lunes, 30 de abril de 2007

SEGOLÈNE ROYAL EN BIKINI AZUL

Por Eduardo Garcia Aguilar
Pierda o gane, Segolène Royal ha pasado a la historia contemporánea de Francia. Nacida hace 53 años en Dakar, en Senegal, hija de un militar y crecida en una numerosa familia provinciana y modesta de clase media, esta mujer es ejemplo típico del ascenso por méritos propios a las altas esferas de la política francesa. De joven cuidó niños en Inglaterra y fue tan buena estudiante que escaló todos los puestos hasta graduarse en Ciencias Políticas e ingresar a la Escuela Nacional de Administración. Allí conoció a su cómplice y compañero de vida Francois Hollande, actual secretario general del Partido Socialista, con quien tuvo cuatro hijos.
Pero su estrella comenzó muy pronto cuando fueron cooptados como jóvenes promesas por importantes asesores del presidente François Mittterand, que gran donjuan y amante desbordado de faldas, sin duda quedó maravillado por la belleza y el sex appeal de esta joven y severa funcionaria. Primero fue joven ministra de Ecología y a medida que nacían sus hijos, tuvo cargos en educación y asuntos de la familia, que desempeñó a veces embarazada. Ya desde entonces abrió con tino político las puertas de la clínica de maternidad a las revistas del corazón para que vieran a su ministra amamantando a sus bebés o extendida después de dar a luz. En el verano pasado fue sorprendida en bikini azul nadando en las playas del sur, mostrando su bello cuerpo ante la sorpresa de todos. Para sus 53 abriles se observaba muy bien, coincidía toda la prensa. Segolène es todo un encanto, comparada al muy feo Sarkozy. Se comprende que el ya muy anciano presidente Mitterrand exigiera y ordenara, autoritario como era, que su bella asesora lo acompañara en algunas de sus giras, aunque no fuera necesario.
Claro que hace unos meses, cuando la vieron nadando como sirena con su bikini azul, nadie imaginaba ni podía siquiera calibrar en el sueño más delirante que algún día llegaría a ser la candidata presidencial de su partido, en un país muy machista donde los candidatos surgen después de décadas de dura batalla entre un vasto sanederín de hombres ambiciosos rodeados de mujeres de adorno. Como en los buenos tiempos del Antiguo Régimen monárquico, la Revolución, los años napoleónicos, la Restauración o las viejas repúblicas, para acceder a una candidatura con posibilidades habrá sido necesario descabezar antes a centenares de rivales. Los presidentes franceses fueron siempre viejos zorros de colmillos afilados como Pompidou o Chirac o leyendas como el general De Gaulle o Mitterrand, no menos astutos y expertos en las luchas palaciegas.
Segolène Royal logró pasar inadvertida como la mujer bonita de un poco agraciado líder del partido, algo chistoso y barrigón. Ninguno de los prohombres de ese movimiento lleno de talentos como Bernard Kouchner, Laurent Fabius o Dominique Strauss-Kahn, entre otros muchos, pudo pensar alguna vez que mientras impedían el ascenso del simpático François Hollande, éste preparara en secreto la carta de su mujer y en una jugada maestra, manipulando muy bien a la opinión, logró obtener para ella en 2006 la candidatura presidencial en los comicios internos del partido.
Pero incluso así, la campaña fue dura para ella: los compañeros socialistas se burlaban en secreto por sus supuestos errores e incompetencia, en lo que eran seguidos por los políticos de derecha, que no le perdonaron la más mínima inexactitud o torpe declaración. Se la consideraba autoritaria, dura, superficial, ambiciosa, altiva, desleal, oportunista. Hace poco se decía incluso que ni siquiera pasaría a la segunda vuelta y se preparaba en el partido la noche de los cuchillos largos.
Royal aprendió en la dura lucha y poco a poco fue luciéndose hasta lograr a su favor una votacion que redujo a migajas a los otros cinco candidatos de las izquierdas, desde el comunismo al ecologismo, y la acercó al candidato de la derecha Sarkozy. Esta semana, después de las elecciones del 22 de abril, en el lapso que la llevará a la segunda vuelta, ha resultado tan astuta que logró el sábado imponer un debate público con el derrotado centrista Bayrou, en el que ambos coquetearon prometiendo un cambio en la polarización estricta derecha-izquierda, hasta ahora reinante en la política francesa. Sarkozy, que siempre despreció a Bayrou, quiso impedir con sus poderosas relaciones con el alto poder mediático ese debate que se hizo contra viento y marea, abriendo a Royal la posibilidad de rescatar millones de votos hacia el centro.
A una semana de la vuelta definitiva el panorama opone a una derecha fuerte, imponente y severa en el poder, que cuenta con la enjundia desesperada de Sarkozy y los votos de la extrema derecha, contra un socialismo dulcificado con aires de centro, cobijado por los encantos de la bella cincuentona Segolène, la del bikini azul. Gane quien gane, Francia ha dado un gran ejemplo al llevar a las urnas a casi todo el pueblo y reducir a muy poco el abstencionismo. Sea Sarkozy o Segolène, el ganador entra al poder con toda la legitimidad de las urnas para aplicar sus programas, que son tan opuestos como la luz y las tinieblas.
*********

lunes, 23 de abril de 2007

EL LIBRO EN LOS TIEMPOS CAROLINGIOS

Por Eduardo García Aguilar
En los viejos tiempos de los reyes carolingios, que reinaron desde 750 de nuestra era hasta fines del siglo IX, conventos, abadías, catedrales y palacios reales en Europa se dedicaron a la transcripción minuciosa de miles de libros y documentos antiguos, gracias a lo cual hoy podemos gozar de las obras de filósofos, poetas, dramaturgos, científicos, historiadores y cronistas clásicos, que fueron luego redescubiertos por los humanistas del Renacimiento.
Todas esas joyas conservadas después de más un milenio y cuya calidad de factura es asombrosa, pueden observarse en la Biblioteca Nacional de Francia de la calle Richelieu, donde están expuestas por primera vez en mucho tiempo en la muestra denominada "Tesoros Carolingios", un verdadero regalo para los maniáticos de la escritura y los bibliópatas.
Los libros de todos los tamaños fueron copiados en los scriptorium sobre pergaminos y traen al interior las más bellas estampas de artistas, pintadas con todos los matices de colores, incluso de oro auténtico. Están además empastados con metal, madera, marfil y joyas preciosas. Las letras traen ornamentaciones trenzadas exquisitas de tipo geométrico o con animales y lugares fantásticos y pájaros exóticos, que expresaban el delirio artístico de los calígrafos, mientras afuera reinaba el hambre, la guerra y la peste.
Ahora que con la red internet y los blogs estamos viviendo otra revolución editorial y de comunicación tan importante como la realizada por Gutemberg con la creación de la imprenta, vale la pena recorrer estas vitrinas y ver de primera mano el trabajo de nuestros ancestros los monjes para darnos cuenta de que estamos a la vez muy cerca y muy lejos de aquellas proezas. Siempre es fascinante y saludable comprender que nuestros tiempos, tan bárbaros como aquellos, están asentados sobre siglos de actividad cultural de la humanidad. Que hace miles de años hubo ciudades enormes y bellas, ciencia, medicina, cultura y hombres sabios que reflexionaron e inventaron y se arriesgaron frente a los tiranos. Ahora que nuestros presidentes del siglo XXI son casi todos brutos, ignorantes, violentos y ladrones como George Bush y Osama Ben Laden y sus acólitos del mundo, da gusto recordar que hubo alguna vez reyes y cortesanos ilustrados.
El gran Carlomagno (747-814), que es para nosotros una figura de leyenda pero fue muy real, amplió y dio todas las facilidades a los centros educativos que formarían maestros, religiosos, funcionarios y copistas eclesiásticos y laicos encargados de plasmar para siempre los logros de ese lapso de extraño esplendor intelectual. Allí se enseñó la lectura y la escritura del latín, la teología y el cálculo y luego las artes liberales que debía conocer todo hombre libre, divididas en el trivium (gramática, retórica y la dialéctica) y el cuadrivium (aritmética, geometría, música y astronomía).
Terencio, Cicerón, Virgilio, Séneca, Suetonio y otros más fueron redescubiertos y tomados como modelos de escritura latina, al mismo tiempo que se estudiaron todos los avances científicos en materia médica, arquitectónica, botánica y agrícola dejados en tratados y manuales por los antiguos y que poco a poco reaparecieron en los viejos rollos griegos y latinos perdidos. Esa actividad exige la uniformización de la escritura y el rigor en la corrección de los textos, lo que conduce a la creación de la letra carolina, mucho más clara y de fácil lectura, que deja atrás la retorcida caligrafía casi ilegible de los tiempos merovingios.
Esos activos lugares en Aquisgrán, Corbie, Saint Denis, Reims, Metz, Saint Amand, se convirtieron en centros culturales, donde bajo la orden de las más altas autoridades desde Pipino III el Breve hasta Carlomagno, lo escrito adquirió una importancia central, en una especie de extraordinario renacimiento que hoy nos maravilla y que floreció después de siglos de oscuridad, ruina y decadencia tras el fin del esplendor greco-romano. Las artes del imperio oriental bizantino y de Irlanda fueron importadas por el soberano para mejorar la calidad de los manuscritos y desde todos los puntos cardinales llegaron expertos maestros encargados de formar la nueva élite artística.
Esta dinastía casi logra la unidad total del Occidente con la aplicación de reformas religiosas, administrativas, legislativas y educativas en las que desempeñaron papel fundamental sabios y consejeros eruditos instalados en la corte. Pero después de Carlomagno, al dividirse el reino entre los celosos herederos, la decadencia y las invasiones normandas dieron la estocada final al auge de los copistas carolingios.
Tener casi en las manos esas joyas, verlas desde todos los ángulos, apreciar sus perlas y sus gemas, imaginar al calígrafo y al ilustrador inclinados sobre los pergaminos en los lejanos monasterios, es una sensación inolvidable y nos prueba que la humanidad no siempre fue violenta y estúpida como hoy.
**********

lunes, 16 de abril de 2007

CANCIÓN

LA MUSA DE LOS EXISTENCIALISTAS

Por Eduardo García Aguilar

Tiene 80 años y su cuerpo altivo y delgado, bajo la luz circular de los proyectores, se insinúa bajo la tela del largo vestido negro ceñido que lleva desde hace 60 años por los escenarios del mundo. Pero ahora, en este febrero del suave invierno del año 2007, Juliette Greco está en el centro del escenario del Teatro de Chatelet al lado de otra leyenda, el pianista Gerard Jouannest, quien compuso la música para cuarenta canciones de Jacques Brel.
El teatro está a reventar y la electricidad se siente en el ambiente del lugar donde danzaron Nijinski y el ballet ruso en 1909. Cuando se presenta la llamada musa de los existencialistas la gente acude pensando que tal vez será el último concierto del ícono. Se imaginan que de entre bambalinas saldrá una anciana encorvada y temblorosa y por el contrario aparece esbelta, con inconfundible energía y luego caminará erguida hacia el micrófono, toda de negro vestida, mientras el público aplaude a la más grande leyenda viva de la canción francesa. A ese mundo llegó ella incitada por Jean Paul-Sartre, quien le ayudó a escoger las primeras letras de poetas y le consiguió una cita con el pianista Joseph Kosma para que le enseñara a cantar.
Eran los tiempos de la posguerra y El Tabú y La Rosa Roja, entre otras tabernas del barrio latino, se habían convertido en lugares de fama mundial, pues allí los nuevos hedonistas paganos se reunían a delirar luego de la Segunda Guerra Mundial y el genocidio nazi, todavía frescos en su horror mortífero. Las revistas estadounidenses Life y Times y otras publicaciones del mundo saludaban la emergencia de esa generación existencialista francesa que se vestía de negro y hablaba de filosofía entre la humareda nicotínica de los bares. Maurice Merleau-Ponty, Boris Vian, Albert Camus, Simone de Beauvoir y Sartre, al lado de Raymond Queneau, Jean Cocteau, Jean Marais, Marcel Marceau, Jacques Prevert, François Mauriac, Marguerite Duras, se daban cita allí donde circulaba el vino, la poesía y el amor. La filosofía, la poesía y la cultura en general habían conquistado los bares y aunque la explosión mediática falseaba la esencia del movimiento, Sartre aceptó que la Greco fuera considerada por la prensa como la musa y emblema del existencialismo.
En una hoja del 25 de julio de 1950 escribió el autor de El Ser y la Nada que él, compositor y autor lírico, se comprometía a entregarle a Juliette una canción escrita de su puño y letra antes del 10 de agosto de ese año. Los amigos de los bares El Tabú y La Rosa Roja la convencieron de pasar de la actuación a la canción para animar las noches de fiesta en esos lugares convertidos en tremendos éxitos comerciales. La guerra quedó atrás y los jóvenes sobrevivientes de los campos de concentración y de la Resistencia contra el invasor alemán y sus colaboradores volvían a la vida y querían beber y divertirse.
Existir ya era un milagro suficiente. Eran existencialistas. Y con ellos renacieron la literatura, el cine y el teatro, florecieron de nuevo las editoriales confiscadas, así como los diarios y las universidades. La menuda y gótica Juliette Greco sedujo a todo el mundo y pronto fue invitada a hacer cine en algunas producciones de Hollywood, bajo la protección de su amante, el anciano y poderoso productor Darryl Zanuck. María Callas, Orson Welles, Cary Grant, Tyrone Power, Marlon Brando, Trevor Howard, John Huston, Ava Gardner y otras estrellas la admiraron o la desearon. Fue la rompecorazones de la época y rechazó muchas ofertas que la invitaban a trivializarse en la danza millonaria del éxito para seguir fiel a su mito de cantante intelectual, amiga de poetas y filósofos, selectiva en la elección de las letras de sus canciones. Siempre escogió la calidad frente al fácil éxito masivo. Un piano y un acordeón y su voz: con esos tres instrumentos pasó de un siglo al otro. Durante 20 años la acompañó el pianista Henri Patterson, a quien ella rinde homenaje en sus memorias y ahora lo hace el inseparable Jouannest, no menos legendario que ella y a quien el público del Teatro de Chatelet le lanza ramos de rosas.
Esta noche, casi seis décadas después de su salto a la celebridad, la gente aplaude una tras otra las interpretaciones de esta mujer cuyo cuerpo de anciana sexy es arropado por las expertas luces de técnicos especializados que la aman desde hace décadas. A veces para una canción de amor o de pasión sexual la luz roja inunda el escenario, luego para otra sobre la inminencia de la muerte, aparece una luz blanca helada que inunda todo y la deja ver a ella ya casi convertida en la calavera que canta desde el más allá. Para hacer más intenso el contraste, sin duda ha pedido que los reflectores cubran claramente su rostro delgado e insinúen las oquedades sombrías del cráneo y el movimiento ágil de sus alargados dedos esqueléticos, mientras la mano acaricia el traje negro que la cubre. Se suceden las canciones de Leo Ferré, George Brassens, Jacques Brel, Serge Gainsbourg, Jean Cocteau, Charles Aznavour y la del genio popular que compuso la canción anarquista El tiempo de las cerezas, un himno al amor que según ella sólo puede ser revolucionario porque, nos dice, el amor es revolucionario.
Ha terminado el concierto. Todos de pie la aplaudimos una y otra vez y ella sale de nuevo a inclinarse ante respetable que la celebra, hasta que al fin el telón cae. ¿Será la última vez que la vemos? La también llamada en los años cincuenta flor venenosa del barrio Saint Germain o liana negra del desvelo, ha cumplido una vez más al público con su gruesa voz intacta y en el escenario queda la energía de su rebelde carácter y el halo de su sensual elegancia filosófica. Y sólo tiene 80 años, en el filo intermitente del ser y la nada.

lunes, 9 de abril de 2007

AMOR Y LITERATURA

LA AMADA SALVADOREÑA DE SAINT EXUPERY

Por Eduardo García Aguilar

Poco a poco crece el mito de la diva Consuelo Suncín, una pequeña salvadoreña que desde su humilde pueblo natal de El Salvador, en América Central, saltó de amante en amante y de esposo en esposo, hasta ser la tributaria de la obra de Antoine de Saint- Exupéry y la musa que lo llevó a crear El Principito, uno de los libros más famosos del siglo XX.
Según la leyenda, Consuelo salió de su tierra natal, un pueblo llamado Armenia, hacia a México, a donde llegó en los albores del siglo XX en busca de fortuna. Allí, después de unas aventuras poco felices, encantó al entonces Ministro de Educación, el escritor José Vasconcelos, quien dedicó a la mujer páginas inflamadas de sus Memorias, iniciadas con el famoso volumen Ulises Criollo. La mujer quedó plasmada para siempre en esa obra, que es una de las más bellas escritas en el siglo XX por un mexicano, ya que es un himno a su patria, escrito con una prosa llena de efectos, deslumbrante y auténtica como pocas, gracias al talento y la emoción con que describe su tiempo y los paisajes de su extenso y variado país. Cualquier diva quedaría feliz con ser sólo la inspiración de estas páginas memorables, pero ella nos guardaría aún mayores e increíbles sorpresas amorosas.
A lo largo de las páginas de Vasconcelos fluye la pasión secreta que suscitó en él esta diminuta mujer, que en apariencia no tenía gracia muy especial. Enloquecido de deseo por su nueva amada salvadoreña y lleno de culpas atroces por ser infiel a su esposa -una abnegada matrona de la bella tierra de Oaxaca-, la llevó de viaje a París, en un juego de laberintos, pues a su vez traicionaba a otra de sus amantes, la muy intelectual y muy aristocrática Antonieta Rivas Mercado, que despechada por la traición del tribuno, se suicidó lanzándose desde las alturas de la catedral de Notre Dame, en un melodrama de crónica roja que inundó los titulares de los periódicos amarillistas.
Consuelo Suncín voló de los brazos del gran Vasconcelos y llegó a los del escritor guatemalteco Enrique Gómez Carrillo, considerado como el más exitoso escritor latinoamericano de su tiempo y para muchos el mejor prosista de la generación modernista. Vasconcelos, que era una verdadera leyenda del continente y un frustrado líder mexicano que mucho después moriría marcado por el fraude que le impidió llegar a la Presidencia de su país, recibió el golpe en silencio y sólo pudo exorcizarlo mucho después en las bellas páginas que le dedicó a la mujer, a quien puso el seudónimo de Amparo.
Gómez Carrillo, autor de casi un centenar de libros de crónicas que eran editados en París por la viuda de Ch. Bouret y en Barcelona por Sopena, tuvo tal éxito, que gozó de gran fortuna y su prosa amena y llena de sorpresas, sus páginas de viaje y descripciones de la primera guerra o la vida de la belle-époque europea eran leídos en todo el mundo hispanoamericano. Vargas Vila lo odiaba y lo envidiaba por su éxito y porque a fin de cuentas tuvo mayor penetración en los medios literarios europeos de aquel tiempo, cuando él y Rubén Darío acudían a la mesa etílica del gran Verlaine y vivían con intensidad la vida mundana y cosmopolita de los tiempos de entreguerras, dominados por el art-déco, el surrealismo, el cubismo, las nuevas técnicas de comunicación inalámbrica, el cine y los raudos autos de lujo. Pero pese a su éxito y a estar con la salvadoreña, Gómez Carrillo sucumbió en pleno esplendor de la vida, a los 54 años, cuando a su alrededor cundían los elogios y la admiración de sus contemporáneos. La fortuna del malogrado escritor Gómez Carrillo, el best-seller desbordado de su tiempo de quien pocos se acuerdan hoy, pasó de inmediato a Consuelo Suncín, quien no tuvo más remedio que sufrir luego los avances de otro grande, Gabriel D'Annunzio, el autor de Gog y Magog, y de otros hombres de letras de su tiempo. ¿Qué tenía? ¿Cuál era su misterio? ¿Por qué los escritores morían de amor por ella y le daban todo?
Pronto la conoció Antoine de Saint-Exupery, un piloto de leyenda y escritor aristócrata del sur de Francia, que hizo todo por seducirla, como invitarla a dar una vuelta en avión por las alturas argentinas y decirle que lo dejaba caer si no aceptaba estar con él y darle un beso en el instante. El bonachón Saint-Exupery la amó con locura, pese a la oposición de la familia francesa y se casó con ella, causando reacciones encontradas en la sociedad de su tiempo. Después viene el relato de este amor loco, los celos del autor de Piloto de Guerra y Tierra de Hombres, el exilio en Nueva York durante la guerra, la aparición de El Principito y el misterioso fin en un accidente de su avión en las costas mediterráneas, cerca de Marsella, tragedia en torno a la cual se tejen todo tipo de historias, como por ejemplo que el propio novelista cayó en el mar a propósito, desesperado por los celos.Muerto Saint-Exupéry, la Suncín, ya millonaria, afrancesada y heredera de los derechos y las propiedades del autor francés, pasó los últimos años de ancianidad en París convertida en centro de amistades y admiración, hasta que a su vez se enamoró de su jardinero y chofer, un español simple y joven que tras la muerte de la anciana heredó toda la fortuna del guatemalteco y los derechos editoriales del francés, cosa que jamás perdonaron ni la familia de este último ni los medios intelectuales de Francia.
Hace unos años, en una fiesta en el bulevar Saint-Germain con motivo del centenario de Saint-Exupéry y la aparición de varios libros autorizados por el heredero español, las botellas de champán se quedaban sin abrir en ausencia de invitados. El mundo editorial francés, los diplomáticos y con mayor razón la familia no acudieron al cóctel. El inmenso patio dieciochesco estaba semivacío bajo el sol de mayo. Pero unos cuantos curiosos estábamos allí admirados, hablando con el último amor de la diva, ese español simple que nos decía con afabilidad crepuscular: "!Beban, beban champán, muchachos, que invita Consuelo Suncín!". Cosa que hicimos con alegría; pero era tanto el champán y tan pocos los asistentes, que no pudimos agotar aquellas botellas gigantes que se quedaron allí en ese jardín como prueba de que aún pocos en Francia comprenden la leyenda de esta salvadoreña inolvidable, que de cenicienta pasó a las glorias de la fama.

JUNTO A NOTRE DAME

domingo, 8 de abril de 2007

SOBRE ANIMAL SIN TIEMPO

EDUARDO GARCIA AGUILAR: EL POETA COMO HABITANTE DE NINGUNA PARTE

Por Juan Carlos Acevedo Ramos* - Papel Salmón. La Patria, Manizales, domingo 7 de abril de 2007 .

La poesía de Eduardo García Aguilar es descriptiva y melancólica. Es el reflejo de un exilio vivido desde hace mucho tiempo. Animal sin tiempo está dividido en dos estaciones: la primera Fuego de Amazonas y la segunda lleva el mismo nombre del libro. Búsquedas.
Hablar de Eduardo García Aguilar es hablar del escritor más importante de Manizales de las últimas décadas. Radicado en París, García Aguilar se convierte además en nuestro escritor más internacional. Su obra avanza sin detenerse por los caminos de la narrativa, la crónica, el reportaje y la poesía.
Este escritor, que realizó estudios en la Universidad de Paris VIII-Vincennes en Economía Política, tras abandonar sus estudios de Sociología en la Universidad Nacional de Colombia, goza de un reconocimiento literario que le ha llevado a ver sus novelas, ensayos y reportajes traducidos a varios idiomas, entre ellos el inglés y al francés.

De su inacabable trabajo con las palabras ahora nos hace llegar su último libro de poemas Animal sin tiempo, pero debemos recordar que García Aguilar había publicado anteriormente Llanto de la Espada (1992) un libro lleno de nostalgias, de ciudades recorridas, de memorias revestidas de sueños y de viajes; es decir, un libro donde su vida nómada lo convirtió en un hombre fugitivo de sí mismo y de su historia.

En su nuevo libro Animal sin Tiempo, vuelve a la poesía como a ese lenguaje secreto y subversivo desde donde puede mitigar sus miedos, su rabia, sus soledades, sus ausencias. Un lenguaje simple, lleno de asombro (ante la vida, el hombre y la naturaleza) que atraviesa sus días, los días de un ser dueño de ninguna parte.

La poesía descriptiva y melancólica que hace presencia en estos poemas de García Aguilar, es el reflejo de un exilio vivido desde hace tanto tiempo que las heridas de las noches y del alma ya no pueden cicatrizar. El poema se convierte -entonces- en un de desahogo frente al vacío de las horas, en una especie de recámara donde el ser humano no hace otra cosa que desacralizar su soledad de fantasma o de río. Porque algo es claro, Eduardo García Aguilar, habitante de la Tierra de Nadie, se sabe un hombre solo y la escritura de ficción o poética es su refugio para los días sin sol.
El libro está dividido en dos estaciones, permítanme la imagen para seguir hablando del hombre nómada que es García Aguilar, la primera de ellas es Fuego de Amazonas , una recreación de lugares, viajes y situaciones que le atañen al hombre en sus búsquedas. La segunda es Animal sin Tiempo, que está compuesta por Viajes, una breve selección de poemas donde las ciudades y sus historias construyen los poemas a manera de bitácora, Tiempos no solicitados, poemas donde el caos y horror de estar en el mundo construyen los versos, Máscaras, un pequeño tributo a sus escritores tutelares y Papeles del loco, donde el poema se hace necesario para preguntar por el oficio.
Leamos algunos de éstos poemas.

VOLVER A ESTAR LEJOS
Volver a estar lejos
capas concéntricas de lejanía
lejos de donde estabas lejos
Un mar como foso o muralla
y desde una torre gritar contra la mar
Lejos siempre imperceptible
fantasma de viajero que huye
y huirá hasta el fin
¿Huir de quién? ¿De qué?
¿Quién eres? ¿Un espectro?
¿Una máscara? ¿Una ficción?
Árido como un cactus
resbaloso como un liquen
oculto cual musgo
de donde bebe el eremita
En el último lugar
lejos siempre lejos
lejos de donde estabas lejos
Lejanía concéntrica y laberíntica
Hasta no ser
(París, 1998)
DE TOUR/RETOUR
V
En la calle Belisario Domínguez
Junto a pequeñas editoriales
de tarjetas inútiles o invitaciones a bautizos
de niños recién asfixiados
otra vez corazones palpitando
cuerpos entrelazados manos atadas
risas bajo las cúpulas
y luego
el extraño recurso de volver a la llama
para probar allí la fortaleza
de esas tensas pieles condenadas
el eterno retorno como un enorme discurso de tuercas
invadidas por violetas
el sabor intacto de esas bocas
el aroma de esos cabellos
que ya no son los mismos cabellos
de esas células que que no son las mismas células
pero que se acomodan al molde de su única derrota
poblándose de vendas con la inyección fija y persistente
en las fatigadas camas de ruinosos hoteles citadinos
DE PAPELES DEL LOCO
VIII
¿Nada busca el poeta? ¿Nada lo llama a un delirio?
¿Ningún oráculo le avisa del peligro ante la hidra?
¿Alguien oculta la verdad cuando ve sus ojos poseídos
y se niega a la revelación junto a desiertos sin oasis?
¿Tan desamparado estará acaso ajeno a su caída?
¿Será el deseo tan espléndido que su codicia lo ciega?
***************
GARCÍA AGUILAR Eduardo. Animal sin Tiempo. Editorial Praxis. México. 2006. Pp.90
Noticias del autor
Eduardo García Aguilar. 1953. Trabaja en París para la Agence France Presse (AFP). Ha vivido en México, Estados Unidos y Francia. Ha publicado las novelas Tierra de Leones , Bulevar de los Héroes , El viaje Triunfal y Tequila Coxis . Los libros de cuentos y relatos Cuaderno de Sueños , Palpar la zona prohibida y Urbes luminosas . Los libros de ensayo Gabriel García Márquez, la tentación cinematográfica , Celebración y otros fantasmas, una biografía intelectual de Álvaro Mutis y Voltaire el festín de la inteligencia .

La imagen de la portada de Animal sin tiempo es una litografía sobre papel realizada por Pierre Alechinsky en 1970, llamada Vulcanologies I.

sábado, 7 de abril de 2007

PRAXITELES SIN PRAXITELES EN EL LOUVRE

EDUARDO GARCIA AGUILAR
Debido a que las autoridades griegas se negaron con toda razón al traslado del frágil Efebo de Maratón, obra de bronce del siglo IV que durante un tiempo se atribuyó al gran escultor griego Praxiteles, la exposición en su honor en el Louvre se inauguró sin la presencia de esta pieza magna del Museo Nacional de Atenas. Pero pese a esta ausencia, los amantes del arte tienen la posibilidad de caminar en medio de una vasta serie de obras de mármol y bronce inspiradas o copiadas a lo largo de los siglos directamente del maestro, que vivió en Atenas probablemente entre 400 y 330 antes de Cristo y sobre quien escribieron Pausanias, Plinio el viejo o Luciano, entre otros cronistas de la época maravillados por las obras de este hombre. En ese tiempo, en el marco de un amplia apertura civil, filosófica y de florecimiento de las individualidades, las figuras perdieron la rigidez heroica y aristocrática de antes y adquirieron un dinamismo y una realidad tales que se piensa a veces que en cualquier momento pueden despertar y caminar o saltar frente nosotros en las frías y empolvadas salas de los viejos museos.
Su Afrodita de Cnide, que se puede ver en las monedas de época, fue una de las primeras repesentaciones terrenales del desnudo femenino y su fama es tal que desde aquellos tiempos hasta el siglo XIX fue reproducida y utilizada por ricos y pobres, sacerdotes, dignatarios y reyes, para adornar sus viviendas. Dice la leyenda que la modelo fue su amante, la cortesana Friné, cuya figura inspiró esculturas hasta el siglo XIX. De la escultura griega clásica queda muy poco porque guerras, catástrofes y la incuria del hombre redujeron a cenizas todas esas maravillas que brillaban en las plazas de todos los pueblos y en mansiones, templos y edificios gubernamentales. Sólo siglos de estudio de las ruinas y la minuciosa tarea recolectora y restauradora de los museos logran darnos una idea de lo que fue aquello en esos tiempos. Y el esplendor y la estabilidad poderosa del Imperio Romano a través de los siglos salvó aquellas imágenes del olvido, gracias a la copia en serie de las obras perdidas hechas por artistas de igual mérito.
Despues del fin del Imperio Romano, esas copias que sin duda adornaron los patios de los palacios capitalinos de Nerón o Adriano, y de miles de notables de provincia en las más alejadas ciudades, fueron cubiertas por la maleza en las ruinas o terminaron sepultadas en fragmentos en canteras o lechos de mares y ríos, de donde poco a poco han sido sacadas a la luz por prelados o estetas poderosos, amantes del arte, que como el ministro Richelieu daban fortunas por poseer Afroditas, Sátiros, Apolos cazadores de lagartijas, Eros, Artemisas, Dianas, Venus, Hermes o Dionisios. Basta ver esas figuras hoy, dos milenios después de haber salido de las manos de anónimos artistas, para entender que el arte es en definitiva mucho más importate que el poder y la politica: los tiranuelos pasan y los artistas quedan. Caen ministros e imperios, mueren los poderosos y esas figuras quedan ahí como testimonio de la conexión milagrosa del hombre con el arte. Merced a un largo proceso el hombre llegó a la perfección en la factura de los cuerpos y en las técnicas para sacar del mármol o del bronce representaciones del hombre y la mujer.
Fue Praxiteles al parecer quien nos legó esas primeras imágenes soberbias de mujeres desnudas, la belleza de guerrreros o cazadores y de imponentes semidioses en posiciones ágiles, naturales, reposadas, donde vibraban músculos, tendones y venas. Pero de él, del artista, no nos queda más que la firma comprobada en la base de algunas de esas obras monumentales que adornaron la Acrópolis, templos o casas de notables en otras ciudades griegas. No queda más remedio que inclinarse entonces en esta exposición y leer con emoción cuando está escrito en griego sobre el mármol milenario: « Praxiteles lo hizo ».
Y sabemos que ahí estuvo él también inclinado como uno firmando con cincel la obra que acababa de terminar. Y que sin duda después celebró feliz con sus amigos el éxito, participó en una orgía o abrazó e hizo el amor a Friné, la amante cortesana e impúdica representada a lo largo de los siglos cuando fue obligada a desnudarse ante los jueces, sátiros maravillados por su cuerpo e inquietados por su osadía de hetaira meteca. Por eso el mito de Friné reinó entre poetas y escultores románticos del siglo XIX, que como James Pradier (1790-1852) quisieron ser aún más eternos y mejores que Praxiteles. La escultura suya de Friné como ninfa desnudándose ante los jueces, es una joya de esta exposición, prueba de que las labores de un artista de hace casi 2.500 años siguen tan vivas como los cuerpos humanos que lo inspiraron.

lunes, 2 de abril de 2007

GERMAN ARCINIEGAS: LA LONGEVIDAD DEL LADINO

Eduardo García Aguilar

En su muy larga vida, Germán Arciniegas ha transitado por los países y las literaturas de América Latina como un interlocutor privilegiado. Para presentarlo a nuestros lectores, acudimos a Eduardo García Aguilar, colombiano de México, autor de la novela El viaje triunfal y de Celebraciones y otros fantasmas. Una biografía intelectual de Álvaro Mutis. (Publicado en La Jornada Semanal. México, el 9 de junio de 1996)

En tiempos de recrudecimiento de la intolerancia en las diversas trincheras de la intelligentsia latinoamericana de la última década del siglo XX, es refrescante celebrar la longevidad de un viejo demócrata, marcado por el ejercicio generoso del diálogo y la polémica. Este patriarca viajero, que tiene la edad del siglo, pertenece a una amplia generación de latinoamericanistas liberales que, desde diversos matices y temperamentos, lucharon por la implantación de la democracia en un continente que vivía desde la independencia anegado en pobreza, luchas fratricidas y caudillismo.

Marcados en el norte por el entusiasmo generado por la Revolución Mexicana y las acciones culturales del ministro José Vasconcelos, y en el sur por la rebelión estudiantil de Córdoba o el ideario de Víctor Raúl Haya de la Torre, se caracterizaron por una creatividad desbordada al servicio del continentalismo bolivariano: Mariano Picón Salas y Arturo Uslar Pietri en Venezuela, José Vasconcelos y Alfonso Reyes en México, Pedro Henríquez Ureña en República Dominicana, José Carlos Mariátegui y Luis Alberto Sánchez en Perú, Baldomero Sanín Cano y Jorge Zalamea en Colombia, y Aníbal Ponce y Enrique Anderson Imbert en Argentina, fueron algunos de esos nombres que inundaronlas páginas de diarios y revistas con esa fe latinoamericanista que ahora se cambió por el canto uniformizador de la gorda sirena tecnocrática, rellena de hamburguesas McDonald's. Al mismo tiempo, y sin necesidad de afirmarse, Jorge Luis Borges, más excéntrico y escéptico, se comía al mundo sin bandera.

Creían entonces que era posible conducir al conjunto de naciones del área hacia la convivencia pacífica, en el marco del renacimiento cultural y el diálogo abierto entre opiniones diversas sobre los rumbos a seguir. Surgidos al calor del auge periodístico, algunos de esos hombres trataban de seguir las huellas de antecesores modernistas como el colombiano José María Vargas Villa y el guatemalteco Enrique Gómez Carrillo, los más grandes bestsellers idolatrados de la época y de quienes hoy pocos se acuerdan. Arciniegas tiene del primero, que era espantoso escritor, el gusto por el escándalo, y del segundo una redacción más pulida y llena de color, aunque comparten ambos la ligereza y la imaginación desbordada. Pero aquellos entusiastas años veinte y treinta de entreguerras parecen ahora más lejanos aún que los de la Independencia, pues los cambios sucesivos en la región y el mundo a lo largo del siglo confinaron el ingenuo ideario latinoamericanista o ladinoamericanista, como diría Arciniegas, a un extraño limbo, o cuarentena, que exige revisiones dramáticas por parte de quienes ensayamos y pensamos en este momento. Ya Bolívar, en sus últimas cartas, entre la amargura del desprecio, expresó con lucidez escalofriante sus dudas sobre la posibilidad de redención del continente, convirtiéndose así en el primer decepcionado y único visionario apocalíptico. Estos buenos hombres íntegros y discretos que eran civilistas, universitarios, funcionarios, diplomáticos, editores, capitalinos de sombrero Stetson, bastón, chaleco, corbata negra y cuello duro, florecieron en la primera mitad del siglo en todo el continente y hoy por hoy nos parecen extraños animales en vías de extinción, porque para el mundo actual no hay hombre más bobo que uno íntegro. Después de muchas décadas de aventura romántica, signada por la angustia de vivir entre la civilización y la barbarie, hombres como éstos constituyeron el primer esfuerzo latinoamericano por pensar desde las universidades sin complejos frente al Viejo Mundo. Eran la contraparte absoluta del poeta maldito francés baudeleriano, imagen tuberculosa que por esas fechas languidecía en las cantinas a lo largo y ancho del continente, y del cacique ignaro que esgrimía su látigo en las plantaciones de banano o henequén. Jóvenes de bombín y cabello engominado, devoraban lo que venía del otro lado del mar sin caer postrados, como sus antecesores modernistas, en ciegas admiraciones de heliotropo, y trataban de poblar las aulas, cada vez más abiertas y modernas, con la búsqueda de una "identidad latinoamericana" que a veces condujo y aún conduce a tristes debates "bizantinos". La mayoría ­como el derrotado Vasconcelos, uno de los prosistas más notables del siglo y cuyas Memorias son lectura fundacional para todo latinoamericano­ terminaría vencida, en el exilio, apedreada, pateada, salvo Arciniegas, que siguió fiel a su entusiasmo.

Fue una derrota para ellos, pero por el lado de la creación los mismos años de caos se encargaron de unir el continente a través del delirio de la palabra narrativa, primero con la gran novela telúrica de los campos y las selvas, desde Rómulo Gallegos y Miguel Ángel Asturias hasta Arguedas y Guimaraes Rosa, más tarde con el barroco maravilloso de Alejo Carpentier, Lezama Lima y Severo Sarduy, y al final con el fresco de la pléyade del boom, con autores tan claves como Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar, Carlos Fuentes y Juan Rulfo, entre otros. La palabra, que siempre se anticipa a los gobiernos, hizo estallar las fronteras sin necesidad de ejércitos a través de la poesía, la más agresiva trituradora de tradiciones y viejos sentidos. Neruda, Huidobro y Pablo de Rokha, César Vallejo, César Moro, Oliverio Girondo, Jorge Luis Borges, Enrique Molina, Álvaro Mutis, Vicente Gerbasi, Octavio Paz y Gonzalo Rojas, entre otros, se encargaron de dinamitar esas paredes y dejaron a los políticos con sus discursos ajados.

A través de los libros de Arciniegas, muchos entraron al mundo ficticio del pasado continental lleno de Coatlicues y príncipes de taparrabos y plumas, virreyes de peluca y zapatillas, bucaneros tuertos y con pie de palo, reyes lejanos, mercaderes, esclavos negros y bellas cortesanas, inquisidores, fantasmas, vírgenes, monjes y libertadores, en lo que constituía el catálogo barroco de los abalorios históricos del continente a lo largode 500 años de colisión con el Viejo Mundo. Él supo captar con sus relatos la atención de varias generaciones de estudiantes y autodidactas de los tiempos de antes de la televisión, convirtiéndose en documentalista de las tragedias y hazañas de los héroes. Con él, los adolescentes descubrieron las maravillas de El Dorado, siguieron las gestas de Tupac Amaru y Los Comuneros, conocieron a fray Servando Teresa de Mier, a Bolívar, Flora Tristán y José Martí, y siguieron las proezas de película de los bucaneros del Caribe. Los más mórbidos supieron de la chiflada Gabriela Mistral en su delirio errante, o del maldito Porfirio Barba Jacob, cuyos huesos desenterró en Méxicohace 50 años y llevó a Colombia en un avión, acompañado por Carlos Pellicer y León de Greiff.

Durante muchos años El estudiante de la mesa redonda (1932) y Biografía del Caribe (1945), desde sus sólidas ediciones argentinas, circularon por encima de las fronteras y fueron traducidos a varias lenguas, convirtiendo al bogotano en clásico continental. Cosa extraña de la historia, tanto él como esa generación de discretos intelectuales civilistas que trabajaban en la primera mitad del siglo para sus gobiernos y peregrinaban cada año a París, en ese entonces capital cultural latinoamericana, fueron arrasados por el renacimiento de un neotelurismo literario que desplazó el interés por esa reflexión liberal. Tanto la religión marxista leninista como el neoconservadurismo nutrido de falange española y nazismo mandaron a estos hombres a un desván de sospecha: eran demasiado burgueses para los comunistas, y algo comunistoides y diabólicos para los conservadores. Tras la Revolución cubana y la gran histeria latinoamericanista subsiguiente, su discurso recibió el tiro de gracia, dejó de tener el arrastre de antes y los lectores se volcaron, según el gusto, ya sea en brazos del "realismo mágico" o de los catecismos de la guerra fría. Arciniegas, y otros intelectuales pasados de moda, vivieron décadas de ostracismo hasta que ahora, por fin, las nuevas generaciones de ensayistas tratan de restablecer un puente con ellos, para volver a "pensar" con calma y civilismo, y no con las llamas y la atractiva exuberancia ideológica de las últimas décadas. Esos liberales de entonces, como Sanín Cano, Reyes, Henríquez Ureña, Picón Salas, Sánchez o Uslar Pietri, se verían incómodos en esta lucha fratricida de fin de siglo entre la intelligentsia del libre mercado pro neoliberal, nostálgica de la guerra fría, y los "idiotas" que no están de acuerdo con ellos, tal y como los define un reciente libro titulado Manual del perfecto idiota latinoamericano (1) , cuya contraparte, también absurda, bien podría titularse Manual del perfecto hideputa latinoamericano. ¿No es preferible entonces el discurrir de ese liberal generoso, poco dado a las descalificaciones y a veces pleno de humor y alegría, al discurso encendido, maniqueo, egoísta, lleno de odios y anatemas de quienes mandan al ostracismo a los que no piensan como ellos?

Es posible que la obra de Arciniegas haya sacrificado el rigor en aras de la difusión, alejado la prueba documental en vez de cotejar archivos, y dado voz especial a la anécdota para sentarse en los laureles de la amenidad periodística, pero es innegable que sus libros y miles de artículos encendieron y animaron a muchos. Así lo reconoció el joven Gabriel García Márquez en su columna del Heraldo de Barranquilla, en 1952, al decir que sólo un escritor como él, "que lo acostumbra a uno a tratar con familiaridad a los personajes más inaccesibles y remotos, podía ponernos en camino de hacer las paces con los viejos intrépidos bandoleros del mar". Es obvio que en la actualidad se cuenta en la región con una disciplina histórica y críticamás rigurosa, y que los episodios de nuestro santoral patriótico, literario y político, se revisan con mayor lucidez y exactitud, pero también es cierto que este viejo patriarca cometió un pecado maravilloso que bien puede perdonársele: lo devoró la ficción y la imaginación desbordada, tal vez el deseo secreto de unas novelas que no pudo escribir.

Este prosista y sus afines polígrafos, que nadaron entre el ensayo, la ficción y el discurso, pueden contribuir en estos momentos a una revisión más amable de las discrepancias continentales, cuando grados indecibles de pobreza, enfermedad y analfabetismo vuelven a la región ante la mirada egoísta e indiferente de la mayoría de sus castas intelectuales, hipnotizadas por el progreso y el camino hacia la quimera del Primer Mundo. El discurso de Arciniegas en todo momento estuvo marcado por la búsqueda de la democracia y la tolerancia, una "defensa constante de los valores democráticos, una prédica que puede resultar monótona si la miramos en la larga duración de sus 70 años de escritor público", según nos dice Juan Gustavo Cobo Borda en el prólogo de la reciente recopilación de sus principales páginas bajo el título de América Ladina (FCE, México, 1993). En sus mejores libros, América, tierra firme (1937), Los comuneros (1938), Este pueblo de América (1945), Biografía del Caribe (1945), Entre la libertad y el miedo (1952), Amérigo y el Nuevo Mundo (1955), El mundo de la bella Simonetta (1962), El continente de los siete colores (1965) y América Mágica (1959), Arciniegas reivindica el derecho de los millones de aventureros pobres que, según él, poblaron América a través de los siglos, y predica la solidificación de esa mezcla de razas en busca de una nueva tierra. Y aunque la realidad lo contradice a veces, exalta la vocación democrática de la región frente a los horrores coloniales del Viejo Mundo, y protesta a los 90 años de edad ante el gobierno colombiano porque éste aceptó que la celebración de los 500 años se hiciera con un emblema adornado por la Corona española. Sus textos son un homenajea los hombres humildes, a los labriegos, a las mujeres que abrieron con sudor los nuevos surcos, y una diatriba permanente contra los poderosos y los tiranos, llámense Juan Vicente Gómez o Fidel Castro.

No deja por supuesto de ser difícil una lectura en este fin de siglo de muchos de sus textos de ocasión, pero el mérito mayor de Arciniegas es que no se dejó devorar por ellos y emprendió obras más ambiciosas, para romper con la tradición devoradora del diarismo. El periodismo y la política fueron y son los cementerios más terribles del talento latinoamericano, pero Arciniegas, que fue ministro y diplomático, logró sacarle el cuerpo a ambos con esa alegre irreverencia que aún hoy no cesa, la alegría del "estudiante" eterno que reivindicó en su primer libro famoso.

Al lado del venezolano Uslar Pietri y otros muchos moderados, Arciniegas nos incita a pensar y a escribir sobre los rumbos de este ámbito hispanoamericano, a escrutar sus mitos y mentiras, sus fanfarronadas y cursilerías, sus tragedias y hazañas, porque sólo así se pueden conjurar los fantasmas del silencio y la intolerancia. Su preocupación por las injusticias de los viejos y los nuevos tiranos nos indica además que, por desgracia, la historia no concluye y se avecina para el continente un siglo aún más oscuro que éste. Los héroes y ejércitos rebeldes de hace siglos, que parecían caducos y que en sus obras figuraban como muñecos de guiñol o soldados de plomo, vuelven a surgir de las ruinas de una modernidad cuyos tiranos no tienen ya charreteras sino corbatas y en vez de carrozas, autos blindados.

-------------
(1) Plinio Apuleyo Mendoza, Carlos Alberto Montaner y Álvaro Vargas Llosa, Manual del perfecto idiota latinoamericano, Plaza & Janés, México, 1996.