domingo, 9 de febrero de 2014

LA TIERRA HUMANA DE SAINT-EXUPERY













Por Eduardo Garcia Aguilar
En Tierra humana, texto personal y autobiográfico, Antoine de Saint-Exupéry despliega una prosa diáfana carente de artificios, para comunicarnos con la vida y la muerte y las tribulaciones y alegrías del hombre, a través de historias vividas como uno de los pioneros de la aviación comercial.
En la novela Vuelo de noche nos cuenta las proezas de los jóvenes pilotos al abrir las rutas sudamericanas para una empresa francesa postal con sede en Buenos Aires y en Tierra humana regresa con una serie de capítulos, donde mucho tiempo después rememora los instantes más dramáticos y profundos de la vida suicida de los pioneros aéreos.
Saint-Exupéry es uno de los prosistas más importantes de la lengua francesa, no solo de todos los tiempos, sino del propio siglo XX, lapso de tiempo que tuvo una verdadera pléyade de escritores, desde Proust hasta Malraux, pasando por François Mauriac, Louis Ferdinand Céline, Albert Camus, Jean Paul Sartre, Simone de Beauvoir y Marguerite Duras, entre otros muchos y muchas.
El piloto ingresó desde muy joven al oficio suicida de piloto postal, manejando esos pesados aviones o hidroaviones de hélice patentados en la Primera Guerra Mundial y que poco a poco se iban perfeccionando, pues en sus inicios todavía eran muy precarios en el campo tecnológico.
De un grupo de cien pilotos novatos se sabía que una tercera parte al menos no regresaría algún día de su misión. Algunos de ellos como Mermoz y Guillaumet se convertían en héroes con miles de vuelos sobre desiertos, cordilleras y océanos, pero tarde o temprano la muerte los reclamaba, como al propio Saint-Exupéry en las aguas del Mediterráneo.
El lado humano ancestral de la gloria estaba presente en el delirio suicida de estos hombres. Hubieran podido trabajar de manera cómoda en la diplomacia, el gobierno, la empresa, el periodismo, la docencia, pero preferían ser la carne de ensayo de una industria naciente. Saint-Exupéry capta con su prosa esa pasión poética de pilotos escritores como él que dieron su vida a cambio de la alegría de ver la tierra y el cielo desde ángulos y ópticas desconocidas para el resto de los mortales, una posición que semejaba a la de los cóndores, las águilas, los cometas o los meteoros.
Primero estaba el mar, la tierra, los ríos, los desiertos, los deltas, las cumbres nevadas, la luminosidad de las ciudades destellando en la superficie cóncava del globo terráqueo. Luego el viaje entre brumas y nubosidades cegadoras donde todo era expectativa y riesgo, para de repente emerger por encima de las nubes y volar por espacios nítidos donde se ven todos los astros y luceros viajantes. Para un poeta tales experiencias eran extraordinarias y mucho más cuando dichas visiones solo podían ser conocidas por unos cuantos aventureros.
Saint-Exupéry nos estremece con esa visión poética de la existencia del cosmos donde la tierra es un grano de arena. Se detiene también en la textura de la superficie terrestre, en especial las altísimas cumbres andinas tan bien conocidas y viajadas por él y los desiertos africanos que recorrió durante centenares de vuelos para la empresa postal. Y en esas rutas se detiene como pocos a contar al ser humano con sus intrigas y mezquindades, pero también generosidad, heroicidad, amistad y desprendimiento ocasionales.
Sus libros son un canto a la amistad de esos camaradas aviadores que saben que un día ya no regresarán al aeropuerto. Sus páginas están llenas de instantes en que los meteorólogos y funcionarios de las torres de control sudan y sufren cuando se ha perdido el contacto con alguno de los pilotos y pasan las horas de angustia que viven en silencio amigos, colegas, futuras viudas y huérfanos. La noticia de la muerte siempre es terrible y dolorosa porque ella toca a los mejores, a los abnegados y geniales sin distingo alguno, por obra de un azar y un destino ineluctables.
Saint-Expupéry nos cuenta los accidentes y las sobrevivencias milagrosas. El largo periplo en los Andes de Guillaumet perdido entre las nieves perpetuas andinas y las largas jornadas de sed y delirio vividos por el propio autor en los desiertos de Libia donde su nave se accidentó de noche y donde solo el encuentro con un beduino lo salva de una muerte segura en las calcinantes arenas africanas.
Para poder contar esas extraordinarias experiencias, Saint-Exupéry quiso ser piloto y el resultado es notable. Su obra es original, sus palabras son pura verdad, no hay allí artificio ni vanidad, son expresiones de la mejor literatura, necesaria, vital.
Por eso es conveniente retornar con frecuencia a sus libros para viajar con él por las alturas más nítidas y al hacerlo palpamos con claridad lo que es la gran literatura de todos los tiempos, una literatura que parece escrita por la naturaleza o el destino mismos.

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