domingo, 28 de septiembre de 2008

REALISMO MÁGICO Y SUCIO EN TIEMPOS DE LA MAGA


Por Eduardo García Aguilar

De manera cíclica cada lustro los nuevos escritores latinoamericanos tratan de plantear una discusión absurda, al oponer el realismo sucio que practican al realismo mágico del buen Gabriel García Márquez y negar con acrimonia a este último toda posibilidad de vigencia presente o futura. Influidos por la literatura norteamericana que leen en pésimas traducciones españolas, los « nuevos » e ingenuos autores, algunos de ellos ya calvos y barrigones, salen a la palestra con sus pastiches de Bukowski y Mailer para decirnos que no hay más tema que la delincuencia, las bandas, los sicarios, el horror, la guerra y la sangre que reinan en calles y campos latinoamericanos, como si eso fuera especificidad única de nuestro continente y novedad humana.

Olvidan que la violencia y las atrocidades del hombre contra el hombre son algo inherente a este animal desde tiempos inmemoriales y que traficantes, pistoleros, ejércitos privados, masacres, genocidios, guerras, secuestros, pirateos y persecuciones han sido una historia repetitiva de nunca acabar desde que hay registros de las acciones del llamado homo sapiens.

Basta hacer una visita al museo del Louvre por los salones de la historia antigua para ve r en imágenes el relato claro de la sanguinolenta saga de guerras sin fin que opone a los pueblos del mundo desde siempre en una lucha sin tregua por poder, dominio territorial, riquezas y supervivencia. Edipo, Electra, Yocasta, Ulises, Penélope, Agamenón, Ajax, Medea, Helena, Ifigenia y otros personajes pueden encontrarlos esos calvos y barrigones « jóvenes autores » de McOndo, denostadores del realismo mágico, en sus propias familias y en su banal tragicomedia personal.
En las salas dedicadas a China, India, Nínive, Babilonia, Egipto, Grecia, Roma, en vasos, frescos, esculturas, murales, columnas, frisos y mausoleos se cuenta la historia de los hombres y vemos cómo la historia mágica de dioses y semidioses es reflejo de sucias realidades concretas. Las grandes tragedias griegas fueron el relato de hechos sangrientos incesantes entre pueblos, tribus y familias, que desde la ley común se transformaron en mitos y leyendas, como ocurrió después en nuestro continente con Tupac Amaru, Bolívar, Zapata, Pancho Villa, Sandino, Che Guevara, Tirofijo y Pablo Escobar, que poco a poco se van convirtiendo en santos y semidioses.

No saben estos « noveles » escritores pre-senectos descubridores cada año del agua tibia, que los grandes libros sagrados indios, mediorientales, nórdicos, europeos, latinoamericanos, son el relato de la violencia, el éxodo, la persecución, la esclavitud, la destrucción bélica y que así como en aquellos tiempos se peleaban por sus dioses, hoy en los tiempos de la supuesta novedosa modernidad sucia que creen defender frente al anacrónico realismo mágico, el mundo vive una guerra atroz entre cristianos, musulmanes, hebreos, hinduistas, budistas, ortodoxos y demás sectas, lo que francamente no nos hace muy distintos a los personajes bíblicos, de las Mil y una Noches, las tragedias y comedias d e Shakespeare y Cien años de Soledad. Si Moisés, Abraham, Cristo y Herodes resucitaran y vieran lo que ocurre en Irak, Israel, Palestina, Afganistán, Colombia, México, Bolivia, Perú, en la ex Yugoslavia y en las fronteras del Cáucaso, simplemente se morirían de risa y sabrían que sus historias mágicas son pan corriente en el siglo XXI.

A todos los congresos a donde los editores llevan en manada a estos pobres « nuevos narradores» ---como ocurrió con los de McOndo y los patéticos 39 menores de 39 que llevaron con lazo cual escolares de primaria o gozques famélicos por Bogotá y Madrid, guiados juiciosamente de la mano de monjas corintelladescas---, los ingenuos despotrican en coro contra el realismo mágico y García Márquez, mientras esgrimen su haburguesa McDonalds chorreada de mayonesa y ketchup barato o la mala traducción de turno de cierto autor gringo, al que muestran como su nueva biblia.

La literatura y la imaginación en general son tan amplias que hay lugar para todo el mundo. A fines del siglo XIX convivían las proclamas y los libros realistas de Emile Zola y Jules Vallès con las historias misteriosas y abracadabrantes de Barbey D‘Aurevilly, Joris Karl Huysmans, Villiers de L’Isle Adam y los demás simbolistas. Ambose Bierce y H. P. Lovecraft compartieron época con John Reed y Marcel Proust y Stephane Mallarmé podían escribir en sus torres de marfil al mismo tiempo que decenas de escritores proletarios lo hacían en infectas buhardillas. En América Latina todo es posible : Jorge Luis Borges y Roberto Artl, Octavio Paz y Juan Rulfo, Lezama Lima y Reynaldo Arenas, Alvaro Mutis, Manuel Zapata Olivella y García Márquez.

Cada autor vive su vida y sus fantasmas. En su gabinete privado decide lo que cuenta. No por nacer en Colombia todos los escritores colombianos estamos obligados por ley a escribir de narcos, paras y sicarios y no por ser argentinos los gauchos tendrán que hablar obligatoriamente y para siempre de Carlos Gardel, Evita Perón y Maradona. La libertad es el espacio de la literatura y ni los « noveles » autores calvos y barrigones del movimiento McOndo o los 39 que van en manada atados al cabestro de sus editores, van a hacernos creer con sus rebuznos desafinados que los únicos temas posibles son los que les ordenan en las ofi cinas de sus editoriales.

La literatura latinoamericana es y ha sido lenguaje, imaginación, rebelión, delirio, poesía y la urbe más concreta es también el espacio lúdico que nos abre con sus invitaciones azarosas el personaje de La Maga, aparecida en la Rayuela de Julio Cortázar, quien como semidiosa griega descubre los laberintos del jazz y el deseo, tal y como antes el movimiento surrealista apareció de la mano de Nadja de André Breton para liberar a la literatura de cabestros y cencerros asnales. El realismo mágico sigue vivo en el mundo de Alá, Cristo, Buda y Jehová, como sigue viva la literatura vital de La Maga cortazariana perdida en las callejuelas terribles y fascinantes de la urbe moderna.

sábado, 27 de septiembre de 2008

CICERÓN Y SUS AMIGOS


Por Eduardo García Aguilar

En Cicerón y su amigos, Gaston Boissier nos ofrece una visión de la sociedad romana en tiempos de César. Con la prosa exacta y concisa de los polígrafos decimonónicos, el autor nos hace vivir los tiempos de Cicerón y describe con maestría los ámbitos donde se desarrollaron sus proezas oratorias. Tal vez todo aquello sólo pertenezca a la ficción, o sea la novela imaginaria de un contemporáneo sobre un imperio tan lejano en el tiempo, que todo acercamiento a sus glorias se vuelve quimera. Pero asistimos así a los estrados del foro romano y observamos a los senadores de cabellos hirsutos vociferando mientras afuera, por las calles de tierra, la algarabía de libertos, esclavos, soldados y extranjeros se acrecienta al llegar una legión de las Galias. Por el Aventino o al lado del Tíber, los contertulios de Atico o Clodia hacen la fiesta en lujosas mansiones. En el Coliseo varios lones devoran a un esclavo y dos gladiadores pelean a muerte ante la vista excitada de los espectadores. Como en la actualidad, los hombres luchan por el poder en medio de intrigas y traiciones. Los candidatos compran los votos y la masa recibe hoy con vítores al derrotado de ayer, a quien escupieron sin límites.
Ante la angustiosa imposibilidad de palpar las épocas remotas, toda reconstrucción histórica nos atrapa en su redes de ébano. Para conocer Bizancio recurrimos al Belisario de Graves ; para conocer Roma acudimos a las Memorias de Adriano de Yourcenar. Así tenemos la ilusión de palpar seres míticos, de asistir a sus cenas y de conocer sus pasiones. No importa que de su verdaera historia sólo nos lleguen ecos de otros ecos, sombras de otras sombras. Como un caracol interminable el tiempo destiñe sus colores auténticos y en la concavidad oscura su grito se vuelve el guiño de un poeta. El cine de la materia nos proyecta el derroche de Dolabela, la lujuria de Clodia, a la que Catulo hizo Lesbia, la derrota de Pompeyo y el triunfo de César. Por el Mediterráneo, una nave carga estatuas marmóreas hechas en Atenas y, entre la noche, un centurión incita al pillaje de una población oriental y perdida.
Qué poca diferencia hay entre aquellos tiempo s y estos, si nos atenemos a la sabia descripción que de aquel imperio hace Boissier. Tres frentes se disputan el protagonismo de una época : la masa, el populacho, que se deja llevar por las pasiones y por las vanas promesas ; los políticos ambiciosos que se apoyan en los intereses de una casta y los poetas, que fluctúan entre la tribuna y los caracoles de ébano de su fantasía.
Al referirse a las indecisiones y fracasos de Cicerón, el autor dice que « el literato goza de un talento más completo, más capaz, más amplio, que el político, y esta amplitud le estorba y le contraria cuando pone mano en los negocios. Suele preguntarse qué cualidades se debe poser para ser hombre de Estado. ¿No sería más justo averiguar cuáles son las que conviene que falten ? ¿No se revela muchas veces la capacidad política por límites y exclusiones ? Una vista de las cosas demasiado fina y penetrante puede ser un obstáculo para un hombre de acción, que debe tomar decisiones rápidas a causa del gran número de razones contrarias que le ofrece. Una imaginación demasiado viva, presentándole muchos proyectos a la vez, le impide fijarse en ninguno » .
Boissier, que publicó este libro en 1865, fue hijo de una época que todavía no se desbocaba por los abstrusos meandros de la ciencia social. El sabio decimonónico, fiel a sus clásicos, tenía mucho más tiempo para llegar a la esencia del acontecer histórico, ya que no interferían en sus investigaciones los conceptos « científicos », las diacronías y las sincronías de una mecánica del espiritu. Viejos sabios de duna y atardeceres, los polígrafos sabían que la vida era un caracol incesante y que las pasiones humanas difieren poco a medida que pasan los siglos. No requerían de vanas y eruditas estadísticas para desentrañar las ambiciones de un tirano o la ingenuidad de un demócrata. No se fiaban de ciertas periodizaciones para adivinar a posteriori las razones de un asesinato político.
Por el contrario, el pecado de Boissier y sus amigos, padres de la historiografía francesa, consistió en fiarse demasiado en el lado humano de su protagonistas. Al leerlo, la historia no se nos aparece como una máquina de procesos escalonados tendientes a un fin paradiasiaco, sino como un círculo concéntrico donde los nuevos adminículos y l as nuevas costubres no logran diluir las esencias. Como emanaciones de una roca milenaria, como viscosidades de un molusco centenario, cual corales, los hombres reproducen sus conflictos a su guisa, imprimiéndoles tonalidades inéditas. Hoy como ayer, del fondo de los barrios plebeyos, aparece de pronto la horda que venga la humillación de los suyos. Hoy como ayer, los gobiernos revolucionarios que acceden al poder cargados de ilusiones se vuelven de inmediato conservadores : « Ordinariamente, los partidos son injustos en sus quejas cuando se ven vencidos, crueles en sus represalias cuando vencedores y dispuestos a permitirse sin escrúpulos, en cuanto pierden , lo que censuran severamente a sus enemigos (…) El éxito es algunas veces más fatal a las coaliciones que los descalabros. Cuando el enemigo común, cuyo odio los reúne, está vencido, reaparecen las disensiones particulares », nos dice el autor de Cicerón y su amigos.
Boissier, Michelet, Montaigne, buceadores palpitantes del pasado. Novelistas del tiempo. Su lectura, que nos lleva a la tranquila disección de la historia, nos ayuda, muchos siglos después, a entender un presente cuyos misterios son simples como el viento y la lluvia. Agredidos por la absurda información diaria, no tenemos sosiego=2 0para entender la concéntrica circulación de lo mismo. Aplastados por la noticia, deshechos por la minucia del acontecimiento, somos mucho menos que la plebe de Roma y Bizancio. Juguetes sin voz y sin voto. Prisioneros dentro de los caracoles de ébano de la historia.

-------Gaston Boissier, Ciceron y su amigos (2 tomos). Biblioteca Joven. Fondo de Cultura Económica. SEP/CREA. México, 1986. 209 y 189 pp.

Sábado. Uno mas Uno. Octubre 11 de 1986.

sábado, 20 de septiembre de 2008

MANIZALES Y LA BECA NACIONAL DE TRADUCCION

Por Eduardo García Aguilar

Jay Miskowiec, traductor y editor estadounidense, acaba de ganar la Primera Beca Nacional de Traducción Literaria del Ministerio de Cultura 2008 para vertir al inglés mi tercera novela El viaje triunfal, publicada en Colombia por TM Editores, en México por Nueva Imagen, en España por Altera y traducida al begalí y publicada en Calcuta (India) en 2005.

El traductor estadounidense ha realizado una importante labor de difusión de la novela latinoamericana en el muy cerrado espacio de Estados Unidos, al publicar autores brasileños, argentinos y mexicanos en la editorial Aliform (
www.aliformgroup.com) y trabajar conjuntamente con el maestro Gregory Rabassa, el celebrado traductor de García Márquez, Jorge Amado y Julio Cortázar, de quien Miskowiec fue discípulo en Nueva York.

Miskowiec (1958) doctor en letras y profesor del Minneapolis College de Minessotta, debe entregar en unos meses la traducción de la novela, que será publicada en la primavera de 2009 en Estados Unidos y presentada en Nueva York, como ocurrió antes con la precedente Bulevar de los héroes, publicada en México y traducida al inglés, pero aún inédita en Colombia.

El ganador de la beca ha traducido y publicado también en inglés mi libro de relatos Urbes luminosas y el ensayo Delirio de San Cristóbal. Manifiesto para una generación desencantada, hechos que son casi desconocidos en mi país, como los de otros autores colombianos no costumbristas ni escandalosos, debido a que por medio de un golpe de estado literario el canon narco-sicarial autobiográfico en boga en el país se adueñó totalmente del imaginario literario colombiano.

El jurado, compuesto por los traductores y académicos Juan Manuel Pombo y Timothy Keppel, otorgó la beca a Miskowiec porque El viaje triunfal « es una novela bien escrita que capta una época histórica de América Latina de las generaciones del modernismo y el vanguardismo, es una traducción bien ejecutada y es interesante que se conozca ese periodo fuera del país. La experiencia del traductor es sólida, con una buena formación académica ».

Como se que algunos de mis contemporáneos, los editores de Bogotá y la crítica reinante en Colombia tratarán de ocultar a toda costa la noticia, no me queda más remedio que expresar mi opinión sobre un veredicto que para mi significa una bienvenida rebelión contra la narrativa en boga y un reconocimiento a otros autores alejados del neocostumbrismo escandaloso y autobiográfico, considerado ahora como única alternativa literaria válida en la novela nacional.

La novela galardonada hace parte de una trilogía que trabajé muchos años durante mi residencia en México y que está compuesta por Tierra de leones, Bulevar de los héroes y El viaje triunfal, obras donde trataba de exorcizar desde la diáspora los demonios de la infancia y la adolescencia literarias vividas en mi ciudad natal Manizales.

Puesto que un gran sector de la novelística de todos los tiempos aborda el tema de la fundación, como es el caso de Cien años de Soledad, y relata la infancia, los ancestros, el poder, la rebelión y el transcurso del tiempo que todo lo difumina y lo aniquila, haciendo trizas las esperanzas de las generaciones, estas tres novelas salieron desde el fondo, después de muchos intentos en la adolescencia y los años estudiantiles de París sobre el el tema de la fundación, el auge, la gloria y la caída de la ciudad de Manizales.

Para efectos literarios, Manizales es perfecta para una novelistica de sagas fundacionales humanas, pues fue creada en el siglo XIX por jóvenes colonizadores de éxodo bíblico que se fueron hacia las selvas baldías del sur a abrir un nuevo mundo de la nada. El pueblo que fundaron vivió un auge espectacular, a l convertirse en centro mundial de la producción de café, generando enormes excedentes y, bajo la tutela de la Iglesia, que todo lo domina, emprende la construcción de obras espectaculares.

Pero la catástrofe iniciática no tardaría en llegar y sufre incendios y terremotos destructores de los cuales se levanta de nuevo para crear la ciudad moderna, reconstruida por arquitectos extranjeros adictos al art-deco y a la desmesura. Y en medio de esa reconstrucción se irguió una Catedral gigantesca que busca con desmesura traducir en las alturas de los Andes el milenario esfuerzo gótico medieval europeo y la gesta de los arrieros. Un siglo después de la fundación, las fuerzas de la juventud surgidas de mayo del 68 en todo el mundo, con el rock, la salsa y la liberacion de costumbres, comienzan a minar ese mundo católico, cerrado y ultraconservador que dominó la vida desde su fundación.

Puesto que hago parte de esta tierra y mis ancestros fueron colonizadores antioqueños que venían desde Sonsón y Santa Rosa de Osos en busca de la tierra prometida a finales del siglo XIX y soy un lejano descendiente de los tiempos del rock y la revolución, escribí desde distintos ángulos esa historia maravillosa que se dio a l o largo de un siglo.

Tierra de leones cuenta la historia de Leonardo Quijano, loco lúcido que vimos por las calles imprecando el mundo que lo rodeaba, Bulevar de los héroes relata la historia de Tulio Bayer, un médico ilustrado que se rebeló y se volvió guerrillero para terminar exiliado en una torre de París y El viaje triunfal aborda la vida de Arnaldo Faria Utrillo, escritor imaginario modernista y vanguardista que le da la vuelta al mundo y regresa a morir y ser devorado en su tierra.

Estas obras desconocidas en Colombia siguen emprendiendo ahora el viaje en inglés de la mano de Jay Miskowiec, uncidas sorpresivamente en esta Primera Beca Nacional por un jurado probo, lo que muestra en definitiva que uno puede a veces ser y no ser profeta en su tierra.


lunes, 15 de septiembre de 2008

RATZINGER EN UN CONVENTO MEDIEVAL DE PARIS


Por Eduardo García Aguilar


El Colegio de los Bernardinos , fundado en 1247, es una bella edificación medieval que acaba de ser restaurada con motivo de la visita del papa Joseph Ratzinger a París este viernes y sábado 12 y 13 de septiembre de 2008. Casi a medianoche, cuando ya han pasado todos los ajetreos de su llegada, la visita al Palacio Elíseo, el discurso sobre la “laicidad positiva” en esta vieja edificación, y las vísperas en Notre Dame, busco con ansiedad el edificio entre las callejuelas que dan al Bulevar Saint Germain.


En medio de la noche, cuando todos se dispersan y los vehículos desaparecen, es nutritivo detenerse a ver estos vestigios milenarios, como la Torre Saint Jacques, que después de una década de trabajos de restauración fue revelada a los ojos de los transeúntes y los amantes del arte que la vieron escondida en una caja de herméticos andamios.


Al Colegio lo abrieron tres días a comienzos de septiembre para mostrarlo después de cinco años de trabajos, pero no había tenido tiempo de verlo en esa pequeña calle de Poissy, situada entre la Calle de las Escuelas y el bulevar Saint Germain, en pleno epicentro del Barrio Latino, llamado así porque durante siglos la lengua de los estudiantes de teología en esta zona histórica fue el latín. No lejos de aquí estaba el convento de Saint Victor que desapareció totalmente y en su lugar se elevan las horrendas edificaciones de cemento de la Universidad de Jussieu, construidas durante la locura urbanística de los años 60.


De todos los rincones de Europa llegaban los estudiantes a seguir en estas escuelas eclesiásticas las enseñanzas de los más reputados maestros en boga en ese medioevo monacal, que Ratzinger ha venido esta tarde a elogiar en un discurso ante personalidades de la cultura. Buscar ese edificio cargado de historia, no es tarea difícil, pero me dejo llevar por el azar en esta medianoche de suave brisa, caundo aún quedan las vallas en todas las calles por donde pasó el papamóvil y las luces encendidas para resaltar las edificaciones históricas.


Notre Dame está llena de gente y las luces la bañan toda después de que el jerarca celebró las vísperas. Adentro hay agitación y música y se prepara una procesión de antorchas que en la madrugada irá hasta la explanada de los Inválidos, donde este sábado el Papa celebró la misa de rigor ante unos 200.000 fieles. Jóvenes creyentes de todo el país deambulan por las calles o instalan en las plazas sus carpas y colocan sus morrales; las fuerzas de seguridad controlan las esquinas que comienzan a estar desiertas y los barrenderos limpian todo a su alrededor con la minucia de todo fin de fiesta. Es raro ver la ciudad tan iluminada y tan desierta, pero algunas iglesias como San Severino están repletas y afuera, en el patio monacal, entre las arcadas góticas los visitantes de provincia descansan y consumen alimentos y refrescos después de un día dedicado a recibir a su jefe espiritual, como lo hacen budistas, ortodoxos, musulmanes y judíos.


Los comentaristas debaten sobre la figura de este papa intelectual, erudito, que durante su vida ejerció con timidez la enseñanza en todos los rincones del mundo. Me acuerdo que oí hablar por primera vez de este cardenal a un amigo filósofo y muy erudito, Carlos Arturo Orozco Grajales, quien fue monje benedictino en El Rosal, en la sabana de Bogotá y me relataba las airadas discusiones que tenía con este teólogo alemán contemporáneo de Hans Küng y Jürgen Habermas, cuando yo lo visitaba largas horas en ese monasterio donde se destacaba por sus amplios conocimientos y buena pronunciación del latín. Como eso fue hace muchos años, yo sé que Ratzinger tal vez gozó del chocolate santafereño en esas heladas y brumosas mañanas de la altiplanicie sin saber que un día llegaría a ser Papa.


Puesto que nací en la órbita del mundo cristiano y católico hispanoamericano y aunque me considere ateo, liberal ilustrado y libertino, debo reconocer la profunda empatía con esos monumentos milenarios construidos por la Iglesia y el arte que se ha producido en su entorno. Suelo muchos domingos escuchar en la Iglesia de San Eustaquio los espléndidos conciertos de órgano, en uno de los más bellos instrumentos que reina en la basílica donde fue confirmado Luis XIV y está enterrado el ministro Colbert. También suelo ir a Saint Etienne du Mont a escuchar el órgano, de pie, junto a las tumbas de Racine y Pascal y de Santa Genoveva, a donde he llevado algunos escasos amigos, porque la sé muy benévola con los amantes de París y muy valiente al reconfortar a los habitantes de esta ciudad en el siglo VI, cuando los amenazaba una invasión de Atila, el malfamado rey de los Hunos.


Por eso ahora busco este colegio de monjes estudiosos y lo encuentro por fin ahí en esa calle que hasta ahora pasaba inadvertida a cualquiera. Un joven sacerdote que caminaba por ahí me ha dado las indicaciones precisas. Es una joya arquitectónica. Está iluminada como nunca lo volverá a estar porque la acaban de inaugurar con una conferencia de Ratzinger. Trato de fotografiar el edificio desde ciertos ángulos para transportarme cientos y cientos de años atrás en los tiempos de la agitación latina.


Y de repente, desde un ángulo preciso, entiendo cómo pudo haber sido ese edificio rodeado de árboles y campiñas en la parte izquierda de la ciudad junto al Sena que Luis Felipe, el constructor de las murallas, entregó a los clérigos para que construyeran escuelas que hoy todavía sobreviven como la iglesia de Saint Germain y este convento tan bello que hoy ha renacido en París. No hay nadie en la calle, hay un viento suave y mucha luz. En este claustro los monjes transcribían con caligrafías exquisitas los viejos clásicos que hoy todavía nos iluminan.Ahora está desierto e iluminado como una aparición gótica en medio de la urbe moderna, cargada de milenos, vacío, nada y eternidad.

domingo, 7 de septiembre de 2008

CANTINFLAS EN LA ALAMEDA


Por Eduardo García Aguilar

Las colas eran interminables en la famosa y centenaria Alameda central cercana al Palacio de Bellas Artes, donde reposaba el cuerpo de uno de los hombres más importantes del siglo XX en México y América Latina, el maravilloso Cantinflas, cuyo personaje inolvidable f ue y es la versión hispanoamericana del Quijote y una metáfora mordaz de la vida humana, con sus triunfos vanos y fracasos.

A lo largo de medio siglo, este hombre humilde, este peladito que se inició desde Tepito en las carpas y los burlesques de las barriadas y ascendió a la fama mundial como pocos, caracterizó el absurdo destino humano y a los personajes típicos de nuestro universo folclórico de corrupción, como presidentes, curas, militares, bandidos, policías, políticos, mafiosos y tantos otros caracteres que constituyen el ser esencial hispanoamericano desde el trascendental Quijote de la Mancha y los pícaros encabezados por el Buscón y el Lazarillo de Tormes.

De una ternura sin par y sin que fuera perseguido gracias a su popularidad, pocos lograron como él burlarse de los poderes: su sarcasmo no tenía límites al usar ese lenguaje incomprensible y barroco, sincrético, macarrónico, mordaz, con el cual curas, poíiticos, militares, sindicalistas corruptos "charros" y ladrones nos engañan desde hace siglos.

Y con él todos reíamos: abuelas, bisabuelas, tías, primos y niños de la ya lejana época inicial de la televisión, cuando todavía para presentar una película se debía armar un tinglado dinosáurico de proyectores y pesadas latas amenazadas siempre por la avería en las plazas de pueblo o en los viejos teatros sobrevivientes del cine mudo y los clásicos en blanco y negro, nostálgicos de Charles Chaplin, los Hermanos Marx y El Gordo y el Flaco.

En las salas de cine de todas las ciudades y pueblos latinoamericanos las colas para ir a verlo fueron siempre tan nutridas como ese día final en que su cuerpo inmortal fue llevado a esa sala de hombres ilustres vivos y muertos que es el Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México, situado no lejos de El Colonial y otras carpas donde al final del siglo XX seguían presentándose los héroes del burlesque semiburdelesco que hacía desternillar de risa a los amantes de lo lépero y lo obsceno, a los pobres borrachines de barriada y a los habitantes de los inquilinatos.

Nació el 12 de agosto de 1911 y murió el 20 de abril de 1993, cuando se paralizaron México y América Latina enteros para rendirle homenaje a su ídolo. Bajo la llovizna la gente esperaba todas las horas necesarias en un silencio casi espectral que se observaba desde las alturas de la Torre Latinoamericana, y ese era el silencio de la gente del pueblo, las tías, abuelas, madres, hijos, padres, niños provenientes de todos los puntos cardinales de la urbe metálica: la familia continental en pleno. Ahí estaban de pie con sus bolsas llenas de tacos, tamales y refrescos, hasta que por fin accedían al Palacio a inclinarse ante su féretro. Y así fue hasta que por fin se lo llevaron al Panteón Español, lo que parecía mentira para quienes lo creían inmortal. Un pueblo entero quedaba huérfano.

En toda América Latina nos reíamos con Tintán, Clavillazo, Viruta y Capulina, con Sara García, pero nadie igual a él, con esa malicia ladina del que todo lo dice sin decir nada. Su sola aparición en la pantalla ya nos emocionaba y nos hacía estallar de risa, su lenguaje llegaba a todo el continente como la metáfora del absurdo novelesco de nuestra existencia. Diríase que Diógenes Bravo, Úrsulo, Sócrates García, el padre Sebas, Fidencio Barrenillo, Lopitos, Rogaciano, Feliciano Calloso, el portero, el piloto inocente, son los verdaderos personajes de la gran novela latinoamericana surgidos desde México. Habría que reunirlos a todos y ellos solos se encargarían de hacer palidecer las mejores novelas y obras coronadas, pues su autenticidad no tiene límites. Oir, ver y reir, he ahí el asunto primordial.

Un año antes, el día de su cumpleaños, hablé con él por teléfono para pedirle declaraciones. Al otro lado del auricular la voz del mito se escuchaba en esa oficina de un decadente viejo edificio de Insurgentes donde tenía su oficina. Se oía el cruce de los autos afuera, en medio del polvo, en ese rincón detenido del progreso mexicano donde se había refugiado entre las Colonias Roma y la Condesa. Lo había visto alguna veces desde lejos en medio del ajetreo de la gloria y la prensa y desde niño en el cine, pero otra cosa era escucharlo al otro lado del teléfono tratando de responder con chistes malos e incomprensibles a mis preguntas con la amabilidad y generosidad del senecto humorista que se acercaba al final. Le seguí la corriente un buen rato, pues sabía que estaba hablando con la historia.

Cómo olvidar en blanco y negro Ahí está el detalle (1940), Gran Hotel (1944), A volar joven (1947), El supersabio (1948), El bombero atómico (1950), Abajo el telón (1954), Si yo fuera diputado (1951), Entrega inmediata (1963), vistas en el viejo teatro Olympia de mi ciudad natal Manizales, a las que siguieron las películas a color, tal vez menos logradas, como La vuelta al mundo en ochenta dias (1956), Sube y baja (1958), El Padrecito (1964), Su excelencia (1966), El profe (1970) y El Quijote cabalga de nuevo (1972), entre otras muchas. En esos filmes todo el continente aprendió a conocer los profundos laberintos humanos, políticos, sociales y culturales de un país que ha sido y sigue siendo el hermano mayor de América Latina, como múltiple civilización prehispánica y Nueva España que fue, así como vecino del Imperio que lo desmembró y lo devoró, pero que al fin vuelve tal vez a ser conquistado por estas lenguas y este sentido de la autoburla y la irrisión que nos domina, en una comedia interminable de caudillos, dictadores, mafiosos y autoridades corruptas.

Habría que haber visto a esa muchedumbre en las interminables colas de la Alameda Central para comprender el amor de todo un pueblo por quien supo representar sus miserias y expectativas y decir en voz alta, a través de la risa, la profunda indiferencia que sienten los de abajo por quienes los dominan y los explotan a lo largo de vidas anónimas, dominadas por la carencia, la desesperanza y la lucha. Con Cantinflas el mundo se ponía al revés y el pelado era el rey, el "chato" verdadero que nutre y hace la cultura de un país y lo hace vivir a pesar de su vampiros multinacionales.