sábado, 31 de marzo de 2007

ATGET: EL FOTÓGRAFO RESCATADO POR LOS SURREALISTAS



En la foto que le tomó la joven Berenice Abbot poco antes de su muerte, el fotógrafo Eugene Atget (1857-1927), que pasó gran parte de su vida en las calles de la ciudad trabajando con una explosiva vieja cámara de trípode, se ve como un desgarbado artesano pobre y viejo de mirada escéptica y leve guiño de cinismo. Atget parece tolerar a esa bella joven admiradora estadounidense, discípula del gran Man Ray y amiga de los surrealistas, que fotografió a los grandes artistas de su época antes de convertirse ella misma en ícono del siglo XX y a quien debe su fama posterior, pues compró a su muerte casi 2000 fotografias del viejo y las llevó a Nueva York para que fueran expuestas y publicadas con rigor académico, admiración y cuidado.
A lo largo de su vida vendió sus fotos y "documentos" a pintores, museos y oficinas de gobierno, que las utilizaban para sus propios fines, pero nunca se consideró un artista. De joven, Atget, después de pagar su servicio militar y viajar como marinero incluso hasta América del Sur y Oriente, soñó con ser actor y pintor y tras fracasar en ambos objetivos, se dedicó tardíamente, a los 32 años, a practicar la fotografia como una forma simple y algo divertida de ganarse la vida en aquellos años difíciles de precariedad, guerra y desempleo.
Sencillo, sin elegancia ni altivez, este artista al final de su vida fue objeto de admiración de los surrealistas, fascinados por sus fotografías de vitrinas, fachadas, calles, cabarets, burdeles y prostitutas desnudas y su minuciosa captación de los rincones más antiguos de la ciudad que estaban a punto de desaparecer. En algunas portadas de la revista "La Revolución Surrealista", los seguidores de Breton reprodujeron imágenes suyas y los artistas de Montparnasse comenzaron a comprar y a coleccionar algunas de sus impresiones. Como en un juego de sueños y pesadillas, el hombre rechazó fijarse en las grandes avenidas que abría la modernidad o fotografíar paisajes brumosos o castillos de sueño para concentrarse en fijar para siempre los rincones más sucios y perdidos de los barrios, allí donde pululaban miserables, marginales, borrachines, poetas y personajes pintorescos. Para un latinoamericano, estas imágenes impresionan además porque vemos con detalle la ciudad callejera que vivieron personajes nuestros como Rubén Darío o Jose María Vargas Vila o leyendas locales como los poetas Verlaine y Mallarmé.
Con Atget y su cámara uno pasa por los orinales públicos visibles en cada esquina de las plazas, mira las carretas de tracción animal afectadas por el surgimiento del auto, observa los afiches de licores que fueron prohibidos luego como la absenta o la Kola-Coca y aprecia fachadas de viejas tiendas que incluso sobrevivían desde los tiempos de la Revolución, con sus preciosas vitrinas llenas de muñecas, pefumes, sombreros, ropas de época, jabalíes, conejos, perdices, vinos, quesos y frutas. Se ven entradas de famosos bares y cabarets desaparecidos como el legendario Infierno, escaleras de casas a punto de ser derruidas, así como la miseria de los que recopilaban basura en los extramuros de la ciudad, colocaban el novedoso asfalto sobre las avenidas o vivían en las periferias hacinados en abandonadas caravanas de inmigrantes y gitanos. La ciudad en 1898 y 1899 estaba siendo abierta para instalar el metro subterráneo y crear nuevas vías aéreas y avenidas, por lo que Atget pudo captar en directo las ruinas del pasado que se iba, la vida antigua que se diluía. La ciudad se convierte así en un escenario desolado lleno de muros caídos, ropas destrozadas, ollas rotas, juguetes dañados y muebles abandonados. Mientras otros fotógrafos más famosos tomaban fotos de nobles, funcionarios o cortesanas en fiesta palaciega o se dedicaban a medrar en los sitios del poder y el dinero, él estaba del lado de los pobres y de la ciudad normal de la vida cotidiana.
Atget vendió baratas esas fotografías a la Biblioteca Nacional de Francia, que ahora, con motivo de los 150 años de su nacimiento las saca al fin de sus archivos y las expone en la primera gran retrospectiva hecha por sus compatriotas y compuesta por unas 350 piezas de un total de casi diez mil imágenes acumuladas a lo largo de su vida. Su modernidad radica precisamente en que utilizó la magia de este arte para ver la realidad en vez de esconderla o dulcificarla. La fotografía, inventada ya desde los años 30 del siglo XIX, se había convertido en una práctica de moda entre gentes adineradas que viajaban o captaban sus festines o en empresa aplicada al retrato, por lo que este loco que pasaba horas fotografiando calles y plazas sucias, clochards, vendedores y prostitutas fue un personaje algo risible y olvidado que nunca imaginó su fama futura. Lo que prueba una vez más que no son siempre los más famosos y triunfadores en vida los que pasan a la historia, sino los auténticos creadores que tienen otra mirada sobre las cosas ante la indiferencia de sus contemporáneos y los expertos del momento.

LA PRIMAVERA PERMANENTE DE JULIO CORTAZAR


En la casa de América Latina de París se presenta una exposición de fotografías, documentos y videos de Julio Cortázar, muchos de ellos desconocidos, que se muestran auspiciados por su primera esposa Aurora Bernárdez, albacea suya junto al recién fallecido crítico Saúl Yurkievich.
Fotos de infancia, documentos de viajero, objetos personales como una clepsidra o la pipa, fotografías de la vida íntima en todas las etapas de su vida adulta comparten el escenario con videos tomados por él, cuadros, música, cartas y libros protagonizados por París, ciudad que lo albergó gran parte de su vida.Nació en Bruselas (Bélgica) en 1914, creció desde 1918 en Argentina donde fue maestro en Chivilcoy, Cuyo y Buenos Aires y floreció en la capital francesa, adonde llegó en 1951 y falleció el 12 de febrero de 1984.
La primera vez que vi a Julio Cortázar fue en la primavera de 1978, cuando asistimos un grupo de jóvenes estudiantes a un congreso sobre narrativa latinoamericana en Toulouse, en el que participaban Augusto Roa Bastos, Jorge Enrique Adoum, Jacques Gilard y Juan José Saer, entre otros.Lo que más me impresionó cuando lo vi de cerca y hablé un momento con él, era que su rostro estaba marcado por profundísimas arrugas. Desde lejos el monstruo de la literatura latinoamericana e ídolo nuestro por su maravillosa novela Rayuela y el misterio de sus cuentos, se veía mucho más joven, como un gran adolescente envejecido, alto y enjuto, de cabellera y barba oscuras.Pero al estar junto a él saltaban de inmediato las huellas implacables del tiempo sobre el rostro inconfundible de quien en ese entonces debía estar en sus 63 años. Usaba pantalones informales, zapatos de gamuza, suéter de cuello tortuga y amplias chaquetas impermeables de paleontólogo en invierno.
Lo veíamos después de lejos caminar por el campus de Toulouse le Mirail, al lado de la novelista colombiana Alba Lucía Angel, que en el Congreso cantaba música rebelde para el público y además parecía tener las preferencias del maestro. Y en París uno podía jugar a encontrarlo en alguna librería, en un mítin de izquierda o caminando por las calles, elevado y desprevenido como uno de su personajes.París había quedado para siempre en Rayuela como la glauca ciudad fría y precaria de los años 50 que vio reinar a jazzistas y existencialistas en las cavas de Saint Germain des Pres y a los artistas latinoamericanos pobres que vivían a salto de mata en hoteles miserables o edificios semiderruidos que no habían sido renovados desde el siglo XIX, como fue el caso de Gabriel García Márquez, Nicolás Guillén o el venezolano Jesús Soto y otros miles que desaparecieron para siempre.
Habría que haber vivido en ese tiempo para entender lo que significaba para la juventud urbana de América Latina la figura de Julio Cortázar. Con él quedaba atrás la entrañable narrativa telúrica de dictadores, señores presidentes y campesinos mitológicos y se abrían las calles y avenidas de las ciudades, con sus enamorados literarios que disertaban de filosofía, oían jazz y vivían pobres entre la humareda de los bares y la calurosa precariedad de las buhardillas del exilio.La famosa Maga, que fue su novia fugaz y hoy cuenta ya anciana desde Inglaterra su aventura con ese hombre raro y torpe, se convirtió en una especie de modelo de muchacha moderna, un poco loca, impredecible, tal vez mucho más sexy en la ficción cortazariana que en la realidad.
En las buhardillas de los años 70 se daban cita los estudiantes o los vagos para leer párrafos o capítulos enteros de Rayuela con una devoción sólo comparable a la que debieron practicar los seguidores del surrealismo medio siglo antes, como si el arte y la ficción fueran la salvación.¿Quién no se sintió Cronopio o Fama o soñó con los personajes ultramodernos que surgían en sus cuentos o en obras tan extrañas como los Autonautas de la Cosmopista, escrita con una de sus últimas amadas, Carol Dunlop?Además, el viejo Cortázar se había transmutado súbitamente al calor de las revoluciones en boga de un intelectual argentino tímido, erudito, exquisito y muy acicalado, en un verdadero hippie polígamo, un izquierdista que creía en la Revolución cubana y participaba en las fiestas militantes de protesta contra Estados Unidos, la guerra de Vietnam y las genocidas dictaduras militares Latinoamericanas.Según Vargas Llosa, la transmutación espectacular del exquisito se dio a fines de los años 60, cuando empezó a vivir con la editora lituana Ugné Karvelis, en cuyos brazos la crisálida se habría metamorfoseado.Era un nuevo modelo: no correspondía ya para nada al viejo arquetipo de escritor latinoamericano encorbatado, manso y lento que lagarteaba embajadas y puestos diplomáticos en las antesalas del poder. Y sin ser maldito, permanecía al margen fustigando las injusticias y defendiendo a capa y espada la poesía, los libros y la creación lejos del mercantilismo.Era a los ojos de toda una generación un artista auténtico y fue tal su cristalinidad que lo admiraron por igual sus copartidarios y adversarios políticos como Octavio Paz y Mario Vargas Llosa, situados al otro extremo ideológico. Hasta ese entonces había vivido con su primera esposa Aurora Bernárdez, con quien se casó en 1953 y compartió esos primeros años de París y viajes tan importantes como el que realizó a la India.
El Cortázar de primavera permanente con el que nos quedamos fue ese hermano mayor que abría y abre todavía las puertas a la verdadera literatura, que no es copia chata de la realidad, como ocurre hoy, sino que la transforma e ilumina.Ver sus cosas y su álbumes en la Casa de América Latina un febrero taciturno como el que lo vio morir hace 23 años, es un verdadero regalo para quienes lo vimos alguna vez en la vida y para los múltiples cómplices e íntimos suyos que sobreviven en este siglo XXI de aburridos best-sellers, nuevas guerras horribles y escritores mercantiles que no tienen nada de Cronopios ni de Magas.
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EL ESCÁNDALO GÜNTER GRASS

Eduardo García Aguilar

El gran novelista alemán Günter Grass ha vuelto a desencadenar una tormenta al revelar que en 1945, al final de la guerra, siendo un adolescente de 17 años, se enroló en las Waffen SS, donde permaneció varios meses, hasta que fue capturado por el ejército estadounidense tras la estruendosa debacle de los nazis.En su libro autobiográfico crepuscular Pelando la cebolla, extractos del cual se conocieron en la prensa europea, decide contar este oculto episodio de su vida y reflexiona sobre las razones que llevaron a todo un pueblo a enredarse en el unanimismo y a adorar a un caudillo salvador que los llevó al desastre y de paso exterminó millones de personas, entre las cuales buena parte del pueblo judío.
Se colige a través de los extractos del libro que Grass, como tantos otros adolescentes, quería salirse de la casa a los 15 años, escapar al dominio paterno y empezar una vida independiente igual a la de otros muchachos rebeldes del pueblo que desean abandonar para siempre la glauca atmósfera de sus hogares.Solicitó primero ingresar a la marina, pero rechazaron su solicitud por la edad, pero más tarde recibió una convocatoria de las Waffen SS, que estaban ya en crisis en la recta final de la guerra y reclutaban lo que podían entre los jóvenes para ir al frente.
El escritor alemán, nacido en 1927, no oculta que millones de jóvenes y viejos se dejaron seducir por el carismático caudillo y creyeron en la grandeza alemana y en la posibilidad de la victoria.Grass hace parte de los adolescentes de origen modesto seducidos en los últimos meses del régimen, cuando ya la derrota se avecinaba, pero antes que él, notables hombres adultos colaboraron y participaron desde 1933 en el inicio del ascenso del führer. Tal es el caso, por ejemplo, del gran filósofo Martin Heidegger, nacido en 1889, que siendo ya un hombre mayor, colaboró con el régimen como alto funcionario de la Universidad. Esa mancha marcó siempre su vida, pese a que su extraordinaria obra filosófica siguió viva y admirada por discípulos de todo el mundo. Heidegger envejeció con gran dignidad convertido en un gran maestro hasta su muerte en 1976, e incluso Hebert Marcuse, el gran ideólogo de la renovación de los años sesenta, deseó al anciano que pudiera " envejecer con lucidez y serenidad ". Antes que él otro gran escritor, Ernest Jünger, trabajó en el ejército y participó activamente en las fuerzas represivas del régimen. Y podrían así citarse otros nombres menos conocidos de políticos, científicos, filósofos, escritores, y decenas de millones de ciudadanos que colaboraron de una u otra forma, sin que fueran necesariamente capos de campos de concentración o torturadores manifiestos y genocidas como los que fueron juzgados y condenados en el Juicio de Nuremberg.
En pasajes conocidos de Pelando la cebolla, Grass toma el toro por los cuernos de una realidad ineludible: bajo los años locos del unanimismo hitleriano, la pasión nacionalista sedujo a la gran mayoría del pueblo alemán y viejos, jóvenes, mujeres, hombres, todos al unísono vibraron ante los discursos patrióticos de su caudillo sin saber que los llevaba al desastre. Más de siete millones de personas eran miembros con carta del partido nazi y eso sin contar a los simpatizantes. Toda Alemania vibró bajo los encantos de ese liderazgo, como ocurrió en Italia con el carismático Mussolini, en Francia con el régimen colaboracionista de Petain y en España con el general Francisco Franco.
Muchos intelectuales del mundo y en especial de América Latina simpatizaron también con ese horrendo movimiento y creyeron en la gran Germania dominante y en un mundo autoritario de orden, del que se eliminaran otras etnias para crear una raza aria superior y marcial. Nombres como José Vasconcelos, Leopoldo Lugones, Porfirio Barba Jacob, son algunos de los que vibraron entonces por esa ideología militar de héroes y águilas de bronce en latinoamérica. En Europa Louis Ferdinand Céline y muchos otros escritores a su vez creyeron en eso, pero no eran adolescentes maleables como Grass, sino ya hombres de edad, hechos y derechos. España todavía no ha hecho el mea culpa de la horrible represión totalitaria franquista y mueren en calma viejos notables que participaron en el genocidio y dispararon para eliminar sin compasión a los opositores.
Dice Grass que "tras la guerra quise callar con creciente vergüenza lo que había acatado con el estúpido orgullo de mis años jóvenes. Pero la carga se mantuvo y nadie podía aliviarla. Es cierto que mientras duró la instrucción como artillero de tanque que me embruteció durante el otoño y el invierno no supe nada de los crímenes de guerra salidos a la luz más tarde, pero esa ignorancia declarada no podía empañar el reconocimiento de haber sido pieza de un sistema que planeó, organizó y ejecutó el asesinato de millones de personas ".Cuando se calme la tormenta y calle la histeria de quienes se apresuran a lapidar al viejo maestro, comenzará la oportunidad de volver a reflexionar sobre esos lejanos y cercanos años de la guerra y a la luz de esos aconteciminetos pensar en lo que pasa hoy en el mundo, para prevenir los ciegos entusiasmos en ideologías y fanatismos de hoy que nos pueden conducir a una tragedia igual o peor que aquella provocada por los nazis.

viernes, 30 de marzo de 2007

23 RAZONES PARA EL INMINENTE FIN DE LA NARRATIVA HISPANOAMERICANA


Por Eduardo García Aguilar

Este texto leído por el escritor Eduardo García Aguilar en 1992 hace 14 años puede ser revelador o no en estos instantes de revolución editorial en el continente. Texto publicado en el Magazín Dominical No. 510 del periódico El Espectador (Bogotá, Colombia), el 31 de enero de 1993, p. 2.

1. La novela, género muy joven, apenas de unos cuantos siglos, está ahora más muerta que nunca, y su vigencia estética es casi nula aunque por un espejismo comercial parece vivir uno de sus momentos más prósperos.

2. La crisis de la palabra y de la escritura, perecederas también como todo en el mundo, asesta un golpe definitivo a esas monstruosas construcciones basadas en la torpe reiteración de personajes y mundos aptos para aquellos siglos que no tenían aún cine, televisión ni radio.

3. Los novelistas de hoy pueden volverse famosos sin ser leídos: son antes que todo figuras públicas de un odioso show bussines, repugnantes vedettes que —una vez asentadas en su pedestal histriónico— viven de la tontería de la masa manipulada por la publicidad y los comerciantes de la edición.

4. Los novelistas de hoy en casi todo el mundo son cada vez más tontos, no miran más allá de sus narices y a diferencia de sus antecesores buscan sólo la fama y el éxito: para cumplir ese objetivo se han convertido en tristes empleadillos sin sueldo de las editoriales, regentadas a veces por verdaderos analfabetas.

5. A los novelistas, a los narradores en general, les tiene sin cuidado si son o no leídos y son cómplices de esa gran farsa por la cual logra sobrevivir el género: la gente dice que Fulano es un gran novelista o un gran escritor, pero no lee sus inútiles y vacuos mamotretos.

6. Desde hace varios años no he leído ni escuchado una sola frase interesante de un novelista, incluso de algunos de los que más fama tienen en el mundo. Su persistencia en un género literario industrializado y muerto los convierte en mercaderes del templo, loros, onanistas de su propia torpeza.

7. Los últimos grandes narradores del mundo fueron todos unos fracasados: Kafka, Proust, Joyce, Céline, Musil, Broch, Roussel, Barnes, entre otros especímenes humanos de la era anterior al reino de Walt Disney. La novela murió antes que sonara el 31 de diciembre de 1945.

8. El drama de los narradores radica en que al usar cantidades absurdas de palabras mustias, pierden la perspectiva de su labor y cual bestias elefantiásicas patalean en escenarios sin público, incapaces de lucidez frente a su obtusa empresa: indigestados de palabras sólo escuchan el rumor de sus pútridos intestinos literarios.

9. Sólo la codicia del éxito los mantiene montados sobre sus computadores como bobos agricultores que trabajan de sol a sol cultivando maleza, soñando —ilusos— en su fabulosas ganancias.

10. Los narradores latinoamericanos de las últimas décadas fracasaron todos porque estaban convencidos de que algún día se acostarían con Jane Fonda. En cuanto a las narradoras latinoamericanas, su estruendoso fracaso radica en que aman demasiado a los hombres, cuando es bien sabido que —casi sin excepción alguna— las grandes escritoras tuvieron poco apego por ellos.

11. La poesía, practicada ya desde hace milenios, sigue por el contrario viva porque es verdadera y mucho más flexible: es un instrumento elástico y resistente, versión microscópica y maravillosa del big-bang de la creación.

12. La poesía es el único género literario a salvo de la industrialización y sus cultores son sabios porque se saben fracasados de antemano.

13. La crisis de la narrativa latinoamericana se inició con el derrumbe de sus tres pilares básicos: los enormes penes garciamarquianos, los loros de las portadas y los cocodrilos.

14. Abandonada por sus padrinos europeos y estadounidenses, la narrativa del nuevo mundo anda como perro en misa recibiendo patadas de sus abuelas desalmadas.

15. El “boom” fue una terrible equivocación porque instituyó la neurosis verbal y la histeria logorréica en sus cánones absolutos: en vez de rastrear la verdad, los latinoamericanos sólo intentaron lucirse ante los desdenes de su horrible madrastra.

16. La narrativa latinoa-mericana murió con Felisberto Hernández y aún no encuentra a su nuevo pianista.

17. Estamos viviendo ya en otra placa tectónica a la deriva, aferrados a palabras que no suenan y a personajes que nos huyen: los novelistas de hoy son abuelitas locas en mecedoras desvencijadas.

18. Los narradores latinoamericanos deben seguir escribiendo por un acto de caridad: de lo contrario cundiría el desempleo en los hogares de profesores y críticos.

19. La palabra de los escritores latinoamericanos sólo se escucha en los depósitos de cadáveres.

20. Picabia decía que los pintores trabajan para adornar los consultorios de los dentistas. Los narradores latinoamericanos lo hacen para probar que en cada familia siempre hay un hijo calavera.

21. Tristram Shandy, de Lawrence Sterne, inauguro la decadencia de la novela: como el protagonista de ese libro, la narrativa latinoamericana fue engendro de un espermatozoide disminuido.

22. Preguntaba una escritora de este continente sobre las temáticas narrativas de sus congéneres, los hombres latinoamericanos de hoy, exclamó: “Mucho pene, mucho pene...”.

23. Muchas personas creyeron en los años 60 y 70 que el réquiem para la novela por parte de los adalides del nouveau roman francés fue sólo una escaramuza en el largo camino triunfal del género. Seis lustros después, su entonces delirante aserto se volvió más que obvio. El auge posterior de la novelística y su absoluta industrialización, son pruebas de su fin: su buena salud es sólo como negocio, pero no desde el lado estético. Los novelistas de hoy deberían reflexionar un poco para darse cuenta que viajan en un barco pronto a naufragar para siempre, aunque queden aún algunos siglos de negocio más o menos próspero y declinante. Las razones para la existencia del género han desaparecido en estos tiempos: cada noche los cientos de millones de espectadores de telenovelas muestran lo inocuo de ese género construido, por demás, con la palabra, ese otro elemento con talón de Aquiles.
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lunes, 26 de marzo de 2007

LA PRIMAVERA PERMANENTE DE JULIO CORTAZAR

En la casa de América Latina de París se presenta una exposición de fotografías, documentos y videos de Julio Cortázar, muchos de ellos desconocidos, que se muestran auspiciados por su primera esposa Aurora Bernárdez, albacea suya junto al recién fallecido crítico Saúl Yurkievich.
Fotos de infancia, documentos de viajero, objetos personales como una clepsidra o la pipa, fotografías de la vida íntima en todas las etapas de su vida adulta comparten el escenario con videos tomados por él, cuadros, música, cartas y libros protagonizados por París, ciudad que lo albergó gran parte de su vida.
Nació en Bruselas (Bélgica) en 1914, creció desde 1918 en Argentina donde fue maestro en Chivilcoy, Cuyo y Buenos Aires y floreció en la capital francesa, adonde llegó en 1951 y falleció el 12 de febrero de 1984.
La primera vez que vi a Julio Cortázar fue en la primavera de 1978, cuando asistimos un grupo de jóvenes estudiantes a un congreso sobre narrativa latinoamericana en Toulouse, en el que participaban Augusto Roa Bastos, Jorge Enrique Adoum, Jacques Gilard y Juan José Saer, entre otros.
Lo que más me impresionó cuando lo vi de cerca y hablé un momento con él, era que su rostro estaba marcado por profundísimas arrugas. Desde lejos el monstruo de la literatura latinoamericana e ídolo nuestro por su maravillosa novela Rayuela y el misterio de sus cuentos, se veía mucho más joven, como un gran adolescente envejecido, alto y enjuto, de cabellera y barba oscuras.
Pero al estar junto a él saltaban de inmediato las huellas implacables del tiempo sobre el rostro inconfundible de quien en ese entonces debía estar en sus 63 años. Usaba pantalones informales, zapatos de gamuza, suéter de cuello tortuga y amplias chaquetas impermeables de paleontólogo en invierno.
Lo veíamos después de lejos caminar por el campus de Toulouse le Mirail, al lado de la novelista colombiana Alba Lucía Angel, que en el Congreso cantaba música rebelde para el público y además parecía tener las preferencias del maestro. Y en París uno podía jugar a encontrarlo en alguna librería, en un mítin de izquierda o caminando por las calles, elevado y desprevenido como uno de su personajes.
París había quedado para siempre en Rayuela como la glauca ciudad fría y precaria de los años 50 que vio reinar a jazzistas y existencialistas en las cavas de Saint Germain des Pres y a los artistas latinoamericanos pobres que vivían a salto de mata en hoteles miserables o edificios semiderruidos que no habían sido renovados desde el siglo XIX, como fue el caso de Gabriel García Márquez, Nicolás Guillén o el venezolano Jesús Soto y otros miles que desaparecieron para siempre.
Habría que haber vivido en ese tiempo para entender lo que significaba para la juventud urbana de América Latina la figura de Julio Cortázar. Con él quedaba atrás la entrañable narrativa telúrica de dictadores, señores presidentes y campesinos mitológicos y se abrían las calles y avenidas de las ciudades, con sus enamorados literarios que disertaban de filosofía, oían jazz y vivían pobres entre la humareda de los bares y la calurosa precariedad de las buhardillas del exilio.
La famosa Maga, que fue su novia fugaz y hoy cuenta ya anciana desde Inglaterra su aventura con ese hombre raro y torpe, se convirtió en una especie de modelo de muchacha moderna, un poco loca, impredecible, tal vez mucho más sexy en la ficción cortazariana que en la realidad.
En las buhardillas de los años 70 se daban cita los estudiantes o los vagos para leer párrafos o capítulos enteros de Rayuela con una devoción sólo comparable a la que debieron practicar los seguidores del surrealismo medio siglo antes, como si el arte y la ficción fueran la salvación.
¿Quién no se sintió Cronopio o Fama o soñó con los personajes ultramodernos que surgían en sus cuentos o en obras tan extrañas como los Autonautas de la Cosmopista, escrita con una de sus últimas amadas, Carol Dunlop?
Además, el viejo Cortázar se había transmutado súbitamente al calor de las revoluciones en boga de un intelectual argentino tímido, erudito, exquisito y muy acicalado, en un verdadero hippie polígamo, un izquierdista que creía en la Revolución cubana y participaba en las fiestas militantes de protesta contra Estados Unidos, la guerra de Vietnam y las genocidas dictaduras militares Latinoamericanas.
Según Vargas Llosa, la transmutación espectacular del exquisito se dio a fines de los años 60, cuando empezó a vivir con la editora lituana Ugné Karvelis, en cuyos brazos la crisálida se habría metamorfoseado.
Era un nuevo modelo: no correspondía ya para nada al viejo arquetipo de escritor latinoamericano encorbatado, manso y lento que lagarteaba embajadas y puestos diplomáticos en las antesalas del poder. Y sin ser maldito, permanecía al margen fustigando las injusticias y defendiendo a capa y espada la poesía, los libros y la creación lejos del mercantilismo.
Era a los ojos de toda una generación un artista auténtico y fue tal su cristalinidad que lo admiraron por igual sus copartidarios y adversarios políticos como Octavio Paz y Mario Vargas Llosa, situados al otro extremo ideológico. Hasta ese entonces había vivido con su primera esposa Aurora Bernárdez, con quien se casó en 1953 y compartió esos primeros años de París y viajes tan importantes como el que realizó a la India.
El Cortázar de primavera permanente con el que nos quedamos fue ese hermano mayor que abría y abre todavía las puertas a la verdadera literatura, que no es copia chata de la realidad, como ocurre hoy, sino que la transforma e ilumina.
Ver sus cosas y su álbumes en la Casa de América Latina un febrero taciturno como el que lo vio morir hace 23 años, es un verdadero regalo para quienes lo vimos alguna vez en la vida y para los múltiples cómplices e íntimos suyos que sobreviven en este siglo XXI de aburridos best-sellers, nuevas guerras horribles y escritores mercantiles que no tienen nada de Cronopios ni de Magas.

SAMUEL BECKETT, UN CHAPLIN LITERARIO CON SUERTE

Samuel Beckett, Premio Nobel de Literatura 1969, se ha convertido poco a poco en una leyenda excéntrica de las letras del siglo XX y cada año que pasa su obra conquista más adeptos. Nada prefiguraba en él una futura gloria tan merecida, pues era un tímido casi autista con problemas mentales, pero los vasos comunicantes que tejió a lo largo del siglo entre poesía, novela, teatro, cine, circo y artes plásticas, prefiguraron el mundo mediático moderno pleno de intertextualidades y lo posicionaron como un renovador que desmontó los lugares comunes donde dormían los géneros.
Nació en 1906 en Foxrock, Irlanda, al sur de Dublín, en el seno de una familia protestante, y murió el 22 de diciembre de 1989. En su juventud descubrió la literatura francesa, a la que sería adicto hasta el punto de adoptarla: Molloy, Malone muere y El Innombrable fueron redactadas en la lengua de Proust. En los años 30 conoció a James Joyce en París y después de experimentar problemas de salud, vivir la guerra y acudir al psicoanálisis entre idas y venidas a su tierra nativa, decide quedarse a vivir definitivamente en la capital francesa. En 1953 escribe Esperando a Godot, obra que lo lanza a la fama mundial y desde entonces publicó sus libros en Editions de Minuit, editorial confidencial para públicos entendidos que sobrevivió contra viento y marea ante el auge arrasador de la literatura comercial.
Ahora el Centro Pompidou presenta una vasta exposición sobre ese recorrido excepcional que lo llevó al Nobel de Literatura. En un rectángulo dividido en siete espacios nos familiarizamos con la vida de este hombre silencioso y semiesquelético con aires de miope, que se encerraba solo en una casa de las afueras de la capital para concentrarse en la escritura de sus piezas teatrales y fraguar textos poéticos y libros de prosa que negaban las leyes fáciles del argumento y la amenidad. A la entrada nos topamos con la proyección de una boca enorme que pronuncia incesantemente, rindiendo así un homenaje a la voz y al placer de la lengua y la palabra que son degustadas con fruición. Porque más allá del argumento o la sucesión de historias triviales que vegetan en la novela convencional, se trata de dar protagonismo a la palabra, a sus sonidos y viscosidades, a la materia que emerge de ella en la oscuridad.
Más adelante hay un libro enorme cuyas letras han sido abiertas en una pared plástica gracias a la energía de un perfecto rayo láser y podemos ingresar a él y ser traspasados por los colores y las imágenes de la cámara oscura. Las palabras escritas en ese enorme libro adquieren otra dimensión: son materia, tienen vida propia, son arte por encima y más allá de lo que agencien o signifiquen. Las letras, palabras y oraciones que hay en las dos gigantescas páginas del libro se convierten en obras de arte, en elementos de un cuadro, residuos de una actividad literaria que se ha rebelado de su autor.
De la voz pasamos a la letra y de la letra seguimos al cuerpo que escribe con su propia materia sobre líquidos regados y que repta en silencio pronunciando sonidos guturales. Porque el cuerpo es la materia de sus novelas y piezas teatrales: una mujer enterrada que habla bajo la sombrilla, seres humanos que viven entre canecas de basura, hombres enfermos y paralíticos perdidos en el margen, sucios, grotescos, malolientes, corroidos en la basura de la existencia y de la historia. El catálogo nos dice que «los personajes son cuerpos burlescos poseídos por el frenesí de la palabra, cuerpos cómicos horadados por las reminiscencias del music-hall y del circo, arquetipos de una humanidad que corre implacablemente hacia su fracaso».
Todo ese mundo tan sugestivo de Beckett, que hizo explotar la literatura en los años 50 y 60 del siglo XX, encuentra cómplices en artistas como Pierre Alechinsky, Jaspers Johns, Robert Motherwell, Sean Scully, Bram van Velde, Richard Serra y Alberto Giacometti, entre otros, cuyas obras podemos ver entreveradas con grandes imágenes fotográficas del autor, retratos, cuadernos, manuscritos, documentos personales, fotografías de infancia y juventud, filmes sobre Dublín, Londres o París, ediciones originales, videos, filmes de Charles Chaplin, cartas y objetos personales.
Los curadores de la exposición han dado en el clavo: la literatura, la novela, el teatro se han escapado de su moldes y de la prisión donde la falta de crítica los encerraron. El argumento, la amenidad, la claridad, la utilidad, el éxito comercial, no tienen nada que ver con la verdadera exploración artística. Al recorrer esta muestra en torno a un autor revolucionario y excepcional, comprendemos que no todo está perdido. Mientras la trivialidad reina en la literatura comercial, el arte sigue su camino por otros subterráneos y laberintos. Allí encontramos la lúcida figura de Beckett acompañado por su admirado Charles Chaplin, otro artista del siglo XX cuyas pequeñas obras maestras y absurdas se proyectan en una pequeña pantalla, para mostrarnos que entre ambos hay más similitudes que diferencias. Así la voz y la palabra del texto literario se convierten en una fenomenal carcajada ante el mundo desquiciado.

viernes, 23 de marzo de 2007

EL VIAJE TRIUNFAL DE EDUARDO GARCIA AGUILAR

Por Vicente Francisco Torres


(EL VIAJE TRIUNFAL. Novela editada en primera edición por Tercer Mundo Editores, Santafé de Bogotá, 1993, 321 págs. Luego fue editada por Nueva Imagen, en México, en 1997 y por Altera, Barcelona, España, en 2003. Traducida al inglés y al bengalí).


Eduardo García Aguilar (Manizales, Colombia, 1953) comenzó a construir un mundo literario desde la publicación de su primera novela, Tierra de leones (1986), y con el tiempo y con cada nueva novela lo amplia, profundiza y varía. Dicho universo tiene su centro en Colombia, y su circunferencia en todo el orbe. Ha mostrado la oposición entre el mundo aldeano y pacato de las buenas conciencias y la herejía mundana.
En el centro del universo de García Aguilar hay un imán: Manizales, su tierra natal, una población de hacendados cafeteros encaramada en los Andes y que, una vez que tuvo saciada el hambre de los alimentos terrestres, sintió el estómago vacio por esa otra hambre de que habló el cubano Onelio Jorge Cardoso en su hermoso cuento El caballo de coral:la del espíritu, la del pan trascendente. Fue así como las calles de Manizales vieron deambular a un puñado de poetas desaforados, modernistas y decadentes que han nutrido los libros de nuestro autor.
Desde Tierra de leones, García Aguilar mostró sus pasiones: el decadentismo europeo, el modernismo americano y un dios tutelar: Joris Karl Huysmans. Tanto en su primera novela como en Bulevar de los héroes (1987) quedó afirmada su fe en el verbo, en la expresión rutilante, y empezaron a aparecer algunos de sus entes de ficción que sufrían la asfixia de la tierra natal: Arnaldo Faría Utrillo, los Fundidistas y los Lánguidos Camellos.
Urbes luminosas (1991), conjunto de crónicas que hablan de la experiencia europea y americana del narrador —quien pasó más de un lustro en el viejo continente y realizó estudios de economía política y filosofía en la Universidad de Vincennes—, es muestra contundente del afán cosmopolita del autor. Salió de Manizales, recorrió varios países americanos, vivió en Europa y en los Estados Unidos y hoy parece radicar definitivamente en México.
Mezcla de los afanes de sus dos novelas, de su libro de crónicas y de su experiencia nómada es El viaje triunfal, novela que obtuvo en 1989 el premio de narrativa Ernesto Sábato para escritores colombianos. En ella Arnaldo Faría Utrillo realiza el sueño de ser extranjero de profesión, hecho que siempre ha obsesionado al mismo autor. Faría Utrillo es concebido en México, nace y pasa su infancia en Colombia y sale a correr mundo siendo aún adolescente. Se gana la vida enviando reportajes desde los sitios que visita, y en su itinerario hallamos a Jamaica, México, Estados Unidos, la India, Japón, Egipto, Roma, Francia y España. Fiel a sus pasiones, García Aguilar sitúa la novela a finales del siglo pasado y en la primera mitad del presente para que observemos a Enrique Gómez Carrillo, José Maria Vargas Vila, Rabindranath Tagore, Pablo Picasso, Julio Ruelas, Salvador Diaz Mirón, José Asunción Silva, Baldomero Sanín Cano y Tomás Carrasquilla. La figura de Huysmans se cierne sobre toda la novela y se refleja en las exquisiteces y exotismos de Faría Utrilbo, quien probo todas las delicias y todos los pecados antes de volverse un hombre religioso. Amó a las más bellas mujeres, miró los más prestigiados paisajes, entró a los templos y a los más miserables antros. Escuchó a Caruso y habló con Mata Han. Llegó a la pederastia, fue poseído por un soldado nazi, entrevistó a Papini, compartió la mesa con Apollinaire, fue amigo de Neruda, de Gabriela Mistral y de Vallejo y asistió a las "orgías de hierro" de las dos guerras. Ya cuarentón regresa a la Enea, una suerte de Atenas de los Andes, trasunto de Manizales. Creyó ciegamente en el viaje, hizo de la extranjería una profesión pero acepto que "viajar es huir de uno mismo, pero llega el momento en el cual descubrimos que es inútil la huida". Esto de ninguna manera es una simple desilusión; es un convencimiento trascendente, una conversión a la religión del crepúsculo:
Todo es un crepúsculo, mii querida odalisca. Cada uno de nuestros pasos, cada una de nuestras palabras, toda palpitación es la prueba de tal aserto. He desconfiado mucho de aquellos seres optimistas que predican la felicidad venidera e incitan a sus congéneres a morir por ese hipotético paraíso, pues me parece que o saben la verdad y la ocultan con malicia o son en definitiva cretinos. Hago una salvedad: los santos. ¡Ah! Quiero ser muy claro en este punto. Los santos pertenecen al género de los poetas porque su reino está ausente de este mundo. Los héroes y los mártires sí me llenan de reverenda y admiración. No el rostro falso de los vendedores de felicidad terrenal. Santos y místicos pertenecen a la cofradía de los crepusculares porque no tienen fe ninguna en el comercio de los hombres. La fe en el crepúsculo es la certeza de que ninguna partícula del universo sobrevivirá para atestiguar las supuestas glorias del género humano. Toda vanidad es inútil ante la oscuridad eterna. Eso lo sabía ya Eratóstenes de Cirene, el gran bibliotecario de Alejandría... [pág. 308].
Como puede verse, esta idea final coincide y amplía lo sostenido en Bulevar de los héroes: las ideologías fracasan y la utopía no puede alcanzarse. Como Sísifo del siglo XX, el hombre debe luchar contra el peor enemigo: la desesperanza.
Con una sensualidad finisecular, ostentosa y delirante, Faría Utrilbo se construye en Colombia una casa inspirada en las mezquitas cairotas y un mausoleo de malaquita con forma de rana, digno escenario donde volarán en pedazos, junto con la cripta, los restos de los poetas fundidistas, sacrificados por heréticos y antisociales. Ellos pisoteaban hostias y Faría simpatizaba con ellos; por lo tanto, los poetas fueron despojados del corazón —uno hasta de la columna vertebral— y el cadáver de Faría desapareció.
La pérdida del cadáver de Faría Utrilbo da oportunidad para señalar que el novelista manizaleño ha hecho de la expresión bella una obligación. Todo lo que escribe está inspirado en el fasto modernista. Por ello no es gratuito que haya vuelto a la poesía con Llanto de la espada (1992) y construya sus novelas con escenas fulgurantes, cinematográficas, como la aparición del cadáver de Faría dentro de una olla y con una manzana metida en la boca, como un lechón.
Técnicamente, creo que la novela no persigue hacer innovaciones. Es lineal, de la concepción a la muerte de Faría Utrillo, y únicamente la narración o explicación de algunos hechos rebasa los márgenes de la A a la Z. Como dije al principio, las crónicas y novelas de García Aguilar aparecen entreveradas con sus propias convicciones e incluso con sus vivencias. En El viaje triunfal, el cronista, viajero y decadente Faría Utrilbo surge como una especie de alter ego de García Aguilar: "Entrevistas, reportajes, crónicas, poemas, intentos de novela llenaron las gavetas de su pupitre y cada noche, a la luz de la chimenea, leyó fragmentos de Urbes luminosas, un libro de crónicas reales y ficticias sobre sus andanzas por el mundo".
En Llanto de la espada, libro que quizá fue escrito paralelamente con El viaje triunfal, se reitera la idea del viaje eterno que siempre encuentra reposo en el país natal: "Mi tierra es sólo metal vago lucero/ ciudad de moribundos...".
Si la novela obliga a cierta lógica y a ciertos parámetros argumentales, en la poesía García Aguilar diseñará también sus imágenes dilectas (muchachas poseídas por serpientes sedientas, jovencitas que incitan al sexo a los halcones, un pastor que posee el cadáver de una joven, sirenas, hetairas y neptunos que asisten a una posesión necrofilica), pero las entregará con desplantes, para que la imagen poética brille: "Junto al mar un pastor sin rebaño/ abre el cauce necesario y se interna en la arenal para después morir de sed entre corales./ En las estaciones de pegasos/ aurigas angustiados oran a las llantas/ de una carroza mortuoria...".
García Aguilar tiene una obsesión que aparece como ingente sombra: el boom, con su escándalo comercial, hizo olvidar a grandes escritores anteriores al estallido, tales como Felisberto Hernández y José Lezama Lima. Si miramos a los autores que surgieron después del boom, vemos que "claudicaron en una medianía espantosa y se volvieron empleadillos sin sueldo de las multinacionales de la edición [...] Se perdieron la rebeldía y la independencia, el orgullo y la firmeza que deben caracterizar al verdadero artista..." Ante este panorama, sólo la poesía de nuestro continente ha mantenido una tradición de rigor e independencia.
Por eso García Aguilar vuelve a ella, después de Ciudades imaginarias, como un desafío a la mediocridad post boom pero también para tender un puente de salvación artística entre los grandes poetas modernistas y vanguardistas y los que hoy entregan lo mejor de su oficio. Dice García Aguilar en entrevista con José Luis Perdomo, de El Financiero (7 de mayo de 1993): "La poesía es flexible, es un instrumento maravilloso para tensar la palabra, hacerla explotar y reacomodarse. Sin formación poética, sin lectura y sin admiraciones poéticas, el narrador es una bestia y lo increíble es que muchos narradores denigran de la poesía, les aburre y se vanaglorian de no saber nada de ella".
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OBRAS DE EDUARDO GARCIA AGUILAR:

Tierra de leones, México, Editorial Leega(Literaria), 1986.
Bulevar de los héroes, México, Plaza yValdés Editores, 1987
Urbes luminosas, México, Editorial Leega(Omnibus), 1991.
Llanto de la espada, Universidad Nacional Autónoma de México (El Ala del Tigre),1992.
El viaje triunfal, Santafé de Bogotá, Tercer Mundo Editores, 1993

Tequila coxis, México, 2003
Voltaire, el festín de la inteligencia, Bogotá, Colombia, 2005
Animal sin tiempo, México, 2006

jueves, 22 de marzo de 2007

ENTREVISTA CON EDUARDO GARCIA AGUILAR


Entrevista a Eduardo García Aguilar

---- Sobre literatura colombiana y latinoamericana hoy ---

Por Marcos Fabián Herrera

¿Cómo se sitúa dentro de la literatura colombiana?
Nunca he pertenecido a generación o grupo alguno. No me gustan los clanes, grupos de poder y menos el naciocionalismo apolillado que practican algunos ahora para recibir aplausos fáciles y seguidores ciegos, o para escudarse detrás de una andera. Prefiero a los autores apátridas y marginales, a los malditos. Salvo entre mis amigos, me siento extranjero entre los escritores colombianos y soy un forastero para ellos. Me aburre mucho la literatura colombiana de hoy con sus sicarios, travestis, prostitutas de caricatura y narcos relatados por medio de historias planas sacadas de guiones o reportajes fallidos. Y me encanta ser un forastero en mi ex-país, pues no hay mejor estatuto para un escritor que ser extranjero. De la extranjería tratan mis novelas, poemas y ensayos. Mis personajes son desarraigados, siempre en éxodo, lejos de una tierra nativa, acosados por la quimera del regreso y destruidos, triturados por el retorno. Leonardo Quijano en Tierra de leones, Petronio Rincón en ulevar de los héroes, Faría Utrillo en El viaje triunfal y Néstor Aldaz en Tequila coxis, son a fin de cuentas extranjeros profesionales, apátridas, marginales, rebeldes, tiran piedra desde afuera a los festines de los poderosos. Para ser honesto, creo que por tantos años « afuera », llevo dentro una Colombia fosilizada, la Colombia de la infancia y la adolescencia, y por eso las afinidades tribales o de generación para mí son ficticias, inexistentes, artificiales. Me fui a los 20 años recién cumplidos y no he vuelto a vivir allá. He ido de viaje a ver amigos y familiares, invitado a la Feria del Libro, pero eso es también ficticio: uno es una ficción para quien lo ve allá y el país es a su vez una quimera para uno como visitante y forastero. Yo no he estado allá en los terribles combates cotidianos de las últimas décadas. En el campo literario no me siento afín a ningún grupo o tendencia colombiana de hoy, pero respeto a los colombianos que han enfrentado la situación allá con dignidad y entereza. Y en especial respeto a los escritores que viviendo allá entre los suyos son extranjeros en su propia tierra, ninguneados por los grupos de poder literario de Bogotá y Medellín.

¿Qué piensa de la generación que lo precedió, integrada por Nicolás Suescún, Germán Espinosa, Fanny Buitrago, Oscar Collazos, R.H Moreno-Durán, Luis Fayad, Ramón Illán Bacca, entre otros muchos?
La generación a la que te refieres es un grupo de contemporáneos colombianos de gran nivel que publicaron sus primeras cosas al inicio de la explosión estética de los 60, cuando Colombia era sin duda más moderna que hoy en el aspecto literario, con revistas como Mito y Eco. Ahora hemos vuelto al realismo ramplón precarrasquillano y prevargasviliano que imponen los mercaderes, a una literatura del escándalo dictada por las editoriales, una literatura mercancía cuya única finalidad es vender y hacer del escritor un producto lanzado con las técnicas del marketing por las oficinas de prensa. Ahora sólo se puede escribir de sicarios, narcos, prostitutas y travestis. O sea vender afuera y adentro un cliché de lo colombiano absolutamente deleznable. Esos escritores fueron aplastados por la indiferencia de los colombianos, los críticos de las universidades que siguen lo ordenado por las tres editoriales multinacionales y el ninguneo infame de la crítica, las editoriales y la prensa española. A todos ellos los admiro y los respeto en su espléndido fracaso. Ahora, antes que ellos han existido escritores de una gran modernidad en Colombia, abiertos al mundo, como Jorge Gaitán Durán, Fernando Charry Lara, Hernando Téllez, Álvaro Mutis, Danilo Cruz Vélez, para sólo mencionar a algunos, con quienes hay que restablecer el diálogo. Esos son los importantes, no los payasos o payasas mediáticos de hoy. Ahora, tengo debilidad por mis contemporáneos de la Generación Sin Cuenta, o sea los que nacimos en los 50 como Tomás González, Julio Olaciregui, Evelio José Rosero, Sonia Truque, Julio Paredes y Juan Carlos Moyano, y otros mas recientes como Pedro Badrán, Pablo Montoya y Hugo Chaparro. Comparto con ellos esa actitud un poco rebelde, marginal, alérgica a las mafias y a los clanes. Hacen su obra y viven a contracorriente del escándalo reinante.

¿La diáspora emprendida por muchos que buscaron una trinchera creativa en Barcelona, México o París, logró una literatura más ecuménica o tan sólo recuerdos parisisnos, barceloneses y bohemios?
No me gusta mucho la palabra diáspora, pues me parece muy pretenciosa para el caso de los escritores colombianos que somos privilegiados y salimos del país voluntariamente, ya formados por la intensa actividad universitaria y cultural colombiana. Nada que ver con la persecución y exterminación del pueblo judío. Somos viajeros felices y en el viaje nos hemos divertido mucho acercándonos a otras culturas, ámbitos, paisajes, lenguas, amores. Cada quien carga sus orígenes regionales y los lleva adentro. Barcelona, Londres, Berlín, Roma, Nueva York, México o París acercan a la humanidad, a todas las razas y clases, a diversas culturas y religiones, a otras literaturas. Vivir en esas grandes capitales ayuda a palpar la humanidad entera y abrir otros espacios a la escritura. En mi caso la Francia de los años 70 fue definitiva: fue la última época de la rebelión intelectual francesa. Allí podíamos ir a escuchar las clases de Foucault, Barthes, Deleuze o Chatelet, en el Colegio de Francia o en Vincennes, ver de lejos a Sartre y a Lacan. Ahora la intelectualidad francesa es sólo una sombra de aquella época. México también fue decisivo para mí. Allí me han publicado todos los libros, escribí en los diarios, y crecí con una generación de escritores de ficción con los que me identifico y comparto muchas cosas. Ahora, lo de la bohemia, eso ya no existe.

Usted ha reclamado recuperar el legado de polígrafos como Macedonio Fernández y Pedro Henríquez Ureña. ¿Perdimos al escritor Latinoamericano polemista y reflexivo?
En varios ensayos he planteado que hubo una ruptura curiosa después del boom latinoamericano con toda una tradición moderna que tuvo su esplendor en nuestro país con las revistas Mito y Eco. Basta abrir una vieja revista Eco de los años 60 para percibir la modernidad y el nivel de la discusión intelectual de esa época, comparada con la ridiculez de las estrellas literarias locales de hoy, que se pelean desaforadamente por ocupar el podio del más estúpido o la más estúpida. Si uno revisa a esos autores que proliferaron desde el río Bravo hasta la Patagonia, como Borges, Reyes, Uslar Pietri, etcétera, se da cuenta que la intelectualidad latinoamericana estaba más abierta al mundo y no se especificaba en temáticas locales como hoy. Las tres editoriales multinacionales ordenan hoy a los argentinos escribir sobre tango o Evita Perón, a los mexicanos sobre chocolate y charros de sombrero con pistola, y a los colombianos sobre narcos, sicarios o putas y si cumplen con la tarea, los vuelven hasta genios. Por el contrario, los hombres de esa generación de la primera mitad de siglo tenían varias cualidades: eran profundamente tolerantes, democráticos, consideraban que desde América Latina podíamos dialogar de tú a tú con el mundo y no eran sumisos vendedores de folclorismos y clichés, como ocurre con nuestros geniales narradores de moda. El boom contribuyó a dar a conocer la literatura latinoamericana, pero fue nefasto a la vez porque promovió al escritor profeta endiosado, rodeado de corte y de áulicos críticos, a un escritor o escritora inflado como sapo que camina como político, opina de todo y es bandera nacionalista o regionalista. Prefiero a ese intelectual democrático y crítico de esa generación polígrafa y en el caso colombiano pienso que los hombres de Mito y Eco fueron arrasados a cambio de un intelectual escandaloso, demagogo y payaso mediático. Ahora a los escritores los promocionan como a modelos de telenovela. Prefiero en Colombia a Charry Lara, a Mutis, a Gaitán Durán, a Danilo Cruz Vélez. Y en América Latina a Henríquez Ureña y a Alfonso Reyes y a críticos como Emir Rodríguez Monegal que decían al pan pan y al vino vino.

Dada su condición de escritor colombiano residente en Francia, y acucioso rastreador de literaturas, puede decirnos si los editores consideran diversas estéticas literarias o acaso ¿siguen buscando mujeres que ascienden a los cielos y pandilleras que mueren en quirófanos?
En lo que respecta a la literatura latinoamericana, las multinacionales promueven hoy a autores latinoamericanos de tercer o cuarto nivel que les doren la píldora con temas folclóricos o sandeces. Para ellos un autor latinoamericano actual no tiene derecho a hablar de tú a tú con la cultura del mundo, y debe venderse como el salvaje calibanesco que cuenta las atrocidades de las ex colonias. Si se pone la piel de bárbaro, se pone las plumas y se ajusta los colmillos es promovido. Pero aparte de eso, el mundo editorial es muy rico y se sabe muy bien cual es la literatura de fondo y cual la de los best-sellers. Se venden más estos últimos, pero la literatura verdadera existe y tiene sus espacios críticos, universitarios y su público sólido.

¿ Es Colombia tierra de verdaderos poetas, o de simples balbuceos de beodo y alambicados discursos de gramático?
Desgraciadamente Colombia es como una ínsula en materia de poesía. Salvo Silva y casos excepcionales a lo largo del siglo XX, siempre ha dado la espalda a lo que pasa afuera. Antes la poesía colombiana estaba encerrada en el soneto y el alejandrino, ahora en una retórica anacrónica surgida de malas lecturas de traducciones del romanticismo y de cierto expresionismo alemán. El alba y el crepúsculo siguen aplastando a la poesía colombiana. Todos quieren escribir bonito y engolado y ahora les ha dado por volver a la poesía terrígena o al romanticismo a lo Corin Tellado. No se han dado cuenta de las rupturas en la poesía anglosajona e incluso de las explosiones latinoamericanas ejercidas desde Brasil, Chile, México y Nicaragua. Lo beodo, alambicado y gramático ya quedó atrás, pero renace por desgracia lo precarrasquillano y prevargasviliano, un realismo fácil y ramplón que no sé si es peor que lo gramático.

¿Sigue siendo Colombia un país sumido en el parroquialismo cultural?
No, en Colombia hay muchas universidades y hombres de letras y pensamiento de primer nivel, pero no tienen espacios y están vetados en los periódicos, las revistas y las editoriales. Lo que yo creo es que los grupos de poder en Colombia son más papistas que el papa. Es un país dominado desde las seis de la mañana hasta medianoche por las cuatro pestes de la humanidad que son los políticos, los militares, los curas y los periodistas. Es un país mediático donde todo tiene que ser rápido, superficial, escandaloso, plástico, clasista, racista. Los periódicos se acabaron y no tienen espacio para el pensamiento. Todo el país y hasta los intelectuales y escritores piensan y actúan como el columnista de El Tiempo Poncho Rentería. Está prohibido detenerse un instante a pensar. Y por eso la literatura que circula y domina es una literatura plástica, de revista de peluquería. Como todos los medios están dominados por dos o tres familias de la oligarquía que viven entre Miami y el búnker de los barrios ricos y rosas del norte de Bogotá, ese es el rasero impuesto a la cultura. Creo que a fines del siglo XIX, en los años 20 y 30, en la década de los 50, cuando surgieron García Márquez y Mutis, y en los 60, cuando aparecieron los nadaístas y la generación desencantada, el país era más moderno e interesante que hoy. Basta ver al Congreso recibir y homenajear a los más grandes asesinos de la historia colombiana, que son los paramilitares, para entender lo que pasa hoy. No tardarán los paras en adueñarse de la narrativa colombiana. A lo mejor ya se adueñaron y no nos hemos dado cuenta. La narrativa colombiana de moda hoy es una paraliteratura.

De Manizales a Europa, de la tradición Grecoquimbaya al postmodernismo francés… cuéntenos un poco esa trayectoria…
Yo nací en Manizales que fue centro cultural en los años 30 y luego en los 60 y 70 con el Festival de Teatro. Los grandes autores colombianos de entreguerras fueron editados en los 30 por Arturo Zapata editores que fue una de las primeras editoriales modernas del país. Cuando yo abrí los ojos a la literatura, la ciudad era un centro internacional de cultura muy interesante, con el Festival Internacional de Teatro. Allí los adolescentes salíamos del colegio e íbamos a ver debatir a Neruda, a Sábato, a Asturias, a Vargas Llosa, a Grotowsky y vimos todo el teatro contemporáneo en el Teatro Fundadores. Teatreros de todo el mundo pasaban por allí y dejaban libros e ideas, y las bibliotecas del Colombo-Americano y la Alianza Francesa traían todas las novedades editoriales del continente. Yo aprendí francés en la Alianza Francesa de Manizales y ahí veíamos cine moderno y leíamos a los autores franceses. El grecoquimbayismo ya era cosa del pasado. Pero respecto a los grecoquimbayas o grecolatinos que mencionas, ahora a cualquier columnista analfabeta de Bogotá le da por criticarlos y burlarse de ellos sin entender que fue una generación que se dio en los años 20, 30 y 40 en todos los países de América Latina y Europa. Hay que analizar su fenómeno situándolo históricamente. Los críticos y los universitarios mexicanos analizan todos los episodios de su literatura con sangre fría y con respeto hacia las expresiones de su pasado, tratando de analizar el marco histórico. En esas épocas de auge de la ideología nazi-fascista, falangista, mussoliniana y franquista hubo muchos intelectuales seducidos por esas ideas, como nuestro Porfirio Barba Jacob. En México hubo muchos, entre ellos José Vasconcelos, en Argentina Leopoldo Lugones y así de país en país. En Europa fueron dominantes durante los tiempos de ese auge reaccionario fascista: son escritores de estirpe católica y conservadora, lectores de Maurice Barrès, Charles Maurras, escritores filonazis, filofranquistas y filomussolinianos. Hasta Gaitán se dejó seducir por cierta retórica nacional-socialista. Hay que analizar lo que pasó ahí y tratar de desentrañarlos para entender ese aspecto de las letras colombianas y latinoamericanas. En mi trilogía sobre Manizales se aborda ese extraño asunto. De modo que de mi ciudad natal destaco esa especie de hidra cultural de los 60 y 70: por un lado totalmente abierta la mundo con el Festival de Teatro y a la modernidad y por otro bajo el fantasma reciente de una retórica escondida en las torres de la catedral. Eso está en mi trilogía compuesta por Tierra de leones, Bulevar de los héroes y El viaje triunfal.

Después de varios años en la AFP, ¿qué experiencia le deja periodísticamente la prensa Francesa?
He trabajado en varios periódicos mexicanos y en una agencia internacional de prensa para sobrevivir. Ha sido una gran experiencia poder viajar, ir en búsqueda de la noticia, estar al tanto día a día de lo que pasa en el mundo. Todo contacto con la realidad y las palabras que la representan es enriquecedor. Soy francófilo, aprendí francés adolescente en la Alianza Francesa de Manizales y he trabajado en la AFP durante 20 años. Ahora estoy desde hace casi ocho años en la sede de París. Soy un afortunado. Le debo mucho a Francia, aprendí demasiado cubriendo conflictos y sucesos de todo tipo para la agencia francesa y quiero mucho a este país. Casi todos los escritores de la historia han estado relacionados con la prensa de alguna u otra forma y en especial los franceses. Y eso es necesario y vital. La prensa francesa es muy rica. Es un modelo distinto al anglosajón, que es el que copian en Colombia los medios dominados por dos o tres familias oligárquicas.Y en esos medios franceses hay mucho espacio para la cultura, el debate histórico, la literatura de todas las regiones del mundo.

Ante la banalización del ejercicio periodístico y el cada vez más exiguo análisis en la prensa, ¿se hace apremiante el retorno de los escritores al periodismo, y acabar con el divorcio?
Los escritores, si pueden, debemos huir del periodismo tal y como se hace hoy. A veces no es posible porque es la única forma de sobrevivir. Y no podemos hacer nada porque los medios son propiedad de esas familias y esos grupos de poder y cambiarlos desde adentro es imposible. Lo mejor es escribir, escribir y escribir y estudiar, leer y mirar al mundo. El periodismo de hoy se ve afectado por las mismas estrategias multinacionales que controlan a las editoriales y dictan lo que se debe escribir y decir. El periodismo es hoy un gran negocio multinacional y la máquina trituradora de noticias una productora de noticias-mercancía para el consumidor. Los periodistas son fichas asalariadas y toda veleidad de independencia es castigada. Ojalá Internet libere esa situación y haga posible expresarse por blogs o por chats, como ya está ocurriendo.

Desde Tierra De Leones hasta Tequila Coxis, perviven elementos transversales, como las inmersiones psicológicas y la presencia de hombres en busca de lo cosmopolita y lo universal. ¿Es un deliberado proyecto de hacer una literatura apátrida?
Me gusta mucho su pregunta, porque se acerca a esa gran pulsión apátrida personal que he tratado de expresar en la Trilogía de Manizales (Tierra de leones, Bulevar de los héroes y El viaje triunfal), así como en Tequila coxis, Urbes luminosas y en mis libros de poesía Llanto de la espada y Animal sin tiempo, que conforman lo esencial de mi corpus literario hasta ahora. Voy a reunir mis ensayos publicados en la prensa a lo largo de dos décadas bajo el título de Textos nómadas. Mi combate es contra los nacionalistas, los que cautivan su público hablándoles maravillas de los paisajes nacionales, cuando paisajes lindos hay en todo el mundo y las guerras se dan a veces en los escenarios más hermosos del planeta. Como lo dije anteriormente, la temática central de mis libros es la extranjería, el viajero, el judío errante, el hombre solitario en las estaciones de tren o los aeropuertos, el individuo que anda por el mundo y no ve fronteras y se come las antípodas con pasión. Te cuento y no es para presumir, que El viaje triunfal, totalmente ignorado en Colombia, fue publicado en 2005 en bengalí en Calcuta en edición hard cover y aparecerá este año en Estados Unidos en inglés, y que Bulevar de los héroes, inédita en Colombia, está publicada desde hace diez años en Estados Unidos con prólogo de Gregory Rabssa, el traductor de García Márquez, Vargas Llosa, Cortázar y Valle Inclán. También están publicados en Estados Unidos mis relatos apátridas y mundiales de Urbes luminosas, así como mi ensayo sobre la revolución zapatista mexicana Mexico madness.

Al igual que Cortázar, ¿París le permitió descubrirse Latinoamericano?
Llevo 30 años de relación ininterrumpida con Francia, incluso dentro del lapso en que viví en Estados Unidos y México. Adoro París y toda la literatura que ha inspirado a lo largo de la historia, hasta la de Julio Cortázar y su excepcional Rayuela. Nuestra generación descubrió Latinoamérica y su latinoamericaneidad oyendo por la radio el 11 de septiembre de 1973 los pormenores del golpe de estado de Pinochet contra Salvador Allende. Los estudiantes de Sociología de la Universidad Nacional nos quedamos esos días en vela en el Jardín de Freud esperando el regreso del general Pratts y el retorno de Allende, pero todo fue inútil. Regresamos a nuestras casas, adolescentes de 19 años, con un dolor enorme, el dolor de la derrota por el triunfo de ese milico fascista y la derrota de un civilista de izquierda. Es una fecha clave para varias generaciones de colombianos y latinoamericanos. En París, en la Universidad París VIII-Vincennes, acabé de comprender el rompecabezas al ver, recibir y hablar con los miles de exiliados del Cono sur que llegaban a medida que surgían dictaduras militares infames de ultraderecha. Ahora París es una ciudad muy latinoamericana, como siempre, pues aquí han vivido alguna vez casi todos los autores latinoamericanos. Yo creo que Colombia debe disolverse en América Latina. Deberíamos decir que somos latinoamericanos, ese es nuestro verdadero espacio cultural.

*Qué mejor escuela para un escritor que haber trafagado por México, Estados Unidos y Francia; y, cuando se ha hecho de la errancia una necesidad vital y de la iconoclastia una religión de ferviente devocionario. Nada más ajustado a la acrisolada raza cósmica que soñó Vasconcelos. Si los verdaderos poetas, a tenor con la sentencia de Willian Blake, son del partido del diablo, Eduardo García Aguilar, es sin discusión un aplicado discípulo de Mefistófeles. Iconoclasta e incisivo, este novelista y poeta Colombiano residenciado en París, con se ve iluminada agudeza, lanza dardos y mandobles para advertir de los espejismos y vacuidades de estos tiempos.*
posted by LaMovidaLiteraria at 12:03 PM

lunes, 19 de marzo de 2007

BLOGS DESDE NOVIEMBRE DE 2006

LOS 30 AÑOS DEL CENTRO GEORGES POMPIDOU
Como esos viejos patriarcas de bastón que recuerdan sordos y semiciegos las batallas y emboscadas de hace medio siglo, debo decir con estupor que estuve presente el 31 de enero de 1977 en la inauguración del Centro Pompidou, enorme factoría de tubos y turbinas que cumple 30 años de existencia, aún más moderno e inquietante que al principio. Tenía 23 años, estudiaba simultáneamente en ese entonces en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales en el seminario de un experto en Keynes y en la hoy legendaria Universidad París VIII, situada en el bosque de Vincennes, y para redondear mis fines de mes trabajaba como ayudante en la sección femenina de moda de la famosa revista L´Express, situada en ese entonces en la rue de Berri, junto a los Campos Elíseos.Me encargaba allí de entregar a modelos y fotógrafos trajes y productos que las marcas de moda enviaban a la revista para ser reseñadas en la sección y luego recibirlos de las mismas preciosas manos, empacarlos y hacerlos regresar a Pierre Cardin, Yves Saint Laurent, Castelbajac, Armani, Kenzo, Dior y otras estrellas de la industria del lujo. La revista, que era entones mucho más importante de lo que es hoy, fue el primer semanario moderno francés, inventado por Jean Jacques Servan-Schreiber y Françoise Giroud y constituía el centro de la noticia y un verdadero faro de la modernidad y la ideología liberal atlantista en la Francia del pesidente Valery Giscard d´Estaing, que acaba de autorizar el aborto y aplicaba en leyes las exigencias en materia de sociedad de los revolucionarios de mayo de 1968.Había llegado a Francia en abril de 1974, poco después de la muerte súbita de Georges Pompidou y cuando el país estaba en plena campaña para las elecciones presidenciales que oponían a Giscard y al socialista François Mitterrand. Pompidou, cuya esposa era una larguilínea experta en materias de arte contemporáneo quiso pasar a la historia al crear un museo ultramoderno que terminara para siempre con los lúgubres antros llenos de polilla y abriera puertas a la muchedumbre entre cafeterías, luces de neón, proyecciones cinematográficas, música y un ambiente de modernidad. Pero murió antes y la inauguración le correspondió a Giscard, acompañado por varios presidentes africanos, entre los que estaba el intelectual y poeta senegalés Leopold Sedar-Sengor.Alice Morgaine, que dirigía Madame Express, me pasó a mí y una bella amada mulata la invitación para entrar y después de un escarceo con los policías que ejercían el racismo anti-extranjero, anti-negro y anti-árabe en las puertas del museo que acaba de admitir a los presidentes africanos, pudimos subir por las escaleras entubadas que causaban conmoción mientras afuera reinaba como siempre un lóbrego clima invernal. Toda la zona estaba arrasada después de la destrucción del mercado de Les Halles descrito por Zola en El vientre de París, por lo que la inauguración del Museo Beaubourg, como también se le llama, constituyó un ensayo general para reanimar una zona deprimida, suscitando las críticas más feroces. Pero sólo basta viajar a esos instantes ahora históricos que mojan tantas páginas en la prensa europea para entender la electricidad que reinó allí como un parteaguas: a un lado policías racistas que nos molestaban y nos pedían regresar de donde veníamos, señoras elegantes con abrigos de visón y al otro presidentes africanos y jóvenes de cabellos largos despeinados vestidos de todos los colores y recién levantados después de días de sexo, peace and love, Pink Floyd, In a Gadda da Vida, Cream y Doors. Diseñado por Rogers y Piano, que hicieron la maqueta como chiste y juego de azar, el edificio ha logrado pasar las décadas con éxito habiendo admitido al parecer 189 millones de visitantes. En su vida ya respetable abrió vasos comunicantes con Moscú, Berlín y Nueva York, redefinió y revisitó movimientos como dadaísmo, cubismo, expresionismo, situacionismo y todas las tendencias del pop art desde Marcel Duchamp y su orinal hasta Andy Warhol y los nuevos que revisan la explosión artística de los años sesenta y setenta. Esas dos décadas llenas de sorpresas y revoluciones artísticas fueron sin duda parteaguas a nivel mundial, como en su momento lo fueron los años 20. Son épocas de rebelión que marcan tendencias para largo y redefinen la relación del hombre con su tiempo derrumbando íconos y abriendo nuevas puertas para la cultura humana.Ahora, tal y como lo hacen el Guggenheim y el Louvre, el Pompidou se clona en otras partes del planeta, lo que muestra su actualidad en tiempos de derrumbe de fronteras y muros. Haber estado presente ahí en ese momento que hoy se analiza desde diversos ángulos anima en la lucha por defender la iconoclastia, el espíritu crítico, la tolerancia y la alerta permanente hacia lo nuevo que surge de los artistas rebeldes de ciudades y suburbios. Con el arte y la libertad de expresión artística se puede luchar contra el unanimismo de las fuerzas macabras que en pleno siglo XXI creen todavía que estamos en tiempos de Hitler, Franco y Musolini.
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Sunday, January 28, 2007


LA AMADA SALVADOREÑA DE SAINT EXUPERY
Eduardo García AguilarPoco a poco crece el mito de la diva Consuelo Suncín, una pequeña salvadoreña que desde su humilde pueblo natal de El Salvador, en América Central, saltó de amante en amante y de esposo en esposo, hasta ser la tributaria de la obra de Antoine de Saint- Exupéry y la musa que lo llevó a crear El Principito, uno de los libros más famosos del siglo XX.Según la leyenda, Consuelo salió de su tierra natal, un pueblo llamado Armenia, hacia a México, a donde llegó en los albores del siglo XX en busca de fortuna. Allí, después de unas aventuras poco felices, encantó al entonces Ministro de Educación, el escritor José Vasconcelos, quien dedicó a la mujer páginas inflamadas de sus Memorias, iniciadas con el famoso volumen Ulises Criollo. La mujer quedó plasmada para siempre en esa obra, que es una de las más bellas escritas en el siglo XX por un mexicano, ya que es un himno a su patria, escrito con una prosa llena de efectos, deslumbrante y auténtica como pocas, gracias al talento y la emoción con que describe su tiempo y los paisajes de su extenso y variado país. Cualquier diva quedaría feliz con ser sólo la inspiración de estas páginas memorables, pero ella nos guardaría aún mayores e increíbles sorpresas amorosas.A lo largo de las páginas de Vasconcelos fluye la pasión secreta que suscitó en él esta diminuta mujer, que en apariencia no tenía gracia muy especial. Enloquecido de deseo por su nueva amada salvadoreña y lleno de culpas atroces por ser infiel a su esposa -una abnegada matrona de la bella tierra de Oaxaca-, la llevó de viaje a París, en un juego de laberintos, pues a su vez traicionaba a otra de sus amantes, la muy intelectual y muy aristocrática Antonieta Rivas Mercado, que despechada por la traición del tribuno, se suicidó lanzándose desde las alturas de la catedral de Notre Dame, en un melodrama de crónica roja que inundó los titulares de los periódicos amarillistas.Consuelo Suncín voló de los brazos del gran Vasconcelos y llegó a los del escritor guatemalteco Enrique Gómez Carrillo, considerado como el más exitoso escritor latinoamericano de su tiempo y para muchos el mejor prosista de la generación modernista. Vasconcelos, que era una verdadera leyenda del continente y un frustrado líder mexicano que mucho después moriría marcado por el fraude que le impidió llegar a la Presidencia de su país, recibió el golpe en silencio y sólo pudo exorcizarlo mucho después en las bellas páginas que le dedicó a la mujer, a quien puso el seudónimo de Amparo.Gómez Carrillo, autor de casi un centenar de libros de crónicas que eran editados en París por la viuda de Ch. Bouret y en Barcelona por Sopena, tuvo tal éxito, que gozó de gran fortuna y su prosa amena y llena de sorpresas, sus páginas de viaje y descripciones de la primera guerra o la vida de la belle-époque europea eran leídos en todo el mundo hispanoamericano. Vargas Vila lo odiaba y lo envidiaba por su éxito y porque a fin de cuentas tuvo mayor penetración en los medios literarios europeos de aquel tiempo, cuando él y Rubén Darío acudían a la mesa etílica del gran Verlaine y vivían con intensidad la vida mundana y cosmopolita de los tiempos de entreguerras, dominados por el art-déco, el surrealismo, el cubismo, las nuevas técnicas de comunicación inalámbrica, el cine y los raudos autos de lujo. Pero pese a su éxito y a estar con la salvadoreña, Gómez Carrillo sucumbió en pleno esplendor de la vida, a los 54 años, cuando a su alrededor cundían los elogios y la admiración de sus contemporáneos. La fortuna del malogrado escritor Gómez Carrillo, el best-seller desbordado de su tiempo de quien pocos se acuerdan hoy, pasó de inmediato a Consuelo Suncín, quien no tuvo más remedio que sufrir luego los avances de otro grande, Gabriel D'Annunzio, el autor de Gog y Magog, y de otros hombres de letras de su tiempo. ¿Qué tenía? ¿Cuál era su misterio? ¿Por qué los escritores morían de amor por ella y le daban todo?Pronto la conoció Antoine de Saint-Exupery, un piloto de leyenda y escritor aristócrata del sur de Francia, que hizo todo por seducirla, como invitarla a dar una vuelta en avión por las alturas argentinas y decirle que lo dejaba caer si no aceptaba estar con él y darle un beso en el instante. El bonachón Saint-Exupery la amó con locura, pese a la oposición de la familia francesa y se casó con ella, causando reacciones encontradas en la sociedad de su tiempo. Después viene el relato de este amor loco, los celos del autor de Piloto de Guerra y Tierra de Hombres, el exilio en Nueva York durante la guerra, la aparición de El Principito y el misterioso fin en un accidente de su avión en las costas mediterráneas, cerca de Marsella, tragedia en torno a la cual se tejen todo tipo de historias, como por ejemplo que el propio novelista cayó en el mar a propósito, desesperado por los celos.Muerto Saint-Exupéry, la Suncín, ya millonaria, afrancesada y heredera de los derechos y las propiedades del autor francés, pasó los últimos años de ancianidad en París convertida en centro de amistades y admiración, hasta que a su vez se enamoró de su jardinero y chofer, un español simple y joven que tras la muerte de la anciana heredó toda la fortuna del guatemalteco y los derechos editoriales del francés, cosa que jamás perdonaron ni la familia de este último ni los medios intelectuales de Francia.Hace unos años, en una fiesta en el bulevar Saint-Germain con motivo del centenario de Saint-Exupéry y la aparición de varios libros autorizados por el heredero español, las botellas de champán se quedaban sin abrir en ausencia de invitados. El mundo editorial francés, los diplomáticos y con mayor razón la familia no acudieron al cóctel. El inmenso patio dieciochesco estaba semivacío bajo el sol de mayo. Pero unos cuantos curiosos estábamos allí admirados, hablando con el último amor de la diva, ese español simple que nos decía con afabilidad crepuscular: "!Beban, beban champán, muchachos, que invita Consuelo Suncín!". Cosa que hicimos con alegría; pero era tanto el champán y tan pocos los asistentes, que no pudimos agotar aquellas botellas gigantes que se quedaron allí en ese jardín como prueba de que aún pocos en Francia comprenden la leyenda de esta salvadoreña inolvidable, que de cenicienta pasó a las glorias de la fama.
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ANTONIN ARTAUD: EXCENTRICIDAD, LOCURA Y POESIA
Eduardo García AguilarEn la futurista Biblioteca Nacional de Francia, situada al lado del río Sena, en uno de los sectores más modernos e inquietantes de París, no lejos del último manicomio donde estuvo internado, se presenta una amplia exposición sobre la vida y obra de Antonin Artaud (1986-1948), uno de los escritores malditos más excéntricos y atormentados del siglo XX. Perseguido por la locura a lo largo de su vida, con varios internamientos en hospitales psiquiátricos, este hijo de la mediterránea Marsella representa una variante muy atractiva del ejercicio artístico por su cercanía con el martirologio y la inmolación en aras de la creación. Artaud es uno de los representantes típicos del "genio loco", arquetipo romántico que ha sido abordado con fascinación por muchos autores, al lado de los casos de Nietzsche, Nerval y Maupassant. En Francia, el ya fallecido Jacques Derrida, autor de De la Gramatología, escribió notables páginas sobre este autor que descubrió en la adolescencia en Argelia y a quien considera un caso básico para explorar a fondo en los arcanos de la escritura. Artaud no tiene nada que ver con los grandes santones de las letras francesas como André Maurois, André Malraux y François Mauriac y tantos otros que siguieron una carrera convencional entre la sociedad, cerca del poder y de los salones literarios, pero sí con marginales rebeldes tan notables como Louis Ferdinand Céline, Blaise Cendrars, Jean Genet o Jean Paul Sartre. Mientras los primeros engordaban perfumados, sentados como Panatgruel frente a jugosos perniles, Artaud enflaquecía y perdía los dientes al mismo tiempo que lo invadían las voces de la demencia. Este poeta maldito fue la concreción de la belleza pura y del talento a ultranza y como Juana de Arco fue devorado por las llamas, convirtiéndose en mito. La exposición nos ingresa al mundo delirante de Artaud utilizando todos los instrumentos del multimedia: lo vemos en grandes pantallas en escenas de sus películas, como cuando representa a Savonarola antes de ser inmolado, escuchamos su voz de imprecación permanente, lo vemos actuar en películas del cine mudo, entramos en contacto con su letra atormentada escrita en las hojas de los cuadernos sin fin que podemos ver con las manchas de la cotidianidad, palpamos sus retratos de personas cercanas o médicos o enfermeras, viajamos a las tierras mexicanas donde vivió momentos de felicidad y tormento y seguimos las imágernes de esos indios cuyos rituales vivió con devoción iniciática.En México, país de entrañable locura, lo recibieron los artistas como a uno de los suyos y dejó huella en artículos publicados en el diario El Nacional, luego recopilados con un prólogo del guatemalteco Luis Cardoza y Aragón. En el legendario Café París del Centro histórico de la capital mexicana los miembros de la generación de Los Contemporáneos y probablemente el joven Octavio Paz lo escucharon con atención cuando contaba su experiencia iniciática entre los Tarahumaras. Tal vez allí en ese México surrealista de Diego Rivera y Frida Kahlo, donde la colorida realidad es a veces más delirante que los delirios, Aratud fue feliz porque su locura francesa se volvía allí normalidad y porque los rituales prehispánicos embonaban con su mal. En la exposición las paredes están llenas de frases suyas extraídas de su desesperada correspondencia, cuando desde las celdas pedía a gritos y escritos su libertad. Se reproduce allí esa grafía mural por donde suelen expresarse los presos y los locos y en medio de imágenes, fragmentos de películas, cuadros, videos, el espectador se vuelve un poco demente a su vez para entrar en comunión con el mártir de la palabra. Y de manera paulatina vemos como de la belleza inicial, de ese rostro de galán cinematográfico, su figura va convirtiéndose en la ruina humana desdentada y demacrada que terminó por legar a la historia. Y nada más útil que ese rostro martirizado para suscitar la culpa de una sociedad que lava sus pecados glorificando a sus malditos, perseguidos, enfermos, leprosos, sifilíticos, mutilados.Creador del teatro de la crueldad, poeta delirante inspirado por los paraísos artificiales y en especial por los efectos del peyote mexicano que consumió durante su visita a los indios tarahumaras, cercano a los surrealistas y dotado de un gran talento como actor y dibujante, Artaud pasó de los manicomios a la gloria como representante máximo en el siglo XX de la relación entre la locura y el arte. En un momento fue director irónico y onírico de la Oficina de investigaciones surrealistas, luego de que en 1924 ingresara al movimiento dirigido por su autoritario Papa André Breton, se orientó después hacia la teoría teatral en obras como en El teatro y su doble, donde busca sacudir al espectador y tras dejar huellas de su apostura en varias películas y obras teatrales, dejó via libre a su grafomanía en centenares de cuadernos que llenó en los años de internado en los hospitales de Rodez y Villejuif, entre otros.Pero lo más increíble es que al final los médicos sabían que a través de su paciente pasarían a la historia y se tomaban fotografías con él durante las sesiones de electrochoques. Artaud era la estrella del hospital y se le otorgaban todas las facilidades para que escribiera o dibujara sin límites. Gracias a esa admiración del poder médico por el "genio loco" podemos hoy viajar por su cartas y libros. Cuando salió libre antes de morir y fue invitado por las autoridades literarias a hablar en conferencias, llevó aún más a fondo su rebelión: se levantaba de la mesa en mitad de una lectura y abandonaba a ese público que lo miraba con curiosidad, desenmascarando así la farsa de la escritura y la figuración. Todo escritor cuerdo en esta sociedad es ya de por sí un loco, pero mucho más cuerdo es y seguirá siendo el verdadero "genio demente", que como Artaud rompe todas las ataduras con la gloria y la difícil e infame tarea de obtenerla.
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Monday, December 18, 2006


Brigitte Bardot, un símbolo sexual eterno
Ella tiene sin embargo un mérito en su atroz vejez: ama a los animales por sobre todas cosas y es una luchadora denodada por sus derechos.Aunque ahora es una horrenda bruja, descuidada y de extrema derecha, y su marido actual es un líder local del neofascista Frente Nacional en la Costa Azul francesa, frente al mar Mediterráneo, Brigitte Bardot fue el símbolo sexual moderno del siglo XX, ante quien palidecen todas las divas contemporáneas del cine y el modelaje. Uno puede admirar a Kate Mosss y Claudia Shiffer, sentirse maravillado por Ornella Mutti, Sharon Stone, Sophie Marceau, Emmanuelle Beart o la brasileña Sonia Braga o celebrar el surgimiento de las nuevas Scarlett Johanson, Isild le Besco, Julia Roberts, Nicole Kidman o Ludivine Seigner, pero nada destrona a esta mujer que creó los más grandes tumultos en los años 60 y 70 del siglo pasado.Más de medio siglo después de su consagración en el filme “Y dios creó a la mujer”, la Bardot es una leyenda tal vez sólo comparable a la italiana Sofía Loren, quien a diferencia suya ha sabido envejecer en la grandeza y la discreción de las grandes leyendas como Greta Garbo y Marlene Dietrich.¿Qué tenía esa mujer? Un cuerpo y una gestualidad únicas para romper con las tradiciones en boga en los años 50, cuando emergió en las pantallas del mundo. Poseía un rostro inolvidable y perverso, una sonrisa tierna y pulposa como ninguna otra y una gracia de gestualidades que la hacía brillar aunque fuera pésima actriz y cantante. Todos los hombres y las lesbianas del mundo soñaron con ella, pues era sexo y deseo puros, ángel total independiente y rebelde de cuyos labios y ojos emanaba la fertilidad hormonal nunca soñada por el Marqués de Sade, Georges Bataille, Alain Robe-Grillet y Charles Bukowski juntos. Tenía los labios más carnosos de la historia, ventosas del mal y el bien y su rostro realzado por el rímel, el maquillaje y el lápiz labial era tentación y ejemplo para las Lolitas de su tiempo. Ninguna, ni Marylin Monroe, a quien admiraba, o Catherine Deneuve, que pretendió emularla infructuosamente, lograron superarla en la leyenda del ser oscuro objeto del deseo mundial de mujeres y hombres.Nació en 1934 en el seno de una familia burguesa tradicional parisina y desde muy niña dio muestras de una belleza excepcional, como lo muestra la foto en que aparece vestida de organdí blanco en su primera comunión en 1945 y sus iniciales fotos de bailarina, donde se destacaban sus inmejorables y deseables piernas. Su primer esposo y descubridor fue Roger Vadim, una de esas típicas leyendas del donjuanismo francés, que más tarde corroboró sus méritos al llevar a la cama y al altar, entre sólo algunas de sus conquistas, a Catherine Deneuve y Jane Fonda.En 1956, Bardot, al interpretar la danza de mambo en “Y dios creó a la mujer” dio el paso hacia la fama mundial bajo la mirada de Jean-Luis Trintignan, quien la robaría a Vadim, e iniciaría la vasta lista de sus múltiples amantes, entre quienes figuraron el apuesto cantante Sacha Distel, Jacques Charrier, Sami Frey, el playboy alemán Gunter Sachs, el cantante Serge Gainsbourg y otros con nombres triviales como Patrick y Christian y decenas y decenas de hombres que la convirtieron en una de las más deliciosas libertinas de su época. Pero al llegar a la madurez rechazó operaciones y maquillajes inútiles y dejó que la fealdad aflorara poco a poco de las tersuras de su rostro, hasta convertirla en la odiada bruja derechista que hoy es, con sus declaraciones xenófobas y sus discursos más reaccionarios.Brigitte Bardot tiene sin embargo un mérito en su atroz vejez: ama a los animales por sobre todas cosas y es una luchadora denodada por sus derechos. Perros, caballos, martas, gatos, conejos, gatos, manatíes, ballenas, caballos, monos, gorilas, chimpancés, leones, tigres, panteras, jaguares, aves, reptiles, quelonios: todos ellos tienen en ella a una defensora irreductible frente a la depredación de la humanidad. Aunque odie a los hombres de supuestas razas inferiores, a los extranjeros árabes, negros o asiáticos que según ella le quitan el pan a los franceses, tiene ternura por todas las bestias y criaturas que sufren torturas en laboratorios o son objeto de abandono, maltrato, caza y pesca exageradas.Como depredadora sexual que fue amó y devoró gozosa y sin límites y como pocas a su vecino animal el hombre, que a su vez la gozó, la poseyó y la deseó en todas las pantallas del orbe. Brigitte Bardot fue la diosa del siglo XX, y su cabellera y su cuerpo perfumados pasarán a la historia como en su tiempo las más bellas esculturas griegas o las Venus de Boticelli u otros maestros italianos. Por eso triunfó con un filme llamado “Y dios creó a la mujer”. Cada día en el mito los dioses la crean y Francia con ella alcanza las alturas sublimes de Juana de Arco, incendiada en la hoguera de la intolerancia. Su horror crepuscular es nada frente a su lúbrica leyenda.
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Friday, December 01, 2006


EL TUSQUETS PARA ROSERO, UN PREMIO A LA GENERACIÓN SIN CUENTA
El importantísimo Premio Tusquets que acaba de obtener con la novela Los ejércitos el escritor colombiano Evelio Rosero -el más prestigioso para novela en el ámbito iberoamericano por la calidad de sus jurados y su lejanía de la corrupción editorial- y cuyo anuncio se dio en la Feria Internacional de Guadalajara, puede ser una sorpresa para muchos, mas no para quienes hemos seguido su camino desde el inicio con admiración y alegría.Da la casualidad que estuve en las calles llenas de libros de la entrañable XX Feria del libro de Guadalajara y en medio de la decepción que provoca la mediocridad del estrellato narrativo actual latinoamericano y en especial colombiano, la coronación de Rosero entre medio centenar de novelas por un jurado probo, es un gran acontecimiento para la narrativa colombiana y sin duda un giro sorpresivo que obligará a reposicionar la obra de varios autores de su generación, a la que Fabio Martínez ha denominado en su antología publicada por la Universidad del Valle, la Generación Sin Cuenta. Rosero (1958) comenzó desde muy temprano una obra literaria de méritos extraordinarios con una narrativa nerviosa, ágil, que nunca cedió a la facilidad y exploró los más inquietantes caminos de la locura y el horror de la vida. Con novelas como Mateo Solo (1984), Juliana los mira (1986), El incendiado (1988) y la para mí espectacular Las muertes de fiesta (1995), entre otras muchas obras, Rosero forjó un cuerpo narrativo de primer orden.Un día antes de conocerse la noticia, conversando con Jorge Herralde al término de una conferencia del argentino Ricardo Piglia, el editor español recordaba la publicación en Anagrama hace dos décadas de Juliana los mira, obra que ya auguraba el aliento del narrador colombiano, quien como tantos otros de su generación es rebelde y prefiere cierto margen, lejos del arribismo desbordado y cerca de revistas milagrosas como Puesto de Combate, animada por Milciádes Arévalo, en Bogotá. Pienso en escritores tan completos de la generación Sin Cuenta como Julio Olaciregui, Sonia Truque, Consuelo Triviño Anzola, Gloria Cecilia Díaz, José Luis Garcés, Magil, Juan Carlos Moyano, Tomás González, Julio Paredes, Fabio Martínez, Felipe Agudelo, William Ospina y otros más recientes como Pedro Badrán, Octavio Escobar y Pablo Montoya.Han pasado los años y Rosero ha seguido fiel a su estilo y a sus fantasmas sin ceder un solo instante a la feria de vanidades y corrupciones de la narrativa colombiana reciente, con sus ídolos falsos. Ya los adalides abusivos de cierta paraliteratura cantaban victoria haciendo tabla rasa de generaciones recientes y actuales y se pavoneaban como salvadores de pacotilla de la narrativa colombiana.En la fiesta convocada por Tusquets en el Centro de Industriales de Guadalajara, en ausencia de Rosero, se reunió el mundo editorial y literario iberoamericano asistente a esta Feria. Beatriz de Moura, la gran editora de Tusquets, estaba muy contenta en medio del inmenso salón y preguntaba sobre la posición de Rosero en la literatura colombiana y el significado de este premio. Hablamos sobre quién es Rosero: un hombre libre, un autor de novelas espléndidas, un habitante de ese país en guerra, un ser humano que nuestra generación conoce porque es una antena eléctrica de los males y las muertes de fiesta nacionales. De Moura destacó que la novela premiada podría ser una alegoría de todas las guerras y su universalidad hace que esos ámbitos puedan situarse en los balcanes u otros países encendidos por la conflagracion bélica mundial, donde las fronteras se pierden en el horror y el dolor provocado por la codicia de los poderosos.Viene a mi memoria ese Rosero siempre silencioso o felizmente ebrio, en quien se resumían las nocturnidades de Bogotá City, en aquella vieja cafetería de la Librería Nacional de la séptima o en las Residencias Tequendama repletas de poetas iberoamericanos o tomándonos unos whiskies en la Feria del Libro de Bogotá, cuando se celebraba a los escritores de la diáspora.Seamos claros, con Evelio Rosero toda una generación de escritores colombianos Sin Cuenta emerge desde los márgenes de una Colombia que excluye y mata. Todos ellos han llevado al extremo su compromiso con la palabra y la libertad como el iniciado hace tiempos por el legendario Jorge, el "Gordo" Valderrama en su suplemento de Vanguardia Liberal en Bucaramanga, luego por el Magazín Cultural de El Espectador, los amplios espacios en la red de Cronopios de Ignacio Ramírez, las revistas y los talleres de Isaías Peña Gutiérrez y mucho antes por el inolvidable Manuel Zapata Olivella en Letras Nacionales.Esa es una literatura que surge desde todos los puntos cardinales del país y desde todos los estratos y que no es confiscada por el obtuso exclusivismo de los "gomelos" de Medellín y Bogotá, para quienes lo urbano colombiano sólo existe allí alrededor del bogotano Gimnasio Moderno y que decretaban ya el triunfo de una paraliteratura que extermina al reciente pasado y al presente de la Colombia profunda. Con el Premio Tusquets a Rosero podemos decirles, chao, chao, bye, bye, nos vemos en el ring.
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Sunday, November 19, 2006


LA ALEGRÍA DE PRESENTAR AL ANIMAL EN MÉXICO
Los poemas del libro, reunidos en dos colecciones, Fuego de Amazonas y Animal sin tiempo, son un homenaje a las enseñanzas adquiridas en México a lo largo de los años.México es una de las dos grandes capitales culturales del continente americano y por eso es una felicidad regresar a este país a presentar un libro, en este caso el poemario Animal sin tiempo, editado por el Pen Club de México y la editorial Praxis. México siempre abre las puertas a los poetas latinoamericanos y del mundo entero y en lo que respecta a Colombia, las ha abierto desde siempre, como ocurrió con Porfirio Barba Jacob y Álvaro Mutis, entre otros muchos. En mi caso, en muchos años de residencia aquí he encontrado abiertas las puertas de las editoriales y los periódicos, cuando no de las felices cofradías literarias que abundan en los cafés de los barrios añejos. Todos los latinoamericanos han encontrado aquí los espacios necesarios para publicar sus obras y difundirlas con el entusiasmo y la amplitud que propicia cada semana muchos eventos de este tipo. Cada libro encuentra aquí su fiesta y los autores son celebrados con entusiasmo porque cada libro es una ventana nueva hacia el olvido.El lugar de la presentación este jueves fue la maravillosa Casa del Poeta Ramón López Velarde, situada en la Colonia Roma, en la tradicional calle Álvaro Obregón, en un barrio de casonas antiguas porfirianas y parques y calles hermosas con aires de siglo XIX. López Velarde, un anómalo poeta provinciano, de la cuidad minera de Zacatecas, que introdujo las minucias del terruño y la chismografía familiar en la tradición poética mexicana en los años 20 del siglo pasado. Desde hace 15 años esta casa acoge a los poetas y abre sus espacios para que los libros existan con total dignidad. Y el fantasma del magnífico poeta provinciano está ahí siempre presente con su traje modesto, sus loros parlantes, los campanarios decimonónicos y las novias de antaño.Vale la pena esperar años, lustros y décadas tal vez, para que por fin se concrete la edición de una colección de poemas fraguados al calor de una época, en los afortunados y múltiples viajes del destino, por los senderos del dolor y el desarraigo. Los editores, que tienen vocación cosmopolita, acogieron estos poemas, en una presentación multinacional, cuyos comentadores, amigos e indulgentes, venían de Cuba, Chile, Guatemala, Uruguay y México y trataban de encontrar en esas palabras vasos comunicantes con la poesía latinoamericana. De Cuba se sentían los ritmos barrocos del poeta Severo Sarduy o las travesuras del Grupo Orígenes, de Uruguay la singular anestesia de Julio Herrera y Reisssig, de Chile el delirio de Vicente Huidobro o Pablo de Rokha, de México las piedras del sacrificio y los humos volcánicos del Popocatépetl abordados por Octavio Paz y de Guatemala la gesta poética de Luis Cardoza y Aragón. Con tales presencias la fiesta sólo podía ser fenomenal: después de tantos años llegan los amigos escritores con los que se ha compartido mucho tiempo, poetas, narradores, ensayistas y además los artistas plásticos que siempre están aquí en confluencia con la poesía.La portada del libro es de Pierre Alechinsky, el gran pintor belga perteneciente al rebelde e iconoclasta Grupo Cobra, que animó desde 1950 varias décadas de rebeldía en las artes pictóricas y quien cada día nada sobre sus telas asido a sus pinceles voladores sobre caligrafías chinas y eternas. La edición es bella, pulcra, sin erratas, cuidada con el amor que Praxis entrega a cada libro de poesía desde hace 25 años exactos, convirtiéndola en una de las líderes en la edición sostenida de libros de poesía en el continente. Los poemas del libro, reunidos en dos colecciones, Fuego de Amazonas y Animal sin tiempo, son un homenaje a las enseñanzas adquiridas en México a lo largo de los años, una reivindicación de ese Cruce de los Vientos que es México para los latinoamericanos y europeos. Porque para ejercer la poesía hoy se requiere hablar con esas tradiciones y tendencias, escucharlas y asimilarlas, mezclarlas, agitarlas, hacerlas chillar como decía Octavio Paz.Aquí el surrealismo de Breton y Crevel encontró su crisol y Neruda, Asturias, Cardoza y Aragón, Mutis, César Moro y muchos otros generaron nuevas raíces simultáneas hacia sus propios cielos. Cuando el Salón de la Casa del Poeta López Velarde se va llenando de tantos amigos que uno no ve hace años y después, al calor del vino, todo parece ser un congregado de moléculas afectuosas que se iluminan por el intercambio, no queda más que reivindicar a una nueva patria poética que vive sobre miles de ruinas y de esplendores y horrores pasados, una patria generosa que abre sus brazos a las poesías que vienen de lejos y expele hacia el mundo una literatura que nunca se agota y por el contrario se multiplica con entusiasmo. El Animal sin tiempo nace pues ahí en medio de la colonia Roma, entre amigos y calles entrañables de una ciudad que nos vuelve a parir desde sus extrañas de piedra.
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Thursday, November 16, 2006

EL MILAGRO DE LA CIUDAD DE MÉXICO
En sólo 50 años la ciudad, considerada por Carlos Fuentes como la región más transparente del aire, se convirtió en una de las megalópolis más grandes del mundo.Cuando algunos críticos provenientes de países europeos preguntan con aire superior sobre el caos de la Ciudad de México, yo prefiero hablarles del milagro de que todo funcione tan bien en el inmenso cuadro asfaltado de casi 50 kilómetros cuadrados de superficie. El hecho de que centenares de miles de semáforos en miles de avenidas estén coordinados y fluya el demencial parque vehicular de millones de automotores, mientras llega agua a la mayoría de las habitaciones y las alcantarillas evacúan los detritus de 20 millones de habitantes, es algo que pertenece más a la esfera del milagro, el realismo mágico y la fantasía que de la realidad. En sólo 50 años la ciudad, considerada por Carlos Fuentes como la región más transparente del aire, se convirtió en una de las megalópolis más grandes del mundo, donde niños van a la escuela, gente corre al trabajo, políticos desvían el dinero del presupuesto a sus bolsillos, vendedores ambulantes pululan en las calles, ladrones acechan con sigilo, músicos callejeros cantan a todo pulmón, prostitutas ríen con diente de oro en las esquinas, policías cobran mordida y donde ciegos, payasos, luchadores, gays y enanos defienden sus derechos, mientras la música suena por todas partes bajo una capa pesada de irritante contaminación cobriza. Dicen que hace medio siglo los atardeceres eran de un color fucsia napolitano y que los volcanes se veían nítidos desde los floridos parques de la capital, que tenían aires de provincia entre la música de los organilleros y el olor delicioso de comidas y dulces, como algodones de azúcar y caramelos de intensos coloridos surrealistas. Los que sobreviven de aquellos tiempos relatan con estupor la manera como en un abrir y cerrar de ojos la acelerada modernidad creó barrios de millones de habitantes sobre infectos lodazales y abrió avenidas, mientras crecían como hongos los rascacielos desde que el primero, la Torre Latinoamericana, hirió el cielo con sus agujas en 1954, en pleno auge de Cantinflas, Resortes, Tintán, María Félix y Jorge Negrete. Cuando desde el avión uno siente pasar los minutos sobre el tejido urbano y percibe la nave que planea despaciosamente sobre las azoteas, celebra con júbilo poder distinguir entre el laberinto de calles espacios tan amplios como el bosque de Chapultepec, con sus lagos, castillos y el palacio presidencial de Los Pinos, o el pulmón verde de la Ciudad Universitaria, cuando no las colinas que hace siglo y medio pintaba desde montañas cercanas el paisajista José María Velasco. Todo eso está en los murales de Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros, los relatos de Carlos Fuentes, las canciones de Agustín Lara, los poemas de Octavio Paz, el mambo de Dámaso Pérez Prado y en el gran cine de oro mexicano donde se guarda el testimonio en blanco y negro del más increíble milagro contemporáneo. La misma impresión del viajero que sobrevuela la ciudad en este 2006 debió sentir desde las alturas volcánicas de la Mujer Dormida el grupo de conquistadores que descubrían a los lejos la ciudad de los lagos de Tenochtitlán, capital del imperio azteca y sede del tlatoani Moctezuma, quien entre los plumajes y la vocinglería de los animales de su zoológico personal intuía que el fin del mundo llegaba encarnado en la fiereza de los conquistadores, disfrazados con trajes de metal, cascos brillantes, caballos enhiestos y en el griterío de los perros que los acompañaban. Era la ciudad más grande del Nuevo Mundo, la gran capital prehispánica signada por los rituales y los sacrificios y el ir y venir de las canoas por las aguas de los canales que hoy pueden verse intactos en Xochimilco. El mismo estupor debieron sentir los viajeros del siglo XVIII y XIX, que como Humboldt y Bolívar vieron ya la ciudad colonial con su palacios enormes, plazas y catedrales más grandes incluso que las de la madre patria española, pues los colonizadores llegaron para quedarse en el valle del Anháuac y construir copias más fabulosas de las ciudades y pueblos que abandonaron para siempre al otro lado del mar. Ciudad prehispánica, ciudad colonial y ciudad moderna que imita los rascacielos de Nueva York conviven en este delirante mapa de fantasía que el viajero del siglo XXI percibe desde el avión que baja raudo hacia al aeropuerto capitalino, rozando techos de casas, canchas donde juegan muchachos, plazas donde manifiestan izquierdistas, patios de escuela donde chicas uniformadas rinden homenaje a la bandera y mercados de toldos rojos bajo los cuales hierve el colorido de las frutas tropicales y la humareda de los platillos culinarios sazonados con chiles que huelen a un México indígena y milenario que no cesa ni cesará de asombrarnos. Al tocar tierra, uno celebra el milagro de que esta urbe que resume todos los males terribles del siglo XX pueda albergar las inagotables identidades prehispánicas, latinoamericanas, neoyorquinas y españolas juntas y que además sea el crisol de una cultura popular en permanente movimiento.
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Sunday, November 05, 2006


DANZA MACABRA DE BOMBAS Y MISILES
Todo parece un juego muy divertido de video, sólo que esta vez bastaría un ataque delirante del coreano Kim Jong Il o del iraní Ahmajinedad para que se desencadene la danza macabra de bombas y misiles.Ahora que saltan al aire los misiles iraníes, truenan las pruebas atómicas norcoreanas y se multiplican las amenazas de parte y parte en Estados Unidos, Europa, Asia, Oriente Medio y África, el ambiente mundial en 2006 se parece cada vez más a los tenebrosos meses que precedieron el estallido de la Segunda Guerra Mundial en 1939.Irán dice poder golpear con sus nuevos cohetes toda la región del Golfo Pérsico e incluso aniquilar a Israel, mientras Corea del Norte hace estallar la bomba y lanza cohetes que sobrevuelan Japón y podrían llegar hasta Alaska. Encabezados por Irán, Corea del Norte y los aprendices de brujo nucleares de Pakistán, que les enseñan las artes atómicas, los nuevos valentones siguen incrementando peligrosamente la escalada y desafían a las grandes potencias y a las Naciones Unidas, que parecen ratones asustados ante las fauces del gato maléfico.Al Qaida siembra en el mundo la incertidumbre y lanza sus hordas de inagotables kamikazes que sueñan con las huríes que los recibirán en el paraíso tras hacer explotar trenes y aviones. Todo parece un juego muy divertido de video, sólo que esta vez bastaría un ataque delirante del coreano Kim Jong Il o del iraní Ahmajinedad para que se desencadene la danza macabra de bombas y misiles y desde Washington los halcones Bush, Cheney y Rumsfeld hundan el botón rojo. Incluso días antes de que estallaran las hostilidades en 1939 muchos creían posible un acuerdo con el valentón Hitler y sus amenazas parecían sólo fanfarronadas de aprendiz delirante. Los diplomáticos ingleses y rusos habían firmado pactos con él y creían que no iría más lejos en sus ambiciones bélicas. Al leer los diarios de la época en fechas previas al estallido de la guerra uno se asombra de que aún hubiera esperanzas.El poeta colombiano Barba Jacob, que escribía los editoriales del diario mexicano Últimas Noticias, afirmó el primero de septiembre de 1939 en un texto titulado «Ha estallado la guerra» que «anoche se rompieron las hostilidades entre Alemania y Polonia, y hoy, primero de septiembre, las huestes de Hitler invaden la patria Kosiusko y sus flotas aéreas derraman toneladas de metralla sobre las grandes urbes. Inglaterra y Francia, comprometidas en el siniestro, hasta este momento aún no lanzan sus hombres y sus elementos a la infernal hoguera. Ojalá no lo hagan y sigan el ejemplo de Italia de abstenerse, pues ni el apocalipsis ni el infierno pueden producirnos la visión de espanto que nos produce el sólo pensar que entren a la hornaza». Y al final el editorialista colombiano acusa a Inglaterra de haber «envalentonado» a Polonia, pues «a no ser por la actitud de Chamberlain, Polonia se hubiera avenido a discutir los dieciséis puntos de la propuesta formulada por Hitler ayer». Ingenuas palabras de poeta antes de que se iniciara el conflicto que terminó un lustro después con las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki.Ahora, en 2006, en Oriente Medio y el Oriente Lejano prosperan los regímenes teocráticos de jeques y dictadores que, con el pretexto de nacionalismo, religión y tercermundismo, están dispuestos a convertir el mundo en un polvorín de suicidas mientras sumen a sus pueblos en la ignorancia, el hambre y la esclavitud ideológica. Al otro lado del ring, bajo la mirada milenaria de los chinos, los países ricos de Occidente, encabezados por Estados Unidos, llenos de bombas y prósperos en la industria armamentista, incrementan el lenguaje agresivo para que cese la proliferación nuclear, pero guardan muy bien sus bombas atómicas y venden armas a diestra y siniestra a los mismos jeques o dictadores que los amenazan.En los países ricos el derroche y la soberbia crecen paralelos al delirio de sus líderes, interesados en servir los intereses de las grandes corporaciones, incrementar la acumulación desenfrenada de la riqueza en manos de unos cuantos y controlar las materias primas de los países periféricos, merced a sus dóciles agentes disfrazados de presidentes. Todos ellos hablan de paz, pero si no hubiera guerras en el mundo la industria armamentista no prosperaría y disminuiría el crecimiento de los países ricos.Allí donde se asoman impertinentes la paz y la concordia y ondean las banderas blancas, las grandes potencias productoras de armas como Estados Unidos, Alemania, Francia, Brasil y China ven una amenaza: no habrá cómicos dictadores que compren aviones caza, ametralladoras, tanques, misiles, bombas antipersonales, granadas, y todo tipo de elementos militares y presten dinero para ello mientras sus pueblos se mueren de hambre. La paz no le conviene a los poderosos. Cuando presidentes occidentales, jeques árabes y dictadores tercermundistas hablan de guerra e incitan a la batalla final, se llenan de oro los bolsillos de sus amigos y en los grandes balnearios del mundo los jugadores de bolsa ríen entre la champaña, mientras miran impasibles por CNN y Al Jazeera el dolor de los débiles, los mutilados y los huérfanos que deja la danza macabra de las bombas.