viernes, 15 de marzo de 2013

A CADA QUIEN SUS PAPAS

Por Eduardo García Aguilar
Todos los habitantes de la zona cristiana occidental, ateos o no,hemos tenido relaciones imborrables con los distintos papas y su elección, actividades, viajes, muerte o inédita renuncia, como la de Joseph Ratzinger, nos han marcado de una u otra forma, querámoslo o no.
Ahora la aparición sorpresiva del nuevo papa argentino Jorge Bergoglio, de 76 años, ante el público asombrado del mundo quedará en la memoria mediática de muchos latinoamericanos. La novedad cinematográfica fue efectiva y el viejo cardenal de blanco vestido impresionó con su silencio inicial ante el foro romano y después con sus palabras llenas de humor y calidez .
Luego del estruendoso fracaso y el poco carisma del renunciante Bendicto XVI, continuidad pura del conservatismo militante de su antecesor Juan Pablo II, la imagen de Francisco ha generado buena impresión inicial, aunque apenas se comienza a analizar las posiciones bastante tibias y "neutrales" del mismo ante la dictadura argentina, como fue el caso en su momento de Pío XII frente a los regímenes de Hitler y Mussolini.
Es dificíl pedir milagros a poderosos cardenales de la curia obligados a negociar desde el tiempo de los Borgia con los poderes terrenales y a dar la mano y la comunión a figuras políticas que tarde o temprano se vuelven impresentables como Jorge Videla y Augusto Pinochet y otros grandes violadores de los derechos humanos a veces muy creyentes, entre ellos dictadores, caudillos, patriarcas, potentados, magnates y militares.
La primera imagen de un papa personal fue la de Juan XXIII, anciano de apariencia bonachona elegido a los 76 años y quien pasó a la historia por convocar el Concilio Vaticano II, propiciar cambios importantes como la misa en lenguas locales y escribir su encíclica Pacem in terris en plena guerra fría.
En el borroso mundo de la infancia recuerdo la conmoción causada por su muerte tras su corto pontificado en tías y abuelas o personas muy religiosas allegadas, que meses después creían verlo todavía como aparición o sentían cercana su inefable presencia para ellos santa y bondadosa.
Probablemente sea uno de los pontífices más importantes del siglo XX por los cambios modernos logrados en la anquilosada Iglesia y que en muchos aspectos ya fueron borrados con minuciosa inquina por la ola conservadora reciente encabezada por Juan Pablo II y Benedicto XVI, artífices de la contrarreforma.
Al calor de esos cambios lanzados por el anciano patriarca de Venecia, cuyo nombre original era Angelo Giuseppe Roncalli (1881-1963), y quien gobernó de 1958 a 1963, la Iglesia se volvió por un momento más popular, abierta, cálida y muchos jóvenes sacerdotes se comprometieron con los pobres de manera radical, según las corrientes de generosidad de las nuevas generaciones.
Estos últimos dos papas lograron darle la vuelta a la tuerca y hacer de la iglesia una institución en crisis, cerrada, aliada del poder, asediada por lo que durante mucho tiempo se escondió en los viejos escaparates  empolvados de la infamia. Bendicto XVI se vio obligado a renunciar porque su papado se desbordó mientras él se aplicaba a abstrusas meditaciones teológicas alejadas de la realidad concreta de más de mil millones de creyentes.
Juan Pablo II fue un pontífice clave en los momentos del derrumbe de la Unión Soviética y los países comunistas del Este, aplastados por las mentiras de su jerarquía marxista-leninista y los crímenes escondidos en diversos gulags de la intolerancia estalinista.
Wojtyla dio fuerza en su momento a esa lucha por la libertad de los pueblos sojuzgados por la URSS, pero se le fue la mano en apagar todo tipo de crítica y borrar del mapa, especialmente en América Latina, a  las corrientes sociales y humanitarias surgidas en los años 60 tras los trabajos del Concilio progresista y los movimientos sociales y políticos que se dieron en aquella época contra el violento y codicioso imperio estadounidense de Nixon, Reagan y Bush.
Después del modesto Juan XXIII vino Pablo VI, primer pontífice viajero y diplomático, flaco y de apariencia intelectual, quien marcó a los colombianos por su visita al país generando una gran expectativa por una presencia que hasta entonces parecía quimérica. Cuando la televisión colombiana avanzaba hacia la conquista de todos los hogares, miles de familias adquirieron enormes televisores empotrados en madera marca Philips, verdaderos muebles de sala para seguir el acontecimiento frente a la pantalla.
Pablo VI, arzobispo de Milán llamado Giovanni Battista Montini (1897-1978), gobernó desde 1963 a 1978, continuó los trabajos del Concilio Vaticano II y durante su pontificado fueron llevados al cardenalato tres de sus sucesores, Juan Pablo I, Juan Pablo II y Benedicto XVI. Su gobierno dejo una huella de modernidad que sus sucesores se encargarían de borrar poco a poco.
El polaco Karol Józef Wojtyła (1920-2005) llegaría al trono después de  la sorpresiva y misteriosa muerte de Albino Luciani, el malogrado Juan Pablo I, muerto en 1978, y se convertiría en una verdadera figura  protéica a lo largo de su extensísimo reinado, caracterizado por su vigor. Intelectual, escritor, deportista, rebelde surgido de las sombras del totalitarismo, su figura fue un vendaval hasta la llegada  del apagado Ratzinger, electo Papa en 2005 y quien sorprendió al mundo con su renuncia para regresar a sus libros de teología y a su piano.