lunes, 13 de junio de 2011

LOS MISTERIOS LITERARIOS DE JAVIER MARÍAS

Por Eduardo García Aguilar
Nunca hasta ahora me había acercado a la obra de Javier Marías (1951), el novelista espanol hijo del filósofo Julián Marías (1914-2005) y de la escritora Dolores Franco Manera (1912-1977), quien se ha convertido poco a poco en una de las principales figuras de la narrativa española y europea contemporánea.


La primera vez que escuché hablar de él con entusiasmo fue a través del escritor mexicano Pedro Angel Palou en la ciudad mexicana de Puebla, a donde él y Jorge Volpi nos habían invitado a asistir a un minicrongreso literario en compañía de Alvaro Mutis, Sergio Pitol, Daniel Sada, Juan Villoro, Guillermo Samperio y otros autores.


Palou, hijo de la muy tradicional ciudad de Puebla, lugar de grandes acontecimientos históricos y bellas construcciones coloniales barrocas, llevaba su entusiasmo por Marías hasta el punto de tener pegados en las paredes y puertas de su oficina carteles enormes con fotos del autor madrileño y de las portadas de algunos de sus libros como Corazón tan blanco, el Hombre sentimental y Todas las almas.


Luego tuve más noticias de Javier Marías de parte de José Luis Perdomo, escritor guatemalteco con quien explorábamos las más extrañas y antiguas cantinas y librerías de viejo del centro histórico de la ciudad de Mexico, quien en una de sus visitas a Madrid le hizo una larga entrevista en su apartamento. Me habló de ese personaje como de alguien dedicado a la literatura, ensimismado en su mundo y alejado de las mundanidades y los escenarios de la apariencia. O sea que me lo imaginé a través de sus descripciones como si fuese un personaje de Joris Karl Huysmans, una especie de Des Esseintes madrileño, acompañado de una tortuga recamada de pedrerías y esmeraldas.


No es extraño que el hijo del filósofo Julián Marías, amigo, estudioso y cómplice de Jorge Ortega Gasset, fuera un bicho raro de la literatura en tiempos de John Travolta, como suelen ser aquellos que han crecido de niños entre los libros de sus padres bibliómanos, viendo la nieve y jugando entre amplios pupitres de vieja madera y estanterías repletas de volúmenes empastados con olor y sabor de tiempo, excitados por el tecleo permanente de las viejas máquinas de escribir Underwood y Royal.


Perdomo me describió muy bien el hábitat libresco de Marías y la rareza de su mirada nublada de miope. Después supe que había creado un extraño reino con un premio literario y una rara editorial, el Reino de la Redonda, de lo que se tenían noticias espaciadas por la prensa; de que había cortado de manera conflictiva con su editorial Anagrama y su director Jorge Herralde y había aterrizado en Alfaguara, que ha publicado desde entonces toda su obra en bellos volúmenes muy bien cuidados, como sabe hacerlo esa editorial, un tiempo dirigida editorialmente por Juan Cruz y ahora por la colombiana Pilar Reyes.


Luego, cuando en 1998 me trasladé de México a París e ingresé a la sede histórica de la Agence France Presse en la Place de La Bourse, me encontré con Javier Franco, un colega de esa redacción que estaba por jubilarse, quien me cedió su archivero metálico, era mi vecino, y me decían era muy cercano pariente del joven novelista español de moda. Pero pese a todas esas recomendaciones y cruzamientos, nunca había querido leer sus libros, tal vez injustamente llevado por cierta reticencia con los contemporáneos, en especial españoles.


Hasta que la semana pasada vi en manos de una colega, Ana Fernández, el volumen de Los Enamoramientos, novela recién salida en España y sobre la que las rutinarias reseñas confusas de los diarios españoles decían poco o nada. Días después, me prestó el volumen y empecé a leer ese libro, que me sedujo y leí fascinado y aterrorizado durante varios días de envolvente lectura, de viaje por un extraño e impar tejido y de palabras y reflexiones sobre la vida, la muerte, el deseo, el amor, la traición y el silencio. Esta lectura me recordó los ámbitos novelísticos de François Mauriac, el excelente escritor francés cuyas obras nos sacuden y quien sin duda debe ser referencia de Marías.


La novela tiene todo para ser antipática para muchos lectores porque la narradora es una « joven prudente » que trabaja en una editorial y desde adentro nos muestra el mundo fatuo de los autores y la rutina terrible de esa profesión donde predominan personajes atroces llenos de ambición como ese detestable novelista Garay Fontina que sueña con el Nobel.


Los diálogos y reflexiones subjetivas de esta joven intelectual y su amante Díaz Varela son precisos, envolventes, llenos de referencias literarias a autores como Shakespeare o Balzac y su inquietante pequeña novela El coronel Chabert, que es a su vez personaje de la obra. Hay allí sólo ámbitos interiores, encuentros y desencuentros en torno al extraño asesinato de un hombre apuesto que hacía parte de una pareja perfecta como son todas las parejas perfectas que cruzamos en nuestra vida y que la narradora observa diariamente en un café a la hora del desayuno.


Quedé atrapado en el mundo imaginario de Marías, que desmenuza la gigantesca e inagotable madeja de la vida. Una superficie de palabras que se va tejiendo y destejiendo y a través de la cual viajamos por cuerpos, rostros de personajes, estados de ánimo, como si se tratase de una gigantesca telaraña a donde nos conduce con maestría una voz perversa que nos deja allí inermes y mudos, poseídos por el malestar esencial. 

Por eso puede decirse que si aún hay autores como Javier Marías, podemos confiar entonces en que la literatura que muerde, sacude y mata, seguirá firme su camino en un mundo que le será cada vez más hostil y tratará de aniquilarla.