domingo, 30 de diciembre de 2012

LA MUERTE DE NEWSWEEK Y OTRAS MUERTES

Por Eduardo García Aguilar
La desaparición esta semana de la legendaria revista estadounidense Newsweek en papel, a la que antecedieron las extinciones de numerosos periódicos y revistas en ricos países democráticos de Occidente que mueren día a día como moscas, muestra la tendencia ineluctable al predominio de la virtualidad y a la llegada de una nueva era donde cada ciudadano será un periodista móvil y multimedia del instante.
La deliciosa costumbre de leer el diario en el café entre el bullicio de los comensales o la espera del periódico en casa antes de iniciar el desayuno para enterarse de las noticias del día y guiarse para opinar en la jornada, quedará ya como un ritual arcaico de abuelos y bisabuleos, mientras las nuevas generaciones pasan directo al auge de los teléfonos portátiles inteligentes y las tabletas, cada día más accesibles y baratas.
Es cierto que todavía diarios y revistas son muy vigorosos en muchos países asiáticos, africanos y latinoamericanos, donde todavía se resisten a desaparecer y por el contrario crecen en medio de la corrupción política y engrosan su cartera en tiempos de la cíclica y multimillonaria temporada electoral que aporta maná caído de los cielos.
En países emergentes y corruptos como Brasil, México, India, China, Indonesia o Sudáfrica, o en los países del Este europeo, los diarios siguen compartiendo el poder hegemónico con la radio, la televisión y la publicidad callejera, e incluso suelen tener un enorme paginaje como en los buenos tiempos en que Los Angeles Times o The New York Times pesaban dos kilos en su edición dominical. Pero ese auge tiene la apariencia de la artificialidad.
Tal vez esa buena salud de los diarios en papel en países emergentes como México o Brasil se deba también a la inyección desbordada de dineros públicos o sucios por medio de la publicidad de ministerios, alcaldías y gobernaturas o empresas oficiales o privadas, que nutren sin control las arcas de esos medios a cambio de control ideológico y propaganda y muchas veces en espera de retrocomisiones.
En esos países donde reina la corrupción, los periódicos y revistas prósperos, las televisiones y las radios, pertenecen a veces a unas cuantas familias o grupos de poder que ejercen a su vez el poder político y económico y controlan así todas las arcas del Estado, por lo que la vida y la prosperidad de esos medios son en la mayoría de los casos artificiales y una feliz fiesta endogámica.
En México, país muy rico donde la danza de los millones y el derroche es impresionante, diarios y revistas cumplen todavía al lado de radio y televisión una función decisiva en el rumbo político del país y hay un aceitado sistema donde los generadores de opinión pueden hacerse ricos en un abrir y cerrar de ojos con solo seguir la línea del gobierno nacional o local de turno y participar en las campañas de desprestigio o elogio del caso, según las pautas marcadas por los asesores de comunicación.
El día en que llegue la transparencia y se ejerza el control estricto de los dineros públicos en esos países, como ocurre en muchas democracias occidentales, todos esos imperios mediáticos se derrumbarán como castillos de naipes, pues solo son hábiles entramados de lavado de dinero ilegal y público.
El asunto es obvio cuando se ve el tamaño cada vez más raquítico de diarios y revistas en países democráticos ricos, cuando no se anuncia la desaparición pura y simple de los mismos, mientras engordan algunos medios de los países del llamado Tercer Mundo, donde en la capital y sus regiones pueden convivir a veces decenas de grandes y prósperos periódicos y revistas.
Cuando se lee en la última portada de Newsweek, que ya de por sí era una publicación raquítica en papel, la invitación a lectores y suscriptores para que se den de alta rápidamente para recibir la edición virtual por Internet, se comprende con toda claridad que la nueva era del periodismo sigue su rumbo incierto hacia el precipicio, guiada por los cantos del flautista de Hamelin.
Y vale la pena preguntarse con estupor qué harán entonces los centenares de miles de jóvenes graduados en costosas escuelas de periodismo en el mundo entero, porque esa profesión se había vuelto la carrera de moda para alumnos indecisos que no encontraban vocación alguna y soñaban con aparecer algún día en televisión o hacer de reporteros internacionales en países lejanos, cuando cada vez hay menos enviados oficiales, desbancados por aficionados o stringers que reportan casi gratis y al instante desde cualquier lugar del planeta.
La proliferación de sitios, blogs, medios virtuales de grupos o asociaciones no gubernamentales, el hecho de que cada individuo tiene en su teléfono portátil o su tableta un eficaz instrumento multimedia, y es ya de facto un periodista en potencia, convierte en grandes elefantes blancos a las facultades de periodismo, a las agencias internacionales y a los grandes medios tradicionales, que como Newsweek y tantos otros grandes diarios y revistas mueren mientras concluye la larga era de la imprenta de Gutemberg.

sábado, 22 de diciembre de 2012

LOS REYES DECAPITADOS

*
Por Eduardo García Aguilar
Leí por primera el miércoles el poema « La revolución francesa » del poeta y dibujante romántico inglés William Blake (1757-1827) mientras la ciudad estaba cubierta por una pesada capa de bruma y humedad invernal. Descubrí así un extraño texto estremecedor donde se atisba el espanto total de un poder que ha dominado todo durante milenios y de repente ve derrumbarse y hundirse sus cimientos, que parecían inamovibles.
Nobles, clérigos, familia real, pajes, ayudantes, ministros, corte, alguaciles reciben en palacio las inquietantes noticias que vienen de la Bastilla, donde la fuerza popular iracunda e incontenible se dispone a derrumbar sin piedad el viejo régimen de príncipes y favoritos.
El largo fragmento escrito en 1790 por encargo del librero progresista Joseph Johnson hacía parte de un gran conjunto, a la usanza romántica, que Blake nunca concluyó y no fue publicado en vida del autor. Blake era conocido en vida por sus imágenes y solo después sus manuscritos perdidos y recuperados poco a poco, entre otros por Dante Gabriel Rossetti, fueron revelando la magnitud póstuma del escritor, posicionado desde hace mucho tiempo como uno de los clásiscos de la literatura universal e incluido en un volumen de la Biblioteca Personal de Jorge Luis Borges, que tengo en mis manos.
Este fragmento es conmovedor, pues con voz precisa y certera, metáforas, alegorías y figuras magistrales, nos comunica el sismo que significó una revolución, el fin de un mundo y una época cimentada durante miles de años en la creencia de la estirpe divina de los príncipes.
Y los personajes descritos por Blake, representantes del linaje real, los poderes ejecutivo, eclesiástico, militar, se encuentran en el imagiario palacio del Louvre petrificados de miedo ante el cataclismo de la Revolución Francesa de 1789 contra el Antiguo Régimen.
Un verso lo dice todo, cuando expresa que « El rey, envuelto en púrpura y fruncido el regio entrecejo, yacerá junto al oscuro labriego y los gusanos de ambos fraternizarán ».
Se me ocurrió entonces brincar e ir a la Basílica de Saint Denis, donde están sepultados todos los reyes de Francia, cuyos cadáveres fueron desenterrados por la turba y después, durante la Restauración recuperados poco a poco y vueltos a enterrar en esta antigua Catedral situada al norte de París.
En este templo Juana de Arco entregó sus armas en el siglo XV antes de ser supliciada bajo fuego y fue erigido en homenaje a Saint Denis, predicador cristiano que según la leyenda fue decapitado por los romanos en el siglo III y caminó solo llevando su cabeza en sus propias manos hasta el sitio final.
Nunca había venido a este lugar aunque a lo largo de las décadas la tuve a mano, ya que solo basta tomar el metro para llegar hasta sus puertas. La Catedral de Saint Denis sería el equivalente de Westminster, donde están sepultados los monarcas británicos aún no derrocados en tierra de Blake y Byron.
Pero Westminster pervive todavía en un país de monarcas y la Basílica de Saint Denis sobrevive apenas con sus muertos y criptas húmedas y musgosas en los suburbios republicanos de la inmigración y la pobreza, 230 años después la Revolución Francesa.
Cuando descendientes de los reyes franceses como el actual borbón Luis XX, quien es además bisnieto de Francisco Franco, han venido al sitio, se han quejado del deterioro ostensible del lugar, lo que salta a la vista cuando el visitante sale de la boca del metro y se encuentra en un laberinto de nuevos edificios de cemento y plástico construidos en la década de los 70.
En medio de comercios de baratijas y calles sucias este visitante observa una torre y se dirige bajo la lluvia a la antigua construcción gótica, cubierta por la pátina del tiempo, una capa de mugre negra adosada a cada una de sus arcadas, estautas, agujas góticas, rosetas y muros esculpidos.
Lugo entra y ve los mausoleos detrás de rejas visitados por unos cuantos turistas ancianos y comprende con toda claridad gracias al poema de Blake y a la realidad histórica palpable lo que fue de verdad en su momento la Revolución Francesa surgida de la Ilustración, el apocalipsis deflagrante que significó el hecho para los nobles derrocados y pueblo incrédulo que durante milenos se inclinaba ante ellos.
Blake escribió el poema tres años de que Luis XVI fuera decapitado en la plaza de la Concordia, pero ya en este fragmento contaba el estremecimiento del fin de una época histórica, de un sistema de creencias y privilegios, con la voz y la fuerza de la generación romántica.
Ahora, al salir de ese templo y caminar por las calles populares de uno de los suburbios mas pobres de París, recorro la arteria central y veo el ajetreo de los habitantes de hoy, franceses pobres, arabes, africanos, asiáticos más pobres aún, todos ellos ajenos a ese cementerio de reyes decapitados simbólicamente hace dos siglos.
Dos siglos en historia no son nada, por lo que es claro adivinar que la era de los monarcas terminó apenas ayer y que quienes caminamos por estas ruinas hoy somos casi contemporáneos de Danton, Marat y Robespierre, de la Ilustración y el Culto a la Razón.
Bajo la lluvia y la humedad hablo con el humilde policía de guardia y camino luego sobre la misma tierra que vio rendirse a Juana de Arco, hacia la boca de un metro anónimo, sucio, caótico.
Quedo lleno de cavilaciones, pero maravillado por el poder del texto de un gran poeta romántico que murió anónimo y sin fama para mostrar que los grandes monarcas se esfuman y los poetas como Dante y Blake quedan para siempre sin necesidad de coronas.


* En la imagen, el poeta William Blake






viernes, 21 de diciembre de 2012

LOS 30 AÑOS DEL NOBEL MILAGROSO

Por Eduardo García Aguilar
Cuando el 8 de diciembre de 1982, hace 30 años ya, Gabriel García Márquez, vestido de blanco liqui-liqui, recibió a los 54 años de edad de manos del rey Carlos Gustavo XVI de Suecia el Nobel de Literatura, se cerraba un ciclo milagroso del destino que marcó para siempre a un hombre, un país y un continente en plena efervescencia.
Nada al comienzo presagiaba que este hijo de un telegrafista pobre y calavera, nacido en un remotísimo villorio de la Costa Atlántica y que fue criado por sus abuelos, llegaría un día a ser recibido en todas partes como un jefe de Estado por presidentes, dictadores, reyes, gobernadores, alcaldes y reinas de belleza y que sus libros, por una magia especial, generarían el consenso absoluto de la crítica y de los lectores y fuera leído con pasión en todos los puntos del orbe.
El niño, el adolescente y el joven, perteneciente a una familia de costeños numerosa y modesta, a quienes muchos consideraban un "caso perdido", tendría que franquear todos los obstáculos y dificultades posibles para surgir en un país arcaico dominado por una casta política y económica endogámica, bunkerizada como los virreyes españoles en la fría capital colonial Bogotá, y donde a lo largo de los siglos siempre fueron los mismos quienes gozaron de los honores y las venias, mientras provincianos, indios, negros y miserables de todos los orígenes eran discriminados en las periferias.
A los 14 años, el destino se le atravesó y obtuvo gracias a los contactos y a la suerte una beca nacional para realizar los estudios de bachillerato en un frío pueblo de la sabana bogotana, Zipaquirá, región donde habitaron los indígenas autóctonos Chibchas, y que albergaba un yacimiento de sal en cuyo hueco se instaló una subterránea catedral que atrae desde siempre a los turistas.
Allí vivió en un internado que fue clave en su vida, porque lejos de las tierras cálidas y alegres de la costa tuvo que dedicarse de lleno a la lectura y al estudio para paliar la soledad, guiado por una pléyade de excelentes maestros normalistas, algunos de los cuales, como Carlos Martín, eran miembros de la generación poética llamada de Piedra y Cielo y que abría nuevas ventanas a la literatura costumbrista o engolada de Colombia.
Durante esos años adolescentes, lejos de casa, García Márquez tuvo la fortuna de leer todos los libros posibles y ejercer sus primeros pasos literarios escribiendo poemas de amor con el tono intimista de esa poesía inspirada por el español Juan Ramón Jiménez, quien obtendría el Premio Nobel en 1956, un cuarto de siglo antes que el propio estudiante provinciano perdido en las alturas de los Andes. Allí en ese colegio se encontró, por ejemplo con Thomas Mann, otro Premio Nobel autor de La montaña mágica y José y sus hermanos, libros que lo marcarían para siempre.
Mientras millones y millones de colombianos de su generación tenían que abandonar rápido los estudios primarios para trabajar o ni siquiera hacerlos, porque desde la infancia cargaban ladrillos en los tugurios, hacían la guerra como soldados o recogían cosechas como jornaleros, bajo la intemperie, el modesto muchacho al menos tuvo la oportunidad de pertenecer a esa pequeña élite de los estrictos colegios públicos nacionales, donde unos cuantos escogidos que resistían la dura prueba madrugaban para devanarse los sesos estudiando latín y aprendiendo las leyes de la gramática, en un país donde presidentes, ministros, prelados y legisladores eran obligatoriamente letrados a la usanza española.
El destino de casi todos ellos era la docencia, la burocracia, alguna profesión liberal o por supuesto la abogacía, profesión nacional por excelencia y sueño de quienes buscaban escalar para sacar a sus familias de la pobreza. Con mucha mayor razón si se era el varón primogénito de una enorme familia, llamado por tradición a salvarla.
García Márquez ingresó entonces a estudiar derecho en la Universidad Nacional, donde fue discípulo del hijo del expresidente liberal Alfonso López, de mismo nombre, quien también llegaría al llamado solio de Bolívar y sería uno de sus amigos recurrentes en los años de gloria y en las fiestas animadas por la típica música vallenata.
En esos primeros años de Bogotá el costeño alegre e informal conocería muchos secretos del país y aprendería a escrutarlo y comprenderlo desde el centro, pero la tragedia se le atravesó rápido cuando el 9 de abril mataron al líder liberal Jorge Eliécer Gaitán y el país entró en la nueva era de la Violencia que aún no concluye, después de que parte de la capital fuera incendiada y destrozada por la revuelta en medio de una terrible matanza.
La deflagración estalló durante la reunión de la Conferencia Panamericana, a la que por casualidad asistió el joven líder estudiantil cubano Fidel Castro, quien una década después tomaría el poder por medio de una Revolución y no lo dejaría durante el siguiente medio siglo y quien también sería uno de sus grandes amigos personales.
De retorno a casa, García Márquez volvió de nuevo a la deriva y ejerció todos los oficios posibles según cuenta la leyenda, como vendedor de enciclopedias, guardián de burdel, cantante de vallenatos y boleros, hasta que se le atravesó el periodismo, el oficio que ha salvado y perdido a todos los poetas del continente.
Al lado de un grupo de sabios amigos bohemios, intelectuales y escritores de Barranquilla, apadrinados por el sabio catalán Ramón Vinyes, García Márquez desarrolló sus armas como escribidor incesante frente a las viejas máquinas Underwood o Remington que sonaban como ametralladoras en las redacciones de los periódicos.
Treinta años después, en octubre de 1982, cuando la noticia del anuncio del Nobel salió de los teletipos de las agencias internacionales y apareció en primera plana en los vespertinos de la Ciudad de México, donde vivía desde hacía apenas dos décadas, todos supieron que se había producido un milagro que nunca volvería a repetirse. García Márquez acababa de elevarse a los cielos como Remedios la Bella, uno de los personajes inolvidables de Cien años de soledad, la obra que le dio gloria y fortuna gracias al poder inescrutable de la palabra.

* Publicado en el diario La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 16 de diciembre de 2012.

domingo, 9 de diciembre de 2012

PEQUEÑA GUÍA ECOLÓGICA DE MÜNICH


Por Eduardo García Aguilar*
Un río libre y natural, el Isar, la cruza en una serie de meandros selváticos que desde los tiempos de los bárbaros y los reyes siempre se han conservado para delicia de los amantes de la naturaleza. A su alrededor abundan lagos como el Ammersee y el Starnberger See que surgieron de los deshielos de las glaciaciones y hoy son deliciosos balnearios alpinos.
Además, las montañas de los Alpes, las inmensas cumbres nevadas que inspiraron a los románticos bucólicos Hölderlin, Von Kleist, Novalis, Heine y Goethe, le otorgan a la región un clima cambiante de lluvias desatadas y soles potentes que se mezclan con el viento y la nieve en invierno o la canícula y el aroma vegetal en verano.
Para quien ignore la historia contemporánea, sería una verdadera sorpresa enterarse de que en esta ciudad se originó en los años 20 del siglo pasado el nazismo de Adolfo Hitler y su amigo Heinrich Himmler, quienes crearon el partido y las ominosas SS en algunas de las cervecerías repletas de gente que hoy todavía pueden vistarse con cierta inquietud macabra.
Aquí dio sus primeros pasos el pintorzuelo austriaco Hitler, pues en una tienda fotográfica conoció a su gran amor Eva Braun y con sus lugartenientes creó las primeras células de un partido que llegó en 1933 al poder, después de la ominosa Noche de los cuchillos largos, presagio de futuros horrores como la Jornada de los cristales rotos y los campos de concentración.
Es cierto que estos hechos históricos persiguen al visitante enterado cuando entra a la céntrica cervecería donde se reunían los nazis a celebrar sus avances al calor de la música, las salchichas y la cerveza bávaras o cuando recorre las avenidas que aparecen en las viejas tarjetas postales, por donde recorrían antes las hordas agresivas del Nacional-Socialismo con sus uniformes estrictos.
Pero el contraste es extraordinario al percibir que una nueva sociedad ha emergido y que Münich es hoy gobernada por una coalición de socialdemócratas y ecologistas, ejemplo de gobierno para otras ciudades del mundo que rinden culto al cemento, los edificios enormes, al ruido, el esmog, las autopistas y los automóviles.
Estoy hablando de Münich, la ciudad alemana del sur, capital del Estado Federado de Baviera, que en los viejos tiempos perteneció o estuvo aliada a otras esferas geopolíticas como el Imperio Sacro Germánico y el Imperio Austrohúngaro.
La ciudad nutre sus raíces culturales en las montañas nevadas, las grandes cascadas, los bosques llenos de luciérnagas, enanos, brujas, elfos y gnomos de cuento romántico escrito por los hermanos Grimm o por Hoffmann, entre otros autores de relatos fantásticos.
Rodeada de campos boscosos donde las costumbres de otros siglos se conservan, como los enormes árboles adornados que dieron origen al tradicional de navidad que invadió el planeta, las vestimentas excéntricas que se guardan y se usan con orgullo, los sombreros tiroleses, las calzonarias de cuero con tirantes para los hombres y las faldas y las cofias campesinas coloridas para las mujeres, la ciudad está llena de sorpresas barrocas.
Los campos huelen a abono natural, ya que los pesticidas han sido reducidos por los gobernantes ecologistas y ya es natural el paisaje de los paneles solares sobre los techos de las viejas casas de campo, que adoptaroncon entusiasmo una energía natural que genera lo necesario para la vivienda e ingresos extras al venderse los excedentes para la comunidad.
Y eso sin contar el uso del agua fluvial que baja de los Alpes para crear energía hidráulica ecológica en todos los meandros de sus ríos y lagos, por lo que no es estraño encontrarse con represas naturales que arrullan con el sonido insistente de las aguas retenidas y liberadas. Igual ocurre con el viento alpino que en un abrir y cerrar de ojos despeja las nubes y deja el azul firmamento libre.
Münich es el paraíso de la cerveza y durante todo el año se rinde culto a la deliciosa bebida, servida en recipientes de todas las formas en las múltiples fiestas paganas que celebran con cualquier motivo los habitantes de este lugar y cuyo punto climático es la famosa Oktoberfest.
Hay un aire pagano en todas las celebraciones ruidosas que practican, ya sea con motivo del verano, la primavera, el otoño o el invierno, o usando como pretexto el triunfo del Bayern de Münich, su equipo de fútbol. Por las amplias avenidas la gente sale a celebrar esgrimiendo sus cervezas, en medio de la alagarabía de los músicos y la alegría de una juventud cada vez más mestiza y abierta a los aires del mundo. Abundan turcos, árabes, asiáticos, latinoamericanos, españoles.
En verano se suceden las celebraciones y en las boscosas islas o riberas del río inmemorial se practica el nudismo, que en otros lugares es más discreto o incluso prohibido. Los gobernantes socioecologistas han decidido dar rienda suelta a esa práctica pagana que da contacto con el sol y la naturaleza y genera paz y bienestar, y que otras ciudades del mundo deberían propiciar.
Las ciudades modernas suelen canalizar sus ríos o rodearlos de muros de piedra y cemento y sobre sus riberas se construyen autopistas como ocurre en París, pero en Münich las autoridades decidieron dejar
via libre a esa naturaleza que ya conservaba el rey Ludwig, cuando cuidó el Jardín inglés, un inmeso bosque del palacio que hoy sigue allí a salvo de construcciones citadinas, urbanizaciones venales y la voracidad de los agentes inmobiliarios.
En las amplias avenidas del centro, junto a iglesias y palacios decimonónicos, en el barrio francés, en la antigua Marienplatz, junto a sus construcciones barrocas o modernas, se siente ese aire original de una Baviera convencida seguidora de la naturaleza, los vientos, la fiesta pagana y la hirsuta rebeldía campesina que escribió jornadas históricas hace siglos.
Münich dio la espalda para siempre a su pasado más negro de Hitler. Es una ciudad poderosa y rica y sin duda falta mucho por hacer, pero los gobernantes contemporáneos hacen esfuerzos a favor de las energías alternativas como muestra de que puede estar pasando la era de la industrialziación depredadora y contaminante que en otros países emergentes se considera la única vía de un equivocado progreso. 
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* Publicado por La Patria. Manizales. Domingo 9 de diciembre de 2012.

jueves, 6 de diciembre de 2012

EL PODER DE LOS ROTHSCHILD

Por Eduardo García Aguilar
En una antigua sala de la sede histórica de la Biblioteca Nacional de Francia, y mientras se realizan enormes trabajos de restauración, se acaba de inaugurar la exposición Los Rotschild en Francia en el siglo XIX, una inmersión en el poder económico, social y político de esta familia de banqueros judíos provientes de Frankfurt, que tuvo a sus pies a toda Europa y se convirtió en verdadera dinastía todavía reinante.
El muy inteligente James Rothschild llegó muy joven a Francia en 1812, en la parte final del imperio de Napoleón, para desempeñarse como Cónsul de Austria y con rapidez tejió una red de relaciones con las que fraguó una fortuna colosal entre las múltiples guerras y vicisitudes políticas provocadas por restauraciones monárquicas y revoluciones, quiebras, asonadas y guerras sin fin que contribuyeron a inflar día a día su fortuna.
A lo largo de más de medio siglo James de Rorhschild tuvo a su pies al declinante Napoleón Bonaparte, a los frágiles monarcas de la Restauración y al Emperador Luis Napoleón Bonaparte III, bajo cuyo régimen se dio un auge industrial, colonial, cultural y urbanístico sin precedentes.
Como un rey Midas, James financió las obras monumentales de Haussman que transformaron a París, la construcción de los ferrocarriles y múltiples operaciones financieras mundiales para construir canales, puertos, puentes, industrias y minas. Comerció a nivel mundial con madera, tabaco de Cuba, algodón, oro, bronce, mercurio. Y fue así el triunfador y el sobreviviente de los banqueros, pues otros poderosos como Camondo y Pereire, también instalados en París, cayeron en el camino como pobres leones derrotados.
En su mansión de la calle Laffitte, en su castillo de La Ferrière o en su balneario de Arcachon, él y su esposa Betty realizaban fastuosas fiestas a las que acudían los grandes de su tiempo, amenizadas por Berlioz o Chopin y donde se cruzaban reyes, reinas, príncipes, diplomáticos, industriales, militares, diputados, senadores, artistas, cortesanas y arribistas de todo pelambre, bien descritos en las obras de Stendhal, Balzac, Maupassant, Dumas y Zola, entre otros.
James de Rothschild trabajaba en relación con sus poderosos hermanos, instalados cada uno estratégicamente en las grandes plazas de Londres, Frankfurt, Viena y Nápoles, por lo que casi todo el dinero de nobleza, industria, agro, gobiernos, políticos y sociedad en general era administrada por él en esas oficinas que eran como el corazón palpitante del que pendía la vida de todos. Hipotecas, ruinas, herencias, obligaciones, empréstitos, inversiones, préstamos, confiscaciones, quiebras, eran palabras que sonaban de manera cotidina en esas oficinas famosas rodeadas de notarios, abogadillos y funcionarios de pompas fúnebres.
La exposición nos hace viajar hacia esos tiempos para sentir elescalofrío del poder omnímodo del dinero. El enorme y magniífico retrato de James en 1864, pintado por Flandrin, nos comunica esa seguridad devastadora también descrita por Balzac en su famoso personaje del baron Nucingen. El rico James, que derrotó a su rivales Pereire y Camondo y que recibía besamanos de emperadores y reinas, nos mira a los ojos y sentimos a la vez fascinación y miedo.
La exposición de la BNF no lo dice por supuesto, porque la familia ha sido y es todavía una de sus más grandes mecenas desde el siglo XIX, pero detrás de tal esplendor y riqueza y tanta magnificencia, lujo, arte, música, exquisitez, refinamiento, uno atisba cuánto habrá sido el dolor de los arruinados, los despojados, el sudor de los obreros en las factorías metalúrgicas y los campesinos en los plantaciones, la enfermedad, el hambre y la muerte en los cultivos coloniales de ultramar o la sangre derramada en las guerras financiadas con su dinero. Tanta fortuna reposa sobre la ruina de millones y tal vez de ahí surge la necesidad del mecenazgo artístico y la caridad a través de fundaciones.
La vieja sede la BNF se encuentra en el corazón del barrio finnaciero, político y periodístico que dominó Francia desde el siglo XIX. Situada hacia el norte del Louvre y la Plaza Real, la Biblioteca ocupa una cuadra entre las calles Richelieu y Viviene, a unos pasos del edificio neoclásico de la Bolsa, alrededor del cual giró la historia del siglo burgués por excelencia, marcado por la impronta del capital y las transacciones finacieras que sustentaron el auge económico del imperio colonial.
Al frente de la BNF vivió Bolívar en 1804 y 1806 y cada una de las calles de la zona está llena de placas que nos muestran que al lado de la Biblioteca y la Bolsa vivieron el viajero Bouganville, el novelista Stendhal, el cocinero Brillat-Savarin, y centenares de figuras de la farándula, la política, las letras y el dinero. Emile Zola, publicó su famoso Yo acuso en el diario La Aurora, no lejos de aquí, y el socialista Jaurès, fue asesinado en un café cercano mientras sus émulos luchaban ilusamente contra el omnímodo poder financiero.
En la muy bien curada exposición hemos palpado documentos claves de grandes negocios, cuadros, fotografías color sepia, testamentos y actas de bodas, libros antiguos y objetos diversos que adornaban los salones del rico y sus herederos.
Vimos a la familia en pleno de paseo y de fiesta, a la reina Victoria y al Emperador Luis Napoleón inclinados ante el magnate. Sonaba la música de Chopin y de Berlioz. Y al salir en la tarde invernal y brumosa, inmerso del todo en aquel mundo ido, uno cree cruzarse de repente con el fantasmas de James de Rotshild, que acaba de subir enguantado y ensombrerado a la carroza y cuya mirada nos persigue como la de un Big brother mientras se dirige raudo al edificio de la Bolsa.

* Publicado el domingo 2 de diciembre en Excélsior. México.





sábado, 24 de noviembre de 2012

EL EJEMPLO VIVO DE VALLE INCLÁN

Por Eduardo García Aguilar
Pocas veces dos personajes excéntricos y grandes escritores a quienes separan muchos años de vida, pero les une su país, la lengua y la literatura, se encuentran como Gómez de la Serna y Valle Inclán en la semblanza que el joven le hace al viejo cascarrabias, su vecino en Madrid y a quien vio en directo actuar y escandalizar en las noches bohemias y artísticas de la capital española en tiempos de la Generación del 98.
Leer el retrato que Gómez de la Serna hace del viejo barbudo gallego, autor de Tirano Banderas, nos ayuda a tomar distancia con toda esta parfenalia de falsos ídolos mediáticos que han inundado a la literatura hispanoamericana en los últimos tiempos y que, inflados por los poderosos consorcios editoriales, se lanzan como clásicos eternos sin razón ni mérito alguno, cuando aun no dan los primeros pasos de un largo camino.
Valle Inclán sería el ejemplo a seguir porque se trata de un verdadero caballero andante de la prosa que en cada oración nos sorprende con sus hallazgos y por el deseo permanente de trascender hasta el martirio los caminos andados por la literatura. Su larga vida caótica y excesiva está unida con sudor, valentía, pobreza, bohemia y lágrimas a su vasta obra, una catedral construida poco a poco a lo largo de las décadas contra viento y marea.
Basta abrir las páginas de Tirano banderas, novela que el boom convirtió en simple antecedente epigonal de la novela del dictador latinoamericano, para comprender que es un verdadero clásico no solo por la forma como aborda el tema sino por la prosa, que llega a unos niveles de tensión y genialidad caleidoscópica pocas veces vista en los autores de la lengua y que algunos emparentan como un clásico del rango del Criticón de Gracián, los poemas de Garcilaso de la Vega, las piezas de Quevedo y Lope y El Quijote de la Mancha.
Valle Inclán (1866-1936) viajó en su primera juventud a México y al parecer a otros países de América, donde se nutrió del castellano transmutado, sincretizado, lo que se percibe con toda claridad en los recursos y excentricidades de su prosa y con gran acierto en el retrato de ese tirano tropical y la sociedad corrupta donde medraban nativos y gachupines en un aquelarre fenomenal de injusticias y arbitrariedades que cimentan el horror político y social de España y América Latina.
Además fue un hombre de convicciones y de palabra, un rebelde que mantuvo su independencia de los poderosos, cosa que los escritores hispanoamericanos de hoy, mansos como bueyes, cariacontecidos pedidores de limosnas y aplausos falsos, no suelen hacer, sino todo lo contrario.
Perdió su mano en alguna de sus riñas y llevó con honor la manquedad, aunque por supuesto esa falta de extremidad de Valle Inclán fue callejera y no se dio con la gloria de la del manco de Lepanto, que fue en una batalla decisiva para el Occidente de entonces.
Ese carácter caballeresco del barbudo autor, esa rebeldía que lo hizo pasar muchas miserias, frío, contrariedades y hambres sucesivas, eran respetados por todos sus contemporáneos, entre ellos el gran nicaragüense Rubén Darío, que escribió sobre él el famoso poema "de las barbas de Chivo". El homenaje de sus contemporáneos se parece a los honores amistosos que le brindaron sus pares a ese otro gran rebelde de la bohemia de fin de siglo XIX, Paul Verlaine, que murió marginal, beodo y pobre en París.
La literatura no es una carrera burocrática ni una sucesión de genuflexiones sino un acto de rebelión frente a los medios y a los miedos ambientes, un alzarse contra el horror circundante y un grito con palabras molestas, lo que cumplió con creces Valle Inclán. Leerlo hoy nos curaría y nos vacunaría contra la infamia contemporánea de la literatura hispanoamericana, dominada por los mercaderes del templo.
Ahora que muchos petrimetres españoles y latinoamericanos siguen haciéndonos creer que la generación del boom fue el único big bang posible de la literatura hispanoamericana, cuando fue más que todo un big bang de marketing y viveza, que cambió el modo de hacer y vivir la literatura en lengua castellana por una forma venal y arribista, es saludable desempolvar los libros de las generaciones que vivieron en la primera mitad del siglo XX a un lado y otro del Atlántico.
Solo la terca ignorancia puede llevar a tantos burócratas literarios de hoy, críticos pagados por los consorcios editoriales o periodistas a sueldo de agencias o fundaciones, a repetir sandeces y a medrar sin espíritu crítico en espera de las canonjías, premios arreglados, honores inflados y ditirambos en la Sociedad de Elogios Mutuos en Madrid (SEMEM), como se ve en ciertos suplementos literarios en boga de la capital española.
Todos los pajes universitarios y periodísticos de las fundaciones y los consorcios editoriales españoles que han chupado de los presupuestos estatales como monstruosos becerros, deberían abrir sus ojos, si es que tienen, para explorar entre decenas de escritores menos mediáticos que tanto en España como en todos los países latinoamericanos ya escribían y hacían camino desde los tiempos de Rubén Darío hasta antes del fenómeno editorial creado por Seix Barral en los años 60 y 70.
Y a su vez deberían explorar a los escritores latinoamericanos actuales menos famosos, coetáneos del boom, mexicanos, colombianos, argentinos, uruguayos, chilenos y venezolanos, que tienen obras extraordinarias y cuya presencia se da y es activa fuera de los reflectores en casi todos los países del continente.
Hacernos creer que antes sólo había un mundo de polillas incrustado en la prosa y que de repente un grupo de escritores instalados en París y Barcelona lo demolieron con ayuda de la madrina Carmen Balcells y su chequera, no solo causa risa sino que avergozaría a los más lúcidos de esa generación, como Julio Cortázar, José Lezama Lima, Virgilio Piñeira y Emir Rodríguez Monegal, un crítico que se deslindó de esas idolatrías ingenuas alimentadas por la insistencia mediática.
Basta lanzarse en la piscina de los modestos libros publicados por la colección Austral en Buenos Aires mientras reinaba la dictadura en España, para encontrar modernos extraordinarios como Ramón del Valle Inclán, el autor de Tirano Banderas, Flor de Santidad, Voces de gesta y las Sonatas de Primavera, Estío, Otoño e Invierno y con él varios adalides de la Generación del 98.
Esos españoles de genio y figura como Pío Baroja, Azorín, Ortega y Gasset y Miguel de Unamuno, para solo mencionar a unos cuantos, admiraron el genio de Valle Inclán y compartieron en Madrid con grandes latinoamericanos como Rubén Darío, ese sí un verdadero boom y gigantesco big bang todavía actual y el prosista Enrique Gómez Carrillo, que junto a Jose Mária Vargas Vila, fue otro de los más grandes best sellers hispánicos de todos los tiempos que luego pasaron al olvido.

* Don Ramón María del Valle Inclán. Por Ramón Gómez de la Serna. Colección Austral. Espasa Calpe S.A . Madrid. España. 1959. 217 pp.


jueves, 15 de noviembre de 2012

EL DUDOSO BIG BANG DEL BOOM

Por Eduardo García Aguilar
En Madrid, la Cátedra Vargas Llosa y varias universidades llevaron a cabo esta semana, con la presencia de los príncipes Felipe y Letizia, y en medio de la más absoluta oficialidad literaria, un coloquio para  celebrar los 50 años del boom latinoamericano, que, según ellos, se inició en 1962 con la publicación de La ciudad y los perros del autor peruano, convertido desde entonces en una especie de mesías del éxito.
Ese coloquio pareció otro episodio más del culto a la personalidad del exitoso Premio Nobel y ex candidato presidencial, cuyas ideas conservadoras en todos los ámbitos habidos y por haber, tanto en materia estética como política ya todos conocemos, y que han provocado con toda razón en las últimas semanas varios textos críticos de intelectuales hispanoamericanos en torno a su último libro de ensayos patriarcales, donde como un viejo y rancio prelado despotrica desde el púlpito contra el arte, la cultura y las tecnologías modernas, considerados como un peligroso aquelarre pagano que nos lleva a la deriva.
Después de una serie de ditirambos al organizador y padrino del encuentro, y la presencia de escritores y críticos bien escogidos y domesticados para la ocasión, la conclusión final un poco abusiva es que ese movimiento transformó para siempre la literatura latinoamericana y que a partir de ahí hay un antes y un después, como si se tratara del mismísimo big bang o la creación del universo, surgidos de los soplos protéicos del sabio inca.
Para empezar, sería un poco abusivo concentrar el origen  histórico del movimiento en la obra emblemática del gran escritor peruano, cuando sabemos que antes de esa novela ya estaban en activo desde hacía tiempo autores como Juan Rulfo, Felisberto Hernández, Manuel Mujica Láinez, José Lezama Lima, Juan Carlos Onetti, Miguel Angel Asturias, Alejo Carpentier y Carlos Fuentes, entre otras extraordinarias figuras del ámbito regional y eso sin mencionar a Jorge Luis Borges y Octavio Paz, que no eran novelistas.
Nadie va a negar aquí la importancia y la vasta obra de Vargas Llosa, a quien todos los adolescentes escritores de mi generación admirábamos y tratábamos de imitar en nuestros primeros escritos, ni la valentía suya de expresar sus ideas reaccionarias contra la corriente del pensamiento en boga a lo largo de décadas de sueño revolucionario y dominio del catecismo marxista-leninista y guevarista.
Por eso, haciendo uso del espíritu crítico al que el nos invita, habría que hacer un balance mucho más matizado de ese fenómeno literario, que fue antes que todo un magnífico golpe de publicidad y marketing, aplicado en un momento preciso en que confluían varias condiciones perfectas para su éxito: las ilusiones de un mundo nuevo latinoamericano con el triunfo de la revolución cubana en el marco de la guerra fría, la necesidad desbordada de exotismo latinoamericano en los países europeos que recién salían de la oscuridad de la posguerra y el deshielo cultural experimentado en España en los estertores de la abominable era de Francisco Franco.
Vargas Llosa, Carlos Fuentes y García Márquez y los otros miembros del boom se convirtieron entonces en las contrapartes literarias del Che Guevara, o sea escritores heróicos representantes del exotismo latinoamericano de poncho colorido y bigote, que llevaban en sus bolsos de hippies todos los muchachos del continente y de Europa en tiempos de la era del Peace and Love y la Revolución.
Así como en los tiempos de la Revolución Mexicana de 1910 todos los radicales latinoamericanos anticlericales llevaban en sus faltriqueras los demoniacos libros de Jose María Vargas Vila, el primer gran best seller continental, los libros del boom significaron entonces una posibilidad de afirmarse como región y creer con inocencia que el centro del mundo se hallaba en la llamada entonces "Nuestra América", intronizando una ideología nacionalista y antiimperialista que fue perfeccionada desde las oficinas de Casa de las Américas en La Habana por los escritores oficiales de la Revolución.
Vargas Llosa era entonces, antes de volverse un airado y converso hombre de derechas, un compañero de ruta de esas ilusiones revolucionarias y sus inicios y primeros éxitos se dieron precisamente en la ola de ese extraño espejismo que hipnotizó a miles de jóvenes estudiantes y gran cantidad de intelectuales del ámbito latinoamericano y mundial.
El boom logra lanzarse con dos figuras nuevas y exóticas, Vargas Llosa y García Marquez, frescos ejemplos de esos muchachos periféricos de las clases medias que triunfaban desde la profunda América Latina y se aupaban a los cenáculos más exclusivos del mundo editorial barcelonés, apadrinados por Carlos Barral y la gran agente literaria Carmen Balcells, inventora y maga del soberbio fenómeno editorial.
En medio de las fiestas en torno al peruano en Madrid, solo se escuchó desde afuera una voz crítica en medio de la salva de ditirambos pronunciados por los comensales invitados: la de Luis Harss, autor del libro Los Nuestros, considerado la biblia inicial de ese movimiento y que surgió por azar en el momento exacto y en la ocasión esperada, elaborado por un joven de 26 anos que fue incitado por Julio Cortázar en París a reunir una serie de entrevistas de los autores emergentes del boom.
Harss fue el inventor azaroso del concepto y hoy mismo se asombra de que haya tenido tanto éxito. Requerido y desenterrado por la prensa en las profundidades de Estados Unidos, aceptó con paciencia las entrevistas, aunque afirmo sin ningun temor que desde hace muchas decadas ya no le interesa ese movimiento y que sus intereses en materia estética y cultural van por otros rumbos.
Con gran elegancia, lucidez y honradez intelectual afirma que la obra novelística de Vargas Llosa es demasiado convencional, más un asunto de exito que de verdadera exploración literaria y que cuando leyó por primera vez Cien años de soledad, le pareció un catálogo de anécdotas. Además sugiere que poco a poco emergen del olvido los verdaderos grandes autores de esa época, encabezados por los uruguayos Onetti y Felisberto Hernández y otros posteriores como Salvador Garmendia y Manuel Puig.
El boom fue una polvareda folclórica que ocultó un gran movimiento intelectual latinoamericano preexistente desde los años 50 en todas las capitales y era más acorde con el mundo y la cultura universales y los vasos comunicantes de la modernidad.
La novela mercancía no es el único género literario válido y ahora resta recuperar y explorar el mar inmenso de la poesía, el ensayo, la filosofía y la prosa libre de varias generaciones sepultadas por un fenómeno que es menos importante y crucial de lo que afirman en Madrid los adoradores de ídolos con pies de barro.






* En la foto, García Márquez recién golpeado por el matón Vargas Llosa, en México, a mediados de los años 70.

domingo, 4 de noviembre de 2012

EL ESCÁNDALO BRYCE

Por Eduardo García Aguilar
Tienen toda la razón José Emilio Pacheco y Juan Villoro, entre otros muchos notables escritores mexicanos de todos los sectores, desde las revistas Nexos y Letras Libres hasta la academia y la calle, en lamentar el triste episodio del último premio de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara 2012, que, dotado en parte con dineros del contribuyente, fue entregado en la clandestinidad a Alfredo Bryce Echenique como un homenaje desvergonzado a los listos y a los vivos que plagian.
De repente, en un torbellino infernal, se reunieron todas las taras odiosas que caracterizan el panorama intelectual hispanoamericano desde hace unas décadas, cuando los diques de la vergüenza, la indignidad y la falta de ética se desbordaron en total impunidad de la letrina literaria, ante la inercia mansa del foro ciudadano.
Cuando confluyen la Universidad, el Estado y el gremio editorial, donde se supone debe reinar el sagrado derecho de autor como contraparte letrada de los derechos humanos y al mismo tiempo se usan dineros públicos provenientes del contribuyente, deben aplicarse la ética, la honradez crítica, el rigor académico, el estudio vasto de las letras estén donde estén, pobres o ricas, capitalinas o provincianas, y desterrarse el contubernio permanente e impune de los listos de la farándula.
Se suponía que la corrupción era coto vedado de las castas políticas y financieras, ante las cuales los ciudadanos perdemos todas las batallas, cuando no la vida, pero ahora terminó por corroer los ámbitos literarios y las ferias del libro, donde editores, escritores y críticos avivatos negocian intercambios de favores y crean clubes endógenos de premiadores profesionales que van de feria en feria haciendo la fiesta como reyes Midas con dineros ajenos. Por supuesto que términos como ética, honradez, transparencia, derechos humanos y de autor, parecen pasados de moda y asuntos para ingenuos e incautos pobretones que no están en el ajo o no tienen la impudicia de venderse siempre al mejor postor como Fouchés intercambiables de las letras y la cultura.
Primero, la Universidad debería ser garantía irrestricta de ética, porque se supone que en los llamados templos del saber el derecho de autor es rey y el plagio la vergüenza y el escarnio absolutos. Cuando algo así se descubre, como ocurrió en Alemania hace poco al ministro de Finanzas, el funcionario, por más talentoso que fuere o por más poder político que tuviere, debe renunciar de inmediato. Lo mismo ocurrió en México hace unos meses, cuando un poderoso editor de Alfaguara a lo largo de décadas y alto dignatario de la Universidad Nacional Autónoma de México tuvo que renunciar al premio Villaurrutia y a su cargo al reconocer con humildad su labor de plagiario, en medio de las críticas de los escritores mexicanos que ya no tragan entero.
En ambos casos la universidad alemana y la mexicana no podían dejar pasar el asunto, porque la impunidad sería la entronización definitiva del plagio como una de las bellas artes y el triunfo de los vivos y los listos sobre los humildes que se devanan los sesos lejos de los cenáculos de poder en largas noches de lectura y trabajo.
El mundo editorial en general y las grandes ferias del libro en particular, como las de París, Frankfurt, Bogotá, Madrid, Buenos Aires, Nueva York o Londres, herederas de Gutenberg o Casiodoro de Reina, son pasadizos donde debería rendirse homenaje no a los avivatos y a los avorazados o a los best-sellers mediáticos, reyes del escándalo y la clownería, sino a escritores en éxodo o en exilio interior, que claman en el desierto o en la oscuridad lejos del poder político y la plutocracia y muestran el camino a los nuevos en sus búsquedas, angustias o ilusiones.
Los grandes consorcios editoriales recientes han desvirtuado por desgracia el derecho de autor. Sabemos muy bien que utilizan los nombres de los escritores como marcas en su insaciable búsqueda de ganancias y que cuando éstos ya no tienen tiempo o talento les fabrican sus libros. Para ese efecto recurren a pobres ghost writers que usan los depósitos de manuscritos olvidados y luego lanzan tales obras como geniales producciones de las vedettes del momento, como ocurrió en los recientes casos de dos Premios Nobel, Camilo José Cela y José Saramago, y de un gran best seller y académico español, Arturo Pérez Reverte.
Todos sabemos que los millonarios premios de las editoriales Planeta y Alfaguara son arreglados de antemano para autores de su catálogo y que son ilusos los cientos de autores que envían manuscritos a esas justas que ya traen los dados y las cartas marcadas. Pero, bueno, en este caso, se podría decir que se hace trampa con dinero privado y no público.
Otra cosa es cuando gobiernos pobres o en crisis destinan ingentes sumas para premios como el FIL, de 150.000 dólares, que se entregó en secreto en Lima a quien por desgracia, sean cuales fueren sus razones, y tal vez muy dolorosas, entró en la deriva generalizada de plagiar como un niño malo surgido de su propia novela Un mundo para Julius y engañar a los autores y a las publicaciones que confiaban en su nombre y que, como Nexos y otras, le pagaban por ello.
De este "desdichado" episodio, como dijo José Emilio Pacheco, sale algo positivo: los escritores, académicos e intelectuales mexicanos y latinoamericanos ya no tragan entero y están dispuestos a desenmascarar las imposturas y a luchar contra los vivos que se arrogan el derecho de nombrar a dedo a todos los premiados hispanoamericanos del momento en un jueguito donde la consigna es: yo te premio y tú me premiarás.
* Sobre la magnitud del plagio, ver http://www.proceso.com.mx/?p=323061


sábado, 27 de octubre de 2012

MEMORIA DE UN POETA ASESINADO EN MÉXICO

Por Eduardo García Aguilar
En México, país que vive desde hace tiempos sumido en el casi total reino de la corrupción y la impunidad económica, politica, social, electoral, judicial y literaria, la muerte se ha convertido en diosa y señora todopoderosa, superando los atroces niveles de las guerras decimonónicas y los tiempos de la Revolución contra la dictadura porfiriana, cuando durante décadas la parca tuvo absoluto permiso para actuar.
Bajo el reino de las fuerzas del narcotráfico, aliadas al poder político, económico y judicial, amplias regiones del país son dominadas por las manos oscuras y negras que ejecutan inmigrantes, periodistas, estudiantes, sindicalistas, abogados, médicos, campesinos, obreros, mendigos, mujeres, niños, simples transeúntes o poetas inocentes.
Esas fuerzas reinan en el campo, las capitales y en las ciudades medianas y pequeñas, donde el asesinato es el arte más difundido y el sicariato la profesión más próspera. Son ya incontables los relatos de personas que en cualquier momento se cruzan por azar con elementos de esos ejércitos privados o públicos del crimen y atestiguan absurdos asesinatos, como si la vida se jugara siempre con un lance de dados.
Centenares de cabezas han aparecido guardadas en hielo, hombres colgados bajo los puentes o camiones repletos de cadáveres vertidos en autopistas y suburbios. Se incendian discotecas llenas de jóvenes, los asesinos irrumpen en fiestas de adolescentes, los trenes son asaltados y los armados visitan las casas de los ciudadanos comunes y abusan, golpean y roban sin que se sepa si son miembros del ejército o del crimen por separado, o si pertenecen al mismo mal coaligado, tal y como le ocurrió al poeta Efraín Bartolomé.
Durante el último gobierno de seis años, que concluye en diciembre, se calcula que los asesinados en la guerra narcoparamilitar superan ya las 70.000 personas, lo que condujo a la cruzada por la paz del poeta católico Javier Sicilia, cuyo hijo y sus amigos fueron muertos por asfixia en Cuernavaca tras encontrarse con los matones en el mal momento, una noche de fiesta. Millones de personas han seguido sus manifestaciones pacíficas, que no han tenido ningún efecto contra los poderes.
Digo esto porque todos en un momento dado tenemos noticias de que las garras de la delincuencia narcoparamilitar impune atacan a personas conocidas y a veces a los ángeles de la poesía, que como mi amigo el poeta y traductor italianista Guillermo Fernández (1932-2012) se había retirado a la fría Toluca, capital del poderoso Estado de México, junto a los volcanes, a seguir su labor rodeado de libros, lejos de los ajetreos de la inmensa y ruidosa capital mexicana y cuyo cuerpo amordazado y estrangulado apareció en la sala de su casa-biblioteca hace unos meses.
Centenares de escritores de todo el mundo, encabezados por Günter Grass y Michel Buttor, y convocados por el poeta y novelista francés Fréderic-Yves Jeannet, firmamos esta semana una misiva dirigida al nuevo mandatario del Estado de México, gobernado hasta hace poco por quien será ahora el presidente del país, para que se acelere la investigación que conduzca a hallar a los asesinos del poeta Fernández, originario del estado de Jalisco y quien era una de las figuras de la brillante generación de escritores eruditos y cosmopolitas a la que pertenecen o pertenecían José Emilio Pacheco, Francisco Cervantes, Sergio Pitol y Salvador Elizondo, entre otros.
Visité por última vez a Guillermo en su casa de Toluca hace unos cuatro años, antes de ir a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. En una bella cafetería-librería del centro de la ciudad nos reunimos toda una tarde de domingo con él varios amigos, entre ellos las escritoras Cristina Rivera-Garza y Adriana González Mateos y después nos dirigimos a su casa para seguir la conversación literaria en su magnífico, modesto y caluroso hábitat, entre un océano de libros de literatura italiana. Dante, Aretino, Maquiavelo, Leopardi, D'Annunzio, Svevo, Pavese, Moravia, Saba, Calvino, parecían estar presentes.
Lo volvía a ver después de años de ausencia de México con la alegría de reencontrar al amigo y maestro gracias al cual los primeros años de extranjero en tierras aztecas fueron mucho más vivibles, porque todo en él era poesía y generosidad. A comienzos de los años 80 fuimos vecinos y habitantes de la legendaria Casa de las Brujas, en la colonia Roma, un castillo de cuento de terror construido durante el porfiriato para albergar diplomáticos y donde también vivían Sergio Pitol, Vicente Quirarte, Mario del Valle y Eduardo Vázquez, entre otros autores mexicanos.
Yo vivía en un apartamento art-deco del segundo piso frente a la plaza Río de Janeiro, en cuyo centro había una reproducción del David de Miguel Angel. Guillermo, un hombre afable, delgado y nervioso de gafas semiquevedianas, en un bello habitáculo del cuarto piso dotado de piano, lleno de macetas de flores, cuadros, esculturas y estanterías de madera caoba y las reuniones allí eran frecuentes e interminables. Los sábados nos encontrábamos no lejos del edificio con otros poetas, entre ellos Francisco Hernández, Vicente Quirarte y Sandro Cohen, en la antigua cafetería La Bella Italia, en la Avenida Alvaro Obregón, para leer las obras en marcha de todos e intercambiar libros.
Pero esos años de felicidad literaria en plena Colonia Roma, un barrio de estilo parisino construido en tiempos del dictador Porfirio Díaz, y que es una zona llena de joyas arquitectónicas restauradas, terminó con el terremoto del 19 septiembre de 1985, cuando muchos edificios cercanos se derrumbaron en la zona de desastre, pero donde por milagro sobrevivió la Casa de las Brujas. El saldo del terremoto fue de más de 30.000 muertos. Todos nosotros nos salvamos.
Guillermo y yo volvimos a ser vecinos en la colonia Vértiz, más al sur, y después él se dirigió a Toluca, cuyo clima frío le recordaba los inviernos en Florencia, Italia, ciudad donde él vivió varios años en la década de los 60 y en la que pervivía de manera imaginaria.
Su vasta labor como traductor de literatura italiana es impresionante y su obra poética breve, pero intensa, una de las más notables de su generación. Ahora pedimos con Günter Grass y Michel Buttor que se aclare el crimen de un poeta anciano a quien la parca se le atravesó en el crepúsculo y se lo llevó al lado de sus adorados autores italianos, personajes todos de un círculo del Infierno, el Paraíso, o el Purgatorio de la Divina Comedia de Dante, que él se sabía de memoria y recitaba en las veladas, cuando bebía a cántaros el vino de Toscana.



martes, 23 de octubre de 2012

MANGO, COCO Y PLÁTANO EN BARBÈS

Por Eduardo García Aguilar
Mangos africanos, plátanos, las verduras más bellas y variadas del mundo se ven en el mercado afroasiático y afrodisíaco de Barbès, alrededor del metro Château Rouge o en español Castillo Rojo, situado al norte de París. Allí vive la más nutrida concentración de habitantes del sudeste asiático, Maghreb y África subsahariana, cuya vida multicolor inunda calles y rincones como si estuviésemos en los tiempos del Ladrón de Bagdad.
Peluquerías a bajísimo precio en la calle Poulet, tiendas de pelucas trenzadas o encrespadas en la calle Poissonière, y boutiques de manicure para bellezas negras en la calle Coustine, mendigos junto al metro, paralíticos, prostitutas, traficantes de droga y celulares robados, pueblan este rincón muchas veces contado, a un costado de Montmartre.
De repente, la fuerza pública aparece y la muchedumbre de vendedores ilegales, comerciantes de productos exóticos que preparan tamales en fogones de carbón o gas en las sucias aceras, huye entre el griterío y se esconde con sus objetos de pacotilla.
Los cuerpos de élite de esta Zona de Seguridad Prioritaria recién creada por el gobierno, irrumpen en momentos de tensión mientras se habla del creciente impulso de los movimientos fanáticos islamistas, en especial de los salafistas o de Al Qaida que acechan y preparan atentados suicidas en ese Occidente infiel, satánico, que se burla de Mahoma y Alá en caricaturas y artículos de la prensa.
La policía esgrime sus fusiles, ronda en la esquina del metro, pide documentos a extranjeros sospechosos y va de un lado para otro sembrando el pánico generalizado, pero una vez la redada concluida, desde todos los rincones, como hormigas, reaparece la muchedumbre de comerciantes ilegales y llena las calles.
Por estos barrios pululan restaurantes de todos los sabores: humea el cuscús, se siente el aroma de las especias indo-paquistaníes con su inconfundible curry, huele a mazorca asada, a pescado fresco, y una tras otras se suceden las tiendas de trajes y telas africanas de colores chillones con estampas de cocoteros o las chilabas o chalecos que acaban de llegar de Pakistán, Sri Lanka, Indonesia, India, el Maghreb árabe o kabyl o del oeste africano.
En tiempos de fiesta, decenas de miles desfilan detrás de sus ídolos como el dios Ganesha, elefante bonachón a cuyo paso los peregrinos indo-paquistaníes quiebran miles de cocos que se explayan en las calles entre el griterío de los niños que cuelgan de las espaldas de las bellas negras, perfumadas y engalanadas con prendas de todos los matices del espectro lumínico.
No es necesario tomar el avión y viajar miles de kilómetros hacia el oriente para entrar a este mundo cosmopolita de Barbès, lleno de vida, donde conviven hinduístas y budistas, judíos y coptos, católicos y protestantes, musulmanes y miembros de otras sectas milenarias.
Barbès sería un mundo soñado donde convive cada quien con su delirio, cruzando pacíficamente por las calles sin extrañarse, conscientes de los derechos otorgados por la República fundada desde la Revolución francesa. Ellos, todos los miembros de esta tierra de Babel están aquí porque cuando el país que los acoge era potencia, sus fuerzas los colonizaron con crueldad y arrogancia sin límites.
En Indochina y el Extremo Oriente franceses, en el Levante y el Medio Oriente, en el mar Rojo y el cuerno africano, Egipto, Siria, Sudán, Yemen, Etiopía, Sudáfrica, Nigeria, Congo, Malí, Benín, Costa de Marfil, Senegal, Argelia, Marruecos, Túnez y Libia, alemanes, italianos, franceses, holandeses e ingleses se peleaban por las riquezas y esclavizaban con ayuda de reyezuelos, jeques, emires, marajáes, príncipes y otros valedores, a millones de humanos.
Los esclavizaron y los llevaron a las guerras más atroces, fueron carne de cañón, como los expertos en machete o cuchillo que eran la vanguardia de los cuerpos represivos de esos ejércitos coloniales que hicieron reinar el terror en todo el Sur y despojaron a los autóctonos de sus tierras para talar bosques y abrir minas.
Durante siglos todas esas riquezas innombrables que ya habían descubierto Marco Polo y los viajeros portugueses, holandeses, ingleses, germanos, galos o españoles fueron chupadas por los vampiros que hicieron de Europa y sus diversos países la potencia invencible que fue con sus flotas de crueles filibusteros y aventureros.
En la Isla Mauricio, la Reunión, el sur de India, Madrás, Shangái y Hong Kong, Agra, Estambul, Ankara, Damasco, Bagdad, Teherán, El Cairo, Addis Abeba, y todas las capitales del Altántico africano, desde Senegal hasta Mogador, y desde Tánger hasta Alejandría y Trípoli, las fuerzas coloniales estuvieron presentes listas al despojo y por eso los descendientes de los humillados y ofendidos están aquí y pululan en el barrio de Barbès, que lleva el nombre de un héroe de la Revolución de 1848.
En este territorio, más arriba de las Estaciones férreas del Este y del Norte, en el famoso distrito dieciocho descrito por Juan Goytisolo en su novela Paisajes después de la batalla, en estas calles de hermosos edificios intactos desde el siglo XIX, entre el bullicio y la alegría, la miseria y el dolor, maleantes y policías juegan al gato y al ratón y los dioses de todas las religiones aparecen en medio de las plegarias y la propaganda de hechiceros, marabúes, lectores de la suerte y deshacedores de maleficios.
Todo esto ocurre en pleno siglo XXI, en 2012, al norte de París, mientras llegan noticias de atentados suicidas y explosiones, desde Pakistán, Irak y Siria hasta la llamada Tierra Santa o el Malí sahariano, entre amenazas atómicas y propaganda armamentista. Pero la fiesta continúa mientras bebo una cerveza entre los bares Titanic y Constelation, cuyas letras de neón titilantes se hunden en la noche de lobos.
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*Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 21 de octubre de 2012.

domingo, 14 de octubre de 2012

ENCUENTRO EN MÉXICO CON EDGAR NEGRET

Por Eduardo García Aguilar
Cuando lo vi por primera y última vez en México, Edgar Negret tenía cerca de 72 años, pero parecía mucho más joven. Delgado, piel morena, tal vez reminiscencia genealógica de su origen incaico y movimientos ágiles, Negret (1920-2012) fue fiel a la tradición de los artistas plásticos que desafían el tiempo con una escalofriante juventud eterna: Picasso, Miró, Rufino Tamayo, Monet, Chagall, para solo mencionar a unos cuantos.
"Necesitaría cien años para hacer todo lo que veo", me dijo en 1993 el creador de los aparatos mágicos y coloridas piezas metálicas influidas por su reencuentro con los incas, Quipus, eclipses, homenajes a Machu Pichu, el sol y a Huayna Capac, que exponía entonces en el Museo Tamayo de México, situado en el bosque de Chapultepec.
Vestía con un saco color verde y por el resfrío se cubría con suéter y bufanda color tierra. Como desde hacía décadas, su cabeza rapada y bronceada lo hacía semejar a uno de los extraterrestres que estuvieron en la fundación del imperio matemático de los incas, que tanto admiraba, y podría haber sido uno de los arquitectos misteriosos de las Líneas de Nazca, reencarnado en pleno siglo XX.
Colombiano, de la ciudad colonial sureña de Popayán, era considerado desde los años cincuenta una gloria nacional y muchos críticos lo incluían entre los más originales y revolucionarios escultores de latinoamericanos y del mundo.
Negret me contó su agradecimiento con la ciudad de Popayán, donde el arte era bien visto, y con su padre, militar viajero que lo apoyó en su carrera como artista. E incluso me relató intimidades, pues me dijo que conoció al poeta Guillermo Valencia e incluso fue novio de una hija suya, Luz, con quien tuvo una gran amistad a lo largo de la vida.
Guillermo Valencia, que "era como un dios para todos", le decía, "¡mi querido Edgar, sé que sigues los pasos de Fidias!".
Obras como Kachina, Eclipse, Puente, Escalera, Acoplamiento, Gran metamorfosis, Gran templo de Sol, Sol, Machu Pichu, Eclipse, Terrazas, Quipu, Cóndor, Reloj andino, Tejido, Eclipse sobre el Cuzco, Cascada, Deidad, Laguna mística, fueron algunos de los poemas de metal y color, que llegaron a las salas ultramodernas del Museo Tamayo en Chapultepec y que el día de inauguración apreciamos al calor de los vinos cientos de asistentes invitados por la agregada cultural Linda Berg.
De Negret, la novelista y crítica argentina Marta Traba dijo en 1973 que la suya es una "obra enteramente solitaria, que ha ido haciendo de sí misma su propio referente, que ha convertido sus contradicciones internas en dinámica. Su obra no se puede tocar ni penetrar, ni movilizar, ni trasladar, no es móvil ni múltiple. Está ahí, perfecta y entera, recordándonos que la función olvidada del arte es reemplazar lo real por la estructura imaginaria capaz de reconducirnos al sentido profundo y a la medida de las fórmulas".
Dijo que siempre cayó "en los mejores grupos de artistas donde estuve" y que en Nueva York compartió con Ellswoth Kelly, Robert Indiana, Luoise Nevelson, Agnes Martine y Jacques Joungerman, quien estaba casado con la actriz Delphine Seyring. "Eramos un grupo extraordinario que nos encontrábamos todos los días y el fin de semana hacíamos reuniones en los estudios de cada uno de nosotros". Allí en Manhattan, donde dominaba el abstraccionismo de De Kooning y otros, él y sus amigos fueron mirados con "malos ojos" al principio y considerados traidores porque venían del "abstraccionismo europeo".
"En Madrid viví en casa de Juan Oteyza y su señora y conocí a los Saura, Carlos, que era fotógrafo, y terminábamos con él y su hermano Antonio en fiestas en el sótano de la librería Buchholz. En París estuve con los latinoamericanos Soto, Otero, Cruz Díez, del grupo venezolano, y con los colombianos Ramírez Villamizar y Alejandro Obregón".
Los orígenes de su obra, que se desplegaría luego en Nueva York, se remontan a su estadía en Mallorca, donde trabajó con hierro al lado de artesanos locales. Luego se trasladó a las afueras de París, en Saint Germain en Laye, donde a falta de espacio y material hizo bocetos con cartón que pintaba, pero de los cuales, me dijo, no quedó rastro.
"Cuando llegué a Nueva York tuve un estudio en Park Avenue South y allí quise montar un taller. Pero el departamento de incendios exigía unas cosas que no podía comprar. Había que forrar con materiales anti inflamables todas las paredes. Empecé entonces a trabajar con láminas delgadas de aluminio. Ponía los remaches y vi que no podía ocultarlos totalmente y usé el tornillo. Y gustó muchísimo", relató con emoción por el fortuito hallazgo neoyorquino.
"Al principio los tornillos iban en sitios necesarios, pero poco a poco se convirtieron en parte total de la obra, en algo especial y estético. Me interesó mucho que se quedara un poco a la vista el proceso de la obra. Se podía desarmar. Se podía quitar las tuercas y volver al estado primigenio. Allí hubo una definición total por los colores y formas que utilizaría después", agregó.
Desde los años cincuenta Negret hacía piezas verticales, horizontales, geométricas, coloridas, imágenes de poesía cósmica. Mucho antes de que estuviesen de moda Derrida y el desconstruccionismo, ya se había anticipado, al abandonar los remaches y dejar a la vista las tuercas y los tornillos de sus esculturas, para revelar el proceso creativo como tal en un importante gesto precursor de modernidad.

domingo, 7 de octubre de 2012

INTRIGA EN EL VATICANO

Por Eduardo García Aguilar*
Lo que hasta ahora era solo tema de best sellers de baja calidad y novelas de intriga palaciega, terminó por convertirse en realidad y una pesadilla a la vista del mundo en el Vaticano, que vive bajo el mando de un erudito y frágil pontífice que ama la música y las exquisiteces más abstrusas del espíritu.
Lejos están los tiempos de Juan Pablo II, el poderoso y enérgico polaco que marcó la historia en un cuarto de siglo de actividades incesantes por el mundo y quien enfermo, casi a punto de expirar y lacerado por intervenciones quirúrgicas sucesivas, encontraba energía para saberlo todo y salir a los balcones del palacio para arengar a las muchedumbres.
El polaco fue un portento de estadista que acompañó la transición del mundo cuando se derrumbaban la Unión Soviética, las dictaduras en los países del Este, entre ellas la de su natal Polonia, la caída del Muro de Berlín y la redefinición geopolítica del planeta hacia una nueva era de incertidumbres anunciadas por el ataque de las Torres Gemelas, en pleno corazón del imperio estadounidense.
Cuando cubrí la más extensa visita de Karol Wojtila a México, tuve la oportunidad de viajar por avión durante diez días de una ciudad a otra tras los pasos del papa, en companía de los vaticanistas y periodistas del mundo entero que lo seguíamos y pernoctábamos en las ciudaddes a donde llegaría en medio el entusiasmo de la muchedumbre.
Veracruz, Zacatecas, Durango, Monterrey, Aguascalientes, son algunas de las ciudades a donde llegó y quienes estábamos cerca de la comitiva quedábamos asombrados por ese carisma de Jefe de Esyado, la energía politica y la inagotable agilidad atlética de ese hombre que parecía poseído por una fuerza y una misión inagotables.
En Zacatecas millones de campesinos abarrotaron las montañas para escucharlo en una ceremonia impresionante que llegó a su culmen cuando dijo que llegó ahí a cumplir el sueño del poeta Ramón López Velarde, quien seis décadas antes escribió que las campanas de su ciudad estaban hechas para que algún día las escuchara el papa.
Nada de tal esplendor terrenal se ha visto durante el pontificado de Joseph Ratzinger, teólogo, filósofo, erudito de gabinete que durante décadas fue eminencia secreta, pero que en el poder se ha mostrado frágil y errático, cometiendo errores políticos en una época que parece un polvorin de incertidumbres sin nombre que requiere decisiones claras y rápidas y una gran flexibilidad ante las emergencias provocadas por países incendiados en Asia, Medio Oriente y Africa con los fuegos del fanatismo.
Al contrario, esta semana el Vaticano vivió una de las jornadas más lamentables cuando un pequeño y oscuro mayordomo laico de la familia cerrada del papa Benedicto XVI enfrentó el juicio por robar miles de documentos que filtró a la prensa, encendiendo escándalos que le han dado un golpe certero al pontífice.
El juicio reveló el verdadero mundo de intriga reinante en ese nido de víboras de poderosos prelados que luchan ya por la sucesión antes de que se extinga el frágil pastor alemán, encerrado en sus habitáculos como un dulce pajarillo en medio de cóndores, águilas y buitres.
Paolo Gabriele, o Paoletto, desayunaba con el papa, iba con él a la primera misa, lo acompañaba por todas partes y pasaba el día al lado del secretario particular de Su Eminencia, el apuesto y sexy monseñor Georg Gäsnwein, admirado como uno de los símbolos del glamour varonil del orbe, al lado de George Clonney, Robert de Niro y Brad Pitt.
De esa pequeña oficina que compartían Paoletto y Gänswein fueron extraídos los documentos secretos donde se lavaba el agua sucia de las intrigas, se revelaban las luchas entre cierta jerarquía italiana y otras fuerzas emergentes, y se daban a conocer oscuras historias de lavado de dinero en el banco Vaticano, que llevaron a renuncias, exilios y condenas.
Gänswein, de 57 años y Paoletto compartieron todo desde 2006, al lado de las laicas Carmela, Loredana, Cristina y Rosella, la asesora sor Birgit Wansing y el secretario maltés Alfred Xuereb, en lo que se consideraba una estrecha y unida familia pontificia cuyo patriarca era el mismísimo Santo Padre.
Toda esa confianza se fue al suelo en un Vaticano poblado de obras inmortales y testigo de una historia milenaria también cargada de intrigas, algunas de las cuales sangrientas. E incluso en el juicio apareció un cheque sin cobrar de 100.000 euros extraviado entre los papeles y una vieja edición incunable de la Eneida, para dar un toque aun más surrealista a la tragedia y al triste fin de reino.
¿Para cuáles intereses secretos jugaba Paolo Gabriele ? ¿Quiénes habrán sido sus cómplices ? ¿Cuáles son las otras historias secretas de esta riña palaciega que apenas comienza y salpicará a otros altos dignatarios ?
Paoletto dijo que actuó así porque se dio cuenta de que el papa no sabía nada de lo que pasaba en el gobierno Vaticano y que por lo tanto es una figura decorativa entre intrigas de poder que lo sobrepasan.
Solo difundiendo las cartas secretas contrarrestaba las patrañas. Golpeado por la traición de uno de los suyos, que se consideraba un hijo, el papa Benedicto XIV vive un fin caótico frente al cual sabiduría intelectual, su poco sentido de lo práctico y su pasión musical lo hacen inerme, como si fuese solo una mansa paloma en medio de los más feroces chacales.
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* Publicado en La Patria. Manizales. Octubre 7 de 2012.

lunes, 1 de octubre de 2012

LA NUEVA AVENTURA DEL MARQUÉS DE SADE

Por Eduardo García Aguilar
Después de dos siglos, el manuscrito de Los 120 días de Sodoma, terrible obra del marqués de Sade, es objeto de un litigio judicial entre Suiza y Francia y podría ser adquirido por cuatro o cinco millones de euros por la Biblioteca Nacional de Fracia (BNF), con la ayuda de algún secreto mecenas, revela una reciente investigación del diario Le Monde.
     Hace unos años la BNF adquirió el manuscrito de la Historia de mi vida de Giacomo Casanova, en torno al cual realizó una espléndida exposición en su moderna sede del sur de París, en la que se desplegó el enorme manuscrito en medio de escenografías sobre la vida y la época del libertino veneciano.
     Como muestra del cambio del espíritu de las épocas, ahora los más perseguidos y prohibidos autores de otros tiempos se están convirtiendo en clásicos que concitan la admiración de críticos y expertos, maravillados por la prosa de estos hombres que vivieron huyendo de la justicia, o como en el caso de Sade, pasaron la mayor parte de su existencia en prisiones.
     Casanova, que fue un gran vividor, estafador, donjuan, jugador, mentiroso, mitómano, perverso, aventurero, recorrió toda Europa cometiendo sus fechorías sexuales y económicas y al final de su vida terminó en un castillo lejano de Bohemia como humilde bibliotecario de un príncipe, convertido en un amargado y reumático cascarrabias que rumiaba con tristeza su fracaso.
     Pero en sus últimos años fue invitado a contar su vida, lo que hizo en un manuscrito de miles de páginas, donde con letra diminuta y preciosa relató unas aventuras que se convirtieron en el fresco de la Europa del Siglo de las Luces.
     El manuscrito de Casanova pasó de mano en mano de coleccionistas a lo largo de los siglos y al final recaló en la gran biblioteca francesa, que lo adquirió en 2010 por más de 7 millones de euros, suministrados por un mecenas anónimo.
     Guardado en cajas de cuero elaboradas para el efecto, estos ojos admirados pudieron ver y recorrer el manuscrito y disfrutar de la excelente caligrafía de quien se considera uno de los grandes prosistas de la lengua francesa, al lado de Saint Simon, Voltaire, Chateaubriand y Proust.
     Ahora el director de la BNF, Bruno Racine, quien desde hace seis años se ha aplicado a obtener para el Estado francés manuscritos de autores del pasado y el presente, encabeza la estrategia para hacerse del sulfuroso manuscrito de Sade, donde cuenta las peripecias sexuales de cuatro viejos que abusan y obtienen todos los favores posibles de 42 jóvenes de ambos sexos, encerrados en pleno invierno en un castillo del Bosque Negro, en la frontera franco-alemana.
     Sade pasó la mayor parte de su vida en las cárceles de Vincennes y Bastille, donde purgaba penas por el supuesto abuso de jovencitas, aunque otros consideran que también se trató de razones políticas y personales, dado el conflictivo carácter del pervertido noble, en los agitados tiempos de la decadencia y fin del Antiguo Régimen aristocrático.
     Se encontraba pues el personaje en la cárcel de la Bastilla cuando ocurrieron los acontecimientos de su toma y, según se cuenta, desde las ventanas de alguna celda Sade arengaba a la turbamulta que luego incendió el lugar, convertido en el emblema de la Revolución Francesa.
     Sade escondía el rollo del manuscrito de 12 metros, redactado con preciosa caligrafia en octubre de 1785, entre unas piedras, para que no le fuera decomisado por las autoridades, pero en medio del ajetreo de la toma de la Bastille en julio de 1789 fue trasladado casi desnudo a otra cárcel, mientras su objetos personales y la obra quedaron en la celda.
     El inspirador del sadismo murió en 1814 convencido de que había perdido el manuscrito de la que consideraba su mejor y más preciosa de sus obras, pero la verdad fue otra : un tal Arnoux de Saint-Maximin lo rescató y lo vendió posteriormente al marques de Villeneuve-Trans, cuya familia lo poseyó durante tres generaciones, cuentan los investigadores del diario Le Monde.
     En 1900 el manuscrito fue comprado por el psiquiatra inventor de la sexología, el alemán Ian Bloch, quien lo editó muy mal en 1904. En 1929 lo compró el vizconde Charles de Noailles, cuyos herederos lo conservaron hasta que fue robado a una de sus descendientes en 1982 y comprado después, al parecer de buena fe, por el coleccionista suizo Gerard Nordmann.
     Desde hace años el heredero de la familia Noailles, Carlo Perrone, reclama el manuscrito, que puede circular en Suiza, pero sería decomisado en Francia en caso de que llegase a pasar la frontera. Sin embargo, esta larga historia puede estar llegando a su fin, ya que de ser comprado por la BNF, ya solo restaría definir las cantidades que corresponderían a cada una de las partes en litigio.
     Desde el fondo de su tumba el marqués de Sade ignora que su manuscrito se salvó de las llamas de la Bastilla, cruzó los siglos intacto y que pronto obtendrá los honores oficiales y tal vez una exposición que atraerá al público, como ocurrió con las colecciones eróticas secretas de la BNF, expuestas bajo el título de El Infierno, y la de Casanova, que fue todo un éxito en 2011.
     El marqués de Sade fue un gran narrador y prosista de genio y su extensa obra es considerada un fresco social de la vida revolucionada de su tiempo, una cruel comedia humana que está a punto de obtener por fin la consagración oficial de una patria nativa que lo miró de reojo durante siglos.