mundo, porque congrega en la metrópoli marroquí a escritores y editores de muchos países africanos, en especial del Oeste, que tienen lazos firmes y cada vez más crecientes con el reino magrebí.
Por los pasillos de la muy bien organizada exposición librera, dirigida por el poeta Hassan El Ouazzani, no solo se agolpaban familias enteras de casablanqueses en busca de libros infantiles o religiosos, sino visitantes de 52 países, gente de Malí, Níger, Nigeria, Camerún, Senegal, Costa de Marfil, Sudáfrica, Egipto, Argelia, Túnez, Somalia, Sudán, Libia, Israel, Siria, Irak, entre otros.
En ese ambiente milagroso y feliz dedicado a festejar el libro, cuando por todas partes se derrumban editoriales y librerías y son condenados a más y más soledad los escritores y con mayor razón los poetas, estos diez poemas colombianos comenzaron a circular en esa lengua incógnita para quienes la ignoramos, aunque sabemos que vive en muchas de nuestras expresiones. Y como era de esperarse, los fantasmas humanos de estos poetas colombianos comenzaron a manifestarse en mi memoria mientras resonaba el vigoroso cántico de los muecines desde la gigantesca mezquita Hassan II.
Se sentía el treno de Los Koguis sobrevivientes del exterminio practicado por los españoles y en su voz creacional los árabes perciben una versión lejana y posterior de El Corán, como me lo dijo un joven imán barbudo que tomó el libro y leyó para mí en árabe los primeros versos del poema indígena seleccionado y estableció de inmediato vasos comunicantes con el libro sagrado del Islam. Me pareció fascinante la experiencia con ese discípulo del profeta y pensé que el acto colombiano de publicar este libro y lanzarlo al aire en estas tierras sí tenía sentido.
Luego se manifestó la Madre Francisca Josefa del Castillo y Guevara con ese bello poema místico y amoroso, titulado Afecto 45, que representa de manera indirecta los largos siglos de dominación colonial y católica en nuestras tierras y nos trae la voz desde esos conventos fríos de las altiplanicies donde se hallaban enclaustrados los religiosos hispanos y criollos lejos del mundanal ruido de los indios derrotados y los esclavos africanos inventores de la cumbia.
El siglo XIX está representado por el inefable Rafael Pombo, romántico que se hizo famoso al traducir poemas infantiles escritos originalmente por otros en lengua inglesa y que luego todos los colombianos aprendimos de memoria pensando que eran de él. Y a su lado, de nuevo el suicida Silva, enviado a París a realizar estudios comerciales, pero que al final vivió la bohemia parnasiana y simbolista y fracasó en su retorno a la patria. Y con ellos Porfirio Barba Jacob, exiliado y bohemio homosexual derrotado en México y Centroamérica, cuya obra dejó dispersa en diarios y revistas.
El siglo XX se lleva la mejor parte de esta bella antología: si antes los poetas fueron clérigos o monjas místicas, o gramáticos o malditos suicidas parnasianos y simbolistas, o libadores en calaveras como nuestro gran Julio Flórez, ahora llegaba el turno de los modestos abogados de corbatín y corbata como Aurelio Arturo y Fernando Charry Lara, o del díscolo empleado de origen sueco León de Greiff, quienes caminaban bajo la lluvia por la séptima de Bogotá tras largas jornadas burocráticas, en busca del café "Automático" sin saber que la gloria ya estaba en ellos.
Al final figuran dos tiernos de ascendencia árabe. Meira del Mar, una de las grandes poetas mujeres colombianas al lado de Maruja Vieira, cuya voz es necesaria y debería recuperarse en un país de poetas varones y guerreros. Y Giovanni Quessep, cuyo Canto del extranjero es magistral.
Todos esos poetas se manifestaron en Casablanca y echaron a correr en árabe por medinas y avenidas, playas, montañas y desiertos gracias a un acto poético que Colombia debería repetir: lanzar al viento poesía y ficción en otras lenguas y en todas partes, en vez de gastar dinero en armas y politiquería.

Publicado en la Patria. Manizales. Colombia. 2 de marzo de 2014