sábado, 28 de diciembre de 2013

LA BACHUÉ DE RÓMULO ROZO

Por Eduardo García Aguilar
El libro más importante aparecido en Colombia en 2013 es "La Bachué de Rómulo Rozo", un ícono del arte moderno colombiano, que se inscribe en la gran tradición latinoamericana de recuperar los huecos de su historia olvidada. El libro no solo se destaca por la altura de los ensayos allí incluidos sino por la excelente calidad de la lujosa edición, cuidada en extremo y dotada de una iconografía magnífica que aclara y revela un segmento de nuestro pasado artístico en el contexto mundial y latinoamericano de entreguerras.
Rómulo Rozo fue uno de los grandes artistas desterrados por voluntad propia de Colombia, que nunca quiso volver a su país y pasó su vida en otras latitudes, primero de joven en la París de las revoluciones artísticas de vanguardia y después en el México revolucionario, donde dio rienda suelta a su arte, realizando monumentos admirados cuyos más grandes rastros monumentales quedan  en Yucatán y su capital Mérida, sobre las tierras que alguna vez fueron de la gran civilización Maya.
Los años 20 y 30 en el mundo eran un crisol de muchos movimientos artísticos y políticos y de grandes cambios que conducirían a la reanudación de la guerra y a una conflagración mundial que todavía está en carne viva. Los hombres de ese entonces sabían que después de la atroz Primera Guerra Mundial tenían que dedicarse a escribir, crear, gozar, viajar, vivir, porque los años de paz podían ser cortos, como en efecto ocurrió.
En París se concentraron todos los artistas plásticos del mundo, mientras en los cabarets de Pigalle bailaba la maravillosa negra  Josephine Baker y estallaba por todas partes el Art Deco. En Montmartre y Montparnasse trabajaban y rompían las normas Chagall, Picasso, Braque, Modigliani, Diego Rivera, al lado de poetas, músicos, galeristas y editores. Vivían allí el gran poeta peruano César Vallejo, el guatemalteco Miguel Angel Asturias, el mexicano Alfonso Reyes y el  colombiano Max Grillo y como ellos los autores anglófonos Ernest Hemingway, James Joyce y Henry Miller, o el austrohúngaro Joseph Roth, sin contar héroes futuros como el vietnamita Ho Chi Mihn o los chinos Chou--En-Lai y Deng-Tsiao-Ping.
Rozo, nacido en 1899 y muerto en 1964, tenía entonces 26 años cuando esculpió "La Bachué, diosa generatriz de los indios chibchas" en piedra negra, obra clave de la modernidad colombiana, según prueban Alvaro Medina, Ricardo Arcos-Palma, Clara Isabel Botero, Christian Padilla Peñuela, y Melba Pineda García, quienes esclarecen desde todos los ángulos posibles los orígenes y el contexto de la imagen de la fértil diosa chibcha. El libro es editado por editorial La Bachué y hace parte del proyecto del mismo nombre (www.proyectobachue.org)
En México acababa de pasar la Revolución Mexicana y, bajo la guía cultural de José Vasconcelos, la gran nación azteca trataba de recuperar su pasado y reivindicar las ruinas que yacían debajo de los templos católicos y los palacios construidos por los españoles. Diego Rivera abandonó París, donde se dedicaba a realizar obra de caballete en Montmartre, y se fue a su país a crear los famosos murales que inauguraron  el imaginario reivindicativo de esa revolución autóctona. En Perú José Carlos Mariátegui, desde su revista Amauta, trataba a su vez de abrir ventanas a ese mundo prehispánico despreciado por las élites blancas de los países hispanoamericanos.
Y en Colombia, gracias a la escultura de Rozo, figura central en el pabellón colombiano de la Feria Mundial de Sevilla en 1929, y cuya imagen fue muy difundida en Colombia, surgió la generación de "Los  Bachué", que tenían por objetivo "Colombianizar a Colombia". Es una década de movimientos sociales liberales y de izquierda que reivindican los derechos  laborales de los colombianos, pero también de actos represivos como la Masacre de las bananeras, mientras recorría las ciudades y los pueblos la gran líder de los trabajadores María Cano.
Comienza a surgir en el país una conciencia que busca dejar atrás el país de las momias ultramontanas que mantenían una larga hegemonía en el poder. Surgen museos arqueológicos, etnológicos, históricos, revistas, suplementos literarios, editoriales, y proliferan poetas que, como León de Greiff y Luis Vidales, revolucionan la práctica del verso.
Rómulo Rozo se inscribe dentro de esa tendencia que a través de la reivindicacion de lo autóctono y la sublevación de las formas, quiere superar la copia fiel de lo clásico greco-romano como única alternativa eterna, y romper con el servilismo de los artistas a los cánones académicos. O sea que es un gran vanguardista y un moderno olvidado por los colombianos, que vivió hasta su muerte en México.
En este libro seguimos la aventura de la búsqueda por Álvaro Medina de la obra "La Bachué", supuestamente perdida desde 1929, y que al final se encontró, por fortuna intacta, en la sala de la casa de la familia Moreno en Barranquilla, uno de cuyos ancestros la compró en
París al joven artista de Chiquinquirá. Es una fértil diosa chibcha en granito negro que Rozo hace sensual con sus piernas helicoidales hechas de serpientes y un cuerpo que se parece al de la negra Josephine Baker contorneándose en el teatro-cabaret Follies Bergére. Pero queda aún por recuperar toda la obra dispersa de un gran desterrado colombiano que vivió y murió para el arte, sin preocuparse por el olvido y la indiferencia de los suyos.

sábado, 21 de diciembre de 2013

LA MUERTE DEL HISPANISTA CLAUDE COUFFON

Por Eduardo García Aguilar
El miércoles 18 de diciembre murió a los 87 años de edad en Caen el poeta y ensayista Claude Couffon (1926-2013), uno de los principales hispanistas franceses del siglo XX, traductor de numerosos autores españoles y latinoamericanos, a quienes a lo largo de su vida y hasta el final, les abrió con generosidad las puertas de su país.
En la línea de otros hispanistas y latinoamericanistas como Valery Larbaud, Marcel Bataillon, Roger Caillois, Jacques Gilard y Claude Fell, su carrera se inició con sus investigaciones sobre la muerte de Federico García Lorca, víctima de las fuerzas franquistas. Hace poco, con motivo de nuevas pesquisas incómodas en busca de los restos del poeta andaluz, lo que molestaba a los nostálgicos de la dictadura, Couffon regresó al lugar de los hechos en España y fue ampliamente entrevistado sobre el caso por la prensa española.
Profesor de la Sorbona, Couffon difundió en Francia desde los años 50 a diversos autores latinaomericanos como Pablo Neruda, Miguel Angel Asturias, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, entre otros autores del boom y del post boom. Y en la primera década del siglo XXI tradujo con entusiasmo a jóvenes poetas mujeres latinoamericanas y publicó antologías de poesía dominicana, cubana, mexicana, hondureña.
Ya en la ancianidad, retirado de la universidad, Couffon, gran amante del vino, la amistad y las mujeres, seguía sus actividades en su ciudad natal normanda de Caen y en el puerto de Saint-Malo, legendario lugar de corsarios y piratas y traficantes de esclavos donde está enterrado Chateaubriand. Cada año invitaba allí a un autor español o latinoamericano para difundir y traducir su obra entre los estudiantes, en jornadas inolvidables para unos y otros.
Tuve la oportunidad de verlo en los años 70 cuando estaba en su apogeo y era una eminencia reconocida como uno de los principales expertos de literatura española y latinoamericana, pero fue en la primera década de este siglo cuando pude conocerlo de cerca y hablar con él muchas veces en encuentros literarios en la Casa de América Latina o en reuniones con amigos comunes. Con cierta frecuencia regresaba a París desde su retiro o hacía viajes a México o España, pese a que tenía ya graves problemas de salud.
A diferencia de otros hispanistas mucho más tímidos y lejanos, Couffon era lo que se llama en Francia un "bon vivant", buen amigo de sus amigos, abierto al diálogo y al sentido del humor, siempre mirando directamente a los ojos con la picardía y la sonrisa a flor de piel.
Bajo de estatura, corpulento, y con un rostro de libertino dieciochesco, rubicundo tal vez por una vida de buena comida y buen vino, Couffon nunca dejó de leer e interesarse por la literatura de ese Extremo Occidente que es América Latina, que en estas épocas ha pasado de moda en Francia y ha sido suplantada por otras preferencias tales como la literatura asiática, africana, nórdica o norteamericana.
La gran amistad entre los franceses y la literatura latinoamericana tuvo uno de los primeros puntos fundacionales climáticos en París con la traducción y la publicación en francés de Leyendas de Guatemala, libro del entonces joven escritor Miguel Angel Asturias, quien con el tiempo se izaría hasta obtener el Premio Nobel. Asturias vino a Francia en los años 30 a realizar sus estudios en la Sorbona y perteneció a una generación muy activa de latinoamericanos, entre los que figuraban César Vallejo, César Moro y los hermanos Ventura y Fernando García Calderón, de Perú y Alfonso Reyes, de México, entre otros.
Antes, a fines del siglo XIX y comienzos del XX, vivieron en París lo modernistas Rubén Darío, José María Vargas Vila y Enrique Gómez Carrillo, pero sus obras no lograron ganar al amplio público francés de entonces, como si ocurrió de inmediato con Miguel Angel Asturias y después, a lo largo de varias décadas sin interrupción, con Jorge Luis Borges, antes de que estallara el boom en los años 60.
Este movimiento del boom conquistó al calor de las luchas políticas latinoamericanas y europeas, a amplios sectores de la sociedad francesa, que veían en las obras de Pablo Neruda, Gabriel García Márquez, Alejo Carpentier, Jorge Amado, Juan Rulfo, Julio Cortázar, Alvaro Mutis y Mario Vargas Llosa, una especie de amplio ventanal hacia un edén tropical en plena ebullición revolucionaria y antidictatorial.
En ese marco, la gloria de los latinoamericanos otorgaba a los hispanistas y latinoamericanistas galos un aura que parecía iluminarlos de manera paralela a las proezas de sus pupilos literarios de ultramar.
Los traductores y difusores de las obras de César Vallejo, Pablo Neruda, Jorge Luis Borges, Octavio Paz y demás autores latinoamericanos del siglo XX entraban a ese club colorido que reinó hasta desvanecerse después de la caída del Muro de Berlín.
En la actualidad se realizan muchas actividades en la Maison de l'Amérique Latine (Casa de América Latina) del bulevar Saint Germain, pero ya sin el impacto glorioso de los años 60 y 70. Hay en las universidades y en algunas editoriales una nueva generación de hispano-latinoamericanistas muy activos, pero la literatura de ese continente ya no logra el impacto que tuvo en el siglo anterior y las apariciones son como fugaces y diminutos fuegos pirotécnicos.
Con la desaparición de Couffon termina una época de esa gran amistad ultramarina. Habrá que recopilar y editar sus artículos aparecidos en  Le Figaro Littéraire, Le Monde, Les Lettres Françaises, Les Temps Modernes,  Europe y Le Magazine Littéraire, para hacer una bitácora de aquella luna de miel franco-latinoamericana casi extinguida.
Y también debemos poner atención a su obra poética, en la que se destacan obras como Cuaderno de la bahía del Monte Saint Michel, Cuerpo otoñal y Ventana a la noche, entre otros libros suyos. Los latinoamericanos y los españoles debemos mucho a este gran amigo de nuestras palabras que ahora descansa en paz lejos de la belleza del cuerpo femenino, la poesía y el vino.

miércoles, 18 de diciembre de 2013

CHINA REVIVE SUEÑO ESPACIAL

Por Eduardo García Aguilar
China logró este sábado un histórico alunizaje de su sonda Chang'e 3, de la que saldrá el vehículo Conejo de Jade para iniciar exploraciones en el territorio de la Bahía de los Arcoiris, lo que constituye un espectacular logro para la vieja nación asiática, que se iguala ahora con Estados Unidos y la URSS, superpotencias que hace más de medio siglo lograron proezas similares en el contexto de la guerra fría.
Después de que Estados Unidos y Rusia, afectados por crisis sucesivas, redujeran presupuestos de conquista espacial y desaparecieran los transbordadores y hasta la posibilidad de lanzamientos en Cabo Cañaveral, o se presentaran muchas fallas y fracasos en los lanzamientos rusos desde Baikonur, naciones emergentes como India, Brasil y China quieren avanzar en ese camino ampliando el club de las potencias espaciales.
En estos momentos Francia, desde Guyana, en América del Sur, tiene el único complejo viable de lanzamiento que garantiza la posibilidad de llevar satélites estatales o privados a la órbita terrestre, mientras algunas empresas privadas avanzan en la implementación del turismo espacial privado.
Los chinos, que se han convertido en los nuevos magnates del mundo y cada año incrementan su influencia política y económica en todos los continentes, no solo aspiran a llevar a nuestro satélite vehículos como el Conejo de jade, sino seres humanos, lo que tal vez en una o dos décadas sea una realidad, dado el impulso del milenario país de Confucio, el autor de las sabias Analectas.
Estados Unidos y Rusia nos hicieron soñar desde niños con la conquista espacial. Antes de que los hombres, encabezados por Yuri Gagarin y John Glenn, comenzaran a salir fuera de la Tierra, ya nos habíamos acostumbrado a los viajes de las sondas que antes de estrellarse e la Luna o en Marte, enviaban a nuestro planeta fotografías apasionantes de extraños territorios con las que armó poco a poco la cartografía de aquellas vecinas esferas.
Estados Unidos realizó una espectacular carrera espacial con experimentos de naves como Géminis y paseos espaciales de personajes que como el malogrado Ed White nos fascinaban cuando aparecían en las portadas de la revista Life, de circulación continental. Con el cordón umbilical enlazado a la cápsula y el traje espacial, White aparecía flotando en el espacio delante de la hermosa esfera azul de nuestro planeta, cubierta de hilos y madejas de nubes.
Luego, con inversiones gigantescas que hoy serían imposibles, Estados Unidos emprendió la conquista de la Luna y llevó por fin a seres humanos a la superficie selenita. En julio de 1969 todo el planeta vio en vivo y en directo la llegada del recién fallecido Neil Amstrong, seguido luego por Buzz Aldrin, y supervisados desde la órbita por Mike Collins, personajes que quedaron grabados para siempre en nuestra memoria.
Luego vinieron otros viajes y exploraciones a la Luna por medio de los viajes de Apolo, que terminaron para dar paso a otro tipo de conquistas también memorables, como el envío de sondas a todo el sistema solar, Saturno, Júpiter, Neptuno, e incluso más allá, así como avances tecnológicos que han hecho posible llegar hasta el instante del big-bang y descubrir miles de exoplanetas y millones de galaxias y agujeros negros.
Las imágenes del telescopio Hubble han sido sorprendentes para los que vivimos fascinados desde niños por el espacio lejano. Gracias a ellas hemos comprendido mejor el universo y nos hemos acercado a los más extraños confines del mismo. Los humanos hemos palpado así 14.000 millones de años de historia de la materia en expansión y deriva, solidificación y explosión, concreción y difuminación infinitas. Con esas imágenes somos cada vez más poetas, porque la poesía es el reino de lo inefable e inasible.
Las naves nos han acercado a los satélites de Saturno y Júpiter, algunos de los cuales son planetas vivos con océanos de líquidos de otros colores, composiciones y densidades. En esas superficies hemos visto actividad volcánica, huracanes gigantes, lagos y paisajes jamás imaginados. En su viaje por los planetas, las naves se han acercado y orbitado aquellos globos que giran en torno a los gigantescos hermanos mayores del Sistema Solar.
Una nave que ya está saliendo de los confines del Sistema Solar lleva un mensaje de los terrícolas inscrito en una placa por si alguna vez lo captan probables extraterrestres. O sea que la humanidad no se niega al sueño de que en otros lugares, en alguno de esos millones y millones de exoplanetas, exista la vida y la inteligencia.
A futuro la aventura espacial será colectiva y se aunarán los esfuerzos de varios países para avanzar en otras conquistas inimaginables. Estaríamos apenas en el albor de la aventura soñada por los humanos desde hace milenios y contemplada con más certeza científica por los sabios del Renacimiento, los Galileo Galilei y los Leonardo Da Vinci que entendieron por fin que la tierra era un grano de arena en un océano infinito de polvo interestelar.
Pese a las guerras y a las crisis, al fanatismo y a la locura, el hombre avanzará en el dominio de la materia y la energía y tarde o temprano los descubrimientos nos acercarán cada vez más a lo desconocido.
Dentro de miles de años, otros hombres habrán llevado la aventura espacial a confines inesperados. Nuestra generación tuvo la fortuna de palpar el albor de esta aventura y seguirla desde la infancia con pasión. Por eso es loable que los chinos ingresen ahora al club de los exploradores con su nave y su vehículo Conejo de Jade.
Llegarán a la Luna, mientras una coalición internacional tratará en dos o tres décadas de llegar con humanos a Marte, planeta mucho más vivo de lo esperado y que en estos momentos está revelando grandes secretos, como la presencia de agua y la existencia lejana de océanos, ríos y lagos cuyas huellas exploran en este momento vehículos norteamericanos.

jueves, 12 de diciembre de 2013

GOLPEADO POR WINNIE MANDELA

Por Eduardo García Aguilar
A lo largo de la vida las actividades de prensa nos llevan a cruzarnos con personajes históricos en cumbres, visitas, reuniones bilaterales, giras mundiales y conferencias de prensa. Pasa el tiempo y uno saluda a la vida porque durante diez días haya estado en el séquito de vaticanistas y periodistas del mundo que seguíamos en avión y en tierra al papa Juan Pablo II durante su histórica visita a México, o que haya tenido la oportunidad de recibir en 1991 un golpe de la enérgica esposa de Nelson Mandela, Winnie, por tratar de sacarle unas palabras y acercarle demasiado la grabadora al que venció al Apartheid en Sudáfrica.
Son las lides de la actividad periodística, que nos sacaron del destino contemplativo al que estábamos destinados para irrumpir de lleno en la vida contemporánea, en las realidades de la época, en los rastros de la historia de hoy, que tal vez algún día figurarán en los Anales. A veces en cumbres bilaterales de gobierno a las que se asiste como enviado, uno ha tenido que coincidir con presidentes como Fidel Castro, Bill Clinton o François Mitterrand o ver y hablar con Alberto Fujimori dos veces, una cuando era un novato recién llegado al poder y otra cuando estaba en la cumbre y era ya un simpático aunque arrogante mandatario que se eternizaba en el gobierno reeligiéndose y se hundía en la corrupción y los malos manejos.
Otras veces cuando uno ha estado obligado como agenciero -profesión de Juan Carlos Onetti, Ernest Hemingway y Gabriel García Márquez-, a entrevistarse con Carlos Salinas de Gortari o Ernesto Zedillo en el palacio de Los Pinos de México, y caminando por esos prados en charla informal, calibra con toda exactitud que hombres tan poderosos en su momento en un gran país como ése son solo seres humanos como cualquiera. Zedillo me respondió cuando le pregunté por qué la bandera mexicana allí tenía estrellas: "es que se supone que soy el jefe del ejército mexicano". Lo que indicaba todo lo patético del asunto.
Y esto sin contar en esa actividad efímera las figuras de la farándula cinematográfica vistas como Alain Delon, Catherine Deneuve, Cantinflas, o el gran Joseph Losey, o estrellas de la música como Pérez Prado o Joe Arroyo. Y así la lista se hace interminable si se incluyen los grandes escritores latinoamericanos como Julio Cortázar, Augusto Roa Bastos, Ernesto Sábato, Jorge Luis Borges, Juan Rulfo, Gabriel García Márquez, Álvaro Mutis, Enrique Molina, Maruja Vieira, Meira del Mar, Juan José Arreola, Gonzalo Rojas u Octavio Paz, o de otros lados como Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir (encontrados en el Père Lachaise), Edgar Morin o Yves Bonnefoy o Henri Charrière, autor del best seller Papillon, vistos todos ellos en cementerios, plazas, cafés, o lugares inesperados. Y a eso agregamos artistas colombianos tan especiales como Alejandro Obregón, Edgar Negret, Fernando Botero, Ómar Rayo o Luis Caballero, entrevistados en circunstancias especiales en la gran tierra de Emiliano Zapata o en la de Asterix.
Todo este preámbulo me sirve para contar que tuve la fortuna, gracias al periodismo, de ver a Nelson Mandela (1918-2013) y ser golpeado por Winnie, su esposa de entonces, una exguerrillera y militante de armas tomar que, para proteger a su amado, no dudó en asestarme un golpe sudafricano en el pecho por acercar demasiado mi grabadora diminuta al líder Mandela, una de las figuras más importantes de la segunda mitad del siglo XX, con Fidel Castro, John Kennedy, Juan Pablo II y Mijail Gorbachov, entre otros.
No era aun presidente, pero negociaba con Frederik de Klerk el fin del Apartheid, al que se habían enfrentado los del Consejo Nacional Africano con las armas. Llegó en el marco de una gira a México para pedir ayuda en la parte final de las negociaciones que lo llevarían al poder. Era un hombre tierno, amable, amoroso, aun enérgico y me tocó estar en su llegada a la Cancillería azteca, donde no solo se entrevistó con las autoridades sino también con los opositores mexicanos, a los que saludó, entre ellos la militante Rosario Ibarra de Piedra, una pasionaria importante en ese país tan corrupto y violento.
Haber visto de cerca a Mandela me alegra. Porque es ejemplo para Colombia, donde reina el odio y la venganza y los espíritus de Sangrenegra, Veneno, Chispas y Desquite viven en quienes quieren eternizar la guerra porque les conviene económicamente o para alimentar sus sicopatías sanguinarias. Mandela pasó gran parte de su vida en la cárcel acusado de terrorista por los blancos de origen inglés que discriminaban a los negros, pero al final perdonó y quiso la concordia entre todos. Su sonrisa y su energía de paz salvó a Sudáfrica y lo condujo al Premio Nobel de la Paz.
Su espíritu, ahora que se ha ido para siempre, puede acompañar aún el proceso de paz en Colombia, donde los feroces enemigos pueden y deben reconciliarse. A Mandela lo vi y puedo atestiguar de su sonrisa y el aura suya, la de una figura del rango de Mahatma Gandhi, en cuya casa, donde fue asesinado, estuve en Nueva Delhi en 2000. Winnie Mandela, la que me golpeó en el pecho era otra cosa y tal vez por eso se separó de ella y se casó luego con la viuda del presidente Zamora Machel.
La lucha de Mandela y su larga vida seguirán iluminando a los que quieren desterrar el odio en los lugares donde reinó durante décadas y un día terminó como un milagro. Todas las guerras del mundo han cesado alguna vez, y esperemos que eso ocurra en Colombia bajo el patrocinio del gran sudafricano que ahora el mundo despide con reconocimiento.

sábado, 30 de noviembre de 2013

EL SILENCIO DE R.H. MORENO DURÁN

Por Eduardo García Aguilar
Uno de los escritores colombianos que en su momento tuvo, a finales del siglo pasado, una gran presencia en el panorama literario colombiano fue Rafael Humberto Moreno-Durán (1945-2005), quien luego de su prematuro fallecimiento vive en un injusto silencio, dados como son los medios literarios colombianos y las editoriales a sepultar y olvidar para siempre a quienes la parca les ha jugado una mala pasada llevándoselos antes de tiempo y no pueden estar presentes para promover sus obras en vanas presentaciones y aceleradas actividades de prensa y marketing.
Moreno-Durán, quien estudió derecho en la Universidad Nacional de Colombia, era un escritor vanidoso y ambicioso como todos, lo que no es un pecado, y estaba caracterizado por una gran cultura e inteligencia y a la vez por un gran sentido del humor, pero era capaz de cometer injusticias con sus amigos, cuando sentía que sus intereses u orgullo literarios estaban en peligro.
Por eso en vida se peleó con muchos de sus colegas y son inolvidables sus desplantes en ferias literaias o presentaciones de libros donde buscaba ocupar todo el terreno, autodenominándose como el mejor escritor de todos los de su generación. Pero aun así, todos lo queríamos y destacábamos sus cualidades excepcionales, dada su múltiple formación como jurista y lector infatigable.
Los escritores de su generación, que podríamos llamar "De la revista Eco", la gran publicación del librero alemán Karl Buchholz, entre los que figuran Darío Ruiz Gómez, Oscar Collazos, Fanny Buitrago, Ricardo Cano Gaviria, Nicolás Suescún, Luis Fayad, Roberto Burgos Cantor y Fernando Cruz Kronfly, entre otros, eran fieles a la idea del autor total, inspirado en grandes figuras como Marcel Proust, Virginia Woolf, Thomas Mann, Herman Broch, Elias Canetti y otros monstruos europeos de obras portentosas y gigantes. Para ellos ser escritor era y es devorarse el mundo y la historia con mayúsculas, ejercer un sacerdocio milenario, agitar las palabras y las ideas hasta la extenuación.
En los años 60 y 70 estos escritores, entre los que figuraba Moreno-Durán, ejercieron la literatura al extremo, gracias a un espíritu de polígrafos que se lucían y gozaban escribiendo largos ensayos y novelas enormes y supercuidadas donde los protagonistas eran las ideas y el lenguaje. También se consideraban intelectuales en el buen sentido de la palabra intelectual, o sea hombres de ideas y de cultura, ligados a los clásicos y a los autores de todas las épocas de la cultura universal.
Su tragedia consitió en que el mundo y la vida literaria cambiaron de repente y esas obras magnas, cuidadas, responsables, fueron reemplazadas poco a poco por una literatura frívola y de escándalo, apta para amplios públicos, especialmente el colombiano, que goza con obras vulgares y violentas donde la agresividad, la intolerancia y la  escatología nacionales son legión.
De ahí que desde un tiempo para acá se ha vuelto en Colombia a una literatura prevargasviliana, fundamentalmente paisa, que se nutre en la escatología del humorista Cosiaca y los anatemas del sacerdote Miguel Angel Builes, un sectario iluminado que incendiaba desde los púlpitos invitando a la violencia y la eliminación física del enemigo político, o sea el liberal. La literatura de éxito en Colombia es pues, una literatura que insulta, ataca, destruye verbalmente al enemigo, una literatura llena de manías, racista, clasista, donde reina el grito y el desplante y no el pensamiento.
Moreno-Durán se dio cuenta de que su generacion había fracasado en el intento y alcanzó a ver la entronización en Colombia de todos esos best sellers agenciados por las grandes editoriales multinacionales, en especial de la llamada literatura sicaresca, de tetas o de narcos. Y  debió haber sido muy duro para él y sus colegas reconocer esa terrible derrota de su generación, que fue condenada al ostracismo después de la desaparición de la revista Eco y de casi todos los suplementos y revistas literarias.
Bajo de estatura, fornido, siempre listo a pronunciar fenomenales ocurrencias, la partida de Moreno-Durán, con todas sus cualidades y defectos, fue una gran pérdida para la literatura colombiana en general. La trilogía Fémina Suite, Los felinos del canciller, Mambrú y  Metropolitanas, son algunas de sus obras.
Y fue una gran perdida porque en lo que va del siglo XXI nos hemos venido acostumbrando en Colombia a ese lenguaje hostil, que es el manejado por el ominoso caudillo del Ubérrimo, quien es en política la versión agresiva, falta de ideas, binaria, sectaria, de esa literatura de cuchilleros y "rufianes de esquina" que ha terminado por dominar el panorama nacional, salvo contadas excepciones por fortuna, con autores como William Ospina, Tomás Gonzalez y Evelio Rosero.
El vanidoso, el ambicioso e inteligente escritor Moreno-Durán supo a tiempo de la gran tragedia de la literatura colombiana y es probable que esa certeza aceleró su enfermedad y terminó por matarlo. Había apostado toda una vida por una literatura con mayúsculas y la literatura fue conquistada por los minúsculos.
Moreno-Durán era capaz también de tener una gran generosidad y le debo gestiones para que mi novela El Viaje Triunfal fuera publicada en la Editorial Tercer Mundo, dirigida entonces por Santiago Pombo. Antes, un jurado compuesto por Moreno-Durán, Ruiz Gómez y Cruz Kronfly, la eligió como ganadora de la Beca Ernesto Sábato de Proartes para escritores jóvenes, galardón que también obtuvieron entonces Julio Olaciregui y Evelio Rosero. Moreno-Durán era amigo y ayudaba a los escritores jóvenes.
Son inolvidables las veladas vividas con Moreno-Durán en Colombia, México y París. Si un día se hace un libro de homenaje, sus amigos y enemigos podrán contar quien fue esta gran figura de la literatura colombiana, que merece ser rescatada del olvido y puesta a circular de nuevo para que se conozcan los alcances de su obra y la de sus contemporáneos. Moreno-Durán fue un enorme escritor colombiano y su ausencia se nota en la literatura colombiana de hoy.

sábado, 23 de noviembre de 2013

LA PRINCESA PONIATOWSKA CONGELADA EN BOGOTÁ

Por Eduardo García Aguilar
Me encontré con Elena Poniatowska en el Aeropuerto Internacional Benito Juárez de la Ciudad de México antes de abordar el avión que nos conduciría a Bogotá para asistir el I Encuentro Internacional de Periodismo Cultural de la Feria Internacional del Libro de 1991, hace ya más de los veinte años del tango.
La princesa Poniatowska estaba ataviada con un inconsútil huipil de algodón blanco casi transparente y sandalias, como si se fuera a trasladar a Managua o a La Habana. Conocedor de los horrendos fríos de la temporada en la alta Bogotá de los Andes, a donde la señora Poniatowska nunca había ido, le dije aterrorizado que así no podía viajar a mi país y le expliqué con detalles que Bogotá no era una ciudad Caribe como la Cartagena o la Barranquilla de su amigo Gabriel García Márquez, sino una helada ciudad de los Andes, situada a 2.700 metros del altura, cubierta de bruma,  golpeada siempre por vientos, brisas, aguaceros y lloviznas heladas que se alternan a veces con destellos de un sol paramuno que puede ser calcinante.
Pero la Poniatowska parecía no creerme o no tomar en serio lo que yo le estaba diciendo, convencida de que la capital de un país tropical en plena línea ecuatorial no podía ser más que una ciudad igual de tórrida a las del Caribe cubano o centroamericano. Fue inútil cualquier consejo y como ya había documentado sus maletas y no llevaba al parecer bolsa de mano, se subio así en el avión mientras yo sufría al saber que al llegar a la capital colombiana en la noche, recibiría de inmediato un toque de hielo que la dejaría convertida en una estatua.
Así fue. Los organizadores que llegaron por nosotros nos llevaron hasta la Avenida Jiménez al Hotel Nueva Granada, en esos tiempos terribles del país cuando todavía vivía Pablo Escobar y morían cada día asesinados políticos, candidatos presidenciales, se derribaban aviones, aullaban en las caballerizas del Ejército centenares de izquierdistas torturados, y estallaban a diestra y siniestra coches bomba, por lo que aventurarse a Bogotá era ya un acto heróico, como yo vi al día siguiente en el rostro aterrorizado del aun joven editor, periodista y cuadro de Alfaguara y Prisa, el canario Juan Cruz, para quien también ese viaje sería el primero que haría en Colombia.
En 1991 Bogotá no había dado aun el salto urbanístico y modernizador que dio luego con Peñalosa y Mockus, sino que era un desastre total y mucho más en ese centro donde está situado el Hotel Nueva Granada, cerca de la vieja sede de El Espectador y de la histórica de El Tiempo,  a una cuadra de donde mataron en 1948 a Jorge Eliécer Gaitán, a unos pasos del Museo del Oro y donde siempre han pasado casi todas las cosas.
Poniatowska se subió esa noche a su habitación y yo a la mía sin saber que después de la medianoche las tenebrosas oleadas de hielo comenzarían a invadir la ciudad, situada en la Sabana preferida por los conquistadores y los antiguos indígenas chibchas.
El Hotel Nueva Granada, como otros similares modernos aparecidos en los años 50 y 60 del siglo XX, por ejemplo El Tequendama, fundado en 1954, El Continental y los Dann Colonial y de la Avenida 19, fueron grandes lugares a lo largo de las décadas y en los 60 tuvieron su fulgor, el tintineo de los cubiertos, la elegancia de sus botones, la agitación de sus salones de congresos y de recepción en los tiempos iniciales del Frente Nacional.
En tiempos de Ospina, Rojas Pinilla, los dos Lleras, Guillermo León Valencia, Bogotá todavía vibraba en su centro. Pervivían aun los cafés y tertuliaderos bohemios, restaurantes, clubes, librerías, tascas y la  séptima era todavía un lugar lleno de tiendas y almacenes de nivel. Ahora, tres décadas después el país se hundía en el narcotráfico y la ciudad se desmoronaba por todas partes.
Allí Poniatowska estuvo a punto de congelarse aquella noche. Un revuelo fenomenal tuve que mover en el edificio hacia la madrugada, cuando me informé que la princesa polaco-mexicana pedía ayuda, ya que no había traído prendas adecuadas y las frazadas no eran suficientes en su habitación de un piso alto. Me movilicé con los botones para tratar de salvar a la periodista, reportera, cronista, novelista, la gran diva polaca nacida en París en 1932, que en este otoño de 2013 acaba de obtener el Premio Cervantes.
A falta de calefacción o chimenea no sé cuantas frazadas tuvieron que llevarle a su habitación, pero aún así la autora de Lilus Kikus, La noche de Tlatelolco y Tinísima, de una belleza y elegancia  excepcionales que sedujo durante décadas en Mexico City a todos los varones señalados y hubiera podido ser por su belleza portada permanente de Vogue y Elle, al lado de Rita Hayworth y Lauren Bacall, seguía tiritando en las alturas andinas. Al día siguiente me dijo que le habían robado su cartera y no tenía dinero y estaba desolada  buscando a los organizadores del Encuentro.
Poniatowska no sabía que se estaba congelando en un punto histórico de la capital: a unos pasos de El Espectador, donde el joven Gabriel García Márquez realizó los primeros pasos de reportero hacia la gloria, a unos metros de la galería del fotógrafo Leo Matiz donde hizo la primera exposición el joven Fernando Botero, a metros de donde existió el café Automático, reino de los poetas León de Greiff, Luis Vidales y Eduardo Carranza y al lado de la oficina en que Alvaro Mutis trabajaba y donde preparó el sonado homenaje gastronómico a Brillat-Savarin.
Más de veinte años después, de manera sorpresiva, esta gran mujer, sencilla, activa, infatigable, militante izquierdista, que siempre ha estado tecleando en los últimos 60 años día a día como la reportera que da voz a los sin voz, y que siempre se sintió como una modesta periodista en su país adoptivo, ha sido galardonada con el Premio Cervantes como una de las únicas cuatro mujeres que se lo arrebataron a los hegemónicos varones hispanos y latinoamericanos.

sábado, 9 de noviembre de 2013

UNA DÉCADA SIN ROBERTO BOLAÑO

Por Eduardo García Aguilar
Ya hace una década murió Roberto Bolaño (1953-2003), el escritor más importante de nuestra generación, y quien se ha convertido en una verdadera leyenda y autor de culto mundial, considerado el narrador de más trascendencia en el orbe latinoamericano después de los grandes fenómenos de la segunda mitad del siglo XX.
Bolaño surgió desde el más absoluto margen y solo contra todos y desde ese lugar oscuro fue construyendo la catedral de su obra e imponiéndose, hasta obtener el Rómulo Gallegos por Los detectives salvajes y bajar después poco a poco de manera prematura al sepulcro ejerciendo hasta el final la escritura, oficio que para él debía practicarse como si uno estuviera condenado al día siguiente a pasar a la silla eléctrica.
El autor chileno, gran amigo y discípulo principal de esa otra gran figura rebelde que es el Premio Cervantes chileno Nicanor Parra, activo todavía a los 99 años de edad, viajó muy pronto de su tierra natal a otros países siguiendo a sus padres, primero a El Salvador y luego a México, donde pasó parte crucial de su adolescencia y la primera juventud poéticas, antes de emigrar a España y radicarse en Cataluña, sitio de su fallecimiento a los 50 años de edad, antes de que pudiera realizársele un transplante de hígado.
Reconocer e identificarse en el talento de un compañero tan notable de generación, es algo que ocurre pocas veces y con frecuencia no ocurre. Cuando viajo por su páginas entiendo con toda claridad lo que nos une en el tiempo como escritores y mucho más cuando el azar de la vida me ofreció la posibilidad de vivir los escenarios de Los detectives salvajes de manera paralela e intensa y en especial la Ciudad de México joven y literaria de ese momento, que es el tema central de ese libro y de mi novela mexicana contemporánea Tequila coxis.
Llegué a México a fines de 1980, o sea que los hechos mexicanos de los protagonistas "real visceralistas" o "infrarrealistas" acaban de pasar y estaban aún calientes como cenizas recién abandonadas. Bolaño se había ido a Barcelona y Mario Santiago ya había regresado de su viaje a Europa, descrito por Bolaño en su novela. Pero quedaban Piel Divina y otros miembros de ese movimiento.
Y no solo viví a fondo y escribí sobre los mismos escenarios y las mismas preocupaciones de la fascinante y multifacética metrópoli mexicana que amamos, sino que fui muy amigo y cómplice del mejor amigo y cómplice de Bolaño, el poeta infrarrealista Mario Santiago (1953-1998), quien fue inmortalizado en esa novela con el nombre de Ulises Lima.
A Mario Santiago (o Ulises Lima) lo conocí recién llegado a México y en una buhardilla donde vivía cerca de la colonia Roma Sur, me hizo probar el mezcal en una botella mágica, en el fondo de la cual se podía ver un enorme peyote cristalino. En ese entonces Mario era el más maldito de los malditos escritores mexicanos, despreciado y ninguneado por casi todos el establecimiento literario, salvo algunas escasas excepciones, como sus compañeros de generación Carmen Boullosa y Juan Villoro, que fueron sus amigos.
Santiago, Bolaño y los poetas infrarrealistas tenían una obsesión con Octavio Paz, a quien veían como un padre destruible y odioso. Por esa razón nadie los aceptaba, porque no perdían ocasión de tratar de sabotear sus recitales o conferencias en medio de escándalos memorables.
Santiago ya había regresado de su agitado periplo europeo por París, Barcelona e Israel, a donde fue tras una amada imposible, Claudia, que yo también conocí,  y que era de una belleza y sensualidad inigualables. Emprendía una larga carrera solitaria de casi dos décadas hacia la muerte accidental en su propio país, al que no consideraba el suyo, pues se creía más peruano que azteca. Yo acaba de llegar de Europa y Estados Unidos a México y esa condición de apátridas errantes nos hizo amigos en esa época feliz de México, cuando todos comenzábamos a publicar nuestros primeros libros. Incluso poco más de un año antes de su fallecimiento, participé en la presentación de su libro Aullido de cisne en 1996, a pedido de Mario, y el texto leído allí fue publicado por Juan Villoro en La Jornada semanal.
Y mientras Mario Santiago iba poco a poco hacia la tumba viajando en los efluvios inquietantes del alcohol de Malcolm Lowry, la vida y la poesía, su gran amigo chileno escribía cerca de Barcelona la novela de sus aventuras mutuas, una obra que lo consagraría de repente y haría a su vez conocido a Santiago, que por fin, con carácter póstumo, empieza a ser publicado y admirado por groupies que le rinden culto junto a su tumba, en la ciudad de México.
Los detectives salvajes es una obra maestra. Hay que haber vivido a fondo en México como lo viví durante tres lustros para reconocer la maestría con la que Bolaño describe esos ambientes y logra captar el lenguaje de los mexicanos de su generación, sus preocupaciones, vida sexual desaforada, irreverencia literaria a través de personajes como las hermanas Font, Piel Divina, a quien tambien conocí, y todo un grupo de jóvenes de menos de 30 años, que es la mejor edad para ser escritor.
También es notable la maestría que despliega el autor chileno para mostrar desde diversas voces mundos que se encabalgan unos tras otros. Primero México y luego Cataluña, París y sus buhardillas, Israel y sus desiertos calcinantes, Viena y sus calles intrincadas. Decenas de personajes hablan, hacen el amor, sufren, se enloquecen, se emborrachan, discuten, pelean, mueren como en un surtidor inagotable, caleidoscopico mágico e inagotable que parece una voz que sale de la nada, casi biblica, como "un guantelete en el aire".
Y ahora que ya no están ni Santiago ni Bolaño, quienes se fueron muy temprano, quedamos los de su generación aquí en esta tierra y cada década que pasa nos sirve para entender lo que fuimos o no fuimos y lo que somos y nunca seremos. Todavía guardo la imagen de Bolaño, cuando lo vi en la sórdida calle Regina, su mirada fija, su silencio, su palidez y pienso que somos afortunados de que uno de los nuestros haya logrado la consagración a contracorriente y desde el margen, escribiendo como si fuera a pasar mañana a la silla eléctrica.

* Del 21 al 24 de noviembre de 2013, en París, la embajada de Chile, el Instituto Cervantes y la Maison de l'Amérique Latine realizan a fines de noviembre varias actividades en homenaje a Bolaño, a diez años de su muerte. Organizado por el agregado cultural de Chile en París, el escritor Felipe Tupper, participan en las actividades el embajador chileno Jorge Edwards, el editor Jorge Herralde, Florence Olivier, Roberto Amutio, Ignacio Echeverría y Florence Olivier, entre otros.

                Abajo imagen de Mario Santiago (Ulises Lima)
                              

viernes, 1 de noviembre de 2013

SOBRE LA MUERTE DE KENNEDY

Por Eduardo García Aguilar
Uno de los recuerdos más nítidos de la infancia es la muerte de John F. Kennedy, asesinado hace medio siglo el 22 de noviembre de 1963 en Dallas, Texas, por Lee Harvey Oswald, quien a su vez fue acribillado frente a policías y periodistas por el mafioso Jack Ruby. Me acuerdo que estaba en el patio  interior en la vieja casa del centro de mi ciudad en la carrera 19 y la información se sentía por todas partes, en el colegio, en la radio, en los comentarios de los adultos y en la precepción de que algo excepcional estaba ocurriendo, de lo cual pendían muchas cosas en el mundo.
Tal vez como un anticipo de una vocación escritural que nunca me abandonaría, dejé los juegos y anoté con una tiza blanca en una ventana de madera el nombre del presidente muerto y el año, 1963, que sucedía a otro donde en la ciudad habíamos vivido un fuerte terremoto que tumbó una de las torres de la Catedral y nos estremeció a todos, moviéndonos literalmente el piso. Ver por primera vez algunas de las ruinas de la ciudad natal, la torre caída, pedazos de muros en las calles, la noticia de algunos muertos, me había dejado entre traumatizado y deslumbrado al descubrir  la fuerza implacable de la naturaleza.
En esa edad, los 9 años, es cuando todo lo aspiramos con una facilidad extraordinaria y los conocimientos y las noticias y los problemas familiares, personales o nacionales se nos revelan con una claridad que aumenta con la malicia terrible de la infancia desbordada que se  caracteriza por el voyerismo permanente.
Veo claro ese luminoso día de noviembre de 1963, las circunstancias del escrito con tiza y la magnitud de la noticia como un primer contacto real con la historia y la realidad mundiales. Tardaría muchos años para vivir con igual intensidad, pero ya en las alturas de la madurez, otro acontecimiento que marcó a todas las generaciones, o sea a los niños del momento y a los adultos, que de repente nos volvimos niños en ese instante, al ver caer las Torres Gemelas de Nueva York en directo y a todo color.
Escuché entredormido en la tarde europea a dos chicas adolescentes que en el cuarto contiguo comentaban el suceso y decían como en un juego que venía la guerra mundial. No entendía yo porqué las niñas decían eso, cuando sonó el teléfono y respondí entredormido por la siesta a mi amigo, el escritor bogotano Luis H. Aristizabal, quien me preguntaba si no me había enterado de lo que estaba pasando y posponía una cita que teníamos para la noche.
Hice el cambio con el mando del televisor y ahí estaba la tragedia en directo, segundos antes de que se cayera la segunda torre y el mundo se estremeciera como nunca, dando un giro brutal a la época, lo que significó el fin del siglo XX y el comienzo de un siglo XXI ominoso que nos trae cada año sorpresas y nos traerá sin duda tragedias y catástrofes bélicas impensables a lo largo de la centuria. Porque en juego están las riquezas energéticas y las definiciones de las potencias que cogobernarán el planeta por otro gran lapso de la historia futura.
Lo ocurrido en Nueva York fue un hecho histórico decisivo, como lo fue en cierta forma la muerte de Kennedy, después de un agitado periodo presidencial que estuvo a punto de desencadenar una tercera guerra mundial a causa de los misiles rusos en Cuba y el rompimiento de los  pactos tácitos de la guerra fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética.
En ese contexto se dio ese excepcional magnicido del presidente demócrata, joven y glamoroso, amante de Marilyn Monroe y amigo del  cantante Franck Sinatra y otros mafiosos, un personaje de galán cinematográfico a lo Gran  Gatsby, de la alta aristocracia norteamericana, que en el fondo era un pequeño demonio. A su figura se adosaba la de Jackie Kennedy, la primera dama  moderna muy al estilo de los años sesenta, que hasta el final de su vida y  después de casarse con el multimillonario griego Onassis sería una estrella de la era pop.
Kennedy nos seguiría marcando, pues fue el quien lanzó la carrera hacia la conquista de la Luna, que nos traería en julio de 1969 otro de los  momentos estelares de la vida, cuando todos los adolescentes de la época nos maravillamos y  vimos en directo por televisión en blanco y negro la llegada del hombre a la Luna, algo inigualable como proeza humana hasta ahora nunca repetida y que mostraba la prosperidad del Imperio estadounidense antes de la derrota en la guerra de Vietnam, a manos del gran general Giap, que murió hace poco muy lozano a los 102 años de edad.
Ahora, con motivo del cincuentenario del suceso, vuelven a reproducirse las imágenes icónicas como la grabación de un espectador que se volvió  un clásico del video, donde se ve a Jackie saltar atrás con su traje colorido y su sombrero chic para tratar de recuperar un pedazo del  cráneo de su marido. Reaparecen libros clásicos, comentarios del  informe Warren, nuevos testimonios y versiones desde los diferentes  ángulos, para llegar a la conclusión de que como en todo gran magnicido político, nunca se sabrá la verdad.
Qué lejos estamos ya de aquel tiempo y qué negras son las perspectivas  en un mundo sin liderazgos claros y la palpable sensación de que los imperios conocidos pierden fuerza ante nuevos emergentes que se pelearán por el predominio del planeta. La Rusia vencida después del  fin de la URSS vuelve a contar al mando del nuevo zar Putin, China es una potencia impresionante y ordenada al mando de una gran nomenclatura de tecnócratas, Europa y Japón declinan, India, Brasil, Sudáfrica y otros emergentes sorprenden y disperso por el mundo, crece el movimiento islamista fanático que expresa el malestar de todo un pueblo alienado y humillado y presagia un vivero de guerras futuras. Y Estados Unidos tiene ahora en vez de Kennedy a Obama, quien trata de mantener el equilibrio en la cuerda floja de la historia.

martes, 29 de octubre de 2013

LITERATURA, GLORIA Y SOCIEDAD

Por Eduardo García Aguilar
De alguna u otra forma toda la literatura de ficción tiene relación con la situación social y política de su época desde los tiempos de la Ilíada, Edipo Rey, la Eneida y La Divina Comedia, que se refieren a guerras, intrigas por el poder y devastadoras pasiones humanas.
Cuando los autores de todos los tiempos ponen a actuar sus personajes y caracteres, no pueden evitar untarlos de su tiempo y su aparición en escena como su muerte o difuminamiento están implicados en esos vendavales de las sociedades y las tribus.
El hombre desde que vive en sociedad tiende a crear jerarquías y siempre habrá unos que están en la cúspide y otros abajo, trabajando para los poderosos y sufriendo sus arbitrariedades. Los autores de esas obras se basan también en las cosas vistas o soportadas a lo largo de sus vidas y casi todas se nutren de los mitos y leyendas familiares y sociales de los antepasados, fantasmas que se asoman siempre tras el autor que cavila y escribe en la soledad.
Cuando abordamos una tragedia contemporánea como la de Siria, que ha provocado ya en solo dos años 115.000 muertos y millones de desplazados que huyen del país, pensamos que precisamente en esas tierras transcurrieron parte de las grandes batallas bíblicas y que en esos desiertos del Medio Oriente sucedieron los éxodos de pueblos enteros y el surgimiento y caída de imperios sucesivos y grandes religiones politeístas o monoteístas.
Desde milenios antes de Cristo los protagonistas iluminados dejaron huella en las obras de arte donde se les ve actuar, como ocurrió con los faraones, Alejandro Magno, Darío, Solimán y otros muchos héroes que conducían sus pueblos al matadero o a la gloria fugaz. A través de ruinas de pirámides, y templos y ciudades, podemos comprobar que no son personajes imaginados sino reales, y que como nosotros los contemporáneos ellos discutían, criticaban, a veces se enfrentaban al poder y otras obedecían en silencio mientras escuchaban a profetas, adivinos, juglares, músicos, danzantes y sacerdotes.
Creemos los de esta época ser mucho más avanzados que aquellos, pero basta hacer un balance de las tragedias del último siglo y las por venir, para darnos cuenta que somos los mismos. Del horror de la guerra siria y de los conflictos que se suceden unos a otros en esas tierras bíblicas, sin duda saldrán a futuro testimonios que asombrarán a los habitantes de otras centurias. De entre todos esos millones de niños y adolescentes que hoy sufren las guerras tendrán que salir los aedas, juglares y cronistas que contarán tanto sufrimiento y tratarán de advertir, sin lograrlo, a sus descendientes, de no repetir la historia y los desastres.
Pero la historia siempre se ha repetido pese al testimonio y ruego de quienes han sido los portavoces de su tiempo y sus sociedades. Ese grito es y será el mismo y solo cambiará la forma en que se exprese y se escuche. Antes a través de la poesía o la tragedia representada en los anfiteatros de piedra, después en la novela y más tarde en el cine, los dibujos animados o las telenovelas.
La ficción evolucionó después y se convirtió de manera más ceñida en estandarte de lenguas, pueblos y naciones. La lenguas inglesa, rusa, francesa, española, alemana, italiana provocaron las obras maestras que requerían las fundaciones de sus imperios económicos y culturales y hoy, al visitar todos esos libros volvemos a vivir su gesta. Con Dickens sabemos de la industrialización del imperio de Inglaterra y de las crueles injusticias sociales que lo caracterizaron; con Víctor Hugo, Balzac y Dumas, entre otros, visitamos la aventura de un gran siglo en Francia; con Tolstoi comprendemos los avatares de la Guerra y la Paz rusas. Y con el gran Goethe y los romámticos Kleist, Novalis y Hölderlin vemos concretarse un país germano a través de una gran lengua.
Lo mismo ha ocurrido en el continente americano, donde la abundante literatura de este Extremo Occidente ha estado firme al lado de las gestas de independencia y la solidificación de sus culturas, desde las patrias bobas al interesante momento actual. La lengua castellana, que ahora celebra en Panamá un nuevo encuentro, se ha convertido en una de las mayores del mundo no solo por los cientos de millones de habitantes que la hablan y escriben en la era Internet, sino por la calidad impresionante de sus obras desde Sarmiento hasta García Márquez, pasando por Rubén Darío, Horacio Quiroga, Rulfo y Alejo Carpentier.
Mexicanos, argentinos, peruanos, colombianos, chilenos, cubanos y venezolanos, entre otros, la han nutrido de su colorida historia desde las alturas andinas y desiertos y selvas sudamericanos hasta las costas del Caribe. Y como toda literatura, en las obras latinoamericanas encontramos esa relación inevitable entre la sociedad, la política, la gloria y las palabras que a veces nacen, crecen y mueren juntas.

lunes, 21 de octubre de 2013

EL LIBRO DE PROUST CUMPLE UN SIGLO

Por Eduardo García Aguilar
Los libros de Marcel Proust han vuelto a reverdecer en las vitrinas de las librerías parisinas con motivo del centenario de la publicación del primer volumen de "En Busca del tiempo perdido", que el autor hizo aparecer a cuenta de autor en 1913, cuando era solo conocido como un mundano columnista de variedades del diario Le Figaro, donde contaba chismes de las fiestas de la alta sociedad, poblada de condesas y baronesas ricas, animadoras de salones literarios.
Para muchos lectores y estudiosos, su gran saga de varios tomos interminables es la mayor novela de los últimos 150 años, como afirmaba por ejemplo el autor colombiano Álvaro Mutis, y para otros un mamotreto infumable de un chico bien y presumido, cuyas frases sin fin eran inconcebibles.
Pero basta abrir su hojas para dejarse envolver por esas historias entremezcladas que se convierten en una extraordinaria aventura de la sensibilidad y un tratado de la infancia, el deseo, el amor y la muerte, en medio de guerras y conflictos, porque la obra aparece toda mientras las bombas y los gases mataban a millones de personas a uno y otro lado de la ominosa Línea Maginot.
El libro cuenta un mundo exquisito donde el arte y el deseo son los protagonistas. Antes del psicoanálisis, la mente enfermiza del narrador ausculta los arcanos de la infancia y las miserias de las familias, así como la lucha de los jóvenes traumatizados, hembras y varones, por descubrir el mundo y aprender a conocer a un género humano hipersexual lleno de maldad y e inconsecuencias, como si fuesen fieras incontrolables e inescrutables cuya finalidad es solo poseer, satisfacer el deseo, sufrir, ansiar, usar y perderse en una búsqueda insaciable.
En medio de esas guerras familiares y sociales, se destaca una reflexión sobre todos los temas posibles, como el amor y el olvido, el dolor de la infancia y la vejez, la soledad, la angustia, la asfixia, sin olvidar todo un preciso estudio de la creación artística, sus laberintos y abismos peligrosos, por lo que esta gran obra es dirigida en especial para quienes alguna vez fueron infectados por el arte en todas sus variantes.
El tejido de las miles de páginas escritas por el neurasténico y noctámbulo Proust, asmático encerrado en una habitación cubierta de corcho para evitar el ruido de la calle, en un apartamento elegante donde era asistido por su ayudante y confidente Celeste, es antes que todo música. Las palabras ya no eran el instrumento de lo concreto y lo real, sino signos eficaces de una larga melopea.
"En busca del tiempo perdido" rompe con el naturalismo y el realismo seco dominante durante un siglo y sigue por otra vertiente con la literatura decadente y finisecular, escrita por autores morbosos como Lautréamont, Barbey d Aurévilly, Joris karl Huysmans, Marcel Schwob, Georges Rodenbach y Villiers de l’Isle Adam, entre otros.
A fines del siglo XIX, cuando el joven Proust rondaba por el París de los aristócratas y los ricos, situado en los barrios que rodeaban la Plaza de la Estrella, los Campos Elíseos, el Bosque de Bologne, Saint Cloud, Passy o el Parc Monceau, la literatura enfermiza y decadente era la dominante entre los artistas del momento, fuesen ellos de letra o de imagen.
Todos se rebelaban contra la tecnología desbordante, el progreso, la urbanización, la industrialización a toda costa y la guerra devastadora entre las potencias y por eso se fugaban a mundos oníricos donde el centro de todo era el cuerpo y el deseo y la neurosis. Gustave Moreau, el pintor simbolista, creaba mundos llenos de cuerpos semidesnudos entre esfinges griegas, como si fuesen efectos del delirio provocado por el opio y la absenta.
Y el deseo de los autores nuevos de entonces era estar en esos fumaderos de opio exquisitos y en las casas de cita de lujo, donde en diversos espacios se reproducían ambientes orientales, como el retorcido burdel japonés poblado de geishas, o el chino o el mediorental marroquí o egipcio, cual si fuesen reproducciones de los harem evocados por Pierre Loti, Jean Lorrain y otros autores de su estirpe.
En ese ambiente reinaba Óscar Wilde en Inglaterra, el exquisito dandy homosexual que una vez defenestrado y desterrado por un asunto de costumbres tuvo que refugiarse pobre y enfermo en París, donde murió y se encuentra enterrado en un horrendo mausoleo del cementerio Père Lachaise. Era el mundo del viejo y beodo Paul Verlaine, quien frecuentaba cafetines ebrio y tuberculoso, antes de morir como el mayor poeta viviente del momento, adorado por el modernista Rubén Darío, quien fue a visitarlo alguna vez. Fue asimismo el París del modernista colombiano José Asunción Silva, quien anduvo entre los simbolistas e hizo una poesía similar y una novela, De Sobremesa, que describe tal ambiente literario y vicioso, exquisito, literario hasta la indecencia y abstruso como los poemas de Stéphane Mallarmé.
El libro mayor de Proust cumple un siglo y con ese motivo fueron publicadas nuevas biografías y reproducidas las ya conocidas, al mismo tiempo que testimonios, correspondencias secretas y estudios para
explorar en los personajes del autor los seres reales, entre ellos Jean Concteau, muerto hace medio siglo y
quien conoció muy joven al maduro Proust sin saber que éste se burlaría de él con un personaje insoportable y pegajoso. Cronista de lo insignificante social, Proust creó una obra eterna donde vibra la humanidad culta e inconstante de las ciudades exquisitas.

domingo, 13 de octubre de 2013

EL RETORNO DE LA REVISTA LUI

Por Eduardo García Aguilar
La revista Lui fue en los años 60 y 70 uno de los magazines eróticos más logrados en los tiempos de la Nueva Ola francesa, y se caracterizaba por coloridas portadas, donde aparecían muchachas futuristas salidas de las películas 2001 Odisea del Espacio, de Stanley Kubrick o Blow Up, de Michelangelo Antonioni, así como de los estudios pictórico y fotográfico de Andy Warhol o Helmuth Newton.
Lui era la versión francesa de Playboy y por ende en sus páginas parisinas había entrevistas con artistas y cineastas de la Nueva Ola, diálogos con escritores, cineastas, políticos o filósofos y el sentido del humor y el aire descomplicado de la época se reflejaba en sus temas y ángulos informativos. Playboy era y es por el contrario más pragmática y escueta y va dirigida al típico orbe masculino protestante estadunidense WASP, público de camioneros y obreros que coleccionan las imágenes de las bellas desnudas en sus vehículos y en las paredes de sus talleres. Lui, por el contrario, se dirigía y ahora se dirige a ese público estético y culto de las élites culturales donde por fortuna aún existen y no han sido devoradas por la vulgaridad generalizada de la globalización uniforme agenciada por la Tv americana. Hay un enorme público lector, cinéfilo, amante del arte en el llamado hexágono francés, que posibilita en este país la vigencia de la industria cultural de calidad, incluso en su vertiente frívola.
La gozosa Lui fue creada por el gran magnate de la prensa, el multimillonario y famoso Daniel Filipachi (1928), dueño de Paris Match, la versión francesa de Playboy y otras publicaciones de éxito de Hacchette Filipachi Médias como Elle, dirigidas a todos los segmentos del público en aquellos tiempos de progreso y dominio absoluto de objetos de papel como diarios, magazines y libros, antes de la era virtual que poco a poco los ha ido venciendo en una sucesión de sonadas quiebras y desapariciones.
Filipachi resumía los sentimientos de invulnerabilidad de la época llamada de los “30 gloriosos años” donde todo era desarrollo económico, derroche, droga, sexo, moda y rock and roll y por eso además de sus actividades en el campo publicitario, fotográfico, discográfico, radial y periodístico, se convirtió en un gran experto de jazz de la época y coleccionista de arte surrealista o de obras de autores contemporáneos como Joseph Cornell, el autor de las bellas cajas llenas de poéticos collages.
Lui era entonces una revista que se dirigía al hombre urbano europeo, abierto, y correspondía a una época que derruía con rapidez la vieja Europa decimonónica, ultracatólica, ultraprotestante o ultragermánica, destruida, despedazada, aplastada, achicharrada bajo las bombas por la Segunda Guerra Mundial. Todas las aventuras y temas eran posibles y el cuerpo se había vuelto el delicioso juguete a descubrir sin tapujos en el desenfreno sexual de las comunas, las playas nudistas, el amor libre y el espíritu peace and love de las costas mediterráneas, lo que hoy con cierto desprecio algunos denominan y engloban dentro de la Ola Vintage.
Filipachi y sus revistas, entre ellas Lui, surfeaban en esa ola iniciada por el cineasta y Don Juan, Roger Vadim y su joven esposa Brigitte Bardot después de la película Y Dios creó a la mujer, donde la irresistible belleza de la diva parisina que enloqueció al mundo en los 60 se veía deambular errática e infiel en las playas de Saint Tropez con su poder devastador.
Por un lado Vadim, recién dejado por la Bardot, coleccionaba esposas como Jane Fonda y Catherine Deneuve, mientras Brigitte Bardot ante el mundo entero devoraba una lista interminable de hombres sin fin, algo que sólo unos años antes hubiera sido considerado un crimen y hubiese provocado todos los anatemas y exorcismos. Ambos en cierta forma abrieron las compuertas de esa nueva vida hedonista y libre que reinaría sin límites hasta la aparición del sida y la nueva moral de los neoconservadores actuales que se manifestaron multitudinariamente en 2013 en París contra el matrimonio gay, el amor libre y los homosexuales.
Décadas después de desaparecida la revista Lui, uno de los jóvenes escritores de moda en Francia, Frederic Beigbeder, inteligente autor de numerosos bestsellers de calidad, ganador de premios literarios, publicista y vedette cultural televisiva que osó presentar totalmente desnudos a sus escritores invitados y al público del estudio de su fugaz programa de libros, ha decidido revivir la revista hace diez días con un éxito arrollador, pues el primer número de la nueva época se agotó en un abrir y cerrar de ojos y superó los 400 mil ejemplares con una portada donde aparece la nueva joven diva francesa Lea Seydoux, lanzada al mundo en la película Midnight Paris, de Woody Allen. Ahora y con igual éxito en el segundo número, ha sacado en portada a la hija de Mick Jagger y Jerry Hall, Georgia May, de 21 años.
El escritor Beigbeder es profundamente odiado por muchos, pero la verdad sea dicha, en este desierto helado actual de la intelectualidad y la literatura francesas, su presencia es una de las pocas saludables, casi como si renancieran con él los tiempos de Picabia, Dalí, Cocteau, Prevert, Oulipo y otros autores antisolemnes que removian los espíritus y abrían ventanas para airear la podedumbre de la cultura momificada.
Beigbeder es un hombre renacentista, inteligente, culto, brillante, joven, que no deja encasillarse, y como él mismo dice, un “bad boy” necesario para la cultura francesa de estas aburridas primeras décadas del siglo XXI. Acompañado por un puñado de neo-húsares impresentables, como Marcela Iacub, la feminista argentina que se hizo amante de Dominique Strauss Kahn para escribir un libro sobre él, el crítico Arnaud Viviant o el escritor Nicolas Rey, sale disfrazado con Luia desempolvar las ruinas culturales de Saint Germain des Prés.
En un país tan centralista como Francia, donde todavía asustan los nobles de cabellera empolvada y los farsantes literarios de mediopelo entronizados en la Academia Francesa y otros salones, el boulevard Saint Germain des Prés de Boris Vian, Prévert, Sartre y Simone de Beauvoir, sigue gobernando el mundo cultural y editorial con figuras que parecen espectros de momias surgidos de las tumbas en un videoclip de Michael Jackson, como Bernard Henri Levy, Luc Ferry y André Glucksmann. Por eso la agitación del líder Frederic Beigbeder y sus húsares a través de la revista Lui y otros medios, ayuda a soportar con frivolidad el desastre de una cultura francesa a la deriva y en pleno naufragio.

.* Publicado en Excélsior, México, el 6 de octubre de 2013.

lunes, 23 de septiembre de 2013

ALVARO MUTIS O EL VIAJE SIN FIN

Por Eduardo García Aguilar
Desde niño Alvaro Mutis viajó con sus padres en transatlánticos que lo traían y llevaban cada año desde Europa hasta el Canal de Panamá, rumbo al puerto colombiano de Buenaventura, en la "tierra caliente" que llegó a ser, al lado de los reinos idos, uno de los temas centrales de su obra.
De ahí le vino la afición indomable por barcos, puertos, mares, ríos y selvas, donde encontró la materia vital del personaje básico de su obra literaria, Maqroll el Gaviero, viajero sin destino y "sin lugar jamás sobre la tierra", gran amigo de sus amigos y lector secreto de literatura francesa.
Bebedor de buenos whiskies y explosivos cocteles, descreído de la humanidad, cultor de la "desesperanza", Maqroll estaba siempre dispuesto a emprender con los hombres las más inverosímiles y peligrosas aventuras, en el límite de la ilegalidad, el deseo y la muerte, pero siempre protegido por mujeres halladas en el camino como Ilona, Flor Eztévez, Doña Empera y Amparo María.
A Mutis lo conocí en México cuando estaba a punto de jubilarse hace ya más de tres décadas y emprendía con el ímpetu de un joven la obra narrativa que lo catapultaría a la fama y lo llevaría al Premio Cervantes.
Alto, fuerte, de cejas pobladas de levantino y vozarrón de locutor que llegó a ser el relator de la serie "Los intocables", era de una fuerza inagotable como sus ancestros, los Mutis de Cádiz y los Jaramillo de Manizales.
Una tras otra, desde su biblioteca en la casona de San Jerónimo, al sur de la capital mexicana, salieron "La nieve del almirante", "Un bel morir", "Ilona llega con la lluvia" y otras obras de la saga "Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero", ante el estupor de sus amigos, entre ellos su casi hermano y vecino Gabriel García Márquez.
Durante años, al calor de los whiskies en el estudio gobernado por fotos de Felipe II, Baudelaire, Proust, Luis Cardoza y Aragón, Joseph Conrad y una estatuilla del capitán Cuttle de Dickens, entre otros fetiches, aprendí a conocer a esa fuerza de la naturaleza, un "roble" que sabía "el fin ineluctable" y cuya obra toda es un tratado de preparación a la enfermedad, la podredumbre y la muerte.
Su vida de barcos, hoteles e internados escolares en la vieja Europa gótica y milenaria se terminó de repente a los 9 años de edad, con la muerte prematura de su padre Santiago, diplomático en Bruselas.
Quedó huérfano, junto a su hermano y su madre Carolina Jaramillo, mujer enérgica y viajera de la ciudad de Manizales, quien lo trajo de regreso a la tierra caliente y lo dejó en la finca de los abuelos maternos a merced de la naturaleza.
Allí en el Tolima, junto a los ríos Cocora y Coello, vivió los primeros deseos junto a las recogedoras de café y amó los cafetales, los ríos desbocados que se precipitaban por la cordillera desde los volcanes nevados y sobre todo el sonido de la lluvia sobre los techos de zinc.
Ahí aprendió a conocer los socavones de las minas abandonadas y todos "los elementos del desastre", la naturaleza destructora con ríos caudalosos que arrastran en las crecientes cuerpos de vacas muertas, hombres asesinados, árboles, animales y la podredumbre múltiple deglutida por una fuerza con la que luchó Maqroll el Gaviero a sabiendas de que jamás podría vencer y que marca su poesía.
Después en Bogotá, donde nació el 25 de agosto de 1923, intentó seguir el bachillerato, pero luego de conocer la poesía y el billar en los antros céntricos de la capital, se entregó a la vida de adulto prematuro. Como locutor, funcionario de terreno de aerolíneas, empresas petroleras o multinacionales cinematográficas, su vida fue un viaje sin fin de hotel en hotel y de avión en avión, con una sucesión de amigos a los que fue leal.
Por eso dijo que "la única manera de vencer el tiempo y lograr vivir un mundo válido es preservando la niñez. La amistad es la prolongación de esa disponibilidad de la infancia".
Ahora que sigue su viaje en otras naves y otros mares, sus lectores y amigos lo seguirán buscando en sus libros, pero ya no escucharán su voz inolvidable llamándolos desde la otra esquina para invitarlos a soñar en barcos, mares y reinos perdidos.

* Eduardo García Aguilar es un escritor colombiano y periodista en la Agencia France-Presse (fue corresponsal en México y está actualmente basado en la sede de París). Autor de "Celebraciones y otros fantasmas. Una biografía intelectual de Alvaro Mutis". Participó el mes pasado en los homenajes organizados en Bogotá por los 90 años de Álvaro Mutis por la Biblioteca Nacional y la Universidad Nacional de Colombia.

Publicado por la AFP en su hilo del lunes 23 de septiembre de 2013.