domingo, 31 de mayo de 2009

JÓVENES SOÑADORES DE IZQUIERDA



Eduardo García Aguilar


Me siento muy orgulloso de haber sido un adolescente con sensibilidad social y amante de la cultura en los colegios de bachillerato, de donde me expulsaron por ser rebelde y luchar contra las injusticias. En vez de ser un avorazado pichón de "empresario" en busca del enriquecimiento fácil, pensaba con algunos compañeros idealistas que valía la pena rebelarse y estar del lado de los humillados y ofendidos en un país tan desigual como el nuestro, cargado de viejas taras coloniales.

Sé que tener conciencia social es mal visto en estos tiempos en que se admira el becerro de oro de la corrupción, el dinero fácil, el arribismo, la apariencia, la para-narcocultura, el consumo desbordado y donde un ser humano vale más por el auto y las joyas que lleva que por sus sentimientos humanos y su generosidad para con los suyos o los otros.

Desde muy temprano en el Instituto Universitario de Manizales* participé en manifestaciones y reuniones agitadas donde nos enfrentábamos a la desigualdad social y el apartheid racial y clasista que dominaba y domina todavía nuestro país. Llenábamos el Teatro Fundadores para escuchar a Pablo Neruda y celebrar su extraordinario Canto General, que imitábamos en nuestros poemas. Devorábamos libros sobre América Latina y estábamos al tanto de la ola cultural latinoamericana que se imponía por el mundo. Pero pronto viví en carne propia lo que es hablar alto y esgrimir con independencia ideas propias. En una alianza de autoridades y profesores obtusos, los rebeldes que habíamos agitado el ambiente con nuestros centros culturales, fuimos triturados en los exámenes y expulsados del colegio.

Guardo todavía la libreta de notas de cuarto de bachillerato donde todas las materias, hasta las que me gustaban, aparecían marcadas en rojo mientras en negro se veía el sello fatídico de la expulsión. Con toda claridad a los 15 años recibí de parte del poder el bautismo de fuego al que están condenados quienes en Colombia luchan contra la injusticia. Después, en el Instituto Manizales, al lado de un grupo extraordinario de adolescentes lectores e inteligentes, seguimos difundiendo la cultura en semanas culturales llenas de teatro, conferencias y arte que promovíamos con un empeño generoso, que por fortuna encontraba eco en la ciudad. Hacíamos teatro y lo presentábamos en barrios de la periferia y en la cárcel. Pero ahí también la alianza de profesores y autoridades pendencieras selló mi destino con la expulsión del colegio por hacer cultura.

Otra vez como un judío errante, el muchacho de izquierda se encontraba de nuevo en la calle al terminar el quinto de bachillerato, sin comprender que los colegios públicos pusieran tanto empeño en destrozar la vida de un alumno que amaba la cultura, el arte, la poesía y lo decía en voz alta. Como los nazis de Goebbels, en ese colegio, cuando escuchaban la palabra cultura, de inmediato el rector y los prefectos de disciplina sacaban la pistola.

Pero mientras los colegios públicos me lanzaron con odio al despeñadero, los únicos que entendieron mi accionar fueron los padres franciscanos del colegio Gemelli, al comprender que en la rebeldía y las palabras del adolescente de izquierda lo que había era generosidad y talento y ningún peligro para la sociedad. Ellos me abrieron las puertas de ese colegio situado en el barrio La Francia, con vista a los paisajes inolvidables del Valle del Cauca y las montañas de la cordillera oriental, e hicieron posible que obtuviera el diploma de bachillerato. Allí también encontré jóvenes generosos y juntos sacamos un periódico llamado Conflictos, que los padres franciscanos nos dejaron hacer libremente, pese a que no estaban de acuerdo con el tono y los reportajes encendidos que hacíamos al introducirnos en los lugares más oscuros de la ciudad, como zonas de tolerancia y tugurios para tratar de entender los problemas del país. En una de esas incursiones en los tugurios en busca de la realidad profunda del país, varios compañeros fuimos detenidos y llevados al calabozo por varios días.

Si en Colombia las autoridades hubieran aplicado desde hace tiempo la generosa actitud de los padres franciscanos del Colegio Gemelli de Manizales, que no vieron en el rebelde muchacho a un "peligroso terrorista criminal" sino a un ser lleno de posibilidades y sensibilidad social, las cosas serían muy distintas. Ahora, cuando comienzan a detener como a "grandes criminales" a profesores y alumnos de las universidades y se busca llevar a toda costa a prisión a los jóvenes opositores y se estigmatiza como enemigos del país a los artistas y a los intelectuales que viven al interior o en el extranjero, vale la pena pensar en el desperdicio que ha significado para el país llenar cárceles, calles y cementerios de jóvenes soñadores de izquierda.

Todavía se escucha el eco de las balas que exterminaron a miles de miembros de la UP o el asesinato a mansalva el 19 de mayo de 1997, hace exactamente 12 años, de gente tan generosa y noble como el ex jesuita Mario Calderón, miembro del Centro de Investigación y Educación Popular, CINEP, organización no gubernamental colombiana, a quien no debemos olvidar. Y eso sin mencionar la muerte del gran humorista Jaime Garzón y de tantos otros miles de colombianos jóvenes, llenos de humor, que partieron mucho antes de que pudieran dar al país y a la sociedad todo el despliegue de su talento.

Un estadista debe ser alguien que entiende los dolores del país y busca la concordia de sus connacionales. Su tarea, antes que azuzar la violencia, amenazar y dividir con rictus de odio, es extraer la savia generosa de la nación para que dominen ideales distintos al enriquecimiento fácil y el unanimismo de los gamonales, los arribistas y los terratenientes enfurecidos. Y en cada colegio o universidad pública o privada las directivas deberían a su vez actuar con grandeza ante los jóvenes, o sea como esos padres franciscanos que me salvaron el bachillerato y no como los pequeños personajes que trataron a toda costa en los colegios públicos de cerrarle el camino a un adolescente inundado de sensibilidad social y amor por su país y su pueblo.

Han pasado muchos años desde que recibí por fin mi diploma de bachiller, pero ahora siento que nada ha cambiado desde entonces y que en universidades y colegios públicos del país, en este crepúsculo del régimen autoritario, debemos todos estar muy alertas y no oír los mensajes de odio que desde el poder se hacen para perseguir, investigar, judicializar y si es posible detener a jóvenes que no tragan entero y sueñan con un país distinto. No les creamos el cuento a los halcones: en los jóvenes lo que hay es grandeza de corazón y un gran deseo de hacer grande a Colombia.

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*Manizales. Ciudad cafetera de la cordillera de los Andes en Colombia, capital del departamento de Caldas, situada a 2.200 metros sobre el nivel del mar.

sábado, 23 de mayo de 2009

EL OTOÑO DEL TIRANO

Por Eduardo García Aguilar
Cuando hace años se hablaba en coloquios universitarios de las novelas de dictadores hispanoamericanos como « Tirano banderas » de Valle Inclán, « Yo el supremo » de Augusta Roa Bastos, « El recurso del método » de Alejo Carpentier o « El otoño del patriarca » de Gabriel García Márquez, nunca pensamos que en Colombia uno de esos personajes pasados de moda se atornillaría en el poder, emulando a Cantinflas en la famosa película Su excelencia.

En Colombia la figura del patriarca fueteador y moralista que gobierna desde hace casi una década y espera todavía seguir en el trono, ha llevado al extremo el aspecto cómico de la figura patriarcal, infalible y energúmena, tramposa y arbitraria, con una larguísima nariz de Pinocho, frente a la que todos se hincan con servilismo, desde oligarcas bogotanos y manzanillos provincianos, hasta ministros, empresarios nacionales o extranjeros y líderes políticos por igual.

Durante décadas se dijo que Colombia era uno de los pocos países latinoamericanos con una democracia sólida que había resistido a la tentación dictatorial, donde los mandatarios por muy amantes del poder que fueran se eclipsaban mansos al concluir sus periodos, como una cuestion de honor personal que ninguno hasta ahora había osado violar.

Se podía estar en desacuerdo con esos personajes de la oligarquía colombiana que se sucedían uno tras otro en el poder, pero al menos debíamos reconocer que tenían cierta dignidad intelectual y decencia y que, como juristas que eran en su mayoría, consideraban un acto de honradez mínima respetar la Constitución y las Leyes y cumplir el precepto de que las reglas de juego no se cambian para beneficio personal y mucho menos por medio del cohecho y la compra de las conciencias de los congresistas.

A lo largo del siglo el Congreso estuvo compuesto en gran parte por personas que representaban ideas políticas claras, a veces atroces, por supuesto, y los debates tenían una mínima altura como lo pude constatar varias veces al entrar allí para mirar desde la barrera las discusiones de las comisiones. La palabra « padre de la patria » podría ser ridícula, pero los hombres del sistema que llegaban al Congreso a nombre de los partidos tradicionales eran relativamente respetados porque se destacaban en algo, en la elocuencia o en los conocimientos técnicos y pese a que contribuían a la perepetuación de la injusticia, los considerábamos interlocutores lúcidos en tiempos de guerra fría mundial.

Nada de eso ocurre ahora : al mismo tiempo que el patriarca llegó con las votaciones milagrosas que le arreglaban en muchas regiones del país las fuerzas oscuras que lo consideraban su representante y salvador, el Congreso se llenó de delincuentes de la peor laya que llegaron al extremo de recibir con honores en el recinto sagrado de las leyes a los peores genocidas y criminales que haya jamás producido el país en su larguísima historia de violencia. Ese día se entronizaron los hornos crematorios, las motosierras y las fosas comunes como las verdaderas hacedoras de la ley cantada en los himnos y simbolizada en la posición hierática de héroes nacionales como Nariño, Santander y Bolívar.

Un Congreso de bandidos perseguidos en su mayoría por la justicia se encargó de cambiar las reglas del juego para imponer la primera reelección de la figura del patriarca y otro Congreso de igual laya se ha encargado de repetirnos la dosis con un cinismo increíble, donde ministros turbios descuartizan la separación de los poderes usando métodos prohibidos. Ni en la más mala película de ficción hubiéramos imaginado el rumbo que terminó por seguir el país a comienzos del siglo XXI, acostumbrado ya al parecer a los sermones diarios del caudillo, a sus discursos cantinflescos para defender a los peores delincuentes o guardar silencio ante los crímenes más espantosos de sus amigos y valedores, que como las ejecuciones extrajudiciales, la coacción multitudinaria del voto y el espionaje al estilo soviético parecen para él pecados ínfimos o calumnias de izquierdistas.

Hace poco un ex presidente mexicano dijo que la impunidad es necesaria para que funcione el sistema político, lo que en su enormidad cantinflesca puede aplicarse perfectamente a lo ocurrido en Colombia: se cambia la Constitución para beneficio propio y no pasa nada , se compran las conciencias y no pasa nada, se concentran las tierras del país en unas cuantas manos ensagrentadas y no pasa nada, se enriquecen milagrosamente los miembros de la corte y no pasa nada, millones de colombianos son desplazados y no pasa nada, delincuentes son nombrados en los puestos diplomáticos y no pasa nada, miles de desaparecidos reposan en las fosas comunes y no pasa nada, se bombardea un país extranjero y no pasa nada, se graba ilegalmente a opositores, magistrados, periodistas y politicos y no pasa nada, casi todos los miembros del Congreso están siendo procesados y no pasa nada, todos están pendientes día y noche de los humores del patriarca y no pasa nada.

Si Tirano Banderas dice que de noche hace día, todos se inclinan y aceptan ; si dice que la luna es el sol, bajan la cerviz ; si amanece de mal humor, todos en palacio esperan a que se le pase la furia ; si regaña a los periodistas porque le hacen preguntas incómodas, los áulicos ríen. El caudillo habla de patriotismo, pero ha sido como ninguno el más servil ante los poderes de Washington ; el señor presidente reza y se persigna todas las mañanas, pero calla ante los delitos atroces de lesa humanidad.

Ni Valle Inclán en España, ni Augusto Roa Bastos al describir el delirio del dictador paraguayo Francia, ni Martin Luis Guzmán en México, ni García Márquez al contarnos los delirios del patriarca caribeño, ni Carpentier, ni Rómulo Gallegos, ni el biógrafo de Francisco Franco, ni quienes en América Latina abordaron el tema, imaginaron que seguiría vivo y coleando al concluir la primera década del siglo XXI en Colombia. Pensábamos que todo eso era pasado de moda, reminiscencias de viejos liberales artríticos, pero nada, ahora debemos pellizcarnos para creerlo, en nuestro país estamos viviendo dentro de una novela de tiranuelos hispanoamericanos y nuestro personaje de marras supera con creces a sus variados y vistosos modelos.

viernes, 15 de mayo de 2009

EVELIO ROSERO Y EL PREMIO THE INDEPENDENT


Por Eduardo García Aguilar

El escritor colombiano Evelio Rosero acaba de obtener en Inglaterra el Premio The Independent a la mejor traducción al ingles en ese pais de una obra de ficción. Con motivo del Premio Tusquets 2006 a la misma obra, escribí desde la Feria de Guadalajara el siguiente artículo difundido en la prensa latinoamericana:

El Premio Tusquets que acaba de obtener Evelio Rosero -el más prestigioso para novela en el ámbito iberoamericano por la calidad de sus jurados y su lejanía de la corrupción editorial ambiente- puede ser una sorpresa para muchos, mas no para quienes hemos seguido su camino desde el inicio con admiración y alegría.

Da la casualidad que me encuentro hoy en las calles llenas de libros de esta entrañable Feria del libro de Guadalajara y en medio de la decepción que provoca la mediocridad del estrellato narrativo actual latinoamericano y en especial colombiano, la coronación de Rosero entre medio centenar de novelas por un jurado probo, es un gran acontecimiento para la narrativa colombiana y sin duda un giro sorpresivo que obligará a reposicionar la obra de varios autores de su generación.

Rosero comenzó desde muy temprano una obra literaria de méritos extraordinarios con una narrativa nerviosa, ágil, que nunca cedió a la facilidad y exploró los más inquietantes caminos de la locura y el horror de la vida. Con novelas como Mateo Solo (1984), Juliana los mira (1986), El incendiado (1988) y la para mí espectacular Las muertes de fiesta (1995), entre otras muchas obras, Rosero forjó un cuerpo narrativo de primer orden.Un día antes de conocerse la noticia, conversando con Jorge Herralde al término de una conferencia del argentino Ricardo Piglia, el editor español recordaba la publicación hace dos décadas de Juliana los mira, obra que ya auguraba el aliento del narrador colombiano, quien como tantos otros de su generación ha sido rebelde y ha preferido cierta marginalidad, al lado de sus compañeros de generación, que deben estar celebrando este premio logrado con toda transparencia.

Han pasado los años y Rosero ha seguido ahí fiel a su estilo y a sus fantasmas sin ceder un solo instante a la feria de vanidades y corrupciones de la narrativa colombiana reciente, con sus ídolos falsos. Ya los adalides abusivos de cierta paraliteratura cantaban victoria haciendo tabla rasa de generaciones recientes y actuales y se pavoneaban como salvadores de pacotilla de la narrativa colombiana, acríticos y lambones ante el infame régimen paramilitar que nos gobierna. Con las motosierras de su arribismo ya habían enterrado a los excelentes escritores de la generación de la Buchholz, nacidos alrededor de los años 40.

En la fiesta convocada en el Centro de Industriales de Guadalajara, en ausencia de Rosero, se reunió el mundo editorial y literario iberoamericano. Las copas iban de un lado a otro y yo trataba de apurar algunas de más a nombre de Rosero, que debería estar aquí celebrando. Gracias a él y por la alegría que siento de que sea coronado este rebelde colombiano, he saboreado y alzado al aire deliciosos cócteles de tequila.

Beatriz de Moura estaba muy contenta en medio del inmenso salón y preguntaba sobre la posición de Rosero en la literatura colombiana y el significado de este premio. Hablamos sobre quien es Rosero: un hombre libre, un autor de novelas espléndidas, un habitante de ese país en guerra gobernado por delincuentes asesinos, un ser humano que nuestra generación conoce porque es una antena eléctrica de los males y las muertes de fiesta nacionales. De Moura destacó que la novela premiada podría ser una alegoría de todas las guerras y su universalidad hace que esos ámbitos puedan situarse en los Balcanes u otros países encendidos por la conflagración bélica mundial, donde las fronteras se pierden en el horror y el dolor provocado por la codicia de los poderosos. Dice que es un texto claro, transparente, mientras Aurelio Major, el coordinador del premio expresa a su vez la alegría por este acontecimiento.

Viene a mi memoria ese Rosero siempre silencioso o felizmente ebrio, en quien se resumían las nocturnidades de Bogotá City, en aquella vieja cafetería de la Librería Nacional de la séptima o en las Residencias Tequendama repletas de poetas iberoamericanos o tomándonos unos whiskies en la Feria del Libro de Bogotá, cuando se celebraba a los escritores de la diáspora.

Seamos claros, con Evelio Rosero, Sonia Truque, Eugenia Sánchez, Juan Carlos Moyano, Pedro Badrán, Julio Olaciregui, Pablo Montoya, Julio Paredes, Consuelo Triviño Anzola, Octavio Escobar, y otros muchos, toda una generación de escritores emerge desde los márgenes de una Colombia que excluye y mata. Todos ellos han llevado al extremo su compromiso con la palabra y la libertad.

Ese ha sido su puesto de combate, el mismo iniciado hace tiempos por el legendario Jorge, el Gordo Valderrama en su suplemento de Vanguardia Liberal en Bucaramanga, y luego por los amplios espacios de la red de Cronopios de Ignacio Ramírez, los talleres de Isaías Peña Gutiérrez en la Universidad Central, la revista de Milciades Arévalo, entre otros, y mucho antes por el inolvidable Manuel Zapata Olivella en Letras Nacionales. Una literatura que surge desde todos los puntos cardinales del país y desde todos los estratos y que no es confiscada por el obtuso exclusivismo de los "gomelos" de Medellín y Bogotá, para quienes lo urbano colombiano sólo existe allí alrededor del Gimnasio Moderno y que decretaban ya el triunfo de una paraliteratura que extermina al reciente pasado y al presente de la Colombia profunda. Con este premio a Rosero podemos decirles, chao, chao, bye, bye, nos vemos en el ring.

jueves, 14 de mayo de 2009

LAS PERIPECIAS DE UN SÁTIRO HIPERESTÉSICO


Por Eduardo García Aguilar
Uno de los aspectos más olvidados de la generación modernista en Latinoamérica es la prosa. Martí, Montalvo, Vargas Vila, Gómez Carrillo, Gutiérrez Nájera, Darío y Silva, para sólo mencionar a unos cuantos, escribieron alucinantes páginas, como cuentos y crónicas de viaje, que fueron con razón eclipsados por el delirio poético.
Enrique Gómez Carrillo, un guatemalteco famoso por sus aventuras galantes, dejó miles de cuartillas que hoy languidecen en los viejos anaqueles de las bibliotecas, pero que conforman un fresco de la época. Por primera vez en mucho tiempo, los latinoamericanos se negaban al provincianismo y se perdían en el exilio voluntario, deseosos de conquistar las metrópolis del lujo y el progreso.
Un vacuo nacionalismo criollo que reclamaba el reino de lo “autóctono” miró con malos ojos a estos enfermizos personajes que tuvieron como capital a París y como estilo el dandysmo en boga por aquellos tiempos. En sus crónicas de errancia, Gómez Carrillo, que fue, según dicen, amante de Mata Hari, nos lleva de la mano por Oriente, se nutre de desiertos, viaj a a monasterios de Judea, describe islas maravillosas, asiste a la guerra y ve la mortandad sin límites. Muchas de esas páginas tal vez no sean antológicas, pero algunas salen de los empolvados volúmenes como joyas de una época de transición que hoy maravilla. Los modernistas fueron los primeros en quitarse el complejo de un americanismo ingenuo y se sintieron con derecho a comerse el mundo con el pasaporte del talento.
Sus congéneres de Europa también iban en contra de la corriente. Huysmans, por ejemplo, se encerraba en la ficción de sus casas de sueño, a masticar la enfermedad de moda: la hiperestesia. Hartos del progreso y de la técnica, aburridos frente al culto de la razón, los modernistas de Europa se insurgieron en contra del utilitarismo con obras “decadentes, preciosistas, que se negaban a reflejar la realidad o a tomar posiciones científicas” frente a la sociedad, como lo hicieron Jules Vallès y Emile Zola. Nuestros modernistas no fueron, pues, simples repetidores de una moda metropolitana, sino los hermanos de un movimiento mundial en contra del utilitarismo y el positivismo. Rubén Darío, Silva y Martí, miraban con sorna la influencia cada vez mayor del im perio protestante del Norte con su confort y su sport y prefirieron la bohemia de la absenta con su delirium tremens.
José Asunción Silva (1865-1896), conocido por sus nocturnos y por ser uno de los más brillantes y malogrados representantes de esa generación, tuvo que soportar la pacatería de una ciudad colonial y brumosa, situada en las alturas de la cordillera andina, dedicado a un arte absurdo para entonces: la poesía. Heredero de un negoicio que no sabía manejar, requerido por compromisos sociales y chismografías de convento, el joven no resiste y se suicida a los treinta años, ante la indiferencia de sus contemporáneos. Antes vivió un tiempo en París, a donde viajó enviado por su padre en funciones comerciales. En Venezuela, de regreso a Colombia, naufraga el vapor Amérique, en donde viajaba también Gómez Carrillo. Silva pierde los manuscritos de los Cuentos negros y “lo mejor de mi o bra”.
Poco antes de morir rehace De Sobremesa, novela que reúne todas las características esenciales de su personalidad y su época. El prologuista a la edición de sus obras por la Biblioteca Ayacucho de Caracas, esgrime su lanza contra él, poeta, acusándolo de imitador y ”colonizado”, comos si el pobre estuviese condenado a escribir sobre chinchorros, chozas, serpientes, cuchilleros y monjas. Desconociendo el fenómeno subversivo del modernismo y sus efectos en la literatura posterior en castellano, Eduardo Camacho Guizado llega hasta el despropósito de acusar a Silva de mentiroso porque en su novela seduce a más de trece mujeres, aduciendo que éste era muy débil y tímido. El crítico olvidó en su pasión antimodernista, que estaba comentando una novela y no una autobiografía. El Fernández de la novela no es Silva. Todo novelista, por demás, es un mentiroso y nadie puede acusarlo de hacer invenciones.
La novela sucede durante la sobremesa. Fernández, que es un millonario decadente, le cuenta a sus amigos las dudas respecto a su actividad literaria y después de ser requerido comienza a leerles el relato de sus aventuras en Europa. Los primeros capítulos de ese diario están cargados de las lecturas de la época: María Bashkirtseff, Maurice Barrès, Max Nordau, Nietzsche, Swimburne, Verlaine, etcétera. Los amigos que lo escuchan en el exquisito ambiente de su mansión bogotana, son opacos personajes que admiran al poeta Fernández, pero que no pueden comprender sus angustias y frustraciones.
El protagonista de la novela se enreda con una bella mujer, la Orloff, a quien encuentra después en el lecho dedicada al arte de Lesbos con una de sus amigas: “Al hacer saltar la puerta de la alcoba que se deshizo al primer empujón brutal y cedió rompiéndose, un doble grito de terror me sonó en los oídos y antes de que ninguna de las dos pudieran desenlazarse, había alzado con un impulso de loco duplicado por la ira el grupo infame, lo había tirado al suelo, sobre la piel de oso negro que está al pie del lecho, y lo golpeaba furiosamente con todas mis fuerzas, arrancando gritos y blasfemias, con las manos violentas, con los tacones de las botas, como quien aplasta una culebra”.
Después de la decepción, Fernández huye a Whyl y delira inventando un sistema apto para su país. Es una metáfora del progreso, donde “las monstruosas fábricas nublarán en ese entonces con el humo denso de sus chimeneas el azul profundo de los cielos que cobijan nuestros paisajes tropicales; vibrará en los llanos el grito metálico de las locomotoras que cruzan los rieles comunicando las ciudades y los pueblecillos nacidos donde quince años antes fueron las estaciones de madera tosca y donde, a la hora en que escribo, entre lo enmarañado de la selva virgen, extienden sus ramas las colosales ceibas”. Al sueño político que en De sobremesa adquiere los contornos del ensayo dentro de la novela, el personaje vive sus conquistas amorosas: Nini Rousset, Helena de Scilly Dancourt, Lady Viviann, Fanny Green, etcétera, y prueba el cloroformo, el éter, la morfina y el hachish.
Personaje disimétrico, telúrico, caprichoso, malvado, Fernández es la encarn ación del espíritu de una época que iba rumbo a la catástrofe. ¿Mientras los industriales organizaban ferias mundiales y en ciertos cabarets se hablaba de la belle époque, los modernistas, más en la prosa que en la poesía, palpaban el malestar del fin de siglo.
A nivel formal, Silva no se queda atrás y nos ofrece un texto fraccionado, absurdo, que contrasta con las novelas realistas y sus tramas ordenadas con moraleja y broche de oro. En ciertos pasajes uno cree ver ya en José Asunción Silva elementos formales que hicieron novedoso a Cortázar setenta años después.

(Tomado de Textos Nómadas. Publicado originalmente en Unomásuno de México. 1986)



lunes, 4 de mayo de 2009

EL EXTRAÑO ENCANTO DE OLIVIA RUIZ


Eduardo García Aguilar

En 2001, cuando participó en el popularísimo programa de telerrealidad Star Academy, Olivia Ruiz se destacó ya entre las estrellas de pacotilla que inventaba el programa al vapor, por sus ojos negros españoles, la mirada pícara de brujita del sur y la gracia de los gestos y movimientos de su fragilísimo cuerpo, siempre enfundado en jeans desleídos y camisa de lanilla a cuadros, emisor de una vocecilla valiente, aguda y original.

Su participación en el circo romano de la farándula televisiva francesa fue impecable por el profesionalismo y la fuerza con que nadó entre las terribles intrigas del show bussines. Muchos telespectadores, aunque no la mayoría, estábamos ya seducidos por ella, gracias a la sensualidad a flor de piel, el leve acento de origen español y la leyenda de su origen: la muchachita forastera de las provincias del sur, en la frontera con España, que sube a triunfar a París como en las novelas y en las biografías de las divas de antaño.

Por supuesto fue eliminada por cantantes de una espectacular mediocridad y ocupó el cuarto lugar en el concurso, pero desde entonces se creó entre ella y el público francés una historia de amor que ha llegado a su clímax en esta primavera de 2009, cuando aparece fotografiada al lado de la gran Julliette Greco, la musa de los existencialistas, que a los 80 años ha expresado su admiración por esta niña a la que le lleva la enorme distancia de más de medio siglo, aunque parecen contemporáneas.Todo esto ha sido posible por la súbita mutación del gusto. En la primera década del siglo XXI se dio una peculiar revolución en el mundo de la música popular francesa dominada por tontas comedias musicales: los jóvenes de la llamada chanson française, que cantan en las tabernas juveniles y los cabarets de París y provincia experimentando y haciendo poesía se fueron adueñando de los grandes podios, desplazando por fin a esa música pop gritona y formateada que promocionaban las grandes casas disqueras para adolescentes bobas.

De repente las estrellitas creadas a fuerza de campañas de imagen fueron desplazadas por verdaderos artistas que escriben sus propias canciones, exploran con músicos e instrumentos extraños y se identifican con un arte musical cercano a la poesía y a la rebelión, distinto por su tono a la hegemonía del rock anglosajón de los años sesenta y setenta. Porque igual que en la poesía o en la novela, el verdadero reto es abrir nuevas ventanas y cambiar el canon. En el último lustro volvieron con fuerza la palabra y la música a través de una pléyade de artistas creadores auténticos nacidos en los años ochenta, que generan un extraño onirismo de circo o retornan a una intimidad urbana de hijos desolados de un mundo implacable. La canción volvió a decir algo de verdad, a rescatar olores y sabores, la ternura de los viejos, la soledad de la urbe y no esas letras convencionales de amor patético y gritón para fanáticos sin cerebro.

Fue un proceso lento pero triunfal el que rescató a la canción francesa de décadas de frivolidad y mediocridad exasperantes encabezadas por Claude François y sus claudettes y las starlettes olorosas a naftalina lanzadas por Universal y Emi. Y en ese campo se dio el éxito imparable de la bella franco-española, que escribe sus propias canciones y recurre por su propia voluntad a músicos que la llenan y con quienes convive desde sus inicios a los 15 años en los bares del sur al lado de un acordeonista.

Con "La mujer chocolate" Olivia obtuvo una Victoria de la música en 2005 y el disco de diamante por superar el millón de ejemplares vendidos, algo excepcional en tiempos de crisis. Se instaló entonces en las alturas de Montmartre, donde reina sobre París y Francia como en su tiempo ocurrió con su mentora la legendaria Juliette Greco. Enormes fotos suyas, donde figura en un columpio con una bata circense cuelgan ahora de las grandes paredes de los almacenes cercanos a la estación Saint Lazare con motivo de su nuevo disco "Miss Meteores" y anoche la recibió con honores el animador Nagui en su importante programa Taratatá, ventana donde desde hace más de una década difunde las nuevas expresiones musicales del mundo y a artistas nacientes de Estados Unidos, Islandia, Alemania, Canadá, Suiza, Inglaterra, Dinamarca, Suecia o Noruega y otros lugares.

Su primer disco se llamó "J’aime pas l’amour" y sólo vendió 50.000 ejemplares. Yo fui a verla por supuesto cuando cantó aquí cerca en una librería ante unas 50 personas una tarde de promoción. No era nadie y se entregaba completa a nosotros creyendo en su arte. Pero ahora, lejos de la Star Academy, la historia es distinta: ¿en qué consiste el extraño encanto de Olivia Ruiz, nacida en la medieval ciudad amurallada de Carcassonne el primero de enero de 1980? Sin duda su fidelidad al arte y a los dictados de la creación.

Ha trabajado antes con The Cramberries, Lenny Kravitz, la compositora Juliette, Chet, Weeper Circus y ahora con Coming soon, The Noissettes, Lonely Drifter y Karen, entre otros. Sus músicos sacan de raros instrumentos sonidos inéditos y su gramática musical se desvía por caminos inusitados como pesadillas de niños perdidos en bosques encantados de Freddy Kruger o sótanos terríficos gobernados por el mundo de Tim Burton y Johhny Deep, al lado de Eduardo Manos de Tijera y Charly and the chocolat factory. Es el inevitable cambio de rumbo de las generaciones, la ley de la renovación inevitable que ya hace ver muy viejos a los Beatles y a los Rolling Stones, tan viejos como abuelos de un acelerado siglo ido, lejano, color sepia, mustio.

sábado, 2 de mayo de 2009

EL ULTIMO FESTÍN DE LA OLIGARQUÍA EGOÍSTA


Por Eduardo García Aguilar


Los diversos festejos del día del trabajo en el mundo se dieron este año en un contexto novedoso tras la grave crisis económica provocada por el capitalismo salvaje y el auge progresivo de las ideas sociales en muchos rincones del mundo, especialmente en América Latina, donde por primera vez gobiernos moderados de izquierda dominan por fortuna en casi todos los países, salvo en Colombia, que vive bajo un régimen de extrema derecha que busca perpetuarse a toda costa.


Uno puede estar o no de acuerdo con algunos de los matices radicales o moderados de esos gobiernos de izquierda en el continente, pero justo es reconocer que por primera vez han sido descartadas de los asuntos de gobierno las oligarquías tradicionales dominantes desde la conquista, y que de manera mesiánica se creían ungidas por Dios y la Virgen como las únicas capaces de gobernar a la plebe.


En un hecho inédito, el polémico presidente de Venezuela Hugo Chávez, un zambo odiado por las oligarquías blancas aristocráticas latinoamericanas, abordó en la cumbre de Trinidad y Tobago al presidente norteamericano Barack Obama para entregarle un ejemplar del libro Las venas abiertas de América latina, que desde hace casi 40 años es la biblia continental de la izquierda.


El libro, que fue escrito en tres meses en 1970 por el entonces muy joven Eduardo Galeano, puede adolecer de fallas y ligerezas en el campo del rigor histórico o documental, pero es innegable que sus ideas fundamentales no pueden ser negadas. Es obvio que el continete fue objeto de rapiña en la conquista primero por los españoles y después, tras la independencia, por los imperios británico y norteamericano, que a su vez intervenían con otros imperios en Africa, Oriente Medio y Asia.


Sería absurdo no reconocer la atroz devastación realizada en la búsqueda del oro y otras riquezas por los sanguinarios españoles, que fue relatada con lujo de detalles por Bartolomé de las Casas en su Brevísima relación de la destrucción de las Indias. Tampoco se puede negar la explotación cruel de los indígenas y el exterminio de millones de nativos, así como el esclavismo practicado por las potencias europeas al comerciar con los negros de Africa.


Algunos derechistas recalcitrantes comienzan ya a cuestionar el libro de Galeano y a su popular propagandista Chávez, a quien desprecian por su figura racial, de la misma forma como critican o se burlan de las capacidades intelectuales de Evo Morales y de sus indios gobernates o de Rafael Correa y su claro interés por el destino de los pobres de su país. El presidente y Premio Nobel costarricense Oscar Arias, en su discurso de Trinitidad Tobago, que circula por internet, quiere incluso eximir a los diversos imperialismos e imputar del atraso latinoameicano a una culpa colectiva « nuestra » y a un « nosotros » muy amplio, que cae por su propio peso, porque en ese « nosotros » del que habla hay muchos niveles de responsabilidad.


Para saberlo basta trazar la historia de las castas oligárquicas blancas que han servido a lo largo de los siglos como representantes e intermediarias avorazadas de esos intereses extranjeros en América Latina. Las oligarquías dominantes y sus delfines, como ocurre en Colombia desde las familias López, Santos, Gómez, Ospina, Lleras, Barco y Pastrana, hasta los actuales herederos del caudillo, tienen como único objetivo enriquecerse rápido y vivir del presupuesto en los cargos diplomáticos, mientras mandan a los hijos de la plebe a morir en la guerra o en su defecto a languidecer en la miseria, lejos de la educación y mínimas garantías sociales, higiénicas y laborales.


El balance de los gobiernos de la oligarquía blanca « ojiazul » y de sus ínfulas aristocráticas de « buena familia », como diría irónicamente el presidente de Brasil Lula da Silva, ha sido el desastre no sólo de Colombia sino de todos los países latinoamericanos expoliados por apellidos tan funestos cuyo interés nunca fue nacional sino a favor de los imperios, los potentados locales y las empresas multinacionales,


En Colombia se nos ha hecho creer que sólo los miembros de cuatro o cinco familias, Santos, López, Gómez, Lleras, Pastrana y sus aliados de sangre o interés son los únicos que pueden hacerse cargo del país y de su representatividad diplomática. Tanto es así que el caudillo, miembro de recientes clases emergentes de provincia, llamó a su gobierno a miembros de esas castas como los Santos en la defensa y la vicepresidencia, los López en Londres, los Gomez en París, Pastrana en Washington o a la Barco en la diplomacia.


Este ejemplo local de nepotismo y favoritismo que se ha reproducido por siglos en todo el continente en torno a una casta endogámica aliada con los intereses foráneos, muestra que con todos sus defectos el libro y las ideas de Galeano, por muy simples que sean, siguen siendo muy actuales y que a partir de ese documento elemental se puede profundizar, si se quiere, en siglos de injusticia, inepcia y saqueo. Incluso los discursos autocríticos pronunciados en los primeros cien días de gobierno por Obama, que no es ningún « terrorista », abundan en plantear cambios necesarios que coinciden con esta nueva ola democrática, social y antioligárquica continental.


No es pertinente pues tratar de imputar los males del continente a « nuestra » única responsabilidad y exonerar a los saqueadores y sus representantes locales ni cerrar los ojos ante el hecho de que durante mucho tiempo los opositores y los agentes del cambio social fueron exterminados antes de llegar al poder o tumbados de manera sangrienta con métodos muy bien orquestados desde los centros mundiales del poder. Ahora a las oligarquías les quedará muy difícil exterminar en bloque a la mayoría de presidentes latinoamericanos con sensibilidad social y mucho menos cuando el propio imperio vive un cambio con la llegada de Obama, que hace parte de la misma oleada que nos acerca en la lucha, al imperio y a sus ex colonias, contra el festín inicuo de las castas y los oligopolios abusivos.